EL MÉDICO HEREJE – José Luis Corral

Portada CorralHablar de José Luis Corral, a estas alturas, supone repetir lo ya conocido: catedrático de Historia Medieval, arqueólogo, prolífico escritor de divulgación y de ficción… Reseñar una de sus novelas es todo un compromiso y cuesta decidir por dónde empezar, pero un viaje de mil millas empieza con un solo paso, así es que vamos a ello.

¿De qué va El médico hereje? Del proceso contra Miguel Servet. Sencillo. Bueno, no nos pasemos de conceptistas y digamos algo más.

Miguel Serveto (Villanueva de Sijena, Los Monegros, 1511; colina de Champel, Ginebra, 1553), más conocido por la adaptación francesa de su apellido como Servet, hijo de un notario y privilegiado con una esmerada educación, ha pasado a la Historia por describir en 1553 la circulación pulmonar de la sangre, pero fue mucho más que eso, como luego veremos. Curiosamente, en todo el mundo (salvo España) se suele considerar que el descubridor fue William Harvey (Folkestone, Inglaterra, 1578; Londres, 1657), que nació cuando Servet llevaba 25 años muerto e hizo su descripción en 1616. Es lo malo que tiene publicar tus descubrimientos anatómicos en un libro de teología de poca difusión y que además es perseguido por herético.

Y aquí aprovechamos para dejar caer algo más sobre el protagonista. Porque Servet no solo fue un médico aplicado y caritativo (creó la primera “seguridad social”, organizando un sistema de turnos para que todos los médicos de Vienne atendiesen a los enfermos sin recursos), sino un auténtico “hombre del Renacimiento” que dominaba múltiples disciplinas: griego, hebreo, derecho, teología, matemáticas, astrología, hermetismo, anatomía… Para él, no era concebible estudiar al hombre sin conocer los astros, las lenguas bíblicas y al mismo Dios, pues toda la Creación era única y Dios estaba en todas partes. Y así es como se metió en camisa de once varas. Con solo 20 añitos, en 1531, publica De Trinitatis erroribus, un tratado contra el dogma de la Trinidad con el que ya consigue ser tachado de hereje y blasfemo por todas las corrientes del cristianismo, y su obra posterior no lo arregló. Tuvo que huir de París y de Tolosa, con la inquisición olisqueándole los talones, y acabó con nombre falso en Vienne bajo la protección del arzobispo que (¡aquel trueno!) había sido alumno suyo en clases de hermetismo y astrología. Se hizo con una buena reputación como médico, consiguió la ciudadanía, prosperó económicamente… y tuvo que fastidiarla.

Soberbio, tozudo, convencido de tener una inteligencia privilegiada y de superar dialécticamente a todos los teólogos de su época, tanto católicos como protestantes, publicó clandestinamente Christianismi Restitutio… pero con sus iniciales e incluyendo unas reveladoras cartas cruzadas entre él y Calvino. Y, por si aún así no lo pillaban, se encargó de que un ejemplar llegase a las manos del propio reformador. Así logró meterse en un berenjenal con la participación simultánea de la inquisición francesa (de la que logró escapar por pelos) y la ginebrina (que le echó el guante). Los enrevesadísimos mecanismos de ambos procesos, propios de una película de espías, se narran en esta novela.

Como todo lo que escribe Corral, es históricamente impecable. Contribuye además a desmontar muchas de las falsedades que circulan entre la población general: no lo condenaron por descubrir la circulación de la sangre, no lo persiguió la inquisición española sino la francesa, y no lo quemó la iglesia católica sino la calvinista. Nos ayuda a entender por qué motivos un hombre que lo tiene todo se lanza de cabeza a la perdición (primero en Vienne y después en Ginebra). Nos desvela por qué Calvino le tenía tantas ganas. Nos explica las razones que lo han convertido en un ídolo de la libertad de conciencia. Nos acerca al interior de un tozudo incurable. Esta novela es una magnífica herramienta de divulgación sin faltar a la amenidad.

Literariamente es algo irregular. En la primera mitad, el estilo es descuidado: los conceptos y las descripciones se repiten demasiado; los personajes secundarios son caricaturescos; da la impresión de que el escritor toma partido por su personaje, ridiculizando a sus adversarios. En la segunda mitad, por el contrario, el estilo mejora, Servet se humaniza y los secundarios (especialmente Calvino) se desarrollan más.

Respecto a la tensión dramática, tiene altibajos. En ocasiones nos lleva por largas digresiones, habitualmente recurriendo a los recuerdos de un secundario o a las charlas docentes de Servet con su criado; esto también mejora conforme avanza la novela. Nos sorprende con algunas elipsis en el juicio de Ginebra, pero hay que reconocer la conveniencia de las mismas: aunque podría haber mostrado los careos Servet-Calvino en plan novela judicial de John Grisham, la realidad histórica es que los mismos fueron unos espesos debates teológicos en varias lenguas muertas que hubieran aburrido letalmente al lector. Para no falsear ni adormilar, las elipsis de Corral han sido la solución más honesta y elegante.

Y no hay que olvidar otro aspecto de la trama: el juicio contra Servet se convirtió en un conflicto civil en Ginebra, entre los partidarios de una visión moderada de la Reforma y los tenebrosos seguidores del severo Calvino. Los llamados “libertinos” tomaron como propia la defensa del médico aragonés, incluso a su pesar. En ese contexto nació una célebre máxima de Sébastien Châteillon: «Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet, no defendieron una doctrina, mataron a un hombre».

Que Ustedes la lean bien.
Ficha técnica

  • Título: El médico hereje.
  • Autor: José Luis Corral.
  • Editorial Planeta. Barcelona, 2013.
  • Cartoné, 400 páginas.
  • PVP: 21 euros (14,99 euros la versión digital)

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