Historia

   Existen pocos datos de Diego Molleja Rueda, destacado maestro y poeta villarense.

                     Su primer apellido, su profesión y  dedicación, dan nombre a nuestro Centro:

                                                                      

                               

Diego Molleja Rueda

(1861 – 1932)

Biografia

Nació en Villa del Río, el cinco de septiembre de mil ochocientos sesenta y uno.

 Cursó la carrera de Magisterio por verdadera vocación a la enseñanza, y desde entonces dedicó toda su actividad a la educación de los niños y niñas, a quienes amaba.

La poesía y la música fueron sus únicos “recreos”.

Por razones que desconocen, tal vez por deberes de su profesión, abandona su patria chica siendo muy joven, de los veinte a los veinticinco años.

Vivió en Sanlúcar, en Cabra, en Alicante, en Écija, en Córdoba, y por último en Sevilla, hasta su óbito.

              “Un poeta en la sombra” fue el lema del discurso que D. José Priego López pronunció en la academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba, para descubrir al villano inmortal de quien es admirador y amigo: 

              “Sencillo, con la sencillez de la humildad, agudo de entendimiento, de ardiente fantasía, noble de corazón, fino de sentir, menudito, magro, manojillo de nervios, abundoso de palabra, de voz robusta, corto de vista y tardo de paso, Este Don Diego discurría blandamente por la vida educando muchachos y componiendo versos ”.

 En Barcelona cuando la exposición. Se leyó la síntesis de sus trabajos en la sala de actores del Pueblo Español. Toda la prensa barcelonesa coincidió en el descubrimiento de un excelente poeta clásico.

·        También el Ateneo sevillano tuvo elogios y aplausos para él .

 

No le gustaba la ostentación, -decía su hija María del Valle-, despreciaba la adulación, máxime si era premeditada. 

              Viejo ya, conservaba siempre la juventud para el trabajo y adaptación a las corrientes modernas. Rehuyó de la política, viviendo con independencia.

              “Yo-decía su hija-, tenía el presentimiento y la certeza, de que la jubilación sería su muerte. Vivía confiado en los 72 años; Y cuando le dieron la noticia del decreto de su jubilación, lo vi palidecer. Corrí en su auxilio:¡Nada, hija -contestó- me dan por inútil!”.

              Su última clase la dio el 14 de junio a la que asistieron inspectores y compañeros. Estaba fuerte y trabajaba como el primero en energía.

              Trató de publicar su libro, pero antes era la Escuela y en ella gastaba todo cuanto llegaba a sus manos, cosa que le impidió ahorrar para haber cumplido su deseo.

 

              Desde su jubilación se encerró en gran mutismo y la tristeza, que lo inundó. 

Se acostaba temprano -cosa rara en él- pero era para llorar, como se ha sabido por escritos suyos. “¡Yo no estoy inútil, estoy en la plenitud mis facultades!” – decía, a la vez que enumeraba, a tantos inútiles.  Empezó a sentirse mal y a enfermar; dos enfermedades se ensañaron con él y minaron su organismo; murió.

Murió sin haber sentido la satisfacción de venir a Villa Del Río, como tanto anhelaba.