Jackson Pollock. Recuerdo en el centenario de su nacimiento
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El pintor Jackson Pollock en su estudio de Nueva York, hacia 1949 |
La sacralidad de lo inacabado, ese non finito que libera a la obra de arte de su propia piel y de la idea que la engendró, que traspasa cualquier intento de humana perfección e implosiona en la percepción, arrojando al alma hacia vastedades de luminosa .oscuridad, Lo inacabado, lo non finito, lo infinito. La dimensión mística del arte. Pollock, el chamán, el demiurgo, girando con sus brochas y palos goteantes, describiendo con sus salpicaduras sobre la nada blanca del lienzo las armonías de un universo interior. De ‘un universo extraño y, sin embargo, tan familiar como nuestra propia alma cuando la mirada ha recuperado su inocencia salvaje. Inquietante y liberador círculo abierto del calígrafo zen.
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El pintor Jackson Pollock en su estudio de Nueva York, hacia 1949 |
El padre fue una presencia tan evanescente como aquellas sombras. Un ser solitario que se había criado con una familia que no era la suya y ya de niño había pasado largas temporadas en las despejadas soledades del campo, alquilado como jornalero junto con una mula y un arado. Pese a lo cual consiguió terminar sus estudios de secundaria y graduarse en el instituto. Roy Pollock solo se sentía libre y a gusto cuando se embriagaba con el aroma de un surco de tierra recién abierto o una botella de whisky. Granjero, albañil y yesero ocasional, supervisor al servicio del Gobierno … Acompañando a su padre en algunos de sus viajes de trabajo, Jackson entró en contacto con los amplios horizontes y la naturaleza más virgen de América. Más tarde, le gustaría recordar que en aquella época aprendió a ver el mundo como un indio y dibujarlo con arena de colores sobre el suelo. Todo mentira. Jamás vio a ningún indio en pleno acto creativo, su padre le ignoraba discretamente. Manipuló sus propios recuerdos para hacerlos encajar en las hornacinas de su museo de falsas identidades. Una máscara tras la que calmar su dolor. Pollock se sintió desde el principio arañado y maltratado por la vida y por quienes le rodeaban. Era el más pequeño de una familia de cinco hermanos, con cuyas hazañas no podía competir. Un niño llorón siempre en busca de las faldas de mamá para quejarse por todo, que sospechosamente prefería jugar con las niñas a papás y mamás …
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El pintor Jackson Pollock, también una gran inspiración para los diseñadores de ropa de trabajo de los hombres, en Springs, East Hampton, estudio de Nueva York |
Los Pollock volvieron a trasladarse. Esta vez al sur de California. Primero a Chico y, ya sin, su padre, a Riverside. Roy Pollock abandonó a su familia cuando Jackson tenía nueve años y solo regresaría esporádicamerite para hacer alguna visita. Siguiendo la estela de sus hermanos, Jackson, que ya había sido expulsado del instituto, llegará en el verano de 1928 a Los Ángeles, instalándose en un destartalado chalet de la Calle Cincuenta Oeste. Se matriculó en la Escuela de Artes y Oficios, donde se encontraría con el profesor Schwankovsky, excéntrico, dandy, básicamente divino … Leía poesía o interpretaba música mientras sus alumnos pintaban. O les ordenaba seguir el libre flujo de sus mentes, experimentando con materiales y colores. Gracias a él, Jackson entra en contacto con la teosofía, con Madame Blavatsky, con Krishnamurti … Solo mediante la rebelión se puede fluir desde el interior, estableciendo un vínculo entre el impulso y la acción. Algo que Jackson no debió entender del todo, pues alternaba los raptos místicos con los delirios etílicos. Se convirtió en un joven santo bebedor, intentando ahogar en alcohol sus ambiguos instintos sexuales, sus remordimientos. Cuando bajaba la guardia mascullaba algo acerca de su incomodidad, de sus ganas de estar siempre en otra parte, en compañía de otros o, mejor aún, solo. «La gente siempre me ha asustado y me ha aburrido, por eso me he encerrado así en una concha«. La imagen de tipo duro, como sacado de las páginas de una novela de Hemingway, era otro mecanismo de defensa, otra máscara que ocultaba su extrema y vulnerable sensibilidad. El alcohol obraba en él una metamorfosis excesiva, solo comparable al tamaño de su patológica timidez. Se transformaba en el terror de las fiestas, en la lengua más sucia de la ciudad, en un bravucón capaz de orinar en público y de enfrentarse a los policías cuando acudían a detenerle.
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Jackson Pollock, el maestro del caos, en Springs, estudio de Nueva York |
Siempre detrás de su hermano Charles, que se ganaba la vida como ilustrador y dando clases, Jackson llega al Nueva York de 1930; donde los rascacielos seguían alzándose soberbios; a pesar de la cantidad de inversores arruinados que se habían arrojado desde sus estratosféricas comisas, y las noches se inundaban de neón. Se inscribe en la Liga de Estudiantes, donde recibirá clases de Thomas Hartllenton, un pintor que representaba escenas cotidianas del Medio Oeste con una fluidez monumental a medio camino entre Miguel Ángel, Tamara de Lempicka y Diego Rivera. De él aprenderá Pollock las técnicas del muralismo y los grandes formatos. Por lo demás, siguió siendo un desastre con el dibujo y regurgitando la bilis de la envidia ante la pericia de algunos de sus compañeros. Pasaron años en los que se fueron configurando lenta, dolorosa, etílicamente tanto su personalidad como su arte. En 1936 participó en los talleres que impartía el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, con quien aprendió a usar el aerógrafo y las pinturas industriales. De 1938 a 1942 trabajó para el Federal ArtProject, uno de los programas del New Deal de Roesevelt, que consiguió salvar de la inanición a una generación de artistas, algunos de los cuales se harían posteriormente célebres, al mismo tiempo que proveía de decoración a los edificios públicos. En la escasa obra de esta época de Pollock que sobrevivió a sus ataques de furiosa y destructiva autocrítica puede observarse su dramática lucha por encontrar una estética propia, sintetizando influencias dispares: Picasso, Miró, los motivos indígenas … Para intentar escapar de sus compulsivos infiernos particulares, para despegar sus manos y sus labios de la botella, se sometió sesiones de psicoanálisis y terapia jungiana. Esa experiencia reforzó su fe en el inconsciente, en lo que, salvando la tela metálica de los conceptos y lo racional, debe brotar de dentro. Tumbado en los diferentes divanes de sus psicoterapeutas, Jackson decidió dar el salto mortal y definitivo de lo figurativo a lo abstracto, del signo al gesto mudo y desgarrador.
Imágenes: Art icon Jackson Pollock. The legendary and misunderstood paint also known as «Jack the Dripper», The Selvedge Yard, 18 de octubre de 2009