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Impresionismo

“La lectora”. Pierre-Auguste Renoir, 1875.

Pierre-Auguste Renoir es uno de los grandes pintores impresionistas. Se le conoce como el pintor de la alegría y de la luz, pues trató de reflejar escenas placenteras en las que el sol baña la piel y los rostros de sus figuras. En su obra predominan lo…

ASESORÍA DEL ÁMBITO CÍVICO-SOCIAL. 2015-11-19 13:08:19

Del 10 de octubre de 2015 al 10 de enero de 2016 estará abierta la Exposición Virtual El triunfo del Color. De Van Gogh a Matisse patrocinada por la Fundación Mapfre en Barcelona. La exposición recoge cuadros de las colecciones de los Museos D’Orsay y De l’Orangerie y de autores como Van Gogh, Matisse, Gauguin, […]

Paul Durand-Ruel, el marchante que inventó el impresionismo

Basta darse una vuelta por alguna de las muchas ferias de arte del planeta para entender que hoy son muchos los galeristas poderosos, los coleccionistas de peso, los marchantes influyentes. Pero a finales del siglo XIX todo era muy diferente. Dominado por el mundo académico y por sus pequeñas mafias, instaladas en centros como la Royal Academy de Londres o de París, el mercado del arte tal y como hoy lo conocemos no existía y era casi imposible ser un artista que se saliera de la norma y ser reconocido sin la aprobación de ‘la academia’. Hoy hablamos de los impresionistas con fervor y se pagan millones por sus cuadros pero ¿qué hubiera sido de Monet, Pissarro, Degas, Renoir, Manet de no haber existido Paul Durand-Ruel
Uno de los cuadros de Monet incluido en la exposición
Uno de los cuadros de Monet incluido en la exposición
La exposición Inventando el Impresionismo que acaba de inaugurarse en la National Gallery de Londres y podrá verse hasta el 31 de mayo, tiene su origen en esa pregunta. Las 85 espléndidas obras que aquí se muestran pasaron en algún momento por las manos de este marchante francés que durante casi dos décadas fue el único que supo ver la genialidad que encerraban los cuadros de los impresionistas. Durand-Ruel fue un galerista avezado que arriesgó su propia fortuna para apoyar a un grupo de artistas que antes de conocerle rozaron la pobreza extrema y hasta trataron de suicidarse, como en el caso de Claude Monet, que se tiró al Sena en 1868 arruinado y desesperado ante el desprecio que el mundo del arte de entonces sentía por sus trabajos. Dos años después, en cambio, su suerte dio un giro radical tras un encuentro casi fortuito con Durand-Ruel en Londres, donde ambos se exiliaron durante la guerra franco-prusiana y donde el artista pintó el ya clásico El Támesis frente a Westminster una de las obras que ilustran la exposición. Una tarde Monet se acercó a la galería temporal que el marchante había abierto en el centro de la ciudad acompañado por el paisajista Charles Francois Daubigny, de quién también era marchante y quien le presentó diciendo: “Este artista nos superará a todos”.
Durand-Ruel se había criado entre pinturas desde niño ya que su padre montó una galería tras tener una tienda de materiales artísticos en los que a menudo sus clientes le pagaban con cuadros. Sus ojos por tanto tenían la sabiduría de quien ha visto mucho y no sólo se limita a mirar sino que sabe ver más allá de la superficie. Le compró a Monet en el acto un cuadro y le pidió que le mostrara más. Días después su amigo Pissarro también le vendía una obra en Londres, dando inicio así a una relación que se extendería durante décadas, hasta la muerte del marchante en 1922, que transformaría la vida de aquellos artistas e inauguraría la historia del arte moderno. “Paul Durand-Ruel era un hombre que en su vida privada era muy conservador en el mejor sentido de la palabra, un hombre de familia, dedicado a ella por entero pero que tenía cualidades innatas, yo diría que casi instintivas para promover a los artistas a los que amaba. Y creo que en la base de su trabajo está precisamente ese amor por el arte en el que creía. Su descubrimiento de Monet y Pisarro en Londres en 1870 fue como el de San Pablo en el camino de Damasco, una conversión instantánea” cuenta a El Confidencial el comisario Christopher Riopelle. Por aquel entonces Monet, Pissarro, Renoir, Sisley o Manet compartían además de amistad el haber sido repudiados de los salones oficiales de París, donde sus trabajos, cargados de luz pero de perfiles difusos e imperfectos, llegaron a provocar carcajadas entre los entendidos de la época, que les calificaron de degenerados.
Tras su epifanía londinense, en cambio, Durand-Ruel se convirtió en el benefactor de todo este grupo al que comenzó a dedicarse en cuerpo y alma al regresar a París en 1871, año en que también perdió a su mujer. Nunca volvió a contraer matrimonio pero en cierto modo, se casó con los impresionistas y les cuidó como cuidó a sus seis hijos. No sólo les pagaba el alquiler, el sastre, el médico o los materiales, adquiría sus obras utilizando préstamos que le permitían hinchar sus precios, convirtiéndose de facto en el primer gran especulador de la historia del arte. Además compraba muchas a la vez, -en su primer encuentro con Manet, considerado oficialmente ‘invendible’, le compró 23 lienzos de golpe- algo que entonces aún tampoco se hacía y que con el tiempo le convertiría en un hombre muy rico aunque en los primeros años de mecenazgo casi le lleva a la ruina tres veces.

La exposición, que se desarrolla en orden cronológico, tiene su prólogo en la primera sala: una pequeña reconstrucción del salón de su casa parisina, donde se colgaron y ahora se muestran algunos de los lienzos de Renoir más célebres como Mujer con gato (1880) o dos lienzos de la serie Baile, Baile en el campo y Baile en la ciudad ambos fechados en 1883. También están las puertas de un armario que Monet decoró con motivos florales, más una gran foto que permite ver ese mismo armario, y los cuadros en el salón original. Además se exponen los retratos que Renoir le hizo tanto a Durand- Roel como a sus hijos. El galerista tenía ya ochenta años cuando posó para el que llegó a ser uno de sus amigos íntimos, que nos invita a conocerle como un hombre de rostro genuinamente amable pero de ojos tristes, recostado en un sillón ensimismado en sus pensamientos.
El mercado del arte entonces era muy diferente al actual, en el que cuando un marchante poderoso escoge a un artista, lo convierte en oro de inmediato, como ocurrió por ejemplo con Damian Hirst y Charles Saatchi, o con James Koons y Larry Gagosian. A finales del siglo XIX que un respetado galerista como Durand-Ruel comenzara a adquirir obra de los impresionistas, rechazados en masa por todo el ‘establishment’ artístico, fue un escándalo. Y mucho más que decidiera organizarles exposiciones individuales –otra de las novedades que introdujo en el mercado-, o que contratara a escritores como Zolá o Mallarmé para que escribieran sobre ellos –primera incursión en el marketing de un marchante de arte-, o incluso que abriera su casa al público para mostrar su colección privada, por no hablar de la acumulación de obra: llegó a tener 1500 renoirs, 1000 monets, 400 Degas y unos 800 pissarros, entre los más de 12000 cuadros que adquirió a lo largo de su vida.
Las nuevas herramientas que utilizó para dar a conocer a sus artistas son en realidad la base de nuestra forma actual de consumir y entender el arte. Pero aquello no ocurrió de la noche a la mañana: la de Durand-Ruel fue una carrera de fondo. “Atacados por los defensores del academicismo y las viejas doctrinas, por los críticos más reputados, por la prensa y por la mayoría de mis colegas, mis artistas se convirtieron en el material humorístico de los salones y del público y yo, culpable de haberme atrevido a mostrar sus trabajos y apoyarles, comencé a ser tratado como un loco. Poco a poco la confianza que había conseguido crear se esfumó y mis mejores clientes comenzaron a cuestionarme” escribió Durand-Ruel en sus memorias. Los malos tiempos a los que se refiere coinciden con el primer y el segundo salón del impresionismo en 1874 y 1876, fechas que a su vez coincidieron con una fuerte crisis económica en Francia, que volvió a repetirse en 1884. Para mantenerse a flote se vio obligado a vender toda su colección previa a los impresionistas –Corot, Delacroix, Courbet, cuadros que también se exhiben en esta muestra- y ni siquiera pudo hacerlo personalmente si no a través de un broker porque nadie quería tener ya relación con él, asociado de por vida a los impresionistas. Los bancos no le querían prestar dinero avalado por los cuadros de Monet o Renoir, sólo le adelantaban el valor del precio de los marcos así que su situación llegó a ser tan desesperada que incluso sus queridos pintores le ofrecieron devolverle la ayuda. En 1884 Renoir le escribió en una carta: “Si me necesitas considérame a tu entera disposición, ocurra lo que ocurra. Siempre te seré leal. Si necesitas sacrificar cuadros, no te arrepientas, pintaré otros aún mejores para ti”. Pese a las dificultades, no se rindió. “Mi gran crimen, el que ensombrece todos los demás es haber comprado y alabado el trabajo de algunos de los pintores más originales y diestros, de entre los cuales algunos son genios, y mi intención es conseguir que los amantes del arte los acepten” escribía en 1885. Para entonces ya había organizado, entre otras, dos exposiciones individuales de Monet, cuyos lienzos están por toda la muestra pero a quien aquí también se le dedica una sala entera donde pueden verse reunidos por primera vez cinco extraordinarios cuadros procedentes de varias colecciones de la serie que le dedico a los álamos en 1891. Para entonces tanto él como sus compañeros de generación se habían hecho famosos tras décadas de penurias.
El reconocimiento les llegó del otro lado del Atlántico en 1886 a través de una invitación de la American Art Association que invitaba a Durand-Ruel a exponer allí a los impresionistas. La exposición tuvo que prorrogarse, le llovieron críticas sublimes y vendió casi la totalidad de las 300 obras que expuso. Fue la entrada en la historia de aquellos pintores por los que este amante del arte y excelente hombre de negocios tanto había luchado. “Los americanos no se ríen, compran. No creáis que son unos salvajes. Al contrario, son menos ignorantes y de mente más abierta que los coleccionistas franceses” le dijo a sus artistas, incrédulos ante su propio éxito. Poco después abría una galería en Nueva York, que se convertiría en el epicentro de sus negocios. París tomó nota y en 1894 Durand-Ruel ya había podido pagar todas sus deudas mientras sus artistas se cotizaban cada vez más alto también entre franceses. En 1905 organizaba en Londres la que sigue siendo la mayor exposición de arte impresionista de la historia: 315 obras en las lujosas galerías Graffton entre las que había 196 cuadros de su propia colección. Aquella muestra fue también un ejemplo de comisariado moderno, ya que Durand-Ruel trazó una línea cronológica por la historia del movimiento que hasta entonces no se había practicado. La exposición de la National Gallery cierra precisamente con una selección de los cuadros que se mostraron allí, obras como Dos hermanas (1881), de Renoir, que el marchante le compró a su autor por 1500 francos en 1881 y que en 1925 se vendió a un coleccionista de Chicago por 100.000 dólares.  
Bárbara Celis: El marchante que inventó el impresionismo, El Confidencial, 6 de marzo de 2015
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El ‘paso a dos’ de Degas en la Royal Academy

Estudio del cuadro Bailarina (1880-1885). Abajo, Bailarinas, de 1899. Ambas expuestas en la Royal Academy.- EFESi usted cree que la principal aportación del pintor
impresionista francés Edgar Degas (1834-1917) al mundo es lo bien que
quedan sus bailarinas en las tapas de las cajas de bombones, debería
darse una vuelta por la Royal Academy de Londres, que desde el 17 de septiembre y
hasta el 11 de diciembre presenta la exposición Degas y el Ballet.
 
Las bailarinas que predominan en la exposición quizás le confirmen su
impresión sobre su funcional uso como envoltorio cursi del chocolate,
pero si presta atención a la estructura de la exposición, a las
explicaciones que le ponen a mano los organizadores y a las 85 pinturas,
esculturas, pasteles, dibujos, grabados y fotografías de Degas que se
exponen, descubrirá a «un pintor moderno, un artista radical que
reflexionó profundamente acerca de los problemas visuales y que estaba
absolutamente al corriente de los desarrollos tecnológicos de su
tiempo», según el historiador Richard Kendall, que ha comisariado la
exposición junto a Jill de Vonyar.
La muestra londinense, que no
viajará a otras capitales porque muchas de las obras solo han sido
prestadas durante un periodo de tres meses porque su exposición en
intervalos más largos podría deteriorarlas, pretende por encima de todo
demostrar la habilidad de Degas para plasmar el movimiento.
Interesadísimo en la nueva expresión artística de su tiempo que
representaba la fotografía, Degas la utilizó sobre todo como materia de
estudio y para elaborar sus pinturas. Con ellas, el pintor francés
lograba plasmar lo que los fotógrafos de su tiempo no conseguían debido a
las limitaciones tecnológicas del momento: el movimiento.
La exposición muestra algunas tarjetas de visita
de bailarinas de la época, muy de moda en la segunda mitad del siglo
XIX. El examen detallado de esas tarjetas permite observar los trucos
del fotógrafo, como los cables utilizados para sujetar en el aire el
brazo de la danzarina, incapaz de mantenerlo en suspensión durante los
largos minutos de pose que exigían las máquinas fotográficas del
momento. Degas superaba con la pintura la realidad fotográfica plasmando
el movimiento no solo de las bailarinas en el escenario o entre
bastidores, sino mientras se dejaban retratar en el estudio del
fotógrafo.
Es el caso, sobre todo, de Bailarina posando para el fotógrafo,
la luminosa obra pintada por Degas en 1875 que se exhibe en Londres por
gentileza del Museo Pushkin, en la que la bailarina posa en el estudio
mientras por los enormes ventanales se cuela al fondo el azul radiante
de una mañana parisiense.
Más allá de admirar la obra de Degas, la
exposición ofrece al visitante muchos otros ángulos. No falta la
anécdota sociológica: hay docenas de bailarinas pero ningún bailarín. La
explicación no encierra lecturas machistas o sexuales, o al menos no
imputables al pintor: en la época de Degas apenas había bailarines
hombres en los escenarios. «Era considerado de muy bajo nivel que un
hombre bailara y los hombres que iban al ballet lo que querían era ver
mujeres en el escenario. Eso no cambió hasta la llegada de Nijinski,
bien entrado ya el siglo XX», explica Charles Saumarez, máximo ejecutivo
de la Royal Academy.
Pero, sobre todo, la exhibición hace
hincapié en la relación de Degas con la tecnología y el estudio del
dinamismo. Como ha recordado Ann Dumas, co-comisaria de la exposición,
el propio artista solía decir: «Me llaman el pintor de las bailarinas.
No comprenden que, para mí, la bailarina es un pretexto para pintar
hermosas telas y representar el movimiento». «La referencia a las
hermosas telas refuerza el cliché de Degas y las cajas de bombones, pero
la representación del movimiento nos acerca al corazón del asunto. Para
Degas, la figura dinámica era el reto más absorbente y en la danza
encontró el tema ideal», explica Dumas.
La exposición se
complementa con montajes y con esculturas de contemporáneos de Degas
estudiosos del movimiento, como Eadweard Muybridge, Etienne-Jules Marey o
Paul Richer.
Una de las piezas centrales de la muestra es la pieza de bronce Pequeña bailarina de 14 años de edad,
de 1880-1881. Una versión inicial de cera con tutú y peluca fue
exhibida en París en medio de un gran escándalo por ser considerada de
mal gusto y hasta comparada con un muñeco de vudú. El valor añadido que
tiene en esta muestra es que la escultura se presenta acompañada de una
larga serie de bocetos y pinturas que demuestran cómo Degas pintó a la
modelo desde todos los ángulos a su alrededor para representar mejor la
idea de movimiento.
Walter Oppenheimer, Londres: El ‘paso a dos’ de Degas en la Royal Academy, EL PAÍS, 15 de septiembre de 2011

Manet, el ‘enfant terrible

Una muestra en el Museo de Orsay revela la inesperada modernidad del pintor Una visitante de la exposición, junto al cuadro Dama en traje de noche'. afp

Antes de ser carne de merchandising, Édouard Manet fue un revolucionario. Mucho antes de decorar comedores y de resultar imprescindible en toda colección pública que se precie, el pintor francés logró contrariar profundamente a su época, poco abierta a sus reproducciones de la vida moderna a tamaño casi natural. Es la tesis de Manet, inventor de lo moderno, retrospectiva inaugurada ayer en el Museo de Orsay, que facilita al visitante un nuevo prisma para contemplar la creación de Manet. A los que hoy le tratan de vaca sagrada, la exposición les responde que antes fue enfant terrible.

La pintura decimonónica seguía persiguiendo una proyección platónica de la realidad, un momento de recreación sensorial que pudiera servir de antídoto contra la brutalidad del mundo. Al espectador ajeno a la abstracción y el expresionismo, los cuadros de Manet le parecieron pornografía pura. «Fusionó esa idea generalizada sobre la pintura con una inspección novedosa de la sociedad de la época, introduciendo la vida moderna dentro del marco de sus cuadros», afirma el comisario de la muestra, Stéphane Guégan. Por ejemplo, enmarcando sus retratos en cervecerías y cabarets, en los que se escucha el roce de la seda de sus cantantes callejeras, bailarinas de music hall y otras mujeres de vida más o menos alegre.

Heredero romántico

El escándalo estalló con Desayuno sobre la hierba, presentada en 1863 en el Salón de los Rechazados, donde exponían todos los parias arrinconados por el establishment. A esas alturas, a nadie le debía trastornar excesivamente un desnudo femenino, pero sí que junto a sus Venus de mirada ausente posaran señores vestidos hasta el cuello. Por si fuera poco, a Manet no le podía importar menos la perspectiva clásica. La crítica rechazó el cuadro por su «composición absurda». Gustó más a escritores como Baudelaire, Zola y Mallarmé, que vieron en Manet una traducción de su imaginario claroscuro y de las costumbres de la vida contemporánea, como demuestra ahora la exposición.

Pocos años después, el mismo salón parisiense se convertiría en laboratorio de ideas del impresionismo. Manet se distanció conscientemente de esa corriente pictórica, rechazando incluso exponer junto a sus colegas contemporáneos, hasta el punto de ser tratado de traidor por Degas. «Pese a lo que se suele decir, Manet fue un heredero del romanticismo, mucho más que un precursor del impresionismo», sostiene Stéphane Guégan. Sufriendo por su carácter marginal, el pintor se obstinó en ser reconocido, sin llegar a conseguirlo nunca del todo. A medida que se hacía mayor, alternó sus grandes obras casi experimentales con retratos más ligeros y banales, así como una larga serie de bodegones que terminaría despreciando.

Pese a todo, Manet nunca renegó de su propuesta. Un par de años antes de morir y 20 después de la polémica provocada por su lienzo más conocido volvió a generar revuelo con El bar del Folies-Bergère (1881), otro juego imposible de perspectivas y personajes desaparecidos. Demostró así que la pintura no tenía que seguir sujeta a la tradición y que podía inscribirse, por obra y arte del pintor, en una especie de universo paralelo.

La exposición también se detiene en la parte menos conocida de su obra, inspeccionando la pintura histórica y religiosa, poco vista en Europa y prestada para la ocasión por museos estadounidenses. Manet retrató a los grandes políticos de su época en el espacio público y pintó a Cristo como un vulgar fiambre que presentaba los primeros síntomas de descomposición.

Tal vez no sea extraño, tratándose de un hombre que calificaba la religión como «la mayor ficción del espíritu humano». Su madre había sido la ahijada del rey de Suecia. Él murió con una pierna amputada por la sífilis.

Álex Vicente, París: Manet, el ‘enfant terrible’, Público, 5 de abril de 2011

El gran viaje de los tesoros impresionistas de la colección Clark

El recorrido comienza el 4 de marzo en Milán y llegará a Barcelona en otoño

Los acantilados de Étretat, 1885 de Claude Monet- CLARK ART INSTITUTE lark Art Institute. La colección de Sterling and Francine Clark tiene su sede fija en Williamstown, en Massachussets. Sus tesoros abarcan desde el Renacimiento hasta finales del XIX más reciente, aunque su incomparable colección impresionista es la más envidiada por los museos de todo el mundo. Parte de ese maravilloso conjunto se ha podido ver ya Barcelona (Picasso devant Degas) y actualmente en el Museo del Prado, «Pasión por Renoir», hasta el 13 de febrero. Pero esas no van a ser las únicas salidas de la colección por todo el mundo. MichaelConforti, director de The Clark ha detallado esta mañana cuáles serán, por el momento, los museos que han conseguido participar en el viaje mundial de la colección y cuáles son los cuadros que se podrán ver. La exposición cuenta con obras de casi un centenar de artistas como Renoir, Claude Monet, Edgar Degas, Édouard Manet, Berthe Morisot, Camille Pisarro, Pierre Bonnard, Jean- Baptiste-Camille Corot, Paul Gaugin, Jean-François Millet, Alfred Sisley, Henri de Toulose-Lautrec, William-Adolphe Bouguereau y Jean-Léon Gérôme.

La primera parada será en Milan, a primeros de marzo, en el Palazzo Reale. Después se podrá ver en el Museo de los Impresionistas, enGiverny y el 18 de noviembre den la sede barcelonesa de Caixaforum. El recorrido, que durará un mínimo de tres años pasará después la Royal Academy de Londres, el Kimbell Art Museum de FortWorth (Texas) y el Montreal Museum of Fine Arts de Canadá. A partir de 2013, la exposición se trasladará a Japón y China.

El recorrido mundial de esta parte de la colección coincide con las obras de ampliación del museo que realiza el arquitecto japonés Tadao Ando. Los centros que se benefician de la gira mundial de la Clark adquieren diferentes compromisos de colaboración con la institución estadounidense. En el caso del Museo del Prado, la aportación española ser verá en la exposición dedicada al desnudo.

Richard Rand, jefe de Conservación de The Sterling and Francine Clark Art Institute y comisario de la exposición, recuerda que la colección fue iniciada por el matrimonio Sterling y Francine Clark, quienes adquirieron la mayor parte de las pinturas que forman el núcleo de los fondos entre 1910 a 1950. Él era un rico heredero que vivió en Filipinas y China, antes de instalarse en Europa. Su abuelo, Edward, fue socio fundador de la fábrica de máquinas de coser Singer y constructor de edificios tan señeros como el Dakota, en Manhattan. Ella, Francine, fue actriz de la Comedie Française, que se casó con el multimillonario en 1919. La compra de obras de arte por todo el mundo, fue la actividad principal de la pareja.

Los acantilados de Étretat, 1885 de Claude Monet- CLARK ART INSTITUTE lark Art Institute.

Ángeles García, Madrid: El gran viaje de los tesoros impresionistas de la colección Clark,
EL PAÍS, 26 de enero de 2011

Todos los colores de Renoir

Desde la izquierda, dos autorretratos de Pierre-Auguste Renoir (uno de 1875 y otro de 1899) y la obra Monsieur Fournaise (1875), expuestos en el Museo del Prado.- ULY MARTÍN


La colección de ‘renoirs’ del Clark Institute es una de las principales apuestas del otoño en el Prado. Sale por primera vez completa de EE UU para ofrecer una nueva visión del pintor, que nunca había sido objeto de una retrospectiva en España

Palco en el teatro. "Pasión por Renoir", primera monográfica que se celebra en España dedicada a uno de los más destacados maestros del impresonismo, presenta 31 pinturas cedidas por el Clark Art Institute. En la imagen la obra Palco en el teatro (En el concierto), óleo sobre lienzo (99.4 x 80.7 cm), pintado por Pierre-Auguste Renoir en 1880.- STERLING AND FRANCINE CLARK INSTITUTEFrente a otros contemporáneos, Renoir ha sido el pintor impresionista preferido de la gente durante más de un siglo, el más celebrado y popular, y el público entusiasta así se lo reconoció desde el principio, oh regalo envenenado, reservándole las tapas de las cajas de chocolates donde han figurado tantas de sus creaciones. Esta es una de las circunstancias que hacen del caso Renoir uno de los más complejos de dilucidar, como demuestra la exposición del Prado presentada ayer, pues exige de nosotros dejar a un lado la desconfianza o el malestar que a menudo pueden despertar sus pinturas o los entusiasmos que ha suscitado y en quiénes, y centrarnos en tales o cuales obras, en verdad notables.

No es sencillo porque pintó mucho y en muchos estilos, y dentro de cada estilo no siempre con fortuna, sin que ello le importase mucho: era un hombre jovial, y la época contribuyó lo suyo. No hay más que asomarse a sus cuadros: las encarnaduras de los desnudos no eran tan afrutadas ni mórbidas desde Rubens y pocos pintores se habían atrevido hasta entonces a meter en una sola tela todos los colores del arcoíris. Claro que esto último, como decimos, lo favoreció también la época. Pero vayamos por partes.

Quizá fuera ese rasgo de su carácter, la jovialidad, lo que animó al millonario norteamericano Sterling Clark a coleccionar tantos renoirs, parte fundamental de la fabulosa colección que donó al Instituto de Arte de Massachusetts que lleva su nombre y que puede verse hasta el 6 de febrero en las salas del Prado bajo el título Pasión por Renoir.

Como buen coleccionista, se diría que Clark, un hombre extraño, introvertido y aventurero cuyo interés por el arte se despertó tardíamente, a finales de los años diez del pasado siglo, quiso tener una muestra de cada uno de los diferentes estilos de Renoir: retratos, autorretratos, figuras femeninas, desnudos femeninos, paisajes de todo tipo, escenas de interior, naturalezas muertas y cuadros de flores (faltan, seguramente porque llegó demasiado tarde al club de los coleccionistas, los grandes cuadros de tema, como su célebre Baile en el Moulin de la Gallete). Si alguien no supiese nada de Renoir, cosa improbable, esta exposición le dará una idea muy aproximada del genio versátil de su autor, con algunas pinturas sobresalientes. Lo es su primer autorretrato, tan greco (como Manet, decía adorar, sin embargo, a Velázquez: la moda Greco no había llegado todavía), o el inquietante retrato de la joven Thérèse Berard o el chinesco de la señora Monet, que presagia tantas pinturas intimistas de Vuillard como preludian algunos de sus paisajes los de Bonnard o los de nuestro Darío de Regoyos, o tal o cual fondo los fondos de Matisse, que decía adorarlo, como también decía adorarlo Picasso, sin duda seducidos por su bondad.

Frente a la melancolía de Degas, el más hondo de los pintores impresionistas, o las voces de Pissarro o de Sisley, tan apagadas, tan honradas, (por dejar a un lado a quienes como Cézanne o Van Gogh pusieron los cimientos de la modernidad), a Renoir acaso se le tenga en el futuro como al pintor que siguió la tradición de Boucher y de Watteau, tan franceses, tan galantes. Y así se verán ahora en el Prado (otro regalo envenenado ese estar en la casa de Velázquez, de Murillo, de Tiziano, teniéndoles delante), así se verán, decíamos, estos cuadros suyos, tan distintos unos de otros, a veces incluso tan desconcertantes: como lo más luminoso de una época y lo más risueño de un autor que la comprendió como ningún otro. «Tan leve, tan voluble, tan ligero, cual estival vilano», podríamos decir con las palabras de Juan Ramón Jiménez.

Por eso, señalábamos al principio, la época, que vio en él a su pintor, lo mimó, y los coleccionistas (principalmente norteamericanos) se lo disputaron desde el principio. Renoir fue consciente de ello, y quiso corresponder a tantas atenciones esmerándose en la elección de sus temas, de sus modelos, de sus escenas de interior tanto como en la elección de los colores apastelados de su paleta. Y no desentonar con la época.

Pero sería injusto pensar solo en la dimensión social y burguesa de sus obras. En ocasiones, también Renoir se tropezó con el misterio de la vida, y quiso legitimar noblemente la alegría a la que su jovialidad le tenía destinado. Así lo prueban algunos de los cuadros.

Muchacha con abanico. Las pinturas coleccionadas por Sterling y Francine Clark permiten recorrer algunas de las etapas más destacadas de la trayectoria de Renoir entre 1874 y 1900. En la imagen Muchacha con abanico, óleo sobre lienzo de 1879. STERLING AND FRANCINE CLARK ART INSTITUT

La barca-lavadero de Bas-Meudon. Se trata de la primera vez en la historia de la institución estadounidense en que se han prestado todos los 'renoir'. En la fotografía La barca-lavadero de Bas-Meudon, óleo sobre lienzo (50 x 61 cm) de 1874. STERLING AND FRANCINE CLARCK ART INSTITUTE

Pasión coleccionista

  • El Prado expone bajo el título Pasión por Renoir, hasta el 6 de febrero, la colección completa de obras del pintor impresionista francés perteneciente al Clark Art Institute de Williamson (Massachusetts, EE UU).
  • Las 31 obras expuestas abarcan todo el espectro de la obra de Pierre-Auguste Renoir (1841-1919). Junto a un gran número de cuadros impresionistas y dos autorretratos, se pueden contemplar también obras posteriores que muestran la evolución del pintor hacia un arte más clásico inspirado en Tiziano y Rubens.
  • Es la primera vez que la colección atesorada por el millonario estadounidense Robert Sterling Clark sale completa de su sede.
  • El Museo del Prado prestará, en 2014, al Clark Art Institute destacadas obras.
Cebollas. Renoir, que visitó el Museo del Prado en 1892, cultivó los principales géneros : el retrato, la figura femenina, el desnudo, el paisaje, la naturaleza muerta y las flores. En la imagen la obra Cebollas (óleo sobre lienzo, 54,1 x 65.3 cm) de 1883.STERLING AND FRANCINE CLARK ART INSTITUTE
Autoretrato. La mayoría de estas obras nunca se han visto en España y se trata de la segunda colección más importante en el mundo del maestro impresionista. En la imagen la obra Autoretrato, (óleo sobre lienzo, 39.1 x 31.7 cm) de 1875.STERLING AND FRANCINE CLARK ART INSTITUTE
Bañista peinándose. La exposición es fruto de un acuerdo de colaboración con el Clark Art Institute de Williamstown (Massachusetts, EEUU) que conlleva el préstamo por parte del Prado de obras de Velázquez, Tiziano o Rubens. En la imagen la obra Bañista peinándose (óleo sobre lienzo, 91.9 x 73 cm) de 1885. STERLING AND FRANCINE CLARK ART INSTITUTE
Peonías. Óleo sobre lienzo, 54.3 x 65.7 cm, 1880. STERLING AND FRANCINE CLARK ART INSTITUTE
Retrato de Madame Monet (Madame Claude Monet leyendo). Óleo sobre lienzo, 61.3 x 50.5 cm de 1874. STERLING AND FRANCINE CLARK ART INSTITUTE

Andrés Trapiello: Todos los colores de Renoir, EL PAÍS, 19 de octubre de 2010