LA GUERRA NO TIENE ROSTRO DE MUJER – Svetlana Alexiévich

Reseñar la obra de una Premio Nobel me parece una osadía. ¿Qué se puede decir del trabajo de una mujer que ha sido galardonada con el máximo reconocimiento? Confieso que me acerco a su obra con recelo. Desde siempre, como historiadora, me ha interesado la vida corriente de la gente, el día a día de los protagonistas de los libros, por encima de la lista de batallas, expediciones y enfrentamientos varios. Y en especial, la cotidianeidad de las mujeres a las que en determinados momentos he buscado en las crónicas, en los legajos, en los partes de guerra, entre los ganadores o entre los vencidos, con gran esfuerzo por encontrar sus testimonios. Reivindico la visibilidad del mundo femenino a lo largo de los siglos, con toda la naturalidad de la que soy capaz, sin alharacas. Y con esta predisposición, presento un libro cuyo título me desconcierta y que, en principio, parece ir en contra de lo que he defendido con vehemencia tantas veces: La guerra no tiene rostro de mujer. ¿Quiere decir que Svetlana Alexiévich sostiene que las mujeres no participaban en las guerras? ¡Ni mucho menos!

La voz de la autora en este ensayo es la voz de los grandes maestros, de esos que deslumbran con un intelecto fino y dúctil, capaz de crear por sí misma un género literario: la novela de voces. Y esto se hace patente nada más empezar el ensayo. En realidad son las voces de las mujeres, las que narran su historia, no la voz de la periodista. Este periodismo de collage, tan necesario para empatizar con el dolor y las consecuencias terribles que provoca en las víctimas, nace con una marcada intención. Los relatos en primera persona, que la autora ha ido recopilando a lo largo de años y de largas jornadas de trabajo, se muestran con el propósito de remover conciencias.

Svetlana Alexiévich, firme defensora del régimen soviético, evoluciona al conocer la declaración de los protagonistas. A lo largo de su obra podemos apreciar un antes y un después. Una transformación que se materializa en la crudeza que encuentra en la narración de sus experiencias. De defender el régimen comunista pasa a ser convertirse en opositora.

En esta ocasión en, La guerra no tiene nombre de mujer, la escritora bielorrusa cede protagonismo a las mujeres que participaron en el ejército soviético contra los alemanes en la II Guerra Mundial. Y digo “participaron” porque no todas se alistaron. Junto a francotiradoras, zapadoras y soldados, encontramos mecánicas, sanitarias o panaderas. A los lectores habituales, interesados en la evolución de los ejércitos modernos y contemporáneos, no les será extraño la afirmación: “El ejército iba por delante seguido del “segundo frente: lavanderas, cocineras, mecánicas de coches, carteras.” “No éramos héroes. Estábamos entre bastidores.” La diferencia que muestran estos desgarradores testimonios radica precisamente en su condición de mujer. Aun en situación de guerra, al género femenino le resulta imposible desprenderse de sus circunstancias: “Ellas lo contaban como soldados. También como mujeres. Muchas de ellas como madres”, apunta Alexiévich.

La crudeza de los testimonios de las víctimas y de los verdugos, según he apuntado antes, transformó a la Premio Nobel en una de las mayores críticas del gobierno ruso de Vladimir Putin y de la élite política rusa. Con la consiguiente censura y la persecución personal y de su obra a la que se ve sometida por esta causa.

Los testimonios saltan al papel tal cual lo sintieron los protagonistas, en primera persona y con sus propias palabras. Esta singular manera de crear consigue que los entrevistados pasen a un primer plano. Es como si la autora quisiera desaparecer dirigiendo el foco hacia ellas.

Advierto que este es un libro que ha de leerse despacio, porque es tanto el dolor que encierra, tantas las reflexiones que provoca, que resulta complicado terminar un capítulo sin que el corazón se encoja, de pena y de rabia. La dimensión humana traspasa el estilo de la autora con un retrato tremendamente crítico de las secuelas que la antigua Unión Soviética y, en este caso, la II GM ha dejado en sus habitantes. Recomiendo su lectura para completar la historia, para apreciarla en toda su crudeza, por todos y cada uno de sus protagonistas: hombres y mujeres.

Quisiera aclarar que las atrocidades de la guerra no distinguen género. El rechazo, los obstáculos y las incomodidades que detallan los testimonios no difieren de los que he leído infinidad de veces, con distintas voces y en las más variadas contiendas, por parte de soldados, hombres, que participaban en ellas. Pero sí encuentro un sufrimiento añadido a la condición de mujer que resalto con estos dos ejemplos:

En la voz de un soldado:

“- Un día me presentaron a varias mujeres. Ellas querían estar en primera línea.

– ¿Y por qué las rechazó?

– Por una serie de razones. Primero: ya disponía de suficientes sargentos para llevar a cabo las mismas tareas para las que habían enviado a esas chicas. Segundo: no era necesario meter a las mujeres en primera línea, en el mismísimo infierno. Con nosotros, los hombres, bastaba. Y también sabía que tendría que construirles una caseta individual, acompañar su actividad con un montón de cosas de chicas… Demasiada faena”

O en relación con el amor: también una voz masculina.

“Cuando la guerra acabó, ellas quedaron muy mal paradas. Mi mujer, por ejemplo… ella es muy inteligente, pero mira con malos ojos a las chicas que lucharon en el frente. Considera que solo fueron a la guerra para buscarse novio, que se enredaban con cualquiera. En su mayoría, (¿puedo hablarle con sinceridad?), eran buenas chicas. Puras. Aunque después de acabada la guerra…Después de tanta suciedad, tantos parásitos, después de tantas muertes… Apetecía algo bonito. Colorido. Mujeres guapas…”

La guerra se muestra de forma descarnada en este ensayo en el que la cercanía de los testimonios supera el poder de la palabra y toca directamente el corazón.

“Incluso el tamaño de las condecoraciones que utilizaban para premiar la valentía y el   trabajo femenino era menor”

 

Svetlana Alexiévich, La guerra no tiene rostro de mujer. Ediciones DEBATE, 2015, 368 pp.

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