Fallados los concursos de relato corto y microteatro

 

Decidle, Gracias.

Una gota cae tras otra. Un paso se da tras otro. Un día se pasa tras otro. Una vida se vive tras otra. Una era tras otra. Aún así, permanece. Ahí donde parece que no se le puede ver. En una sociedad distinta cada vez, pero ahí está. Todos la miramos sin verla, pero, de vez en cuando alguien consigue verla sin mirarla.

Ahí va, cada verano y cada invierno, cada primavera y cada otoño, como el leitmotif de su vida. Con su abrigo verde y su boina sin sentido, con sus zapatos nuevos y su sonrisa infantil, con su mirada triste en ojos animados.

Si se consigue poner la mente en blanco, completamente en blanco; sin ningún pensamiento, ningún sueño, solo vacío; se consigue verla. No vale de nada mirarla, ni pedirle que aparezca, eso lo hacemos todos (más de lo que nos gustaría admitir)(. Pero casi nadie consigue verla, verla de verdad. La mayoría no se para siquiera a pensar, probablemente ni aún habiendo leído todo lo anterior, en qué diferencia hay entre estos dos verbos. Es fácil; mirar es una acción mediante los ojos y el cuerpo, es algo mecánico, mientras que ver es algo que pasa mentalmente, en el alma, es una percepción. Aunque parezca simple, no lo es. Esto tampoco significa que requiera concentración o trabajo duro, todo lo contrario: se necesita un folio en blanco, para que ella pueda dibujarlo, escribirlo, rellenarlo, colorearlo y, al fin, hacer su magia. Esa magia que reparte por todos lados y que cuando alguien la ve, le comparte, convirtiéndose así en una embajada de su propia esencia, convirtiéndose en una persona que haga falta.

A mí me sucedió hace ya muchísimo tiempo. Estaba en una calle oscura pero no muy estrecha, con la luna bañando cada rincón y nubes que anunciaban lluvia inminente. Me sentía rodeada de gente; parejas jóvenes abrazadas y mayores de la mano, grupos de amigos en cada esquina y almas solitarias (casi siempre, cigarro en mano). Pero incluso así, me sentía sola. No sabía qué hacía allí, ni a dónde iba, ni siquiera de dónde venía. Solo sabía que me encontraba en la más absoluta ausencia de todo, en la nada.

Hacía un buen rato que me había resignado a dormir en un portal. Pero no pensaba quejarme, no hacía frío, las nubes se estaban disipando y mis vistas de la Torre Eiffel eran la envidia de cualquier casa turística. 

Estaba contenta.

No estaba feliz ni tampoco me sentía afortunada, simplemente no me quejaba dónde tenía que estar. Esa sensación a la par reconfortante y desgarradora me atrapó. Me llenó de vacío, una nada asfixiante pero necesaria en mi mente y en mi visión. Todo se deshizo ante mis inexistentes ojos, ante la inexistente nada. Lo notaba en cada poro de mi piel, la paz.

Sin ninguna explicación todo paró. Como al parar una película en plena escena de acción, todo queda suspendido. Como cuando alguien te llama y tienes que parar de leer, ese momento en el que toda la imagen que hay en tu cabeza se rompe y vuelves a la realidad, pero en vez de una imagen era la preciosa nada, que me estaba acompañando. Una nostalgia de lo que acababa de sentir me invadió por sorpresa.

Pero la vi. Delante de mí. Ese abrigo verde y esa boina sin sentido. Esos zapatos nuevos y esa sonrisa de niña. Esa mirada triste en ojos animados.

Las lágrimas brotaron de mis ojos inconscientemente, una sensación mejor aún que la anterior me llenó. Ella me llenó. Dibujó, escribió, rellenó y coloreó mi interior. Me sentí una obra más emocionada al ver el artista que viceversa. No le hicieron falta un puñado de palabras para emocionarme, solo su presencia, su mirada, su sonrisa gastada y su mano a la que poder agarrarme.

 

En cuanto le cogí esa mano y me levantó en ese portal parisino, se fue. No se esfumó ni desapareció, solo me soltó lenta y cariñosamente la mano y siguió andando para seguir con su tarea atemporalmente.

Puede que desde entonces haya alguien que la haya vuelto a ver, y puede que, al igual que yo al principio, no fuera capaz de explicarlo, puede también ser, que yo llegue tarde y haya alguien más que haya podido contar esa experiencia inimaginable.

Aún así, llegue tarde o no, sea el primero o el último,  solo doy un consejo, si alguna vez la veis, darle un abrazo por mí que no pude, que no tuve tiempo y, antes de que se vaya, decidle “Gracias esperanza”.

 

Lucía Fernández de Villavicencio, 1ºC

 

 

LOS SUEÑOS DE K 

A nuestro personaje, K, se le podría clasificar como un sujeto más bien normalito. Atendía regularmente a las clases, salía de vez en cuando con sus amigos y alguna que otra vez se había visto involucrada en una aventura amorosa. 

Pero basta de tonterías, esto no es lo que nos interesa de nuestro personaje. Lo verdaderamente interesante nunca es la vida real, tan monótona, aburrida y predecible, sino el mundo de los sueños, donde el subconsciente toma protagonismo, donde no importa qué tan disparatada pueda parecer la realidad; allá donde los límites no existen. 

K, que aunque a ojos de otros parecía una persona corriente, vivía intensamente en el mundo de sus sueños. En su interior estaba empezando a brotar con fuerza un deseo inexplicable que se manifestaba en ellos, ¿pero qué era aquello que le rondaba la cabeza? Trasladémonos por una noche a la mente de K. 

Cuando K recobró la consciencia después de haberse quedado dormida se encontraba en una espaciosa sala, de suelo negro y paredes rojas interminables que subían y subían hasta perderse de vista. Un agónico tic tac de relojes sonaba de fondo e hizo que se pusiera alerta de forma instintiva. Sin previo aviso, cayó justo a su lado, con gran estrépito, un enorme taco de folios gigantescos del tamaño de una mesa de billar. «Tema 9: El régimen de la Restauración Borbónica», decía el título del descomunal papel. Extrañada, miró hacia arriba, y vio cómo empezaban a caer más y más folios. K echó a correr por la sala, que se expandía por momentos, inútilmente. Sabía de sobra que tarde o temprano acabaría aplastada bajo el peso de los apuntes de las innumerables asignaturas. En su huida, un agaporni azul de dimensiones colosales, vestido de traje, la perseguía lanzando graznidos atronadores. A K le cayó encima la historia de España, la literatura, la sintaxis, las matemáticas… pero el peso más importante lo ejercía, aunque invisible, la inseguridad ante un futuro incierto, lleno de nuevas responsabilidades, experiencias y conflictos. Aplastada bajo esta multitud de papeles y preocupaciones, sintió que le faltaba el aire. Estaba asfixiada, a punto de desmayarse; de modo que cerró los ojos y esperó angustiosamente a que todo pasara. 

El viento removía el pelo de K, golpeándola tenuemente en la cara. Despertó, ¿pero dónde se encontraba? Estaba tumbada sobre el césped. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue la copa de un árbol que le proporcionaba una agradable sombra. Notaba algo blando y peludo bajo su cabeza, algo vivo, que le estaba sirviendo de almohada. ¿Qué podría ser? Antes de poder comprobar con sus ojos si su teoría era cierta, el mugido de una vaca le dio la razón. Claro, es que ahora se encargaba de sacar a las vacas a pastar, pensó con toda la naturalidad del mundo. K se incorporó y vio ante sí el hermoso prado salpicado de vaquitas en el que se encontraba. El cielo era de un azul brillante, la temperatura, bastante agradable y el ambiente le transmitía una calma y una paz desconocidas hasta entonces para ella. Aurea mediocritas, Beatus ille, Locus amoenus… Ahora comprendía a la perfección todos esos términos que había tenido que meterse en el cerebro con calzador. Sacudió enérgicamente la cabeza. No. Nada de lengua. En estos momentos lo único importante son las vacas. Después de fatigar a base de mimos y palabras bonitas a su nueva peluda amiga, se sentó apoyando su espalda contra su lomo. A su lado había una guitarra, la tomó con cuidado entre sus manos y empezó a rasguear unos acordes, suaves como el beso de una madre. Acto seguido, ejecutó una pieza con extrema delicadeza. El público para el que estaba tocando era muy distinto de la muchedumbre a la que estaba acostumbrada; esta vez se trataba de un público bovino, muchísimo más selecto, y no podía, bajo ningún concepto, disgustar a los becerros con su música. ¡Qué a gusto se encontraba! Si tan solo pudiera quedarse así para siempre… Como si tratase de retener ese instante en su cabeza, cerró los ojos, y la música, junto con el satisfecho rumiar de las vacas, la fueron transportando lejos, lejos, lejos… 

K volvía a manifestar algo de consciencia, pero esta vez no abrió los ojos. Si la mirásemos desde donde se encontraba, la veríamos hecha una bolita, con una postura similar a la de un feto en la barriga de su madre, dentro de un habitáculo redondo del tamaño de un hotel cápsula. Las paredes y la superficie sobre la que estaba tumbada, forradas con una tapicería de cuero blanda y suave, eran de un color blanco impoluto, al igual que su pelo y su piel, ahora albinos. Nuestra protagonista se encontraba descansando plácidamente en su cubículo, pero aún no comprendía que esa paz era pasajera. Si observáramos la pequeña estancia donde yacía desde fuera, sorprendentemente veríamos que es una pompa de jabón. Una pompa de jabón que trata de abrirse paso en un mundo post apocalíptico, gris plomizo. Y es que el mundo que ella creía conocer ha dejado de existir desde hace mucho; los altos edificios siguen estando ahí, pero no queda nada más: solo el esqueleto empobrecido de lo que antes constituía el ajetreo de la vida cotidiana, expuesto a una tormenta intermitente de polvo y ceniza. Todavía en estado de semiinconsciencia, una parte de la mente de K estaba intranquila. Esa parte sabía perfectamente dónde estaba, qué estaba sucediendo. Sabía que no podía quedarse así para siempre, por muy apacible que se encontrase; sabía que tarde o temprano la pompa estallaría y entonces solo le quedaría caer al vacío. Esta parte de su mente, poco a poco fue ganándole terreno a la otra, que se conformaba con quedarse en un estado de pasividad absoluta, y lentamente, no sin poco esfuerzo, K fue reanimándose. Una vez que estuvo completamente lúcida, se dio cuenta de lo maravilloso de la situación: ¡Estaba soñando! ¡Ella y solo ella era la dueña de sus sueños, podía hacer lo que quisiera con ellos! Entusiasmada, empezó a desgarrar las paredes acolchadas hasta que hizo estallar la pompa, pero no cayó al vacío: voló, y mientras tanto, barrió el polvo y la tormenta que asolaban el paisaje de un soplido y se alzó sobre el ruido insoportable que había estado aguantando todos estos años: los gritos desmotivadores que no paraban de aplastar sus sueños, las esperanzas ajenas depositadas en ella, los roles de género y todo tipo de encasillamientos, la miseria reflejada cada día en la pantalla del televisor a la hora de comer, la absurda carrera de la rata y la competencia salvaje de la sociedad capitalista a la que debía enfrentarse en breve… Así hasta que finalmente todo aquello le quedó increíblemente lejano e irrelevante. Una a una, K fue reconstruyendo las cosas que constituían su antiguo mundo, a sus ojos, imperfecto. Aunque anteriormente había llegado a parecerle grotesco y cruel por momentos, ya no pretendía desterrarse, al menos no eternamente, a paisajes idílicos donde tocaba la guitarra para las vacas. Había aprendido a aceptarlo, con sus imperfecciones y virtudes. Estaba decidida a afrontarlo, a nadar a contracorriente si hacía falta. Ya no le tenía miedo. 

Suena la alarma. Son las 7:30 de la mañana. K se despierta aturdida, tiene la sensación de haber estado soñando durante eones. En cuanto encuentra los ánimos necesarios para sacar su cuerpo de debajo de las sábanas, se dirige al cuarto de baño y observa atentamente su rostro en el espejo. Mientras tanto, trata de recordar su sueño, pero solo consigue recolectar imágenes sueltas: un pájaro vestido de traje, un prado lleno de vacas y una pompa de jabón. Decide no darle demasiada importancia, se pone la ropa y maquinalmente va a la cocina a hacerse un café. Resignada, suspira hondamente. Otra vez la misma rutina.

 

 

Lola Yu Cabral

 

LA VIDA Y EL AMOR NUNCA FUERON FACTORES COMUNES

Princesa Emily, Rey Alfonso, Reina Mery, Princesa Ashley, Paulo, Caspian y vendedor.

(En escena hay un puestecillo de pan y un pueblerino con una ropa un poco desgastada y está detrás del gran mostrador de pan. Emily entra en escena con su hermana menor Ashley, vestidas con un vestido con tul, típico medieval, y un corsé del color de cada vestido. En el escenario hay algunos puestecillos más y algunos pueblerinos comprando comida o accesorios. Luces blancas.)

Vendedor.- (Confundido y nervioso) Buenos días, princesa, ¿qué le pongo?

Emily.- No me llame princesa (amigable) llámame Emily, si no es problema, claro.

Vendedor.- Oh, claro. ¿Qué desea, Emily?

Emily.- (Pensativa) Querría… 10 barras de pan normales y 8 integrales, por favor. (El panadero coge una caja y mete el pedido en esta)

Ashley.- Un gran pedido, ¿no?

Emily.- Ya lo creo. Hoy padre invitará a toda la corte y vecinos de clase alta. Según él, es una muy buena noticia para mí y mi futuro. (El panadero le da la caja con el pan) Gracias, tome.

Vendedor.- Oh, no es nada, bella. Todo sea por vos y vuestro padre el gran emprendedor.

Emily.- (Le da el dinero y coge la caja) Y todo sea por nuestro querido pueblo. (Arranca un pedazo de pan y se lo lleva a la boca)¡¡¡ mmmm!!! (Con la boca llena) ¡¡¡¡Buenííííííísimoo!!!!

Vendedor.- ¡Gracias, Emily!

 

(Entran en escena Emily y Ashley. Se despiden, Emily le da la caja con las barras de pan y Emily sale de la escena. Las luces están un poco fúnebres pero iluminan todo lo necesario como para que el espectador pueda ver con claridad todo lo que hay en el escenario. En el escenario hay en el fondo un armario de madera y un sofá de lujo. En escena la reina Mery y Ashley)

 

Ashley.- Hola, madre. (Hace una reverencia)

  1. Mery.- Hola, cariño. ¿Habéis comprado el pan que os pedí?

Ashley.- Sí, madre. (Le da la caja)

  1. Mery.- Perfecto. (Le echa un vistazo a la caja) Llamad a vuestra hermana, por favor. (Ashley asiente y va en busca de su hermana. Vuelven en unos 15 segundos las dos juntas)

(Emily hace una reverencia)

  1. Mery.- Deberíais tener más cuidado.

Emily.- ¿De qué habláis, madre?

  1. Mery.- Ayer os vi besándoos con el hijo del vecino Matthew, Emily.

Emily.- ¿Y qué tiene eso de malo, madre?

  1. Mery.- ¿Que qué tiene eso de malo? (Acercándose a su hija) Podrían haberos visto. Y eso sería una gran decaída para esta familia, Emily. (Enfadada)

Emily.- Eso no me importa. (Apenada) Yo lo amo madre, más que a nada ni nadie en el mundo. Y el sentimiento es… mutuo (un aire feliz)

  1. Mery: ¿Acaso sabéis vos cuál es el nombre del dichoso?

Emily.- Caspian, madre.

  1. Mery.- No os casaréis con él.

Emily.- Sí, madre.

  1. Mery.- NO (Enfadada y desafiante)

Emily.- (No llegó a terminar la palabra que su madre le pegó un fuerte manotazo en la cara que incluso Emily cayó para atrás)

  1. Mery.- ¿Vais a aprender alguna vez a obedecer a vuestra madre? (Emily levanta la cabeza mirando lentamente a su madre con una mirada desafiante) En esta familia se busca la excelencia, Emily. Y hoy será tu boda con el conde español Paulo. Será un buen marido para ti, aunque dudo que te soporte. Os casaréis, tendréis hijos y os iréis a vivir a su palacio. Sin duda ese tal Caspian no podría daros nada de lo que os dará Paulo.

Emily.- Yo no quiero lujos ni hijos, madre. Solo alguien que de verdad pueda amarme como yo amo a Caspian.

  1. Mery.- Vuestra relación nunca será posible, pues en dos horas ya estaréis comprometida y ya no habrá vuelta atrás. Arreglaos que en dos horas ya llega Paulo.

Emily.- ¿Pablo? (Extrañada)

  1. Mery.- Paaaaaulo

Emily.- ¿Paaablo?

  1. Mery.- PAAAAULOOOOO (Gritando desesperada)

Emily.- Bueno, pues Paulo.

  1. Mery.- ¡¡Arreglaos!!

 

(En escena tenemos los tronos del Rey Alfonso, la Reina Mery, la Princesa Ashley y la Princesa Emily. Están murmurando cosas inaudibles, cuando de repente, llega toda la corte seguido del conde Paulo. En una pequeña parte del escenario hay una especie de jardín.)

Paulo.- Buenas tardes mi adorada princesa Emily Homewer Maimly, encantado.

(Paulo besa la mano de Emily y seguidamente Emily pone los ojos en blanco)

Paulo.- Soy Paulo Galán de Ortega y vengo desde Soria para poder entablar un matrimonio con vos, princesa mía.

Emily.- No, gracias. (Mery carraspea y se oyen algunos suspiros) Tengo que irme de aquí. (Pronuncia murmurando. Se levanta del trono, coge los grandes vuelos de su vestido y se va por la puerta principal)

 

(Emily se sienta en el suelo mirando las estrellas cuando de repente se oye algo. Entra Caspian con un gran ramo de rosas y amapolas con una gran sonrisa de satisfacción)

Caspian.- ¡Oh, amada mía! (Se abrazan) He tenido un grave sueño, era que en mis brazos te tenía.

Emily.- ¿Y qué ves de eso grave, amado?

Caspian.-¡Oh, tan grave era, que ni vos lo creerías! (Preocupado)

Emily.- ¡Oh, mi dulce amado! Y… ¿de qué se trataba ese sueño tan raro? (Un tono preocupado)

Caspian.- Vos en mis brazos descansábais con una linda sonrisa. Pero lo que yo no sabía, (triste) es que tu alma se la llevaba la brisa.

Emily.- ¡Eso nunca pasará, no mientras estés a mi lado!

Caspian.- Te quiero, mi tierna esposa.

Emily.- Y yo, mi pequeño (No pudo terminar la frase debido a que vinieron el rey Alfonso y la reina Mery)

  1. Alfonso.- Apartad las manos de mi hija, ella no os merece, campesino mugriento.

Caspian.- (Se arrodilla ante Alfonso) Déjeme casarme con vuestra hija, por favor os lo pido. Si es necesario, hasta le compro un anillo.

  1. Mery.- ¡De eso nada! (Furiosa) ¡Si vos no tenéis nada para mi hija!

Caspian: En eso os doy la razón, mi reina. Pero lo que sí puedo jurar, es amor eterno.

  1. Alfonso.- ¡No se hable más! ¡Que le corten la cabeza!

(Cogen a Caspian por los brazos entre dos fornidos muchachos de la corte)

Emily.- Si le hacen algo a Caspian….(Pensando qué decir) ¡Yo me pegaré un tiro en la sien (se oyen suspiros).

Caspian.- ¡Vida mía! ¡No lo hagáis! ¡No merece la pena, amor mío!

Emily.- ¡Oh, Caspian de mis amores! ¡Oh, amor mío! ¡Juro por mi vida, que en ti confío! (Emily saca una pistola de su bolsillo y seguidamente se la coloca en la frente y dispara,  cayendo al suelo. Unos segundos más tarde, Caspian es decapitado por la corte).

Ashley.- Sois la peor madre del mundo (Llorando).

  1. Alfonso.- Quieras o no, tendrás el mismo futuro que tu hermana. Acabareis muerta por un disparo o por amor. Así es la vida, mi pequeña Ashley.

Marina Rodríguez López

 

 

TIEMPO 

Tiempo. 

El mayor lujo de estar vivo, el tiempo. Tiempo para pasarlo con tus seres queridos, para reírte de estupideces, para leer un libro, para escuchar tu canción favorita o simplemente para tomarte un respiro. Tiempo, un bien del que desgraciadamente yo carecía. 

Sabía que mi tiempo en la Tierra estaba llegando a su fin, no quería dormir, la verdad es que temía no volver a despertar. Llevaba varios meses pensando en el día de mi muerte, era inexorable, todos perecemos, sólo que yo lo haría recién cumplidos los veintitrés, tumbado en la cama que había compartido con Ophelia los últimos cinco años y deseando poder alargar mi existencia algunos minutos más con tal de seguir viendo su rostro. 

Era un día azul. Un día lluvioso lleno de sentimientos melancólicos, tristeza, pesadumbre y arrepentimiento. Ophelia estaba a mi lado, jugando con mechones rebeldes de mi cabello; ese día me encontraba peor que de costumbre, tenía migraña y no poder parar de pensar en lo que sucedería tras mi muerte no ayudaba en lo absoluto. Ophelia debió de notarlo en mi rostro porque se levantó y fue hacia la cocina. 

– Te haré una taza de café, hará que te sientas mejor y te dará energía para salir de la cama un rato. 

Le sonreí de lado, no tenía fuerzas ni para beber, mucho menos para levantarme de la cama, pero no se lo dije, porque aunque ambos lo supiéramos preferíamos eludir esa evidencia. 

Unas horas más tarde le pedí a Ophelia que reprodujese antiguos vídeos de nuestros viajes; cuando éramos más jóvenes nos dedicábamos a viajar de un lugar a otro, o como yo solía decir, “ íbamos dando tumbos por el mundo” , explorando la naturaleza o perdiéndonos entre la multitud, simplemente saboreando la inmensidad del planeta Tierra. Era tanta su inmensidad que durante aquella velada me engulliría sin que fuese capaz de hacer algo por evitarlo. 

A medida que pasaban los vídeos pude apreciar lo felices que habían sido esos momentos, pude apreciar lo valiosos que eran y cómo hasta el día de hoy, los guardaba como un tesoro en lo más profundo de mi corazón. 

Llegó la hora del almuerzo, hora que últimamente se estaba convirtiendo en la más detestada del día. Ophelia me insistía en que comiese, yo le contestaba que tenía fatiga y terminábamos gritándonos. Mi último día de vida no fue la excepción. 

– Caleb, tienes que comer algo – dijo con voz apenada. 

– Tengo fatiga – le respondí con la misma tranquilidad de siempre.

– Entiendo que la quimio te haya provocado mucho malestar, pero hace ya semanas desde… 

– Ya sé que hace semanas que dejé la quimio, no tienes que recordármelo cada día – la interrumpí. 

Ophelia suspiró profundamente. 

– Si no comes nada te vas a morir de desnutrición – alegó cabreada. – Me voy a morir igualmente – le contesté impasible. 

– ¿¡POR QUÉ TE EMPECINAS EN ESO!? – gritó mientras pequeñas lágrimas empezaban a surcar sus coloradas mejillas. 

– ¡PORQUE TENGO UN PUTO TUMOR CEREBRAL, JODER! 

Ophelia empezó a llorar descontroladamente, justo igual que el día en el que nos enteramos de mi enfermedad. Tenía veintiún años y nueve meses. Tuve una época con unas migrañas terribles que no se iban ni aunque viviera a base de paracetamol, así que decidí ir al médico donde me hicieron algunas pruebas. Ya os podéis imaginar los resultados, un tumor maligno de grado IV en el lóbulo parietal; resumiendo, me quedaba un año de vida, lo que venían siendo doce meses, o cincuenta y dos semanas, también eran trescientos sesenta y cinco días u ocho mil setecientos sesenta horas, podrían sonar mejor quinientos veinticinco mil seiscientos minutos…. Si lo miras así puede parecer que todavía tienes tiempo para despedirte de tus seres queridos, para mentalizarte e incluso puede que para disfrutar de los pequeños placeres de la vida. Pero la realidad había sido otra muy diferente, al salir de la consulta tuve que reunir todas mis fuerzas para comunicárselo a mis padres. Les destrozó, juro que no me había sentido peor en mi vida, a veces, creo que les dolió más a ellos que a mí, porque yo dejaría de sufrir, pero ellos debían seguir viviendo sabiendo que habían perdido a su único hijo, que no lo volverían a ver, que no podrían volver a abrazarlo, a escuchar su voz… 

Les prometí a todos que me trataría con la quimio, pero al cumplir el año y ver que solamente empeoraba decidí dejarlo. Hace algo más de tres meses que estoy en casa, quería morir aquí, junto a la mujer con la que había compartido toda mi vida, con la que solía ir al cine todos los lunes, pasear por la playa los domingos y ver los atardeceres desde la terraza los miércoles, la que me conocía mejor que nadie en el mundo y a la que amaría hasta que mi corazón dejase de latir. 

Me giré hacia ella para consolarla, no quería que llorara por mí, quería que cuando yo no estuviese consiguiera salir adelante, que encontrara el amor en otra persona, que se casara y formara una familia como siempre había querido, quería que fuera felíz, porque juntos lo habíamos sido y se merecía volver a serlo. 

Me levanté de la cama con un pensamiento rondándome la mente, quería hacer algo por ella, algo que nos recordase los años en los que fuimos felices. Me acerqué al tocadiscos, rebusqué entre los vinilos hasta encontrar el indicado y lo coloqué con cuidado. Segundos después “It ‘s been a long, long time” de Harry James y Helen Forren empezó a sonar. La voz de Ophelia no se hizo esperar y juntos cantamos la canción como habíamos hecho infinidad de veces, convirtiéndola

en nuestra y olvidando el paso del tiempo. Recorrimos el largo pasillo que llevaba al salón mientras bailábamos un vals, o al menos, eso intentaba yo. Hice que Ophelia girara sobré sí misma a la vez que veía una radiante sonrisa formarse sobre sus delicados labios. Un aura de melancolía se creó a nuestro alrededor, envolviéndonos a los dos durante los tres minutos que duró la canción. Ophelia se apoyó en mi hombro y noté la humedad de sus lágrimas empapando mi camiseta. 

– Gracias… 

En ese momento se me formó un nudo en la garganta y no pude evitar que se me escaparan algunas lágrimas. No le contesté, sino que la atraje aún más hacia a mí y me centré en disfrutar de su cercanía, su olor, su piel rozando con la mía y dejé que todos los sentimientos que había reprimido saliesen a la luz. No recuerdo cuánto tiempo pasamos sin movernos, lo único que sí puedo decir con certeza es que lloré como cuando era un niño, sabiendo que muy probablemente no llegase al día siguiente, porque lo sentía, lo sabía. Cada día que despertaba era un regalo, ya había pasado más de un año desde que me detectaron el tumor y estar justo ahí, respirando, era un milagro, uno que no se alargaría mucho más. 

Nos apartamos sobresaltados cuando llamaron al timbre, eran mis padres, llegaron puntuales como todos los días para la hora de la cena . Cuando me vieron de pie en medio del salón y no en la cama como de costumbre se abalanzaron sobre mí y me llenaron de besos creyendo que me encontraba mejor. Les sonreí. No tuve valor suficiente para contarles la verdad, ¿ cómo les dices a tus padres que sabes que te mueres, que no llegarás a mañana y que es muy posible que sea la última vez que os vayáis a ver ? 

Cenamos en el comedor mientras mi madre contaba historias de cuando Ophelia y yo éramos pequeños. Nuestros padres eran amigos y por lo tanto nos conocemos desde que tenemos uso de razón. No había día que no estuviera pululando por su casa para molestarla, fue inevitable que con el tiempo me enamorase, lo sorprendente fue que ella también lo hiciese de mí, pero vamos, que yo no me iba a quejar. 

Se hizo tarde, así que me despedí de mis padres. No voy a mentir, no soy una persona muy creyente pero al acostarme aquel día recé, recé como Ophelia hacía todas las noches, aunque no pedíamos por lo mismo; ella rezaba por mi salud, porque mejorase y tuviera una segunda oportunidad para vivir, sin embargo, yo lo hice porque necesitaba tener fé en algo, rezaba por ir al cielo y poder verla otra vez. 

Ophelia se tumbó a mi lado, me cogió la mano y empezó a darme caricias suaves con sus finos dedos. Sin apartar mis ojos de ella recordé la primera noche que pasamos juntos, como había hecho exactamente lo mismo tras habernos entregado el uno al otro, un gesto tan simple pero que significaba tanto para ambos. Le aparté el pelo de su rostro con la otra mano y rocé su mejilla con el pulgar, tenía tantas cosas que decirle, pero en lugar de eso la acerqué hacía mí y la besé dulcemente, con delicadeza.

– Ophelia, te amo – susurré sobre sus labios. 

– Yo también te amo, Caleb – me respondió besándome de nuevo. 

Aquella noche esperé a que ella se durmiese mientras observaba su rostro, quería aprenderme de memoria todas sus facciones, quería que mi último recuerdo en esta vida fuese ella. Al final, cerré los ojos, esta vez sin miedo, aun cuando sabía con certeza que no los volvería a abrir. 

Sonreí en paz escuchando el sonido de la lluvia contra las ventanas. Era un día azul, y yo me había quedado sin tiempo.

 

Daniela Mª Sánchez García

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Updated: 31 mayo, 2022 — 11:43 am