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Louise Bourgeois

Louise Bourgeois en el Guggenheim Bilbao: donde habitan la memoria y el olvido

Aunque no le interesaba la nostalgia, porque no era productiva, fue prisionera de sus recuerdos. «Tienes que contar tu historia y tienes que olvidarla. Olvidas y perdonas. Eso te libera», decía. Pero ella nunca lo consiguió. Louise Bourgeois (1911-2010) narró su historia, plagada deculpas, miedos, traumas y fantasmas, a través de su trabajo durante su longeva carrera. Murió a los 98 años. Entre 1986 y 2008 creó 62 Celdas, sus obras más innovadoras y revolucionarias. Le gustaban los lugares claustrofóbicos porque te permiten conocer tus límites. Estos espacios arquitectónicos singulares, a caballo entre los relicarios medievales, los gabinetes de curiosidades del XIX, la instalación, la escultura y la escenografía teatral, contienen una gran carga psicológica y emocional: encerró en ellos sus sentimientos, sus vivencias y recuerdos más íntimos. Y no tiró la llave para que nadie pudiera entrar. Todo lo contrario: nos invita a que husmeemos en su interior, convirtiéndonos en voyeurs.
La artista Louise Bourgeois, dentro de su obra «Guarida articulada» (1986) - PETER BELLAMY / COLECCIÓN MOMA
La artista Louise Bourgeois, dentro de su obra «Guarida articulada» (1986) – PETER BELLAMY / COLECCIÓN MOMA
Padecía un Síndrome de Diógenes artístico agudo: no tiraba nada, guardaba todo tipo de cachivaches (puertas de madera desvencijadas, mallas metálicas, ventanas rotas, espejos, vestidos, una pierna ortopédica de su vecina, frascos de perfume Shalimar, una trituradora de carne, hilos y agujas), metáforas de los estados emocionales de una mujer atormentada, con los que reconstruye su memoria. Pequeña de estatura, pero con un carácter de armas tomar, era una gran narradora. No le gustaba la gente feliz, porque era aburrida y no tenía historias que contar.
El Museo Guggenheim de Bilbao, en colaboración con el Haus der Kunst de Múnich, ha reunido la mitad de sus Celdas en la exposición «Estructuras de la existencia», la más completa hasta la fecha centrada en las jaulas autobiográficas de la mujer araña, que se miden con el acero retorcido de Richard Serra, uno de sus escultores favoritos, y el titanio aún más retorcido de Frank Gehry. Patrocinada por la Fundación BBVA, esta exposición nos invita a recorrer las Celdas de Bourgeois, que es como entrar en su compleja mente. Para ella representan diferentes tipos de dolor: el físico, el emocional, el psicológico, el mental e intelectual… «Cada Celda trata del miedo. El miedo es dolor».
Ansiedad y psicoanálisis
Con sus Celdas la artista quiso exorcizar sus demonios. Que no eran pocos. Como la muerte de su madre, a quien asocia con la araña, protectora y tejedora. Comenzó a hacer sus celebérrimas y cotizadísimas esculturas arácnidas en 1994. Sus padres tenían un negocio familiar de restauración de tapices en Choisy-le-Roi, cerca de París, donde la artista pasó su infancia. La madre los restauraba y el padre los vendía en una galería del bulevar Saint-Germain de la capital gala. «¿Por qué nos había abandonado? ¿Por qué sufro tanto esta pérdida? ¿Por qué me afecta tanto su desaparición? ¿Me siento culpable?», se preguntaba tras perder a su madre. Ésta le hizo ocultar su enfermedad a su padre, quien le había sido infiel con su niñera británica, Sadie Gordon Richmond, otro episodio traumático para ella. Las muertes de su padre, primero, y de su marido (un historiador del arte norteamericano con quien se fue a vivir a Nueva York), después, hicieron crecer en ella un miedo atroz al abandono. Llegaron la ansiedad, la depresión, el dolor, la angustia y las sesiones de psicoanálisis (como buena neoyorquina) con el Dr. Lowenfeld desde 1952 hasta 1967.
Había abandonado Louise Bourgeois sus estudios de Filosofía y Matemáticas en La Sorbona para dedicarse al arte, que fue el que la salvó. Alumna de Fernand Léger, amiga de Duchamp, Miró y Breton, el reconocimiento internacional le llegó a los 71 años, edad a la que el común de los mortales están jubilados o incluso muertos. En 1982 el MoMA le dedicó la primera monográfica a una mujer artista. En 2000 inauguró la Sala de Turbinas de la Tate Modern con una gigantesca araña y tres imponentes estructuras arquitectónicas. Estas han sido adquiridas por un hombre de negocios y coleccionista irlandés, Patrick McKillen, para su Châteaux La Coste, en la Provenza francesa. Ha encargado a Jean Nouvel un edificio que las acoja.
Arte y cordura
El estudio que Louise Bourgeois alquiló en 1980 en Brooklyn (una antigua fábrica de pantalones vaqueros) le permitió aumentar cada vez más la escala de sus creaciones. Tuvo que abandonarlo en 2005. Pero se quedó con el depósito de agua de la azotea, con el que creó «Líquidos preciosos», una de las Celdas más espectaculares de la exposición, que se presentó en la Documenta 9 de Kassel. En ella puede leerse: «El arte es garantía de cordura». Lema que se repite, bordado en hilo rojo en un saco postal, en otra Celda. Pero borda más aforismos: «Necesito mis recuerdos. Son mis documentos».

En 1986 Bourgeois creó «Guarida articulada», que anticipa sus Celdas, al igual que otras obras como «Mujer- casa», «No hay salida»… No surgieron como tales hasta 1991, cuando se expusieron con este nombre (de la I a la VI) en el Carnegie International de Pittsburg. No habían vuelto a reunirse hasta ahora. La última, de 2008, incluye en su interior la escalera de caracol de su estudio, rodeada de esferas azules. En las paredes de la sala cuelgan obras sobre papel, las últimas que hizo tan sólo unas semanas antes de morir: «I Give Everything Away» (Todo lo regalo). Bien podría ser su epitafio.

Sus Celdas -«suponen la culminación de su carrera artística», según Julienne Lorz, comisaria de la muestra junto a Petra Joos- repiten siempre la misma iconografía: arañas, conejos, hilos, tapices, espejos -le gustaban porque la realidad cambia con cada ángulo-, una guillotina, una silla eléctrica, cuerpos arqueados por la histeria… y hasta un banquete caníbal que haría las delicias de Hannibal Lecter: la madre y los hijos devorando al padre. Así es el mundo de Louise Bourgeois: oscuro, secreto, tormentoso... Tan inquietante como fascinante.
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Louise Bourgeois en el Guggenheim Bilbao: donde habitan la memoria y el olvido

Aunque no le interesaba la nostalgia, porque no era productiva, fue prisionera de sus recuerdos. «Tienes que contar tu historia y tienes que olvidarla. Olvidas y perdonas. Eso te libera», decía. Pero ella nunca lo consiguió. Louise Bourgeois (1911-2010) narró su historia, plagada deculpas, miedos, traumas y fantasmas, a través de su trabajo durante su longeva carrera. Murió a los 98 años. Entre 1986 y 2008 creó 62 Celdas, sus obras más innovadoras y revolucionarias. Le gustaban los lugares claustrofóbicos porque te permiten conocer tus límites. Estos espacios arquitectónicos singulares, a caballo entre los relicarios medievales, los gabinetes de curiosidades del XIX, la instalación, la escultura y la escenografía teatral, contienen una gran carga psicológica y emocional: encerró en ellos sus sentimientos, sus vivencias y recuerdos más íntimos. Y no tiró la llave para que nadie pudiera entrar. Todo lo contrario: nos invita a que husmeemos en su interior, convirtiéndonos en voyeurs.
La artista Louise Bourgeois, dentro de su obra «Guarida articulada» (1986) - PETER BELLAMY / COLECCIÓN MOMA
La artista Louise Bourgeois, dentro de su obra «Guarida articulada» (1986) – PETER BELLAMY / COLECCIÓN MOMA
Padecía un Síndrome de Diógenes artístico agudo: no tiraba nada, guardaba todo tipo de cachivaches (puertas de madera desvencijadas, mallas metálicas, ventanas rotas, espejos, vestidos, una pierna ortopédica de su vecina, frascos de perfume Shalimar, una trituradora de carne, hilos y agujas), metáforas de los estados emocionales de una mujer atormentada, con los que reconstruye su memoria. Pequeña de estatura, pero con un carácter de armas tomar, era una gran narradora. No le gustaba la gente feliz, porque era aburrida y no tenía historias que contar.
El Museo Guggenheim de Bilbao, en colaboración con el Haus der Kunst de Múnich, ha reunido la mitad de sus Celdas en la exposición «Estructuras de la existencia», la más completa hasta la fecha centrada en las jaulas autobiográficas de la mujer araña, que se miden con el acero retorcido de Richard Serra, uno de sus escultores favoritos, y el titanio aún más retorcido de Frank Gehry. Patrocinada por la Fundación BBVA, esta exposición nos invita a recorrer las Celdas de Bourgeois, que es como entrar en su compleja mente. Para ella representan diferentes tipos de dolor: el físico, el emocional, el psicológico, el mental e intelectual… «Cada Celda trata del miedo. El miedo es dolor».
Ansiedad y psicoanálisis
Con sus Celdas la artista quiso exorcizar sus demonios. Que no eran pocos. Como la muerte de su madre, a quien asocia con la araña, protectora y tejedora. Comenzó a hacer sus celebérrimas y cotizadísimas esculturas arácnidas en 1994. Sus padres tenían un negocio familiar de restauración de tapices en Choisy-le-Roi, cerca de París, donde la artista pasó su infancia. La madre los restauraba y el padre los vendía en una galería del bulevar Saint-Germain de la capital gala. «¿Por qué nos había abandonado? ¿Por qué sufro tanto esta pérdida? ¿Por qué me afecta tanto su desaparición? ¿Me siento culpable?», se preguntaba tras perder a su madre. Ésta le hizo ocultar su enfermedad a su padre, quien le había sido infiel con su niñera británica, Sadie Gordon Richmond, otro episodio traumático para ella. Las muertes de su padre, primero, y de su marido (un historiador del arte norteamericano con quien se fue a vivir a Nueva York), después, hicieron crecer en ella un miedo atroz al abandono. Llegaron la ansiedad, la depresión, el dolor, la angustia y las sesiones de psicoanálisis (como buena neoyorquina) con el Dr. Lowenfeld desde 1952 hasta 1967.
Había abandonado Louise Bourgeois sus estudios de Filosofía y Matemáticas en La Sorbona para dedicarse al arte, que fue el que la salvó. Alumna de Fernand Léger, amiga de Duchamp, Miró y Breton, el reconocimiento internacional le llegó a los 71 años, edad a la que el común de los mortales están jubilados o incluso muertos. En 1982 el MoMA le dedicó la primera monográfica a una mujer artista. En 2000 inauguró la Sala de Turbinas de la Tate Modern con una gigantesca araña y tres imponentes estructuras arquitectónicas. Estas han sido adquiridas por un hombre de negocios y coleccionista irlandés, Patrick McKillen, para su Châteaux La Coste, en la Provenza francesa. Ha encargado a Jean Nouvel un edificio que las acoja.
Arte y cordura
El estudio que Louise Bourgeois alquiló en 1980 en Brooklyn (una antigua fábrica de pantalones vaqueros) le permitió aumentar cada vez más la escala de sus creaciones. Tuvo que abandonarlo en 2005. Pero se quedó con el depósito de agua de la azotea, con el que creó «Líquidos preciosos», una de las Celdas más espectaculares de la exposición, que se presentó en la Documenta 9 de Kassel. En ella puede leerse: «El arte es garantía de cordura». Lema que se repite, bordado en hilo rojo en un saco postal, en otra Celda. Pero borda más aforismos: «Necesito mis recuerdos. Son mis documentos».

En 1986 Bourgeois creó «Guarida articulada», que anticipa sus Celdas, al igual que otras obras como «Mujer- casa», «No hay salida»… No surgieron como tales hasta 1991, cuando se expusieron con este nombre (de la I a la VI) en el Carnegie International de Pittsburg. No habían vuelto a reunirse hasta ahora. La última, de 2008, incluye en su interior la escalera de caracol de su estudio, rodeada de esferas azules. En las paredes de la sala cuelgan obras sobre papel, las últimas que hizo tan sólo unas semanas antes de morir: «I Give Everything Away» (Todo lo regalo). Bien podría ser su epitafio.

Sus Celdas -«suponen la culminación de su carrera artística», según Julienne Lorz, comisaria de la muestra junto a Petra Joos- repiten siempre la misma iconografía: arañas, conejos, hilos, tapices, espejos -le gustaban porque la realidad cambia con cada ángulo-, una guillotina, una silla eléctrica, cuerpos arqueados por la histeria… y hasta un banquete caníbal que haría las delicias de Hannibal Lecter: la madre y los hijos devorando al padre. Así es el mundo de Louise Bourgeois: oscuro, secreto, tormentoso... Tan inquietante como fascinante.
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El infierno doméstico de Louise Bourgeois

Louise Bourgeois, en 2008. Dimitris Yeros El año pasado, a nueve meses de su muerte, un periódico británico preguntó a Louise Bourgeois, que ya sumaba 98 años, cómo ocupaba sus días. La artista respondió que preparaba una pequeña exposición para la Maison de Balzac de París, inspirada en Eugénie Grandet, protagonista de la novela homónima del escritor francés. Una de esas jóvenes infelices que abundan en la bibliografía del autor, huérfana de madre costurera y oprimida por un padre que no duda en condenarla a vivir en el infierno doméstico. «Me encanta esa historia. Podría ser la historia de mi vida», explicó entonces. Bourgeois leyó el libro en el colegio y quedó aturdida, adivinando que su futuro también apuntaba en dirección a los fogones de la cocina. Su muerte, en mayo pasado, acabaría convirtiendo la exposición en su epitafio.

Su identificación con el personaje no era nueva. Bourgeois le había dedicado hasta una oda lírica y repetidas referencias a lo largo de su vida. La consideraba un prototipo de «la mujer que no se ha realizado, a la que nunca dieron la posibilidad de crecer».

Bourgeois y Grandet fueron dos mujeres unidas por una relación íntima: la que confiere la experiencia compartida. El padre de la artista, un autoritario bigotudo, también la obligó a dejar la escuela para reparar tapices junto a su madre moribunda, a quien tendría que suceder al frente del negocio familiar. Y después saboteó un matrimonio con su primo, del que estaba enamorada, como ocurre en el libro de Balzac.

Hace cinco años, la Maison de Balzac decidió pedir permiso a Bourgeois para montar una exposición sobre este vínculo. «La escribí para que nos dejara exhibir las obras que tratan sobre las relaciones entre padre e hija. Por sorpresa, Bourgeois fue más ambiciosa y nos pidió que la dejáramos trabajar en nuevas creaciones para la ocasión», cuenta el director de la casa-museo, Yves Gagneux. Se convirtió en su primer trabajo de encargo. El resultado se expone por primera (y última) vez en la casa parisiense del escritor, una residencia de tres plantas en el barrio de Passy, que a Bourgeois le recordaba a la mansión donde creció.

La artista pasó los últimos tres años de su vida trabajando en estas 30 creaciones originales, que van de carnales siluetas con aspecto de modelo anatómico a una delicada serie de miniaturas que funcionan como retrato del personaje balzaquiano en 16 partes.

Ternura infrecuente

Lejos de su trabajo más agresivo, de arañas gigantescas y falos patriarcales, Bour-geois elabora diminutas representaciones de la mujer dominada a base de flores de tela, botones y agujas dispuestas en círculos concéntricos, con una poesía y una ternura que, vista su producción anterior, cuesta no leer en clave irónica.

Para Bourgeois, Eugénie constituyó tanto un referente como un modelo del que distanciarse. Se convirtió en el memento mori que le recordaba que tenía que escapar de la cárcel familiar. Escogió el exilio neoyorquino y logró convertirse en una de las primeras mujeres de verdad reconocidas por el establishment del arte contemporáneo. Hasta tuvo el coraje de convertirse en madre de tres hijos. Pese a que Bourgeoisodiara ser reducida a este concepto, puede que el feminismo fuera esto.

Álex Vicente, París: El infierno doméstico de Louise Bourgeois, Público, 9 de diciembre de 2010

Fallece en Nueva York la escultora Louis Bourgeois

Louise Bourgeois, con una de sus obras, en Nueva York, en 1990. EFE / RAIMON RAMIS Estados Unidos celebraba ayer Memorial Day, la jornada señalada en cada calendario para recordar y homenajear a los muertos en sus guerras. En un día tan señalado, a primeras horas de la tarde, empezó a propagarse la noticia de la muerte de una mujer que convirtió en arte sus propias batallas con la memoria; una artista que bombardeó tabús, desafió convenciones y conquistó terrenos muchas veces vetados para las mujeres; una prolífica creadora que tejió una telaraña invisible capaz de capturar al observador y sumergirlo en una profunda red de reflexiones sobre la sexualidad, la rabia, la venganza, los celos… En el hospital neoyorquino, Beth Israel, dos días después de sufrir un ataque cardíaco, fallecía Louise Bourgeois. Tenía 98 años.

Como todos los obituarios, el suyo debe incluir el obligado repaso a los primeros datos de su biografía. Pero, su caso, esa memoria no se reduce a que nació en París el 25 de diciembre de 1911 o que desde muy pequeña Bourgeois ayudó a sus padres en el negocio de restauración de tapices que regentaban e inició sus estudios artísticos en la capital francesa con artistas de la talla del pintor Fernand Léger. Para ella, la vida artística fue un retorno constante a la infancia, una exploración a través de pinturas, instalaciones y, sobre todo, esculturas; de la huella y los traumas que dejaron un padre adúltero, una amante que le llevó a explorar sus sentimientos hacia el asesinato y una madre demasiado connivente. «Mi infancia –dijo en una ocasión– nunca ha perdido su magia, nunca ha perdido su misterio y nunca ha perdido su drama» -precisamente una de sus obras, que representa una escena de canibalismo, se llamó «La destrucción del padre» (1974)-. La vuelta constante a esa infancia, la indagación arriesgada y lejos de convenciones de aspectos a menudo olvidados por muchos de sus contemporáneos, hicieron una artista única de Bourgeois, que había emigrado a EEUU en 1938 tras casarse con el historiador de arte estadounidense Robert Goldwater, con el que tuvo tres hijos.

Si bien ya destacó en esos inicios, Bourgeois fue ignorada durante décadas. Desde la Gran Manzana permaneció a la vanguardia de las artes visuales durante siete décadas, configurando una singular visión creativa en la que se aprecian toques del surrealismo, expresionismo, postminimalismo y el arte abstracto. Y tuvo que esperar a tener 70 años para que el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) le dedicara en 1982 una retrospectiva que cambió todo. Bourgeois fue desde entonces respetada y reverenciada como una de las grandes damas del arte, una de las que más ha influido a siguientes generaciones. Fue, según el crítico de arte de Time Robert Hughes, «la madre del arte de identidad feminista americano».

La artista francesa era muy conocida por sus trabajos abstractos, con connotaciones oníricas, y surrealistas, en especial sus esculturas y dibujos, algunas de ellas de renombre como la gigantesca araña en bronce, de más de nueve metros de altura, titulada «Maman». Ejerció toda su carrera, con gran influencia sobre artistas jóvenes de Estados Unidos. Sus esculturas, realizadas en acero, bronce, cristal, madera o piedra, eran en ocasiones de contenido sexual explícito, y entre ellas está la provocativa «Fillette» (1968), con forma fálica. Realizó pinturas, trabajos en papel, madera y cristal, así como murales hechos con objetos recogidos de la calle y esculturas de distintos materiales, como mármol, metal, plástico y látex.

Una de las arañas de Bourgeois, expuesta en Londres, en el 2007. AP / NATHAN STRANGE Como expresión de las emociones surgidas de sus vivencias personales, en su producción artística Bourgeois destacó las figuras humanas deformadas y los conceptos abstractos, que en sus comienzos profesionales se plasmaron en cuadros para derivar con los años en esculturas en las que explotaba las posibilidades de materiales maleables como el látex, la resina y la escayola. En los años noventa creó sus famosas «Celdas», que eran obras en forma de pequeñas habitaciones cercadas en las que colocaba tanto sus objetos como los recogidos de la calle.

En 2008 el museo Guggenheim de Nueva York le dedicó una exposición retrospectiva sobre su extensa carrera artística, que recorría todos los aspectos creativos de la nonagenaria artista francesa. Bourgeois estuvo trabajando hasta el final de sus días y su último trabajo lo acabó la semana pasada. Se sumará a la magna obra que deja tras de si, un conjunto donde utilizó los más variados métodos, expresiones y materiales, un legado en el que destacan sus esculturas antropomórficas, su serie de arañas o trabajos de fuertes componentes de género y sexo como Filette o Nature Study. Era, y le gustaba serlo, una provocadora y en una entrevista en 1984 lo confesaba: «Realmente quiero preocupar a la gente, molestarle». Lo consiguió, e hizo de esa incomodidad provocada arte.

Fuentes:

– Agencias, Nueva York: Fallece en Nueva York la escultora Louis Bourgeois, ABC, 31 de mayo de 2010
– Idoya Noain, Nueva York: Fallece Louise Bourgeois, figura clave de la escultura del siglo XX, El Períodico, 1 de junio de 2010

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