«El Espíritu de la Fuga», de Pedro García Olivo

“Repelencia de escribir una novela, lo mismo que de obedecer. La escritura es obediencia. Qué bien entiendo ahora a Artaud, incapaz de escribir; y a Bataille, incapaz de razonar. Qué bien me entiendo, incapaz de obedecer”. Pedro García Olivo

El espíritu de la fuga, del escritor, antiprofesor y anarquista Pedro García Olivo
El espíritu de la fuga, de Pedro García Olivo

1. Pedro García Olivo: así en su novela como en su refugio

a. La obra de un filósofo-poeta

Adentrarme en la lectura de esta novela ha sido como visitar en su día su refugio en Sesga: que nadie espere una casa con jardín, con recibidor, como esas novelas ya estudiadas del mercado que hacen la vida más llevadera y fácil; no, al lado de este refugio de Pedro, cuya imagen aparece en la portada de su libro, hay ¡metafóricamente!, un acantilado, un terraplén, un abismo donde en un descuido puedes dejar la vida, y en las páginas de Pedro se habla de suicidio…

No es un novelista al uso, como bien critica a Víctor Araya el implacable Figueroa, sino la obra de un filósofo poeta, con el espíritu huraño y contradictorio de un Artaud.

Nada de casa con dos plantas, nada de arquitectos; su novela es una desvencijada y destripada casa de una sola planta y con espacio reducidísimo, apenas una covacha, en lo alto de Alto Juliana, allá donde se equivoca el camino y el abismo se hace real.

b. Subir en metáfora quijotesca

Para acceder a esta novela hay que subir en metáfora quijotesca por hermosas montañas, por las mismas que ascendí con Pedro García Olivo cuando me invitó a conocer su refugio: una vez llegas a la lectura de su novela está tan llena de telarañas como el techo de su casa: una maraña inmisericorde y negra donde las arañas no permiten que las moscas y otros insectos molestos perturben su paz. Cualquier lector moriría en sus palabras aristócratas y elevadas, en su densa e intrincada sintaxis, como lo haría cualquier insectillo en la espesa telaraña de su refugio.

Pero en su refugio, el real y no literario, habitáculo pequeño y solitario de una limpieza y sencillez abrumadoras, había una discreta biblioteca y un perro enorme y negro junto a ella que creí verlo orinar sobre los libros, alzando la pata e irrigando toda la cultura.

2. Espíritu de la fuga: espíritu libre

a. Es la novela de un espíritu libre

El espíritu de la fuga es una novela de un espíritu libre, que no busca complacer ni gustar a nadie, ni siquiera a sí mismo, blanco inmisericorde de las críticas más acerbas que se dedica a través de Figueroa. Pero es a través de su alter ego, Víctor Araya, muy parecido al Pedro García Olivo de la vida real, que se exalta indirectamente con el espíritu romántico de los grandes ególatras.

Porque hay egos menesterosos, que buscan la aprobación, el aplauso del vulgo, el reconocimiento público con el que paliar su yo famélico y ruin; por eso Pedro, ego extraño, inquietante, que ha puesto patas arriba el manual de instrucciones de la vida, tiene derecho a crearse su propia estatua. Una estatua, por cierto, continuamente bombardeada por sí mismo con disparos de mortero. ¿Qué daño podría hacerle la desaprobación ajena cuando nadie podría superar una autocrítica tan bestial?

b. Barroquismo

Insisto: en su literatura palpita el espíritu romántico de los grandes ególatras, y también un barroquismo no conceptista sino directamente gongorino: tiene palabras tan sumamente doctas y difíciles que hasta él mismo Góngora podría quedar atrapado en la telaraña de su léxico.

Yo mismo, que me jactaba de conocer todo el léxico castellano, tuve que echar mano del diccionario en varias ocasiones, anonadado por su ilustre vocabulario. Así palabras como feral, latescente, apriscar, arrecha, abarcia, serondo, torpor y hético, entre muchas otras palabras, ya forman parte de mi acervo gracias a esta inasible, oscurantista, autista, cerril y aristócrata obra.

Por si fuera poco, su sintaxis es copiosa en frases largas y pleonasmos, que mueven a confusión y reducen el seguidismo de la trama.

Góngora, el inmortal e intrincado Góngora, insisto, queda sencillito a su lado, queda parvulario. Con razón podemos decir: «Tras leer a Pedro García Olivo, Góngora no es para tanto. Es más, es poca cosa».

Pedro García Olivo no escribe para nadie, porque a nadie busca gustar, porque sus palabras no salvan de nada, ni ayudan a nada, ni contribuyen a una existencia más afín y esperanzada. Todo lo contrario: te hacen comprender que esta vida es mísera y lo mejor es huir, o luchar, o huir luchando, o luchar huyendo, pero nunca aceptar la realidad.

Romanticismo al cuadrado. Creación de una vida al margen de las normas. Cuestionamiento de lo hasta ahora incuestionable, ya no en la forma, sino en el fondo.

No solo no escribe para nadie, sino que publica esta novela y no se hace la menor publicidad.

3. Pedro García Olivo: un escupitajo en el ojo a la vida autómata con instrucciones de uso

a. Escupitajo bacteriano

Da igual por qué página abras El espíritu de la fuga: cada página es un escupitajo bacteriano en el ojo a nuestra vida de autómatas o un internamiento en sórdidos internados, hospedajes, estancias en países decadentes con personajes turbios y antihéroes de toda condición o luchas desarraigadas e inútiles. No hay lugar para la esperanza, sí para el suicidio. 

Encuentro concomitancias con las vanguardias o con las postvanguardias, y sobre todo con el espíritu de Antoni Artaud, al que con razón menta en sus páginas. Es un Artaud ibérico, desesperado, desesperanzado y al tiempo esperanzado de desesperanza, caleidoscopio de desorden pero siempre guiado por la luz de su sensibilidad poética y un desprecio profundo a lo dado.

Fuera de su refugio había una jaula, regalada por su padre para que cazara conejos y no se muriera de hambre, y junto a la jaula un cuchillo de grandes dimensiones y rastros de pelo y sangre coagulada, auténticos cuajarones. No quise preguntar más… El cuchillo era tan enorme como espantoso. Daban ganas de salir corriendo.

b. Victor Araya remitió a Figueroa «El espíritu de la fuga»

Según nos cuenta Ernesto Figueroa en sus páginas a través de sus notas, Víctor Araya le remitió la obra “El espíritu de la fuga”, y con ella no buscaba persuadir a nadie ni granjearse simpatías.

Resulta verosímil, es una escritura tan densa, tan desesperanzada, tan real y pesimista, que dan ganas de cerrar el libro y salir huyendo hacia libros bestseller de desarrollo personal y autoayuda que hagan la existencia más cómoda.

Víctor, así Pedro García Olivo, renuncia a su condición de funcionario y abandona su plaza de profesor. Sorprendente. ¿Quién renunciaría a ser funcionario? Es inmensa la cantidad de personas que cada año intentan conseguir una plaza fija. Y de pronto alguien es capaz de transgredir el mandamiento número 1 de la practicidad.

Víctor Araya, así Pedro García Olivo, se hace pastor de cabras, se sale del rebaño, de las instrucciones de uso, y huye de falsos refugios.

c. Concomitancias con El Quijote y con La muerte de Iván Ilich

Avalle-Arce afirmó que el Quijotismo es la forma del heroísmo hispano: Del “yo soy yo y mis circunstancias” al “Yo soy yo a pesar de mis circunstancias”.

El Quijote se va a morir sin haber vivido, arruinado, sin hijos, sin haber salido del pueblo, y decide inventarse una vida para poder vivir antes de morir sin haber vivido. Pedro García Olivo hace tiempo que se inventó una vida, y la vive literariamente.

Esto me remite a la novela de Leon Tolstoi La muerte de Iván Ilich. En su lecho de muerte Iván Ilich intenta analizar su pasado minuciosamente. Tras ello, le entra la duda de si el estilo de vida acomodado y superficial ha sido el correcto. Trata de justificarse ante su conciencia pero a medida que se acerca su muerte deja de justificarse y asume que, a excepción de su infancia, no ha vivido plenamente. ¿Somos libres o seguimos unas pautas ya marcadas?

4. Contradicciones El espíritu de la fuga

a. Conciencia de pérdida

Pero en la contradicción de Pedro, encontramos una conciencia ernestofigueriana y punitiva, que así la expresa: por creer en la Fuga abandonó todo aquello que había conquistado. ¡De cuánto se desposeyó a sí mismo!, ¡de cuánto se privó!

b. Nada de castidad ni desprendimiento de lo mundano

Otra contradicción más: podría uno pensar que nuestro protagonista, Víctor Araya, se desentiende del mundo, es un eremita apartado del mundo. Un eremita que ha construido su refugio en las montañas y habita los espíritus, la castidad, el desprendimiento de todo lo mundano, en la línea de un San Francisco de Asís o de las tres vías místicas de San Juan de la Cruz.

Nada de eso, igual que desde su refugio, de una digna y sencilla pulcritud, se conectaba con el mundo a través de unas placas solares que le daban acceso al Internet, en su novela hay frecuentes alusiones eróticas y pornográficas, pero enunciadas con un lenguaje elevado. Víctor Araya, y su representante en la Tierra, Pedro, han tenido distintas mujeres: húngaras, españolas, hispanoamericanas… Si cada persona es un mundo, ellos han conocido bastantes.

c. Disquisiciones sobre el amor

Entre las páginas 93 a 102 hay unas disquisiciones filosóficas acerca del amor, de la posesión y de la fidelidad a través de unos personajes en ocasiones tan cuerdamente locos o tan inquietamente lúcidos como Pedro, que podrían compendiarse en estas frases: Trevor no creía en un amor libre de culpa, un amor puro, empíreo, sin mancha, ajeno a todo juego de dominación y a toda forma opresiva. (…) Como mi esclavitud ama a tu esclavitud, yo también te quiero por tus grilletes y te quiero en tus mazmorras.

Hay algunas contradicciones más, pero me limitaré a comentar el supermito de la desesperación: desmitifica para mitificar o desmitifica desde el supermito. Araya termina por sucumbir a la pasión mitificadora y construye un universo irreal, sublimado: el de los hombres-solo-hombres, seres a salvo de la patraña ideológica, “superhombres nietzscheanos”, por su apego a la tierra y que viven a espaldas de la mentira.

Tales hombres, a la manera de Diógenes el perro o los cínicos antiguos, no buscan ser mito de nada, viven desesperados, y la sublimación de Basilio es en sí una contradicción. Los protagonistas son conscientes…

5. Suicidios El espíritu de la fuga

Cerca del refugio de Pedro hay un abismo. Si uno mide mal sus pasos puede acabar reventándose en el vacío. Hay un terraplén inmisericorde a escasos metros de su chabola.

Ese terraplén es, como las constantes alusiones del autor al suicidio, un erizo en el cerebro, un puñal en el fondo del despeñadero. Se contempla el vacío como lo haría una marioneta de hilos rotos y con los ojos abrumadoramente abiertos de espanto. O como diría el mismo Víctor Araya: «Como los ojos de un niño, desesperadamente abiertos ante el horror».

¿De dónde viene esa obsesión del protagonista por el suicidio? El suicidio ocupa una posición de privilegio en sus inquietudes. Cuando a lo largo de sus años de docencia atravesaba aquellas ondas negras, pensaba siempre en quitarse la vida.

Incluso sus personajes arrastran una vida frustrante, irregular, en una esperanza cifrada en un futuro que nunca llega, a través de sórdidos hospedajes, de vergüenzas y sinsabores.

6. La literatura en El espíritu de la fuga

Todo lo que he hecho a lo largo de mi vida ha sido perfectamente inútil; no espero otra cosa de mi escritura, afirma Araya en Desesperar. La mirada de Ernesto Figueroa califica su literatura de desierto y vacaciones de la inteligencia y la imaginación. Su novela la califica solo apta para consumo de minorías ilustradas decadentes, para una minoría autista o de lunáticos. Nadie normal puede acercarse a esta obra y leerla.  

Porque Araya detesta tanto la arquitectura de los pomposos chalés como el armazón de la novela clásica. Se construyó una chabola en el monte de Sesga y escribió una novela sin esqueleto, hecha a retazos de desesperación.

7. El trabajo en El espíritu de la fuga

Como Albert Camus, a través de Sísifo y la metáfora del trabajo estéril, el trabajo es para Víctor Araya una villanía. Se degrada sin remedio la nobleza de un fugitivo en la villanía del Trabajo.

Igual que opina Camus, el trabajo es un humillante mimetismo de todos los días, una embrutecedora rotación semanal de las tareas y afanes.

Por mi condición de docente, presto especial atención a su nota número 13: EL ANTIPROFESOR, y una nota que merece ser reproducida por su extraordinaria lucidez: La Policía de la enseñanza no ha sido diseñada para manejar el hacha, sino para “administrar los sobornos”. No tiene por objeto aniquilar la sedición tanto como someterla a reglas segundas y convertir la desobediencia interna en factor de reproducción del Orden de la Escuela”.

“A los que dicen que huir no es valeroso, responde:

¿Quién no es fuga?

El valor radica, más bien, en aceptar el huir antes que vivir

quieta e hipócritamente en falsos refugios.

Es posible que yo huya,

pero a lo largo de toda mi huida

busco un arma”.

Gilles Deleuze

Depósito Legal: J 696-2013 Editada en Jaén (España) por Encarnación Sánchez Arenas ISSN: 2341-0086

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