GENOCIDIO FRANQUISTA Y MEMORIA DEMOCRÁTICA (V)

En esta quinta entrega podemos constatar un ejemplo de represión a personas que, aunque no se significaron con el golpe de estado militar del 17 de julio, eran considerados «de derechas». Porque es verdad que en los primeros momentos de la insurgencia y durante el conflicto bélico, muchos fueron los desmanes cometidos en ambos bandos. Y como uno de los pilares del buen hacer en la ciencia histórica es el rigor, tenemos la suerte de poder contar con un caso de represión (injusta como en todos los casos) por parte de los sectores que se proclamaron «defensores de la legalidad vigente» contra «gente de orden». Agradecer a Laura, la autora, la aportación de material gráfico familiar.

Para comenzar, voy a definir la Ley de Memoria Democrática, la cual declara la ilegalidad de los tribunales franquistas de excepción y nulidad de sus sentencias y pone en el centro de la acción pública a las víctimas del franquismo. Esto dará lugar al derecho de obtener una declaración de reconocimiento y reparación personal a esas víctimas. También veo importante la comprensión de la Ley de Amnistía de 1977, la cual dice: «Amnistía para todos los actos de intencionalidad política considerados delitos durante la Dictadura». Es decir, que todos aquellos delitos cometidos en ese periodo serán perdonados. 

Todavía en la actualidad España sigue silenciando y archivando los crímenes del franquismo, a pesar de la entrada en vigor de la nueva Ley de Memoria Democrática.  Los diferentes gobiernos han ido bloqueando las iniciativas para investigar esos casos, logrando así su archivo y quedando en el olvido. Sin embargo, muchos de nosotros no lo permitimos. Un claro ejemplo es el equipo de arqueólogos y forenses de la Universidad de Granada que en los últimos años están recuperando la memoria con sus propias manos, retirando «la tierra con la que el franquismo trató de ocultar los crímenes» [https://www.elindependientedegranada.es/ciudadania/manos-que-recuperan-memoria].

Pero me gustaría compartir algo más personal y no basarme en artículos ni noticias, sino en la experiencia familiar. Por desgracia hoy en día no puedo preguntarle a mis abuelos, pero sí que lo hice cuando todavía podía, dejándome una de las historias más tristes y que más enseñanza y valores me han aportado. Recuerdo una noche de verano, julio si no me equivoco, estaba en Fuengirola junto con mi abuela materna María Josefa Domingo Martínez. Las dos bajamos al banco que se encuentra justo debajo de mi apartamento para tomar un poco el fresco, como ella decía. Y en un momento de silencio le pregunté por su infancia y por todos esos juguetes que ansiaba tener y nunca pudo. Ella comenzó la historia con un «tuve una infancia muy dura que no le desearía a nadie, y que por desgracia muchas personas tuvieron una peor». Me contó que ella tenía un pequeño quiosco en la plaza de mi pueblo (Montejícar) donde vendía chocolate con su madre, y así se ganaban la vida. Y yo, tan curiosa como siempre, le pregunté por su padre, ella me dedicó una triste sonrisa que me transmitió muchas sensaciones. Me contó que recuerda a su padre saltando muros, escondiéndose y viéndola a escondidas. Cuando le pregunté el porqué, pensaba que me iba a decir que era republicano y por eso se escondía, pero sin embargo su respuesta me sorprendió, fue un inesperado «por creer en Dios».

En ese momento me paralicé y no supe qué responder, ella lo notó, y me explicó que siempre nos cuentan el sufrimiento del bando republicano, pero realmente en la guerra todos los bandos lo hicieron mal. Me contó que aquí en mi pueblo había muchos hombres que se encontraban en la misma situación que su padre, y entre las mujeres se apoyaban y rezaban por ellos. En ese momento me encontraba inundada en la época franquista, y me acordé de todas esas veces que mi abuelo (Jesús Cámara Salcedo) se entristecía cuando nombrábamos a su padre. «Tal vez tenga algo que ver con esta época», pensé, así que pregunté y, en efecto, tenía todo que ver con esta época. Mi bisabuelo era un hombre muy creyente y practicante, amaba a Dios y jamás lo soltaría. También era agricultor y tenía una familia hermosa con 7 hijos a los que quería con locura.

22 de agosto de 1936.

Un día normal como cualquier otro, mi bisabuelo se encontraba en su huerta con mi abuelo, que también compartía la pasión por el campo que su padre le enseñó. De repente otro de sus hijos llamado Pepe, con tan solo 12 años, bajó corriendo y gritando que tenía que huir, que tenía que salir de allí porque habían llegado para llevárselo. En su mano traía un pañuelo de mi bisabuela, y se lo dio para que se lo llevara con él, pero sin embargo él no huyó. Decía que no había hecho nada para morir, y que si creer en Dios era motivo para matarlo aceptaría la muerte sin duda. 

Mi tío abuelo Pepe volvió a su casa para informar a su familia sobre la decisión de su padre, sin embargo, cuando volvió con la familia ya era demasiado tarde. Pues tan solo encontraron a mi abuelo llorando, tan solo tenía 4 años pero se acordaría toda su vida de cada mínimo detalle de aquel día, de cómo llegó un camión con otros 8 hombres dentro, y de cómo su padre lo cogió en brazos le entregó el pañuelo de mi bisabuela y le dijo que no le haría falta, ya que sabía que no lo llevaría por mucho tiempo. Le dio un beso en la cabeza, lo dejó en el suelo llorando y así vio a José Cámara Ramírez, el hombre más importante de su vida, su ejemplo a seguir, un pilar fundamental en su vida, a su padre, subiendo a un camión y dejando allí a su familia, las personas más importantes de su vida que con el sudor de su frente y el dolor de su cuerpo consiguió construir, y aún teniendo 4 años, mi abuelo era consciente de que esa sería la última vez que lo vería. ¿Y por qué? Pues por creer en Dios. Tanto que murió por Él.

Ese camión conducía a Iznalloz, directo al fusilamiento de esos 9 hombres. Tres años después consiguieron recuperar sus huesos. Hoy descansa en el cementerio de Montejícar, en una lápida bajo el lema «Gloria a los que dieron su vida por Dios y por España«, junto a otros 7 hombres asesinados por el mismo motivo: Felipe Molina Esteban, Alfredo Molina Esteban, Jacinto Molina Molina, Cristóbal Ocón Rodríguez y Juan Domingo Ayas.

   

Hace un tiempo, limpiando la casa de mis abuelos con mi madre, encontré una foto de un hombre en la mesita de noche de mi abuelo, le pregunté a mi madre y me dijo que él era mi bisabuelo, que era la única foto que mi abuelo tenía de él. Como mi abuelo ya no está con nosotros decidí cogerla y llevármela a mi casa para cuidarla como si de un tesoro se tratase porque para mí lo es. Esto me ha enseñado mucho, una de las cosas fundamentales es que ni los buenos son tan buenos, ni los malos tan malos, solo hay que conocer la historia y saber ponerse en la piel de las personas que sufrieron por parte de los dos bandos.

La Ley de Amnistía de 1977 fue un instrumento crucial durante la transición a la democracia después del régimen franquista. Algunos la ven como una herramienta necesaria para «cerrar heridas», sin embargo, en mi opinión eso no es así, ya que para cerrar heridas es necesario cerrar etapas, eso implica asumir nuestros errores y consecuencias. Por lo que es fundamental aprender de esta etapa para que no se vuelva a repetir, fortalecer los valores democráticos y proteger los valores fundamentales en la sociedad actual.

Espero que con esta historia (ya que ha sido más una historia que un trabajo de investigación) podamos aprender que en una guerra, ganen unos u otros, al final todos acaban perdiendo. Ojalá aprendamos, ya no sólo por lo que pueda afectarnos en el futuro, sino también por ellos, por todas aquellas personas que murieron y que hoy en día recordamos con tristeza, por todas aquellas personas que aún sin merecerlo fueron asesinadas. Y por todas esas historias, como esta, que marcan la vida de personas como mi abuelo. Porque aquel día, ese camión no sólo se llevó a su padre, también se llevó una parte de él.

Laura Tortosa Cámara

1º Bachillerato-B

Patrimonio

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