Romance y romancero

La palabra ‘romance’ aparece con dos significados: lengua vulgar, en contraposición al latín, que se consideraba la lengua culta; o composiciones escritas en esa lengua común. Dentro de esta segunda acepción, ya en los siglos XIII y XIV se utilizó con carácter general para designar poemas de carácter muy variado (de aventuras, religiosos, misceláneas, etc.), y con un sentido específico para referirse a aquellas composiciones que hoy conocemos como ‘romances’: poemas cortos en series de octosílabos con asonancia monorrima en los pares.
Desde el punto de vista métrico, un romance es una composición poética que consta de un número indeterminado de versos octosílabos con rima asonante en los versos pares, quedando libres los impares. Características básicas son la brevedad e intensidad; la concentración de los afectos y la presentación casi exclusiva de situaciones impactantes, en busca del interés del auditorio.
Los romances se originan en la Edad Media, pero no podemos concretar cuándo. A este respecto Menéndez Pidal asevera: “Cómo nació un romance no lo podemos saber. El romancero es la rama española del género baladístico desarrollado en Europa desde tiempos bastante antiguos”.
Se suele aceptar que fueron fragmentos de los cantares de gesta que se transformaron de epopeya en balada.
Las teorías acerca de que no existía una poesía colectiva y popular, que toda poesía nace de un poeta individual, que la épica era la poesía de la nobleza y la aristocracia y que los romances no habían constituido el embrión de los poemas épicos sino que se habían fragmentado de ellos, determinaron el derrumbamiento de los postulados románticos.
En cada momento, se cantan los temas que tienen vigencia y ejemplaridad para la colectividad que los mantiene en su memoria común. Como reseñan Pedro Piñero y Virtudes Atero “la tradición moderna ha perdido casi por completo el gusto por los romances épicos o históricos, al ser totalmente ajena a la inspiración militar y heroica que los originó y, en cambio, ha creado otros romances de tipo local, humilde y campesino”.
La lengua del romance es de oraciones breves, de sintaxis suelta y con limitación de nexos, manifestándose un predominio del lenguaje sustantivo y verbal sobre el adjetivo, y abundancia de elementos expresivos para dar intensidad al relato (interjecciones, exclamaciones, diminutivos, hipérboles, antítesis, reiteraciones, etc.).
Respecto a la rima, la asonancia es la característica del romance, puesto que no se ha de olvidar que este procede de las gestas medievales que utilizaban este tipo de rimado.
En el romancero moderno, el estribillo es de presencia más común, sobre todo en Cataluña y Canarias donde suele cantarse cada una o dos cuartetas, con la misma tonada que el tema principal y sin ninguna relación con el contenido temático del romance.
CLASIFICACIÓN DE LOS ROMANCES
Los romances se pueden clasificar en tres grandes categorías:
  1. Históricos: originados para cantar un suceso histórico determinado.
  2. Épicos literarios: elaborados a partir de cantares de gesta u otras fuentes elaboradas literariamente, incluso históricas.
  3. Novelescos o de aventuras: vinculados generalmente a leyendas y relatos de ficción.
Menéndez Pidal considera dos tipos narrativos: los romances cuento y los romances escena, estos últimos subdivididos a su vez en romances narrativos y romances diálogo.
La diferencia estriba en que los romances cuento tratan el asunto en su totalidad (en la forma tradicional de planteamiento, nudo y desenlace), mientras que los romances escena desarrollan un episodio prescindiendo de los antecedentes y hasta del desenlace (es decir, comienzo abrupto y final trunco).
Mientras la tradición moderna se decanta por los romances cuento, la antigua lo hizo por los romances escena, causa por la que muchos de ellos se perdieron al no ser recogidos por las compilaciones de los siglos XVI y XVII.

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