LA ISLA DE LAS SOMBRAS. LA BATALLA DE ESFACTERIA – Juan Luis Gomar Hoyos

LA ISLA DE LAS SOMBRAS. LA BATALLA DE ESFACTERIA – Juan Luis Gomar HoyosSi los atenienses asaltan la isla, nuestros hombres deben salir de allí victoriosos o muertos”.

Hay personajes en la Historia que merecen tener su novela. Circunscribiéndonos a la civilización de los griegos (porque, reconozcámoslo, todo lo que vino después no han sido sino notas a pie de página de lo que ellos hicieron), y acotando aún más la cuestión y por ir encauzando el tema a lo que interesa en estas líneas, que es el ámbito militar, los nombres de Temístocles, Alcibíades, tal vez también Milcíades, Epaminondas, Pirro, Mitrídates, y desde luego y eclipsando a todos los demás, Alejandro Magno, más o menos pueden sonar en la cabeza del lector de novela histórica. Hay una segunda fila (por popularidad, que quizá no por méritos) integrada por semidesconocidos: Ifícrates, Conón, Foción, Timoteo, Filopemén, “el último de los griegos”… y los protagonistas de esta obra que nos presenta Juan Luis Gomar: Brásidas y Demóstenes. El espartano tenía bien ganados los elogios que su rival de Anfípolis, Tucídides, le brindó en su Historia de la guerra del Peloponeso; y el ateniense (que nada tiene que ver con el orador Demóstenes) también demostró ser un general con una percepción por encima de la de sus contemporáneos. Y, desde luego, ambos se merecían una novela como esta.

La guerra entre Atenas y Esparta no habría sido la misma sin el concurso de estos dos hombres. Brásidas, vencedor en muchas batallas y conquistador de numerosas ciudades, a menudo sin necesidad de llegar a las armas, tuvo la desgracia de morir en la victoria que le dio más notoriedad: la que decidió el destino de Anfípolis, luchando contra el ateniense Cleón (quien también encontró allí la muerte). Brásidas gozó de una enorme fama durante los diez años que estuvo al mando de las tropas espartanas; en Anfípolis, por ejemplo, se le honró como si hubiera sido él el fundador de la colonia. El historiador ateniense Tucídides, el primer enemigo que tuvo que batir en aquella ciudad, lo describe como un hombre “enérgico”, “muy valioso para los lacedemonios en todas las coyunturas”, “justo y moderado”, “recto e inteligente”, “hombre honesto en todos los sentidos”. Fue sin duda, junto con Gilipo, quien destacó en Sicilia, y Lisandro, vencedor de Egospótamos y artífice de la capitulación final de Atenas, uno de los espartanos más determinantes de aquella guerra.

Demóstenes en cambio, siendo figura destacada, no fue un individuo tan brillante. Tuvo éxitos pero también fracasos, aunque estos no eclipsaron la fama que adquirió en Esfacteria. Tanto fue así que seguramente gracias a ella se le escogió para capitanear las tropas de refuerzo que los atenienses enviaron a Sicilia en ayuda de Nicias, único general ateniense que quedaba (Alcibíades se había dado a la fuga y Lámaco había muerto en combate) al mando del enorme ejército enviado por Atenas para conquistar la isla. Pese a sus buenas maneras militares, no pudo evitar el desastre total de la expedición y encontró la muerte a manos de los sículos, al igual que Nicias. Ese fracaso fue un golpe terrible para Atenas, el principio del fin, que sin embargo aún tardaría dos lustros en llegar.

Ambos generales se vieron las caras en Esfacteria. Y es precisamente este suceso, la luz de uno y las sombras del otro, lo que narra la novela de Juan Luis Gomar. En Esfacteria, pequeña isla del sudoeste de la península peloponesia prácticamente enganchada a la costa, frente al territorio de Pilos, patria del homérico rey Néstor, un pequeño contingente de hombres dirigidos por Demóstenes logró hacerse fuerte por un tiempo y resistir a los espartanos. Apenas hacía siete años que había comenzado la guerra del Peloponeso, en la que se enfrentaban Atenas y sus aliados contra la liga lacedemonia comandada por Esparta. Lo que sucedió allí y la repercusión del suceso en toda Grecia lo describió Tucídides apenas unos decenios después, y lo relata ahora Juan Luis Gomar un par de milenios y medio más tarde; el tiempo transcurrido entre uno y otro justifica con creces que los hechos sean de nuevo recordados, revisitados y novelados.

La novela La isla de las sombras es viva, dinámica, trepidante. Incansable como el propio Demóstenes. Se ciñe al terreno duro y agreste de la pequeña Esfacteria como una coraza de linotórax al cuerpo de un hombre. El elemento fuerte de la historia, tal y como la ha relatado Gomar, son los combates entre los dos bandos, las escaramuzas, los enfrentamientos entre los atenienses de Demóstenes y los espartanos de Brásidas, primero, y de Epitadas, después. Y no es fácil construir un relato “a ras de suelo”, por decirlo así, un relato que le crea al lector la sensación de que está allí y tiene que apartar las ramas de la maleza para ver lo que está sucediendo. Es mérito del autor haberlo conseguido, con descripciones detalladas de los hechos y de los movimientos de unos y otros.

Otra virtud del texto de Gomar es la fluidez de las secuencias y de algunos de sus diálogos. Es complicado, cuando se pretende trasladar al presente acciones y conversaciones de individuos que vivieron hace dos mil quinientos años, hacerlo de manera creíble y sin que suene a impostura. Los personajes encajan en patrones bien conocidos y sin embargo sus diálogos no suenan a clichés. Es de destacar el papel que juegan los discursos en la obra. Y seguramente no es por capricho: en la Atenas de los siglos V y IV a.C. la frecuencia con la que la asamblea del pueblo se reunía para debatir las cuestiones políticas que afectaban a la ciudad era casi enfermiza. Los atenienses tenían una bien ganada fama en toda Grecia de discutir, pleitear y debatir a todas horas y acerca de cualquier tema. Por otro lado, la obra de Tucídides acerca de la guerra del Peloponeso recoge numerosos discursos que se pronunciaron a lo largo del conflicto en la colina Pnyx. Por ello no ha de extrañar, sino que es más bien de agradecer por cuanto tiene de fidelidad a la idiosincrasia ateniense, que en La isla de las sombras aparezcan alocuciones de los protagonistas de los hechos narrados: Cleón, bien caracterizado (al “estilo tucidídeo”, podría decirse) como un orador excesivo y de palabras gruesas; Nicias, el prudente y piadoso general que años después caería en Sicilia; Demóstenes, hombre de acción con las ideas muy claras… Vale la pena mencionar también la relación de amistad que en la novela tienen estos dos últimos personajes, Nicias y Demóstenes, amistad con la que se abre la novela y que aflora cada vez que ambos surgen en escena. Porque conviene decir, por otro lado, que la historia que Gomar narra es en realidad un recuerdo: la historia se inicia con Nicias y Demóstenes en Sicilia, y prosigue con el «flashback» del primero sobre lo que sucedió años antes en Esfacteria. Confieso que esperaba que, una vez terminado este extenso  y emocionante «flashback», continuara el desenlace de lo de Sicilia. Imagino que en la segunda parte de la novela lo veremos…

Buen pulso narrativo, en definitiva, en una novela en la que el número de personajes históricos es alto, como no podía ser de otro modo: además de los ya mencionados aparecen en escena el dramaturgo Sófocles en su faceta militar (que la tuvo, y nada despreciable), los reyes espartanos, otros personajes que menciona Tucídides como Epitadas, los éforos (un Augénidas que juega un papel importante)…

Buen debut, por tanto, el de Juan Luis Gomar en el mundo de la narrativa histórica, y excelente tema el escogido. Los aficionados a la narración histórica en general, y a las cosas de griegos en particular, ya tenemos una novela más que añadir en nuestras alforjas.

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