EL LLANTO INCONSOLABLE DE LOS CUERVOS – Juan Luis Gomar Hoyos

Ese hombre representa los ideales de Esparta. Brásidas es Esparta, ¿lo entiendes?”.

Ha pasado un año desde el desastre espartano de Esfacteria: los atenienses tienen presos en su ciudad a 292 espartiatas, y Esparta se devana los sesos para encontrar el modo de recuperarlos. Ha de cambiar su manera de entender la guerra, ha de probar cosas nuevas, porque los intrépidos atenienses les están ganando la partida. Necesitan un revulsivo, algo o alguien que les haga recuperarse anímicamente y recobrar el prestigio de antaño. Ese alguien surgirá de las cenizas de Esfacteria y se llamará Brásidas.

Así, sin rodeos ni medias tintas, un poco como esta reseña, comienza El llanto inconsolable de los cuervos (Ediciones Evohé, 2019). Vuelve la guerra del Peloponeso, vuelve Tucídides a ser novelado por Juan Luis Gomar con una obra que relata los enfrentamientos entre los espartanos y los atenienses, y que en esta ocasión se desarrollan en un lugar bastante alejado del Ática y el Peloponeso: las tierras tracias del nordeste del reino macedonio, la península Calcídica, y en especial la ciudad de Anfípolis. De allí obtienen los atenienses materia prima indispensable para la supervivencia de su ciudad y el mantenimiento de la guerra; la pérdida de su influencia en aquella región supondría un golpe más duro que la habitual invasión espartana de las tierras atenienses del Ática. El valor estratégico de Anfípolis es vital para Atenas, y los espartanos solo necesitan que alguien les haga darse cuenta de ello para tratar de hacerse con la ciudad. Brásidas, el general ya recuperado de su herida en Esfacteria, es quien posee la lucidez e inteligencia necesarias para ello.

Ya desde las primeras páginas el escenario se llena de nuevo de acciones bélicas vibrantes, como llena está la propia obra de Tucídides, de la que bebe ya que no podía ser de otro modo puesto que el ateniense constituye prácticamente la única fuente de conocimiento histórico de los hechos (la aportación de autores posteriores como Diodoro Sículo o Pompeyo Trogo es tan triste como escasa). Mérito de Gomar en esta novela, igual que en la anterior, La isla de las sombras. La batalla de Esfacteria, es utilizar el relato tucidídeo para construir uno propio, que cuenta con todos los ingredientes indispensables en una narración bélica dotada de intriga y ritmo trepidante. Siempre, a cada momento, suceden cosas que inciden en la acción, de modo que el lector, como el enemigo, apenas tiene cuartel.

Elementos tales como espías, un mensaje interceptado (escrito “en caracteres asirios”, según la expresión de Tucídides que el propio Gomar utiliza), traiciones en uno y otro bando, asedios, batallas… Y por encima de todo ello emerge la figura de Brásidas, un hombre incomprendido por los suyos debido a que su carácter y forma de actuar están muy alejados de la mentalidad monolítica y conservadora de Esparta. Alabado por Tucídides, quien fue su rival en el campo de batalla,  el historiador dijo de él que “tampoco estaba falto de talento oratorio, para ser lacedemonio”. Y en efecto, una de sus principales bazas para vencer al enemigo es la oratoria. No pocas plazas fuertes tomó el espartano sin derramar ni una gota de sangre, maravillando así a los propios espartanos y sorprendiendo a los atenienses.

El llanto inconsolable de los cuervos podría entenderse como una continuación de La isla de las sombras, puesto que prosigue el relato de los acontecimientos de la guerra del Peloponeso y vuelven a aparecer los mismos protagonistas. En cierto modo sí es continuación, pero esta nueva entrega puede ser leída con total independencia de su predecesora, cuyo resumen el autor despacha en un breve texto introductorio. Y si bien la acción de aquella se desarrolló “en las trincheras”, en primera línea de batalla, en esta predomina lo que podríamos llamar la “alta política”, la planificación de los movimientos, las maquinaciones de los altos mandos, las estrategias de unos y otros. Fue aquella etapa de la guerra, durante el año 424 a.C., un tiempo en el que los atenienses se mostraban confiados por los éxitos obtenidos el año anterior, pese a haber tenido que lidiar con una terrible epidemia (se trató de una enfermedad indeterminada, tal vez algún tipo de pneumonía o fiebre tifoidea, que tuvo varios brotes muy seguidos y que se llevó por delante un tercio de la población de Atenas, entre ellos a su líder Pericles), y con las invasiones anuales de los campos del Ática por parte del ejército lacedemonio, mientras los atenienses se hacinaban en el interior de las murallas de la ciudad. Pese a todo eso, en el 425 a.C. Atenas había obtenido una sonada victoria en la bahía de Pilos, en la isla de Esfacteria, en el Peloponeso, y había capturado a casi 300 espartanos, que fueron encarcelados y considerados prisioneros de guerra. El golpe, por increíble que parezca, fue más terrible para Esparta que el que supuso la epidemia para Atenas, que acabó con la vida de más de 4.000 hombres en edad militar. De no haber sido por la emergencia del talento del espartano Brásidas, quién sabe si la guerra no habría acabado en aquel momento y con signo distinto.

Esa situación y ese escenario son el punto de partida de El llanto inconsolable de los cuervos, unas aves que siempre fueron de mal agüero para los griegos (el comediógrafo Aristófanes, en sus obras, enviaba “a los cuervos” a todo aquel que le suponía un estorbo o una molestia), pero que en esta novela lloran por los crímenes que tienen lugar a causa de la guerra; tan terribles son estos. Protagonista casi absoluto de la historia es, ya se ha dicho, Brásidas, individuo de muchas luces y pocas sombras, que aparece casi como un héroe griego (de hecho, fue elevado a tal categoría de héroe por los habitantes de Anfípolis) y cuya clarividencia es a duras penas comprendida por sus compatriotas. Le acompaña en todo momento Gilipo, otra de las figuras históricas más destacadas de la guerra del Peloponeso. El momento de gloria de este espartano, hijo bastardo de un desterrado (y, por tanto, miembro de una categoría inferior en el escalafón social), llegaría diez años después en Sicilia; aquí Gomar nos lo presenta como fiel lugarteniente de Brásidas. Y de nuevo pueblan la narración algunos personajes ya heredados de la anterior novela: los atenienses Nicias, Demóstenes y Cleón, aunque en esta ocasión sus papeles son más secundarios. Aparece también un joven ateniense llamado Alcibíades, que por aquella época empezaba a asomarse a la palestra política, y su maestro el filósofo Sócrates, a quien Gomar presenta algo envejecido y que tomó parte en una de las batallas más importantes de la guerra, una guerra sangrienta que se prolongó durante 28 años y que dejó a Grecia exhausta.

Con tales mimbres el autor construye una novela que, aunque evidentemente se basa en el relato de Tucídides, está dotada de entidad y autonomía propias. El ritmo de la acción es frenético, los diálogos ágiles y la trama, por encima del obvio argumento de la guerra peloponesia, emocionante y con suspense. Es de agradecer que el autor huya del adocenamiento general que inunda la novela histórica actual, una tendencia que parece pretender que la novela histórica se convierta en una fuente de conocimiento histórico, sembrando sus páginas, cual libros de texto, con párrafos explicativos más o menos forzados. La prosa de Gomar es ágil y vigorosa, y se intuye más asentada que en su anterior novela. Mención aparte merece la excelente portada de Sandra Delgado, que recoge uno de los símbolos por excelencia de las guerras de los griegos: el trofeo levantado tras una batalla, erigido por el vencedor con armas y despojos del ejército derrotado. Un símbolo efímero que solo los dioses (es decir, el paso del tiempo) y no los hombres se encargarán de echar abajo, y que indica que en aquel lugar hubo una lucha y un vencedor que tomó posesión del campo de batalla.

Se trata, en fin, de una novela con la que se disfruta de principio a fin, que no se anda con rodeos y que va a lo que va, esto es: a presentar el episodio en el que Atenas y Esparta se pelearon por Anfípolis y en el que Brásidas fue figura clave. El autor sigue así la estela abierta por La isla de las sombras; quién sabe si habrá más episodios del conflicto bélico que enfrentó a griegos contra griegos. A la espera estamos.

Juan Luis Gomar Hoyos, El llanto inconsolable de los cuervos. Ediciones Evohé, Madrid, 2019, 376 pp.

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