LAS GUERRAS MÉDICAS – Javier Jara Herrero

Para evitar que con el tiempo caiga en el olvido lo ocurrido entre los hombres y así las hazañas, grandes y admirables, realizadas en parte por los griegos y en parte por los bárbaros, se queden sin su fama, pero ante todo para que se conozcan las causas que les indujeron a hacerse la guerra”.

Existe abundante literatura acerca de las guerras que enfrentaron a griegos y persas hace dos mil quinientos años, El pistoletazo de salida se dio bien pronto, apenas unas décadas después de finalizado el conflicto: un griego de Halicarnaso llamado Heródoto decidió sacar punta al cálamo y plasmar lo sucedido sobre un rollo de pergamino. Fue la primera vez (con permiso de Dionisio y Hecateo de Mileto, Janto de Sardes y tal vez algún otro) que alguien se dedicaba a relatar sucesos del pasado en los que los protagonistas no fueran los dioses sino los hombres. Durante el proceso hubo de caminar y navegar mucho, viajar por todos los rincones de la tierra entonces conocida y “entrevistar” a multitud de personas. Cuando acabó su obra siguió recorriendo el mundo griego, ya con el objetivo de dar a conocer el resultado de sus investigaciones; buscó grandes auditorios, como las ágoras de las ciudades o las multitudinarias competiciones atléticas de Olimpia, donde miles de griegos se congregaban durante varios días, y allí “publicó” su trabajo (pues eso es lo que significaba “publicar”: leer en voz alta ante un público oyente). De ese modo adquirió fama, tanto para sí mismo como para los hechos que narró. La cita de Heródoto que abre esta reseña abre también su Historia; se trata de una declaración de intenciones: para eso es para lo que invirtió tiempo y esfuerzo. Y es un objetivo legítimo aún hoy en día, y lo será siempre: para eso, exactamente, se siguen escribiendo libros sobre las guerras contra el Medo.

Entonces, ¿es por eso por lo que aparecen de vez en cuando libros dedicados a esas primeras décadas del siglo V a.C.? ¿Para dar notoriedad a los hechos de aquel tiempo, para rescatarlos del olvido? ¿Acaso no bastaría con leer a Heródoto una y mil veces? Si le concedemos valor a su investigación (y desde el punto de vista contemporáneo, sería absurdo no hacerlo), seguramente sí; pero lo cierto es que no siempre ha brillado la luz sobre el autor de Halicarnaso. Los autores antiguos no le tuvieron al principio en tanta estima como en la actualidad. Tucídides, el otro gran historiador de la Antigüedad griega, en su Historia de la guerra del Peloponeso dedicó, sin mencionarle expresamente, críticas veladas a la utilidad y metodología de los escritos del halicarnasio: “Mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre más que como una pieza de concurso para escuchar un momento”, “¡tan poco importa a la mayoría la búsqueda de la verdad y cuánto más se inclinan por lo primero que encuentran!”. El polímata Aristóteles, en su tratado sobre la Reproducción de los animales, lo llamó fabulador, contador de mitos (mythológos). El mismo Aristóteles distinguía en su Poética la tarea de un historiador de la de un poeta en que el primero dice “lo sucedido” y el segundo “lo que podría suceder”; y luego añadía: “por esta razón la poesía es más filosófica y más seria que la historia”. El polígrafo Plutarco le dedicó todo un tratado cuyo título, Sobre la malevolencia de Heródoto, habla por sí solo. No fue hasta Cicerón, quien en sus Leyes le bautizó como “padre de la Historia”, que su obra y memoria comenzaron a contemplarse con mejores ojos. En la actualidad podemos encontrar palabras elogiosas a la labor de Heródoto en la mayoría de helenistas que le han querido dedicar unas líneas: Finley, Momigliano, Canfora, Burckhardt, Lesky, Bowra, Nestle… Vale la pena citar un libro reciente y nada académico, En tierra de Dioniso de María Belmonte (Acantilado, 2021), donde la autora cuenta que Heródoto es uno de esos personajes de la Antigüedad que le habría gustado conocer, por su entusiasmo, por su ausencia de prejuicios, porque le gustaba la gente, porque no juzgaba ni condenaba, porque lo contemplaba todo con el mismo interés. Casi cien años antes, Edith Hamilton en El camino de los griegos (publicado por Turner en 2002), obra que cita la propia Belmonte, dijo que la palabra más repetida en los textos de Heródoto es “maravilla”. Y sucede que, en opinión del lector moderno, leer esas maravillas que cuenta Heródoto de su mundo es, en sí mismo, una actividad maravillosa, porque el de Halicarnaso es un narrador extraordinario.

Estando así las cosas, ponerse a hacer un relato sobre qué sucedió en “Las Médicas” (Tà Mēdiká, como las llama Tucídides) supone contar con Heródoto de modo obligado: con lo bueno de sus escritos, y también con lo malo. Y es que sus palabras son prácticamente la única fuente antigua de que disponemos para conocer aquellos hechos, de modo que no queda sino apoyarse en él y caminar de su mano. Eso hace Javier Jara Herrero en Las Guerras Médicas, obra publicada recientemente por La Esfera de los Libros: a la fuerza ha de meter en sus alforjas los nueve libros del logógrafo griego. No hay más remedio, no existen apenas otros textos a los que acudir. Aunque alguno sí hay: Diodoro de Sicilia dedica algunas páginas a las guerras entre griegos y persas en los libros IX y X (no conservados íntegros) de su Biblioteca Histórica; también Plutarco, en sus biografías de Temístocles y Arístides (célebres atenienses que jugaron un papel destacado en la contienda, sobre todo el primero), suministra información del conflicto. Otros hay que también aportan datos puntuales, como el viajero Pausanias en su Descripción de Grecia. Los autores citados tienen en común que escribieron sus obras en la distancia: quinientos o seiscientos años después de los hechos narrados. Para hacernos una idea, quinientos años son los que nos separan a nosotros del descubrimiento de América. Javier Jara maneja con soltura estas y otras fuentes (algunas no demasiado habituales para ese tema, como el filósofo Platón), pero es obvio e inevitable que las referencias a Heródoto inunden sus capítulos y acaparen sus notas, las cuales se suceden una tras otra remitiendo al texto del griego.

Aunque el libro de Jara Herrero no está formalmente estructurado de esta manera, su contenido se puede dividir en dos partes. En la primera, el texto brilla por su vocación de manual sobre el conflicto que enfrentó, a principios del s. V a.C., al Imperio Persa con el conglomerado de ciudades que tenían en común to hellenikon, es decir, unas mismas creencias, ritos, lengua y costumbres, y que se ha venido a conocer como la civilización griega. Jara Herrero demuestra sus tablas como historiador y expone con buen pulso, y detalle cuando es preciso, los antecedentes de la guerra y la guerra en sí misma. En esto también sigue el patrón dibujado por Heródoto. Dedica el capítulo inicial a la génesis del imperio persa, remontándose al siglo IX a.C. y finalizando con la llegada al trono de Darío, a finales del VI a.C. A este le sigue un breve recorrido por la historia de las dos ciudades que lideraron la respuesta griega a la invasión persa: Atenas (con el tradicional relato del advenimiento de la democracia) y Esparta (y la también habitual descripción de su particularísima sociedad militarizada). A partir de aquí, Jara Herrero se zambulle al fin en el tema que apunta el título del libro, la guerra entre griegos y persas: el detonante de la sublevación jonia y los sucesivos enfrentamientos que se dieron entre unos y otros a lo largo de una década y media (del 494 al 479 a.C.). Es ahí donde las referencias a la Historia de Heródoto se vuelven casi omnipresentes, aderezadas con el contraste que de tanto en tanto supone la información aportada por los otros autores como citados anteriormente. Se trata de un relato más que suficiente, y por momentos exhaustivo, de una contienda en la que no pueden por menos que brillar nombres propios como Aristágoras, Darío, Milcíades, Mardonio, Temístocles, Jerjes, Leónidas o Pausanias, ni batallas renombradas (unas más que otras, ciertamente) como Lade, Maratón, Termópilas, Salamina y Platea. Es también un período histórico que algunos suelen interpretar como la primera victoria ganada por la civilización occidental al enemigo del este, con todo lo que esa idea conlleva. Es de agradecer que Jara Herrero no abunde en este cliché y evite unirse a los que abogan por entender la victoria griega como la “salvación de la civilización occidental”. También hay cabida en el libro para tratar, de modo algo somero, la llamada “tercera guerra médica”, que incluye los enfrentamientos posteriores a Platea entre griegos y persas (las acciones de Cimón en el Egeo, el sitio de Eyón o la batalla de Eurimedonte).

Hasta aquí el libro es poco novedoso en cuanto al asunto a tratar, y no ha contado nada que no podamos hallar en infinidad de manuales y monografías. Por citar algún autor en castellano o traducido: la democracia ateniense ha sido tratada con solvencia por Rodríguez Adrados, Claude Mossé, Domingo Plácido, Luciano Canfora, Laura Sancho (con un libro de reciente publicación por Ático de los Libros, El nacimiento de la democracia); Esparta cuenta con especialistas como César Fornis (auténtica autoridad sobre Esparta, y referencia recurrente de Jara Herrero en su libro), Paul Cartledge, Pavel Oliva, Nicholas Richer; sobre la batalla de Maratón existe la monografía Maratón a cargo de Richard Billows; la de Salamina cuenta con La batalla de Salamina de Barry Strauss; la de las Termópilas es abordada por Paul Cartledge en Termópilas… La mayoría de estos autores aparecen en la bibliografía citada en el libro de Jara Herrero.

En la segunda parte del libro, el autor focaliza su atención en una serie de aspectos más concretos y transversales de la contienda. Aunque nada nuevo hay bajo el sol y también lo que se explica en estas páginas puede investigarse en otros libros, es muy posible que el lector avezado en el tema de las guerras greco-persas encuentre estas páginas más interesantes que las anteriores. Así, se hace un seguimiento de las figuras de Temístocles y del espartano Pausanias hasta la muerte de ambos; se pormenoriza en aspectos propiamente militares de los dos bloques contendientes (tácticas, equipamiento); o se analiza el tratamiento de las guerras médicas en sectores de la cultura popular contemporánea como el cine o los videojuegos. Sin embargo, quizá el aspecto más destacado del libro de Jara Herrero sea cuando aborda el papel del oráculo de Delfos en el enfrentamiento entre griegos y persas. Según reza la solapa interior del libro, el autor es doctorando de una tesis sobre las relaciones entre la Esparta clásica y el oráculo de Delfos, y ello sin duda ha influido en la presencia de este capítulo en su obra; ojalá le hubiera dedicado más páginas, pues el tema es sumamente interesante. Los atraídos por él tienen como complemento a la lectura de este capítulo, y de la tesis de Jara Herrero si algún día llega a publicarse (un servidor la leería con interés), en la monografía de Carmen Sánchez Mañas publicada por la Universidad de Zaragoza hace tres o cuatro años Los oráculos en Heródoto. Tipología, estructura y función narrativa (de hecho, se trata de la tesis doctoral de la autora).

El tono de la obra es cercano al académico, pero ameno y cómodo de leer. Alta divulgación, como se suele decir, pues no generaliza ni banaliza, no cae en vaguedades ni tópicos, y por el contrario a menudo afina hasta la erudición. La edición adolece de un mal habitual: la escasez de mapas. En las ilustraciones centrales se incluyen dos esquemáticos: uno de las satrapías del imperio persa y otro, minúsculo, sobre los bandos y los movimientos de los ejércitos en aquellos años. Por ello se echan de menos mapas parciales más detallados y diagramas de batallas (archiconocidos la mayoría, pero en un libro sobre las guerras médicas han de estar, de modo casi obligatorio), como los hay, puestos a citar, en los excelentes monográficos de la editorial Osprey traducidos y publicados en nuestro país.

Se trata, como se dijo al principio, de un libro con vocación de manual, y si bien es cierto que existen en castellano numerosas publicaciones que tratan las guerras médicas de manera parcial (los ya mencionados, por ejemplo), que yo recuerde no hay, en el terreno de la divulgación con calidad y en nuestro idioma, ninguno que aborde el conflicto al completo y en exclusiva. Cabría mencionar como excepción el libro de Tom Holland publicado hace ya unos años, el excelente Fuego Persa. Las Guerras Médicas de Jara Herrero viene a ocupar un lugar en la senda de este último, con un tono ciertamente más académico. Aun sin descubrir apenas nada nuevo, se trata de un buen libro que interesará sobre todo a los neófitos del conflicto greco-persa, pero también a los que, conociéndolo, deseen disponer de un relato unificado del mismo. La contraportada dice que la obra se convertirá en un referente historiográfico; es una aspiración muy elevada, aunque quién sabe. El tiempo lo dirá.

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