ÁLAVA EN WATERLOO – Ildefonso Arenas

alava-en-waterloo-9788435062602Descubrí este libro gracias a Google, que por accidente (no recuerdo qué andaba buscando) me llevó a este artículo de El País, de modo que se me despertó la curiosidad, aunque cuando vi el “elibro” en la FNAC me desanimé un poquito, por su aspecto disuasorio (1.200 páginas de letra no muy grande y texto consumiendo casi todo el papel) y por su precio (35€; no es que sea un disparate, que más he pagado por alguna de Simon Scarrow o Lindsay Davis, pero al autor de este Álava en Waterloo no le conocía de nada). Por eso, y antes de sacar la VISA, pregunté en el foro de Hislibris (salvo Davout, que dijo sentir alguna curiosidad, nadie contestó nada); también investigué un poquito en Google a partir del concepto ‘novela histórica’ (así fue, marginalmente, como supe de Hislibris), donde encontré otra crítica muy favorable en el ABC. Dos críticas, y las dos muy entusiastas, me parecieron suficientes, de modo que venciendo mi explicable tacañería (propia de los duros tiempos que vivimos), y autoanimarme diciéndome que pocas veces me he arrepentido de comprar un libro de Edhasa, mi fui a la FNAC y me lo llevé.

Lo empecé hace una semana, después de cenar. A eso de las dos mi mujer vino a buscarme con cara de muy pocos amigos: el maldito libro se había hecho conmigo, y de un modo como ya no recordaba en mucho tiempo: el de la obra que te muerde como si fuera un cocodrilo, y no te suelta, o no te deja que la sueltes. Desde aquella noche no paré hasta terminarlo el domingo pasado, y con cierto mal cuerpo: el de que se había terminado y no había más. Es, lo puedo decir ahora, la clase de libro que te hace permanecer en medio de lo que te cuentan mucho después de haber leído la última página, porque tú sigues con la historia, desarrollándola a tu aire. En fin y como bien sabéis: de esta clase de libros, qué poquitos son los que conseguimos encontrar.

Juzgándolo ahora con algún desapasionamiento puedo deciros, lo primero, que no es una novela histórica ‘al uso’, donde se relatan historias de los tiempos de los romanos o de la edad media con escasas probabilidades de haber sucedido, y donde los personajes se manifiestan uniformemente engolados y solemnes, tomándose por demás en serio su propia existencia. Álava en Waterloo es en dos tercios tratado histórico con aspecto de fidedigno (lo avala una bibligrafía apabullante, de ciento sesenta y tantos títulos, algunos de los cuales no sólo he leído, sino que tengo en mi modesta biblioteca), y sólo en un tercio es novela histórica, pero una novela donde los personajes no son inventados. Son personajes históricos, reales, y la mayoría de ellos bastante conocidos. El truco del autor, que debe ser muy pillo, es no contar él las andanzas sospechosas de ser inventadas, sino hacer que las cuenten los personajes, los unos a los otros, cosa que intuyo muy difícil si se pretende conseguir, como pienso pretende el autor, que cada uno tenga su propia voz y su propio estilo. Es una obra fundamentalmente dialogada. Los personajes, insisto en que todos ellos históricos, se pasan las 1.200 páginas contándose cosas, dejando al narrador como un simple hilo conductor entre conversaciones. Así todo se vuelve natural y verosímil. Según el propio autor explica en la bibliografía, no hay nada en la obra contra los hechos históricos. Los diferentes relatos novelescos comienzan cuando los personajes cierran las puertas de sus salones, sus comedores o sus alcobas (de éstas hay unas cuantas; el autor no describe las escenas de un modo explícito, pero es lo suficientemente insinuante como para no sólo convencerte de sonreír, sino de vez en cuando arrancarte una carcajada), para desde ahí decir lo que no está registrado en ninguna crónica, porque no había nadie delante para relatarlo.

El gran valor de la obra es la calidad de los personajes. No hace falta mucho esfuerzo para describir a Wellington, a Metternich, a Fernando VII, a Napoleón y a Talleyrand (aunque sí hace falta para que parezcan personas, y no figuras de cartón piedra, cosa desgraciadamente usual en las novelas históricas), porque son sobradamente conocidos, o al menos casi todos hemos oído hablar de ellos. Hace falta bastante más, me parece, para describir a Gneisenau, a Blücher, a Davout y, sobre todo, a un General Álava del que yo apenas sabía que tiene una estatua en Vitoria, aunque ahora me haga cruces de que no tenga por lo menos una en cada capital de provincia de nuestro desagradecido país.

La novela en sí consta de cuatro partes: El Congreso de Viena, el Imperio de los 100 Días, la Campaña de Waterloo y la ocupación de París por los prusianos, todo ello a lo largo de un año 1815 que termina por ser el protagonista principal, porque difícil es que pasen tantas cosas, y tan variadas, en apenas un año. El General Alava está más o menos presente a lo largo de las cuatro partes, viniendo a ser un testigo principal cuando no un catalizador, salvo en Waterloo, donde pasa a ser, a la muerte del jefe del estado mayor de Wellington, el número dos de su ejército. Un dato del que no tenía ni la menor idea hace una semana, pero que no he tardado en validar, hasta saber, a ciencia cierta, que lo que se dice es cierto, que el general Álava fue el segundo de Wellington el día de Waterloo, el que cenó a solas con él la noche después de la batalla y al que corresponde una parte nada pequeña de la mucha gloria que ganó aquel día el inmortal duque de Wellington.

Hay una quinta parte que a mi entender redondea el libro de un modo primoroso; es donde el autor nos explica, y aquí sin giros novelescos, lo que desde 1816 fue la vida de los diez personajes principales (Wellington, Talleyrand, Gneisenau, Álava, Clausewitz, Miniussir, Madame Récamier, la Princesa de Chimay, la Condesa de Périgord y la Duquesa de Sagan). A mi entender es un prodigio de mala intención, porque al menos en mi caso me ha puesto a buscar en Amazon y en Google Books las biografías de casi todos ellos, y sobre todo las de las mujeres. Una observación superficial de una obra que trata en buena parte de Waterloo haría pensar que es un asunto de hombres, pero resulta que no. Para el autor las mujeres -y qué mujeres- son tan importantes o más que los hombres, y más aún en el caso de la que aquí es más desconocida (o eso creo, en mi ignorancia), la duquesa de Sagan.

Mil doscientas páginas, aun así, podrían llevar a muchos al límite de su resistencia como lectores, pero si no es así sólo puede ser por el lenguaje, tanto el del narrador como el de los personajes, que es un uniformemente directo y claro, además de bañado en un tenue pero constante humor -un punto irónico-, al estilo de las grandes narraciones históricas británicas. Aquí puedo decir que este libro me ha recordado mucho al todavía no traducido Dancing into Battle, de Nick Foules, que fue todo un bombazo editorial hace seis o siete años (en Inglaterra) y con el que recuerdo haberme pasado una semana deliciosa.

Antes de enviar esto -no sé si llamarlo reseña o tímido comentario entre amigos-, he comprobado por recomendación de Lantaquet que la obra no estaba ya reseñada. No lo está, pero gracias a la comprobación he podido ver, con agradable sorpresa, que al autor le habéis seleccionado para los premios Hislibris de este año en la categoría de Mejor Autor Novel 2012. Supongo que eso se deberá a que el comité de selección también ha leído el libro, y digo yo que le habrá gustado. No sé a vosotros, pero a mí me gustaría conocer sus opiniones, por si sólo sucede que Álava en Waterloo me ha tocado la fibra sensible, la de mi instintiva simpatía por los grandes héroes olvidados y, después de todo, no sea para tanto.

Para terminar: si os animáis, espero que lo paséis tan bien con él como me lo he pasado yo.
Ficha del libro:

TÍTULO: Álava en Waterloo.
AUTOR: Ildefonso Arenas.
EDITORIAL: Edhasa.
PÁGINAS: 1216.
PUBLICACIÓN: 2012.

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