Mujeres que inspiran: Pepita Patiño Páez
Pepita Patiño Páez (Posadas, Córdoba, 25 de mayo de 1925 – Córdoba, 31 de agosto de 2015), inscrita en el registro civil como Josefa y nombrada familiarmente Pepita, fue una mujer republicana, enlace de la guerrilla cordobesa y militante del PCE que sufrió la represión franquista. La escritora Dulce Chacón se inspiró en su vida para construir el personaje central de la novela La voz dormida, un alegato contra la represión de la postguerra que viene a devolver la palabra y la dignidad arrebatadas a las mujeres del bando perdedor. Posteriormente, la novela fue llevada al cine por el director Benito Zambrano.

La Guerra Civil española marcó profundamente a la familia de Pepita Patiño, su madre había muerto y tenía varios familiares encarcelados por haber ayudado al maquis. En la prisión de Córdoba, donde Pepita iba a visitar a su tío, cumplía condena el guerrillero Jaime Cuello, de Alcaracejos, procedente de un campo de concentración, que se fijó en ella al verla en el locutorio.
«Yo, que tenía 19 años y vestía de negro de pies a cabeza por la muerte de mi madre, solía ir de visita a ver a mi tío, y Jaime, que con 27 años llevaba ya cumplidos seis de una condena de veinte, le confesó que le gustaba ´la rubia de ojos azules´, y eso que me veía en el locutorio entre dos rejas –puntualiza coqueta–. Como mi tío le dijo que no tenía novio, cuando salió de prisión con un indulto empezó a pretenderme, y yo encantada porque desde el principio supe que iba a ser el hombre de mi vida».
Cuando le llegó el indulto, le pidió relaciones y ella aceptó. Poco imaginaban entonces lo corta que iba a ser su felicidad, apenas seis meses de pudoroso noviazgo tronchados al caer Jaime en una redada. Él era militante del PCE y se había implicado en la resistencia. Fue juzgado por lo militar, acusado de ayuda a los rebeldes y le echaron otros veinte años, esta vez sin posibilidad de indulto. Tras volver durante un par de años a la prisión cordobesa, acabó en la Central de Burgos.
«Pero antes de eso tuvo que soportar un interrogatorio de 36 días, a base de torturas, patadas y golpetazos en sus partes, en el Gobierno Civil. No quiero recordar cómo me entregaron la camisa”.
La corta historia de amor de Jaime y Pepita parecía definitivamente rota, pero ella decidió esperar y mantener vivo su amor, teniendo como única comunicación una postal cada quince días y una visita al año. Fueron 17 años de zozobras y disimulos en los que Pepita, que contaba a todo el mundo que su marido trabajaba en Francia, acudía al penal con la angustia de que se descubriera la falsa identidad de esposa que se veía obligada a adoptar para que la dejaran verlo.
«Nos quisimos casar por poderes, pero el capellán se negó a casarnos si Jaime no renegaba de sus principios. Al final, nos casó en Madrid un cura viejecito que se apiadó de nosotros».
Fue el azar el que hizo de Pepita un enlace de la guerrilla que se había echado al monte en la Sierra de Córdoba.
«Quién me lo iba a decir a mí. Visitaba a mi novio cuando podía, una vez al año, porque mi sueldo de criada no me daba para más y hasta tenía que empeñar el abrigo para encajarme en Burgos. A la vuelta siempre traía las instrucciones que él mandaba».
Eran mensajitos escritos con letra diminuta en papel de fumar que Jaime Cuello le pasaba escondidos en cajas de ésas que los presos hacían para que la familia sacara un dinerillo rifándolas. Luego, ya a solas, «porque no podía fiarse una de nadie», sacaba el papelito y con mucho sigilo lo depositaba en el sitio convenido.
«Si me cogen me fusilan. Pero no había más remedio que arrimar el hombro y dar testimonio».
La muerte del Papa Juan XXIII en los inicios de la década de 1960 propició un indulto general, del que se benefició Jaime Cuello, que tras diecisiete años en prisión, salió en libertad con la salud ya muy deteriorada.
«¡Madre mía, qué felicidad cuando por fin nos vimos solos en nuestra casita de Córdoba!. Figúrate, en 17 años no nos habíamos dado más que tres besos y encima robados…».
Jaime, con más de dos décadas de cárcel metidas en el cuerpo y el alma, era un hombre deshecho a los 45 años. No pudieron tener hijos, y el matrimonio llevó una vida modesta y sobresaltada.
“…yo, cada vez que oía un coche, me echaba a morir pensando que venían a por él. Pero todo lo sobrellevábamos con amor hasta que el cáncer me lo quitó».

En 1976, «con todo el cuerpo resentido por los golpes que le habían dado», muere Jaime sin haber visto la democracia. Fue sólo algo más de una década de vida compartida, después de tantos temores y anhelos. Pepita continuó en la lucha diaria, «pero ya sin ilusión por nada», aunque se sacó el carnet del partido,
«…para poder votar como él lo hubiera hecho. Y el día que legalizaron el PCE acudí con varios compañeros suyos a poner una corona de flores sobre su tumba».
En 1998 la escritora Dulce Chacón inició un periplo por diversas provincias españolas en busca de documentación y testimonios reales para su novela La voz dormida, que debía ser un homenaje a las mujeres doblemente perdedoras de la Guerra Civil. El testimonio de Pepita Patiño la golpeó profundamente y le sirvió para dar vida al personaje conductor de la extensa trama de la novela, que fue publicada en 2002.
Dulce Chacón murió en 2003 y en 2011 el director Benito Zambrano rodó la película homónima de la novela, siendo María León la actriz encargada de dar vida al personaje de Pepita Patiño. Por su interpretación recibió la Concha de plata como mejor actriz en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián del mismo año.
Con gran éxito de público y crítica, en 2012 La voz dormida obtuvo nueve nominaciones a los premios Goya y recibió tres galardones, uno de los cuales fue para María León como mejor actriz revelación, premio que la actriz dedicó a Pepita Patiño, a todas las mujeres silenciadas por la dictadura, y a todas las Pepitas del mundo, por ser mujeres valientes y generosas, que han conseguido perdonar, pero no olvidar.
Cuando María León le dedicó el Goya a la mejor actriz revelación, Pepita Patiño, de 88 años, vivía en una residencia en Córdoba. Vio la gala sola en su habitación, ya acostada, pero con la tele encendida, ‘porque en la residencia hay que acostarse temprano’. Se le vinieron ‘tantas cosas y tanto sufrimiento’ que sus ojos azules se llenaron de lágrimas.

Pepita no ha visto la película.
“No quiero sufrir más. Espero que esta juventud no tenga que pasar por lo mismo que yo. Y que sepan que lo que tienen hoy es gracias a lo que luchamos nosotros”.
Preguntada por si aún tiene miedo, por si todavía, en las noches de soledad, le sobreviene el temor, ella levanta la voz y responde enérgica que no, que el miedo tiene fin.
“El miedo se acaba, lo que no se acaba es la vida, ni el recuerdo”.
El 31 de agosto de 2015, a los 90 años de edad, murió Pepita Patiño en Córdoba. Los principales diarios españoles y los colectivos de memoria histórica se hicieron eco y le rindieron homenaje.
«El miedo se acaba, pero el recuerdo no»
REFERENCIAS:
The Reawakening of the Sleeping Voices, Spanish Women’sExperience, page.29.
https://www.publico.es/culturas/miedo-acaba-recuerdo-no.html
http://historiamujeres.es/vidas/Patino_pepita.html
http://www.publico.es/culturas/423125/el-miedo-se-acaba-pero-el-recuerdo-no