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Arte de género

Al principio estuvo Artemisia

Una de las múltiples obras que la pintora romana dedicó a Cleopatra.

Artemisia Gentileschi, primogénita del maestro toscano de la pintura barroca Orazio Gentileschi, nació en Roma el 8 de julio de 1593. Tiempo de contrarreforma y de peste, de mecenas cultivados, de venenos papales y de dagas. Difícil ser pintora en una época como aquella. Pero Artemisia era una romana libre. Pasó una infancia feliz, siempre en los aledaños de la plaza de Spagna, hasta que en 1605, su madre, Prudenzia Montoni, murió en su séptimo parto a los 30 años. Artemisia tenía 12. En vez de ser virgen, esposa, religiosa o prostituta (los cuatro roles atribuidos a las mujeres de entonces), decidió ser artista. Como su padre. Como aquel genio salvaje llamado Caravaggio, cuya pintura, según dicen sus biógrafos, le volvía loca.

La espléndida exposición Artemisia, poder, gloria y pasiones de una mujer pintora, que se puede ver en el Museo Maillol de París hasta el 15 de julio y reúne 42 obras de Artemisia y una veintena de sus coetáneos más cercanos, explica que su fama personal, igual que pasó con Caravaggio, contribuyó a ocultar su arte a las generaciones posteriores. Todavía hoy, muchos de sus cuadros pertenecen a colecciones privadas. Pero, después de ser casi transparente durante 400 años, Artemisia brilla ahora con la luz de los grandes.

Más de cuatro siglos han pasado desde el año de la muerte de Caravaggio (1610), cuando Artemisia, que entonces contaba 17 años, firmó su primer cuadro. Se titula Susana y los viejos, y su mirada delicada, colorista y rebelde a la vez, asoma ya en esa escena viva, inmensa, en la que dos ancianos de mirada torva intentan seducir a una muchacha. Meses después, Artemisia fue violada por Agostino Tassi, un pintor que ayudaba a Orazio a decorar la casa del cardenal Scipione Borghese. Tassi se comprometió a casarse con la joven y a vivir con ella nueve meses. Pero Orazio le denunció ante el papa Pablo V. Toda Roma se enteró de la deshonra, pero a Artemisa no le importó. Se sometió a un proceso público que duró varios meses.

Tras ser condenado a cinco años de exilio y galeras pontificias su agresor —penas que nunca cumplió—, Artemisia se casa con el florentino Pierantonio Stiattesi, hijo de un zapatero, y se marcha a Florencia. En la corte del gran duque de Toscana, Cosme de Médicis, vivía Galileo Galilei: bajo su influjo y amistad, la pintora se inscribe en la legendaria Academia del Dibujo. Tiene 23 años, y es la primera mujer de la historia que entra en ese Olimpo. En 1617, Artemisia es madre de tres hijos, pinta asiduamente para los Médicis y tiene un amante noble e intelectual, Francesco Maria Maringhi. Pero el marido se endeuda hasta las cejas y la pareja huye a Prato.

Desde allí, vuelta a Roma, donde Artemisia vive entre 1620 y 1626 en una casa cercana a la plaza del Popolo que un visitante describe como “digna de un gentilhombre”. Dos de sus tres hijos han muerto, y en 1622 el marido es acusado de haber herido en la cara a un español que cantaba una serenata bajo el balcón de la artista. Pronto se separarán. Ella se irá a Venecia y vivirá tres años de éxito entre los canales libertinos, antes de marcharse a Nápoles para ponerse al servicio de otro admirador de su pintura, el virrey español Fernando Enríquez Afán de Ribera, duque de Alcalá.

En el centro de Nápoles abre un taller en el que trabajan una docena de ayudantes y aprendices. Se hace amiga de Onofrio Palumbo, gran artista partenopeo, y durante 20 años forma a los mejores pintores del futuro, Cavallino, Spardaro, Guarino… Su fama cruzó fronteras, y el rey Carlos I de Inglaterra ordenó contratarla. Pasó dos años en Londres, donde su padre era considerado el mayor maestro de su tiempo, hasta su muerte en 1639. Las crónicas dicen que el funeral de Orazio en Londres estuvo a la altura de los de Rafael y Miguel Ángel.

Mientras sus coetáneos pintaban iglesias y capillas, Artemisia trabajó sobre todo para coleccionistas privados: el duque de Módena, los Médicis, los D’Este y el conde de Amberes, banqueros, nobles y príncipes europeos. Sus numerosas cartas y facturas atestiguan que fue una de las firmas más cotizadas de su tiempo. Los aristócratas se rifaban sus cuadros, casi todos de figuras femeninas, muchas veces desnudas y siempre llenas de fuerza. Algunas son de un erotismo dulcísimo. Otras son intensas, impetuosas y dramáticas. No hay una sola escena casera. Hay músicas, pensadoras, y muchos homenajes a mujeres bravas: Cleopatra, Diana, la Galatea, María Magdalena, Judith, Dalila, Betsabé…

En 1649 andaba terminando su maravilloso autorretrato: parece una mujer de ahora mismo, con los labios pintados y el pelo corto. Según su biógrafa Alexandra Lapierre, “Artemisia rompió todas las leyes sociales y solo perteneció a su tiempo. A la conquista de su gloria y su libertad, con su talento y su fuerza creadora se convirtió en una de las pintoras más celebres de su época y en una de las más grandes artistas de todos los tiempos”.

Miguel Mora: Al principio estuvo Artemisia, EL PAÍS, 20 de marzo de 2012

Sofonisba Anguissola es la única mujer cuya obra se expone en el Prado

Borrada durante cuatro siglos, fue admirada por Van Dyck o Miguel Ángel | Sus obras fueron adjudicadas a Zurbarán, Moro, Tiziano o El Greco

Autorretrato Obra de 1556, actualmente propiedad del Museo Lancut, de Polonia. En él, la artista se muestra a sí misma pintando en un acto de autoafirmación.Sabía que de los 1.100 cuadros que cuelgan en las galerías del Museo del Prado, sólo tres han sido realizados por una mujer, y que las tres son obra de la misma artista, la italiana Sofonisba Anguissola? El dato, desde luego, es sorprendente, pero aún lo es más que hasta hace poco no hubiera ni una sola a la vista del público (entre los más de 8.000 cuadros que componen los fondos de la pinacoteca, hay 45 pintados por una veintena de mujeres) y, sobre todo, que nadie pareciera reparar en ello. «Las mujeres en la cultura estamos doblemente invisibilizadas: somos invisibles, pero además, el hecho de que seamos invisibles resulta invisible a su vez. Está tan naturalizada la exclusión de las mujeres, que nadie parece reparar en ella, ni siquiera las interesadas», asiente la escritora Laura Freixas, presidenta de la asociación Clásicas y Modernas, creada para la igualdad de género en el ámbito de la cultura.

«Ciertamente, las colecciones del Prado no contienen un gran número de obras realizadas por mujeres», conviene Gabriele Finaldi, director adjunto de Conservación e Investigación del museo, para quien «este hecho tiene una explicación fundamentalmente histórica, y no sorprende descubrir que la mayoría de estas artistas sean del siglo XIX, un periodo en que hay muchas más mujeres que se dedican profesionalmente a la pintura«. Finaldi añade que casi la mitad de las 45 obras están depositadas por el Prado en museos y edificios públicos en Madrid y otras ciudades españolas y que, de las que están físicamente en el Museo del Prado, algunas se exponen de manera fija, y otras ocasionalmente. «Actualmente, y hay que tener en cuenta que estamos en fase de reordenación de los fondos y con varias salas todavía cerradas, está representada de forma estable Sofonisba Anguissola, pintora en la corte de Felipe II». ¿Los criterios para la exposición de obras de la colección en las salas? «La calidad estética y la importancia histórica», responde Finaldi.

Respecto a lo primero, Marian López F. Cao, directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid, institución que impulsa en museos públicos, entre ellos el Prado, itinerarios concebidos desde una perspectiva de género, matiza: la calidad es un concepto que debe ser objeto de renegociación, de revisión, porque no deja de ser un invento de un grupo hegemónico, que es el que dedice quién entra o se queda fuera del museo. Es como cuando en la Universidad se habla de rigor científico, un término ambiguo que sirve para incluir y excluir a antojo». Cuestión de prejuicios o no, lo cierto es que cientos de artistas mujeres, desde el siglo XV hasta la primera mitad del siglo XX, han quedado extraviadas en un agujero negro de la historia, las más de las veces a causa de atribuciones erróneas. Era el caso, hasta no hace tanto, de Sofonisba Anguissola (Cremona, 1532-Nápoles, 1625).

Porque ¿quién es la pintora del Prado? ¿la elegida para estar a la vista de los visitantes? ¿Por qué se la borró durante cuatro siglos? Aristócrata de exquisita inteligencia y creatividad, aclamada en su tiempo por Vasari, Miguel Ángel y Van Dyck (sus retratos fueron emulados por Caravaggio y Rubens), la muerte la condenó al olvido y sus obras fueron adjudicadas a Zurbarán, Antonio Moro, Tiziano, Sánchez Coello, Bronzino, Moroni, El Greco o Van Dyck, que la pintó ya anciana (¡vivió 93 años!) e incorporó uno de sus lienzos a su colección particular. Aun hoy continúa siendo objeto de debate la autoría de La dama del armiño (también llamada Infanta Catalina Micaela), pintura que la Pollock House de Glasgow donde cuelga sigue adjudicando a El Greco, aunque a partir de los estudios de Carmen Bernis (primero) y María Kusche (más tarde), cada vez son más los que afirman que su autora es Sofonisba Anguissola. Curioso, porque resulta que para algunos críticos estaríamos ante el mejor Greco, y el propio Cézanne creyó ver en La dama del armiño (en realidad vestía piel de lince) al «creador del arte moderno».

De familia aristocrática –cuatro de sus hermanas también fueron pintoras, una de ellas, Lucía, tiene obra en el Prado– se formó al lado de Bernardino Campi, Bernardino Gatti e incluso Miguel Ángel. Llegó a la corte de Felipe II en 1559, como dama de la reina Isabel de Valois, y por su papel en la casa de la reina no firmó los lienzos que pintó para la corte. Autora de espléndidos retratos (La niña y el enano, de la colección del marqués de Griñón; El juego de ajedrez…), destacan sobre todo sus autorretratos, en los que, como escribe Rocío de la Villa en el catálogo de Heroínas, la exposición que meses atrás pudo verse en el Museo Thyssen, «impresiona su mirada directa y sin pudor a quien la contempla: se afirma como sujeto y como igual». De vida igualmente azarosa –su primer marido murió a manos de los piratas y se casó por segunda vez a los cincuenta años con un hombre a quien le doblaba la edad, capitán de barco a quien conoció en pleno viaje…– su figura ha inspirado libros como La virgen y el violín (Siruela), de Carmen Boullosa, y Ángeles Caso le dedicó un capítulo en su libro Las olvidadas (Planeta).

Junto a Cristina Iglesias, autora de las puertas que dan acceso al edificio del claustro de los Jerónimos, le hacen compañía desde las reservas (de momento) Julia Alcayde y Montoya, Lucía Anguisciola, Sofonisba Benoit, Marguerite-Marie Bonheur, Rosa Brockman, Elena Brunet, Antoinette Cabezudo y Margarita Carpentier, entre otras.

Teresa Sesé, Barcelona: Sofonisba Anguissola es la única mujer cuya obra se expone en el Prado, La Vanguardia, 25 de julio de 2011

«Heroínas» en el Thyssen, la muestra «irreverente» que quiere romper los estereotipos del espectador

Ampliar fotoEl cuadro 'Habitación de hotel' (1931), de Edward Hooper, al fondo, y 'Camilla (III) (1999), de Sarah Jones, a la derecha, la réplica a los varones.Pinturas de los siglos XVI o XVII que conviven en una misma sala con vídeo-instalaciones; cuadros de Goya, Degas o Delacroix que comparten espacio con fotografías o carteles de PVC… Una exposición formalmente «un poco irreverente y provocativa» y que, en su contenido, persigue «sacudir» los prejuicios del espectador y «distanciarle de los estereotipos» sobre cómo debe ser una mujer.
Así ha definido el director artístico del Museo Thyssen-Bornemisza, Guillermo Solana, en su presentación la exposición de la que es comisario, «Heroínas», que muestra a la mujer activa, fuerte e independiente en el arte y que podrá verse del 8 de marzo al 5 de junio en el museo y en la Fundación Caja Madrid. Según Solana, acompañado del presidente de la Fundación Caja Madrid y de la baronesa Thyssen, esta nueva exhibición temporal rompe con la «reticencia» de los museos históricos de dar enfoques feministas a las exposiciones que, en su opinión, por lo general se han limitado a mostrar a la mujer en el arte en forma de antologías de retratos de artistas del pasado. «‘Heroínas’ no es una compilación de imágenes de mujeres sin columna vertebral», afirma el comisario, que añade que un 90% de las imágenes de mujeres en el arte occidental se corresponden con el estereotipo de la maternidad o del objeto erótico.

La exposición del Thyssen huye de los estereotipos y de la «visión de la mujer como ser disponible y a merced del varón» para buscar los «contratipos» de mujeres activas, protagonistas, independientes y fuertes, ha dicho Solana. Pese a ello, explica, la ’Cariátide (Ánfora de terracota)’ (2003), de Janine Antoni, en la muestra ’Heroínas’ del Thyssen.L.G.T.mayoría de las obras que se exhiben se corresponden a «grandes varones muertos» (Goya, Munch, Pisarro, Rubens, Rembrant…), aunque sin que sea contradictorio porque hay también representadas un número muy importante de mujeres artistas contemporáneas (Nancy Spero, Sarah Jones, Marina Abramovic, Mona Hatoum…) que «dan la réplica» a los estereotipos del pasado. Porque, aunque esos artistas varones proponían valores positivos en sus mujeres, las heroínas de la tradición patriarcal «son equívocas y tienen una doble cara», según Solana, que ha puesto el ejemplo de las pinturas de mujeres campesinas, mujer autónoma por un lado pero «exaltación de la bestia de carga», por otro. La muestra se estructura de forma temática -recordando a la exposición «Lágrimas de Eros» de final de 2009 en el Thyssen-, sin seguir un orden cronológico, y mezclando en una misma sala obras antiguas y contemporáneas, pinturas y esculturas con vídeos y fotografías, un formato «arriesgado» y que ha puesto en «muchos aprietos técnicos», pero que ha merecido la pena para Solana.

Las 120 obras se agrupan en secciones dedicadas a la soledad, las campesinas-cariátides, las ménades y bacantes, las cazadoras y atletas y las vírgenes acorazadas y las amazonas contemporáneas. Frente al poder físico de las heroínas que domina la primera parte de la muestra, en la Fundación Caja Madrid se exploran los poderes espirituales de magas, mártires y místicas estigmatizadas con frecuencia como brujas, locas o histéricas. Impresiona el monumental lienzo que ocupa la parte central de la Casa de las Alhajas de 5 metros por 3,70 de La entrada de Juana de Arco en Orleans (c.1887), de Jean-Jacques Scherrer y cedido por el Musée des Beaux-Arts de Orléans, que ha viajado a Madrid enrollado y que ha tenido que ser instalado y restaurado en tiempo récord. Otra sección está dedicada a las mujeres lectoras -la lectora somatiza lo que lee- y el último apartado se destina al desarrollo del autorretrato de las pintoras, desde Sofonisba Anguissola hasta Frida Khalo.

Por su parte, el director de la Fundación Caja Madrid, Rafael Spottorno, también ha alabado la «extraordinaria originalidad» de la exposición y ha señalado que refleja a aquellas mujeres que pueden ser fuentes de «empoderamiento» para la mujer. «Heroínas» es la decimosexta exposición conjunta que realizan el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid en los ochos años de colaboración entre ambas instituciones, que se han saldado con más de tres millones de visitantes, ha recordado Spottorno.

Marina Abramovic. ’Virgin Warrior 1. Pietà (with Jan Fabre)’, 2005. Cortesía y Colección Arsfutura-Serge Le Borgne, París (Francia)
Jules Breton. ’Espigadoras al atardecer’, 1863. Óleo sobre lienzo. Colección Pérez Simón, México.
Gerhard Richter. ’Leyendo’ (1994). San Francisco Museum of Modern Art.
Julia Fullerton-Batten. ’Fern’ (2008). Cortesía de la artista y Cámara Oscura Galería de Arte, Madrid
Dante Gabriel Rossetti. ’Juana de Arco’, 1882. Préstamo del Syndics of the Fitzwilliam Museum, Cambridge.
Marina Abramovic. ’El héroe II’ (2008). Cortesía y Colección Arsfutura-Serge Le Borgne, París (Francia).
The National Gallery, LondresEdgar Degas. ’Jóvenes espartanas desafiando a sus compañeros’ (c. 1860).  The National Gallery, Londres
Frida Kahlo. ’Autorretrato con collar de espinas y colibrí’ (1940). Harry Ransom Center, The University of Texas at Austin (Nickolas Muray Collection) / VEGAP 2011, Madrid.
Anni Leppälä. ’Leyendo’ (2010). C-print sobre aluminio. Anni Leppälä, en posesión de la artista
Gaston Lachaise. ’Heroína’ (1932). Bronce. The Lachaise Foundation, Boston, MA

La mayor exposición de Frida en Europa

El arte de la primera mitad del siglo xx tiene un icono en Frida Kahlo. Así se la considera en la exposición que el viernes abrirá sus puertas en el Martin-Gropius-Bau de Berlín y que luego se mostrará en el Kunstforum de Viena. Con 150 obras entre pinturas y dibujos, supondrá la mayor retrospectiva de la mexicana jamás organizada en Europa y contará con piezas que se creyeron perdidas y que nunca antes se habían mostrado al público. Desde la nueva objetividad hasta el realismo, pasando por el estridentismo mexicano y el surrealismo, siempre con el México antiguo como inspiración, las creaciones de la esposa de Diego Rivera reflejan aspectos sociales y políticos, pero, sobre todo, personales. En 1925, un accidente de autobús la obligó a pasar varios meses acostada. Por eso empezó pintando desde la cama –en sus propios corsés y en pequeños lienzos– lo que mejor conocía, ella misma. Los dolores ya nunca abandonaron a Frida y, así, tampoco a su obra.

‘Diego en mi pensamiento’ (1943).

Frida, de pequeña (1911).

Autorretrato dibujado (1937).

Mi enfermera y yo (1937).

Frida Kahlo con un cuenco Tehuantepec en la cabeza (1932).


R.G.O.: La mayor exposición de Frida en Europa, 20 Minutos, 29 de abril de 2010

Los ‘Cuadros vivientes’ de Alexa Meade

¿Qué es real y qué es ficticio? La artista norteamericana Alexa Meade juega al despiste con el espectador en cada uno de sus trabajos de la serie ‘Living Paintings’, en la que replantea su arte no como una representación, sino como una integración de la realidad en la obra. ¿Qué elementos respiran y tienen vida y cuáles son simples brochazos de color? Sus «experimentos», como ella misma los califica, tienen difícil etiquetado, pues se encuentran a caballo entre la instalación, el ‘body painting’ y la pintura hiperrealista.
Los propios objetos y los personajes son el lienzo que baña con pinceladas de pintura acrílica hasta hacer desaparecer la tercera dimensión; rediseña la piel, la ropa y los materiales para que formen parte de sus ‘Cuadros vivientes’. El último rastro de humanidad se esconde en el pelo y los ojos; todo lo demás -las manos, los labios, la nariz- se convierte en dibujo.

A primera vista, el espectador puede creer que se halla ante un simple retrato, pero a medida que examina la obra, comprende que se encuentra frente a una persona real, a una ilusión óptica que confunde su visión espacial. Incluso, de vez en cuando, los personajes estáticos cobran vida y se mezclan entre los visitantes, en una materialidad desconcertante.

Lo más sorprendente es que, hasta el año pasado, Meade tan sólo había cultivado su inclinación hacia el mundo de la política: al grado en Ciencias Políticas por la Universidad de Vasaar hay que añadirle los cuatro veranos que trabajó en el Capitolio y la participación en 2008 en el gabinete de prensa del entonces candidato a la Presidencia Barak Obama. En ese momento, el arte era tan sólo un entretenimiento, hasta que en mayo de 2009 se graduó y decidió dar el gran salto a la pintura profesional.

En este tiempo y gracias a Internet, la joven de 23 años ha visto como su técnica llamaba la atención de expertos y entusiastas de todo el mundo y le abría las puertas de la Postmasters Gallery de Nueva York -en la que actualmente expone hasta el 8 de mayo- o la Saatchi de Londres -donde su obra se podrá ver a partir del próximo octubre-. De momento, su trayectoria es corta, pero tanto los responsables de Postmasters como los de Saatchi están convencidos de que Meade dejará huella en la historia del retrato.


Visite la galería multimedial de Alexa Meade en su web

Marta Medina, Madrid: Los ‘Cuadros vivientes’ de Alexa Meade, EL MUNDO, 17 de abril de 2010