ODA III – A FRANCISCO DE SALINAS
La belleza caduca, engañadora…
ODA III – A FRANCISCO DE SALINAS (por Fray Luis de León)
A Francisco Salinas
Catedrático de Música de la Universidad de Salamanca
El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música estremada,
por vuestra sabia mano gobernada.
A cuyo son divino
el alma, que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.
Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce,
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca, engañadora.
Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es la fuente y la primera.
Ve cómo el gran maestro,
aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado,
con que este eterno templo es sustentado.
Y como está compuesta
de números concordes, luego envía
consonante respuesta;
y entrambas a porfía
se mezcla una dulcísima armonía.
Aquí la alma navega
por un mar de dulzura, y finalmente
en él ansí se anega
que ningún accidente
estraño y peregrino oye o siente.
¡Oh, desmayo dichoso!
¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido!
¡Durase en tu reposo,
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!
A este bien os llamo,
gloria del apolíneo sacro coro,
amigos a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo visible es triste lloro.
¡Oh, suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos
quedando a lo demás adormecidos!
Según los neoplatónicos, el hombre, encarcelado en la prisión del mundo, ha olvidado su origen divino. Para purificar su espíritu y desentenderse del mundanal ruido debe ejercer la virtud, dedicarse al estudio, al contacto con la naturaleza o, como en esta Oda a Salinas, percibir el arte musical. De este modo se vislumbra la Armonía suprema, es decir, a Dios, la cual le hace recordar su esencia última, su origen divino.
Gracias al efecto purificador que ejerce la música sobre el alma, esta se libera de las impurezas mundanas, como la riqueza, la belleza material, que son bienes efímeros, anhelados por la gente de baja condición.
La más alta esfera es la morada de Dios. Allí se manifiesta la música celestial, no perecedera ni efímera. La música de la primera estrofa, la de Salinas, es una simple imitación de la música celestial, que es la auténtica, la original.
El estado de arrobamiento anula la actividad de los sentidos. Esa experiencia es inefable, no puede explicarse con palabras, de ahí que el poeta recurra a diversos procedimientos retóricos como la antítesis (desmayo dichoso, dulce olvido), paradoja (muerte que das vida).