La soledad del docente

Cuando oímos hablar de una agresión o de violencia, del tipo que sea, en un
centro educativo, rápidamente pensamos en bullying o acoso escolar hacia nuestros
menores y, de forma casi instántanea, empatizamos con ellos y nos lamentamos por la
sociedad en la que vivimos y por este sistema, que “está favoreciendo” la aparición de
este tipo de conductas, con jóvenes malcriados, sobreprotegidos y caprichosos, a los
que no les preocupan los demás lo más mínimo.
Rara vez se nos ocurre pensar, al leer un titular de este tipo, que las “víctimas”
también pueden ser los docentes, ya que se sobreentiende, equivocadamente, que la
autoridad de estos está garantizada.
Pues bien, desde nuestro centro, el IES Lucus Solis de Sanlúcar la Mayor,
queremos denunciar públicamente cualquier acto de violencia que atente contra
cualquier miembro de la comunidad educativa.
En los últimos tiempos hemos sido testigos de cómo nuestra labor docente se
ha visto cuestionada y hasta ninguneada, en ocasiones, por diferentes sectores de
nuestra sociedad, desde familias hasta instituciones que se plantean la calidad de
nuestra enseñanza.
Es por ello, por lo que reivindicamos un respaldo dentro del marco social,
jurídico o el que corresponda, de manera que ante situaciones de agresión hacia
nuestra persona, no nos sintamos desamparados y desprotegidos, ya que, cuando se
trata de menores violentos, se olvida este último detalle y prevalece la condición de
menor.
Nuestra sociedad se olvida a veces de la importancia de la educación y, así
como la sanidad ha sido aplaudida en tiempos de crisis por la pandemia, esta nunca se
ha reconocido lo suficiente, si no es para afirmar, categóricamente, las ya manidas
aseveraciones de “los profesores tienen muchas vacaciones” o “se creen que los
padres somos profesores”, entre otras.
Esto no hace más que reforzar todos esos actos violentos que, en mayor o
menor medida, sufrimos en nuestro día a día, donde tenemos que dar más
explicaciones que nadie de lo que hacemos o decimos; donde somos vapuleados por
familias que, entre otras cosas, jamás han estado pendientes de la educación de sus
hijos y pretenden pedirnos responsabilidades del porqué de su actitud y donde, por
desgracia y en ocasiones, nos sentimos altamente vulnerables y con miedo a las
reacciones de los propios alumnos o progenitores.

Toda esta reflexión viene a colación de unos incidentes de los que hemos sido
testigos en nuestro centro. Es muy doloroso, a la vez que frustrante, padecer
intimidaciones, tratos despectivos o vejatorios y ofensas varias, cuando te enfrentas a
menores o a sus familias, que se acogen a cualquier resquicio legal para “dar la vuelta
a la tortilla” y justificar lo claramente injustificable, poniendo en evidencia “la soledad
del docente”.
Tenemos la profesión más bonita del mundo; tenemos la responsabilidad de
formar a los jóvenes del futuro en nuestras manos; creemos en el diálogo, el respeto y
la educación como las armas más poderosas, pero no nos sentimos respaldados en el
ejercicio de nuestro trabajo.
Se hace necesario, más que nunca, que se evidencie nuestra realidad y que
llegue a todas partes.
La educación es tarea de todos y necesitamos las herramientas, los recursos y
todo el apoyo del mundo para poder llevarla a cabo.