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Velázquez

“Velázquez y Murillo”, Fundación Focus-Abengoa (Sevilla)

La exposición Velázquez. Murillo. Sevilla, podrá verse en Sevilla desde el pasado 8 de noviembre hasta el próximo 28 de febrero de 2017, en la Fundación Focus-Abengoa con motivo de sus 25 años en el Hospital de los Venerables de Sevilla. Con ella arranca el año de Murillo, ya que en 2017 se conmemora el 400 aniversario del nacimiento del pintor, nacido en 1617, año en el que Velázquez superaba su examen como maestro de pintura.
Diego de Velázquez (1599-1660) y Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682) nacidos con dieciocho años de diferencia, son el motivo que ha inspirado dicha exposición. Ambos vivieron en Sevilla a principios del siglo XVII, ciudad que aspiraba a una pujanza económica y cultural de grandes urbes como Roma y Amberes.
No existe ningún documento que afirme la relación de uno con el otro o que se conocieran personalmente. Algunos historiadores siempre han negado que Velázquez tuviera influencias evidentes en la pintura de Murillo. Pese a ello, resulta extraño que nunca se hubiera realizado una exposición con ambos pintores. Y ha tenido que ser un británico de origen napolitano el que se haya decidido a hacerlo.
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Gabriele Finaldi director de la National Gallery de Londres es el comisario y director de la exposición, el cual nos propone una mirada innovadora sobre las relaciones y afinidades entre estos dos gigantes de la pintura barroca. Son 19 las obras que podemos contemplar, de las cuales 9 son de Velázquez con periodos comprendidos entre 1617-1619 y 1656, y las otras 10 de Murillo, de entre 1645-1680, donde ilustran el desarrollo por parte de ambos pintores de un lenguaje naturalista, de diversos modelos iconográficos y de un singular modo de abordar la pintura de género.
La exposición no propone una tesis revisionista que redefina la influencia de Velázquez en Murillo, sino una reflexión sobre elementos comunes en sus producciones artísticas. Según advierte Finaldi: “No reivindico que Murillo salga de Velázquez”. Va más allá, se trata de una serie de afinidades como el virtuosismo técnico, el uso de la luz, dotes narrativas, paleta similar, lenguaje pictórico naturalista.
Desde la Fundación Focus-Abengoa apuntan que la exposición supone la culminación por parte de la fundación de una línea que estaban llevando a cabo en los últimos años, y la cual tenía el Barroco como centro de su actividad, preocupada por la investigación y la divulgación cultural.
La exposición cuenta, con la colaboración de la Fundación Cajasol, ABC y la Fundación Cruzcampo entre otras. Los fondos han sido cedidos por hasta once instituciones, otras pertenecen a la propia Fundación, pero cinco de las piezas son del Museo del Prado, otras del Museo del Louvre, la National Gallery de Londres, The Wellington Collection de Londres, Dulwich Picture Gallery, Kunsthistorishes Museum de Viena, el Museo de Bellas Artes de Orleans, The Frick Collection de Nueva York, el Meadows Museum de Dallas, The Nelson-Atkins Museum de Kansas y el Fondo Cultural Villar Mir.
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Finaldi nos presenta una serie de parejas y tríos de obras donde se podrá observar en su recorrido las nuevas iconografías de devoción, o innovadoras formas de representar la vida cotidiana y la intimidad familiar, desarrolladas por Velázquez y Murillo, que les sirvió para llegar a lo esencial del alma humana y conectar directamente con el espectador. La selección de obras busca naturalmente más bien coincidencias que diferencias, en el lenguaje artístico y en los temas iconográficos.
La exposición ocupa una sola sala y está concebida para que el espectador pueda comparar las diferencias de tratamiento de ambos pintores ante un mismo tema, y establecer con ello un diálogo.
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Empezamos la exposición con dos autorretratos. El primero es de Velázquez, fechado hacia 1623 y procedente del Museo del Prado. A pesar de que se titule Retrato de hombre, como se exhibe en la web de su museo de procedencia, Finaldi reconoce haber tenido la audacia de arriesgarse a certificar que es el propio pintor un año antes de trasladarse a la corte madrileña, y así se inscribe en su cartela correspondiente. El de Murillo, prestado por la Frick Collection de Nueva York presenta al artista como un hombre de porte aristocrático, aparece pintado sobre una losa fingida de piedra y se aprecia una inscripción en la parte baja. Estamos ante un cuadro dentro de un cuadro.
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Seguimos con la Adoración de los Reyes (1619) de Velázquez junto con la Sagrada familia del pajarito (1650) de Murillo, ambos cedidos por el Museo del Prado. Finaldi asegura que demuestra como ambos artistas empleaban un lenguaje naturalista similar, al igual que la paleta de colores, el sentimiento familiar, mucho más emotivo en Murillo.
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Pasamos a un momento importante en la exposición como es el regreso del San Pedro Penitente de Murillo al Hospital de los Venerables. Obra cedida por Justino de Neve, canónigo de la catedral de Sevilla, mecenas y amigo del pintor, como constaba en su testamento y que fue confiscada por el mariscal Soult. La Fundación Focus lo adquirió tras su hallazgo en la isla de Man en 2012 por el propio Gabriele Finaldi. En 2014 se exhibió con motivo de la exposición sobre Justino de Neve en la Fundación, y ha sido restaurada por el Museo del Prado.
Junto a él apreciamos Las lágrimas de San Pedro de Velázquez, y otra pareja de apóstoles como son Santiago apóstol de Murillo y el Santo Tomás de Velázquez.
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El motivo iconográfico de las Inmaculadas constituye el centro de la exposición. Dos de ellas de Velázquez y fechadas una en 1618 perteneciente a la National Gallery de Londres, y la otra de 1617 perteneciente a la propia Fundación Focus-Abengoa, nunca se habían expuesto juntas. Ambas sobre una luna translúcida y de forma hierática con aire escultórico. La otra de Murillo coronada por un grupo de angelitos, con predominio de tonos pasteles y una mayor luminosidad. Murillo llegó a realizar muchísimas versiones de esta iconografía, siendo el pintor de Inmaculadas más célebre.
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Por primera vez en Sevilla se puede ver a las patronas de la ciudad, Santa Justa y Santa Rufina, (1665) de Murillo, siendo préstamos del Meadows Museum de Dallas. En ellas podemos apreciar una belleza idealizada, representadas como damas de la corte del momento. Ambas flanquean a la Santa Rufina (1630) de Velázquez de la Fundación Focus-Abengoa, con un aire más cortesano.
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A continuación el comisario confronta La Infanta Margarita de blanco de Velázquez, representada en una estancia sola con cortinaje de fondo dándole mayor teatralidad, con Santa Ana enseñando a leer a la Virgen de Murillo, presentada como una pequeña princesa de la corte del momento con ese candor característico del pintor. Son como escenas cortesanas.
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Por último llegamos a las escenas de género. Es aquí donde se pueden apreciar mayores similitudes entre ambos artistas, donde Murillo se muestra como discípulo de esa etapa sevillana de Velázquez. Aun así las formas y preparación en Velázquez son muy académicas y un tanto hieráticas, siendo más espontáneas e incluso realistas en Murillo.
Se muestra Dos jóvenes a la mesa (hacia 1622) de los últimos años de Velázquez en Sevilla, donde apreciamos dos hombres de condición humilde junto a un bodegón de utensilios de cocina. Procede de la Wellington Collection de Londres. Según explica Finaldi, era un tipo de pintura al que Velázquez se dedicaba por afán experimentador, no porque tuviera éxito entre su clientela.
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Estos temas puramente sevillanos serán tratados también por Murillo en dos obras, Niño espulgándose (entre 1645-50) procedente del Museo del Louvre, y Tres muchachos (hacia 1670) de la Dulwich Picture Gallery, donde un muchacho negro, seguramente un esclavo, ejemplifica las relaciones sociales y raciales en la Sevilla del momento.
Así conversan en Sevilla Velázquez y Murillo, dos de los principales maestros de la pintura barroca del siglo XVII.

AUTORÍA: Fátima Ortega, “Velázquez y Murillo”, Fundación Focus-Abengoa (Sevilla), El Estudio del Pintor, 22 de noviembre de 2016
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¿Hay tres Velázquez en el MNAC?

Están en los museos por méritos propios. Obras de una calidad extraordinaria, pero sin pedigrí. No están documentadas, están bajo la sospecha de atribuciones dudosas o permanecen en el anonimato. Son los cuadros en busca de autor. Enigmas no resueltos de la historiografía del arte que llevan de cabeza a los especialistas y les obligan a pelear en una lucha desigual por la atención del visitante. “El disfrute de una obra de arte es algo que se produce en el cuerpo a cuerpo de la persona con la obra, no debería importar la cuestión de la autoría, pero, claro, no es lo mismo un Velázquez que un anónimo del siglo XVII. Cuando aparece uno de estos nombres parece que todo lo demás se derrumba a su lado. Y la obligación de todo museo es aproximarse lo más posible al conocimiento de sus obras, ir hasta allí donde sea posible”, dice Juan José Lahuerta, jefe de Colecciones del Museo Nacional de Arte de Catalunya (MNAC).
El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda) y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño - LV)
El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda)
y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño – LV)
Lahuerta hace estas reflexiones a propósito de dos obras del MNAC que desde hace décadas vienen suscitando fuertes controversias y que en los próximos meses serán sometidas a un exhaustivo análisis científico y posteriormente a la discusión de expertos internacionales. Se trata de San Juan Evangelista en Patmos, etiquetada como anónimo andaluz, y un retrato de Ramon Llull atribuido a Francesc Ribalta. En las salas de Renacimiento y Barroco, ambos cuadros se encuentran flanqueando a San Pablo, el único Velázquez del MNAC, con el que tal vez compartan bastantes más cosas que la mera disposición espacial. La investigación parte con la determinación de resolver el misterio. No hay hipótesis previas. Pero tanto en uno como en otro caso, grandes críticos e historiadores como el italiano Roberto Longhi o el español José Milicua, auténticos pesos pesados, siempre defendieron que podrían ser del joven Velázquez en su etapa de formación sevillana.
El Ramon Llull, de hecho, ingresó en el MNAC en 1922 como un Velázquez. Formaba parte, junto al San Pablo, también del maestro sevillano, del depósito de la Colección Gil, y posteriormente, en 1944, sería adquirido por la Generalitat. La atribución la había hecho el historiador August L. Mayer, el primero en aplicar una metodología moderna al estudio de la historia del arte español. “Y todo el mundo lo reconoce como tal, hasta que aparece una inscripción al dorso de la tela que indica que el cuadro procede de la colección del marqués del Carpio. Se comprueba en el inventario y se ve que allí consta como ‘Retrato de Raimundo Lulio, original de Ribalta’, sin especificar si de Francisco o de Juan, es decir, del padre o del hijo. A partir de ahí Ainaud publica un articulo diciendo que se trata de una obra caravaggista muy interesante que podría ser de Ribalta, el 80 por ciento de la historiografía lo da por bueno y así consta ahora en el MNAC”, apunta Joan Yeguas, conservador del área de Arte del Renacimiento y Barroco.
El documento se impone al ojo, pero en un mundo tan pantanoso como el del arte antiguo, que ofrece escasos amarres seguros y aún menos certezas, la mirada y los conocimientos del experto son capitales. En este caso estamos ante un retrato imaginario de un filósofo, probablemente Ramon Llull, aunque no hay ningún signo que lo identifique. Un hombre de avanzada edad y cabellos alborotados cuyo modelo, insistía Longhi, presenta una gran similitud al que aparece en el Almuerzo de campesinos de Budapest y Tres hombres a la mesa del Hermitage. Aquí el personaje no está comiendo sino que sostiene en las manos un manuscrito “bajo el cual reposan dos libros bellísimos, como sólo Velázquez podía pintar a principios del siglo XVII”, escribe el anticuario e historiador Artur Ramon en el libro Museu Nacional d’Art de Catalunya: un itinerario (Elba, 2015). “Por analogía con los cuadros del pintor que conocemos del mismo periodo, parece una atribución clara”, concluye.
Y, más allá de nuestras fronteras, Guillaume Kientz. conservador del departamento pictórico del Louvre, no se moja a la hora de dar un nombre concreto, pero en el catálogo de la gran exposición Velázquez en el Grand Palais, de la que fue comisario, hace referencia al “Ramon Llull del museo de Barcelona” y dice que habría que resituarlo “en el contexto sevillano”. De hecho, es lo que hace él mismo en el pie de foto que ilustra la página: elimina de un plumazo el nombre de Ribalta y lo identifica como “anónimo sevillano”.
El San Juan Evangelista en Patmos ha tenido más novios antes de caer en el limbo del anonimato. Forma parte de la donación Joan Prats i Tomàs y se incorporó a las colecciones del museo en 1973. Un San Juan Evangelista adolescente, imberbe y de labios carnosos, que fascina y genera rencillas. Todos los historiadores coinciden en situarla en el foco caravaggista de la pintura que se hacía en Sevilla a comienzos del siglo XVII. Pero a la hora de darle un nombre la cosa se complica. Angulo primero y Gaya Nuño y Ainaud después la atribuyeron a Zurbarán. Milicua la consideró cercana al joven Velázquez, al igual que Longhi, para quien podía tratarse de “un original suyo de la adolescencia”. Y Pérez Sánchez, ya en los 90, señaló el pincel de un copista de Alonso Cano.
Los historiadores del arte no son infalibles. En todos los museos del mundo hay un baile ­permanente de atribuciones y desatribuciones, más o menos afortunadas, descubrimientos gloriosos y repentinos descensos a los infiernos de obras fuera de toda sospecha. Ahí está por ejemplo el caso cercano de El coloso, que tras reinar siete décadas como obra indiscutible del maestro aragonés, el propio Museo del Prado descatalogó. O el retrato de Felipe IV de Velázquez, que en 1973 el Metropolitan mandó a reserva por considerarlo de su taller y en el 2010 lo rescataba como obra de su magistral pincel.
Los connaisseurs cuentan hoy con la ayuda de nuevas técnicas científicas y químicas, estudios forenses que despejan incógnitas antes indescifrables. En los próximos meses los cuadros se someterán a un exhaustivo estudio científico: se realizarán pruebas radiográficas y se observará con luz infrarroja si bajo la pintura hay otras capas pictóricas o dibujos que delaten el trazo de su autor. También se tomarán micromuestras de pigmento “para ver si coincide con los que se utilizaban en Sevilla en ese momento, en qué talleres… En el caso de Ramon Lull puede ser determinante porque hay diferencias entre las que se empleaban en Sevilla y las de Valencia, donde trabajaba Ribalta… En el caso de San Juan Evangelista, lo que nadie discute es que pertenece a la escuela de Sevilla. Eso incluye tanto a Velázquez como a Alonso Cano o a Zurbarán. Y lo que nos análisis nunca nos dirán es cuál de ellos lo pintó”, considera Yeguas.
El MNAC confía en que las incógnitas habrán quedado despejadas en la primavera del 2017, cuando se presente la nueva remodelación de las colecciones de Renacimiento y barroco. Pero en su búsqueda de respuestas no estará solo. Una vez concluida la investigación, el museo convocará un seminario internacional, al que invitará a especialistas en Barroco, Velázquez y pintura sevillana de todo el mundo, para entablar una discusión, también científica, pero esta ya perteneciente a los historiadores del arte, para contrastar pareceres y tratar de alcanzar el mayor grado de consenso posible. “Aprender a ver es de todas las artes la de más largo aprendizaje”, sentenció Jules de Goncourt


Teresa Sesé: ¿Hay tres Velázquez en el MNAC?, LA VANGUARDÍA, 20 de marzo de 2016
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¿Hay tres Velázquez en el MNAC?

Están en los museos por méritos propios. Obras de una calidad extraordinaria, pero sin pedigrí. No están documentadas, están bajo la sospecha de atribuciones dudosas o permanecen en el anonimato. Son los cuadros en busca de autor. Enigmas no resueltos de la historiografía del arte que llevan de cabeza a los especialistas y les obligan a pelear en una lucha desigual por la atención del visitante. “El disfrute de una obra de arte es algo que se produce en el cuerpo a cuerpo de la persona con la obra, no debería importar la cuestión de la autoría, pero, claro, no es lo mismo un Velázquez que un anónimo del siglo XVII. Cuando aparece uno de estos nombres parece que todo lo demás se derrumba a su lado. Y la obligación de todo museo es aproximarse lo más posible al conocimiento de sus obras, ir hasta allí donde sea posible”, dice Juan José Lahuerta, jefe de Colecciones del Museo Nacional de Arte de Catalunya (MNAC).
El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda) y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño - LV)
El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda)
y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño – LV)
Lahuerta hace estas reflexiones a propósito de dos obras del MNAC que desde hace décadas vienen suscitando fuertes controversias y que en los próximos meses serán sometidas a un exhaustivo análisis científico y posteriormente a la discusión de expertos internacionales. Se trata de San Juan Evangelista en Patmos, etiquetada como anónimo andaluz, y un retrato de Ramon Llull atribuido a Francesc Ribalta. En las salas de Renacimiento y Barroco, ambos cuadros se encuentran flanqueando a San Pablo, el único Velázquez del MNAC, con el que tal vez compartan bastantes más cosas que la mera disposición espacial. La investigación parte con la determinación de resolver el misterio. No hay hipótesis previas. Pero tanto en uno como en otro caso, grandes críticos e historiadores como el italiano Roberto Longhi o el español José Milicua, auténticos pesos pesados, siempre defendieron que podrían ser del joven Velázquez en su etapa de formación sevillana.
El Ramon Llull, de hecho, ingresó en el MNAC en 1922 como un Velázquez. Formaba parte, junto al San Pablo, también del maestro sevillano, del depósito de la Colección Gil, y posteriormente, en 1944, sería adquirido por la Generalitat. La atribución la había hecho el historiador August L. Mayer, el primero en aplicar una metodología moderna al estudio de la historia del arte español. “Y todo el mundo lo reconoce como tal, hasta que aparece una inscripción al dorso de la tela que indica que el cuadro procede de la colección del marqués del Carpio. Se comprueba en el inventario y se ve que allí consta como ‘Retrato de Raimundo Lulio, original de Ribalta’, sin especificar si de Francisco o de Juan, es decir, del padre o del hijo. A partir de ahí Ainaud publica un articulo diciendo que se trata de una obra caravaggista muy interesante que podría ser de Ribalta, el 80 por ciento de la historiografía lo da por bueno y así consta ahora en el MNAC”, apunta Joan Yeguas, conservador del área de Arte del Renacimiento y Barroco.
El documento se impone al ojo, pero en un mundo tan pantanoso como el del arte antiguo, que ofrece escasos amarres seguros y aún menos certezas, la mirada y los conocimientos del experto son capitales. En este caso estamos ante un retrato imaginario de un filósofo, probablemente Ramon Llull, aunque no hay ningún signo que lo identifique. Un hombre de avanzada edad y cabellos alborotados cuyo modelo, insistía Longhi, presenta una gran similitud al que aparece en el Almuerzo de campesinos de Budapest y Tres hombres a la mesa del Hermitage. Aquí el personaje no está comiendo sino que sostiene en las manos un manuscrito “bajo el cual reposan dos libros bellísimos, como sólo Velázquez podía pintar a principios del siglo XVII”, escribe el anticuario e historiador Artur Ramon en el libro Museu Nacional d’Art de Catalunya: un itinerario (Elba, 2015). “Por analogía con los cuadros del pintor que conocemos del mismo periodo, parece una atribución clara”, concluye.
Y, más allá de nuestras fronteras, Guillaume Kientz. conservador del departamento pictórico del Louvre, no se moja a la hora de dar un nombre concreto, pero en el catálogo de la gran exposición Velázquez en el Grand Palais, de la que fue comisario, hace referencia al “Ramon Llull del museo de Barcelona” y dice que habría que resituarlo “en el contexto sevillano”. De hecho, es lo que hace él mismo en el pie de foto que ilustra la página: elimina de un plumazo el nombre de Ribalta y lo identifica como “anónimo sevillano”.
El San Juan Evangelista en Patmos ha tenido más novios antes de caer en el limbo del anonimato. Forma parte de la donación Joan Prats i Tomàs y se incorporó a las colecciones del museo en 1973. Un San Juan Evangelista adolescente, imberbe y de labios carnosos, que fascina y genera rencillas. Todos los historiadores coinciden en situarla en el foco caravaggista de la pintura que se hacía en Sevilla a comienzos del siglo XVII. Pero a la hora de darle un nombre la cosa se complica. Angulo primero y Gaya Nuño y Ainaud después la atribuyeron a Zurbarán. Milicua la consideró cercana al joven Velázquez, al igual que Longhi, para quien podía tratarse de “un original suyo de la adolescencia”. Y Pérez Sánchez, ya en los 90, señaló el pincel de un copista de Alonso Cano.
Los historiadores del arte no son infalibles. En todos los museos del mundo hay un baile ­permanente de atribuciones y desatribuciones, más o menos afortunadas, descubrimientos gloriosos y repentinos descensos a los infiernos de obras fuera de toda sospecha. Ahí está por ejemplo el caso cercano de El coloso, que tras reinar siete décadas como obra indiscutible del maestro aragonés, el propio Museo del Prado descatalogó. O el retrato de Felipe IV de Velázquez, que en 1973 el Metropolitan mandó a reserva por considerarlo de su taller y en el 2010 lo rescataba como obra de su magistral pincel.
Los connaisseurs cuentan hoy con la ayuda de nuevas técnicas científicas y químicas, estudios forenses que despejan incógnitas antes indescifrables. En los próximos meses los cuadros se someterán a un exhaustivo estudio científico: se realizarán pruebas radiográficas y se observará con luz infrarroja si bajo la pintura hay otras capas pictóricas o dibujos que delaten el trazo de su autor. También se tomarán micromuestras de pigmento “para ver si coincide con los que se utilizaban en Sevilla en ese momento, en qué talleres… En el caso de Ramon Lull puede ser determinante porque hay diferencias entre las que se empleaban en Sevilla y las de Valencia, donde trabajaba Ribalta… En el caso de San Juan Evangelista, lo que nadie discute es que pertenece a la escuela de Sevilla. Eso incluye tanto a Velázquez como a Alonso Cano o a Zurbarán. Y lo que nos análisis nunca nos dirán es cuál de ellos lo pintó”, considera Yeguas.
El MNAC confía en que las incógnitas habrán quedado despejadas en la primavera del 2017, cuando se presente la nueva remodelación de las colecciones de Renacimiento y barroco. Pero en su búsqueda de respuestas no estará solo. Una vez concluida la investigación, el museo convocará un seminario internacional, al que invitará a especialistas en Barroco, Velázquez y pintura sevillana de todo el mundo, para entablar una discusión, también científica, pero esta ya perteneciente a los historiadores del arte, para contrastar pareceres y tratar de alcanzar el mayor grado de consenso posible. “Aprender a ver es de todas las artes la de más largo aprendizaje”, sentenció Jules de Goncourt


Teresa Sesé: ¿Hay tres Velázquez en el MNAC?, LA VANGUARDÍA, 20 de marzo de 2016
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Velázquez se lo inventó todo: ‘Las meninas’ nunca posaron para acabar el cuadro

El Síndrome de la Fatiga de Las Meninas (SFLM) es un mal que padecen los historiadores que han dedicado mucho tiempo y mucha reflexión al estudio de este cuadro enigmático, como reconoce el hispanista Jonathan Brown(Springfield, EEUU, 1939). El agotamiento no es el cuadro, sino las múltiples interpretaciones que se han publicado sobre la obra de Velázquez. “Y parte de la culpa la tiene Michel Foucault, cuyas reflexiones sobre Las meninashicieron que muchos autores se apuntaran a la caza de esa presa”, explicaba en una de sus conferencias celebradas durante la cátedra que ofreció en el Museo Nacional del Prado, en 2012, y que ahora aparecen publicadas en un libro de Abada editores.
En ellas el autor reflexiona sobre pintores como Ribera y El Greco, además del sevillano, y se ocupa del riesgo de las atribuciones y de otras cuestiones que debilitan el crédito de la historiografía. Y a pesar del SFLM, el irónico historiador estadounidense advertía que daría una vuelta más a la interpretación del cuadro más famoso del Prado, “aunque pueda parecer temerario”. Antes de ofrecerla tiró al plato y dio en la diana de los historiadores del arte tradicionales, “todos adolecían del mismo problema”: “Se aferraban a algún detalle o rasgo del cuadro que les abriera la puerta a una interpretación definitiva”. “Un día estaba yo en el coche por Princeton y tenía la radio puesta: estaban entrevistando a un cantante pop”, así arranca el sabio Brown el relato de cómo vio la luz para reinterpretar el enigmático cuadro. El experto viaja al pasado hasta el primer público que contempló la obra para ver que la cruz de Santiago en la pechera del pintor hace imposible datar el cuadro en 1656, ya que fue nombrado el 29 de noviembre de 1659 (murió el 6 de agosto de 1660). “Tal vez por eso Antonio Palomino se inventó la anécdota de que la cruz se añadió, por deseo del rey, ya fallecido Velázquez”.
La sutil pincelada
Los reyes acompañan al presidente de francia, Nicolas Sarkozy, y a su esposa, Carla Bruni, al Museo del Prado. (EFE)
Los reyes acompañan al presidente de francia, Nicolas Sarkozy, y a su esposa, Carla Bruni, al Museo del Prado. (EFE)
Sin embargo, los exámenes técnicos no han detectado la existencia de dos capas de pintura. El tratamiento de la cruz coincide con el del resto del lienzo“y su sutil pincelada”. Así que la fecha de la pintura debe situarse entre el 28 de noviembre de 1959 y el 1 de abril de 1660, cuando Velázquez parte a Irún acompañando al rey. Es decir, cuatro meses de ejecución y la conquista de lo difícil con aparente facilidad. “Cuando quería, Velázquez era capaz de pintar muy deprisa”. Lo más grande de todo es que fue ejecutado sin preparación, como una “improvisación calculada”. De hecho, compara las pinceladas con los movimientos de un maestro de ajedrez. “La seguridad de Velázquez en sí mismo raya con la arrogancia”, señala el maestro como un rasgo esencial de su personalidad.   “Mi hipótesis se basa en la idea de que Las meninas es meramente producto de la imaginación del pintor. Los hechos se convierten en ficción”, dice. Es decir, un retrato familiar, inventado. “Las meninas es la forma que tiene el artista de decir: “Gracias, majestad””. Para Brown se trata de una “interpretación manipulada” de la realidad de la vida en palacio. “Velázquez deseaba crear el mejor cuadro que el rey hubiera visto jamás”.

La gran ficción
Preparación del retrato del príncipe Baltasar Carlos de Velázquez, en el museo de Historia del Arte en Viena. (EFE)
Preparación del retrato del príncipe Baltasar Carlos de Velázquez, en el museo de Historia del Arte en Viena. (EFE)
Dicho de otro modo, Las meninas es una transgresión de las reglas. “Es un fruto de la imaginación con el que el pintor quiere poner de manifiesto su virtuosismo y originalidad sin precedentes. Velázquez propone nada menos que una manera de pintar”. Para Brown, Velázquez sumió en las sombras a sus eternos rivales, Tiziano y Rubens. Los respetaba, pero los quería superar. Y no se le ocurrió mejor manera que dejarles al fondo de Las meninas y Las hilanderas, como meras notas a pie de página en su tesis doctoral sobre el arte de la pintura. Además, señala que en el siglo XVII la disputa entre dibujo y color ardía y Las meninas refutó a quienes defendieron hasta el momento la excelencia del dibujo sobre la fuerza de la pintura colorista. Por eso llega a la conclusión de que lo pintó para exhibir los infinitos recursos que poseía como pintor colorista, porque no hay en todo siglo XVII un cuadro comparable: “La superficie del lienzo parece un revoltijo de pinceladas que no están coordinadas entre sí, y después, milagrosamente, una vez que hemos dado esos pasos atrás, todo está en su sitio”. Así que no hay misterios en Las meninas, no hay significados ocultos que descubrir, dice el científico para espantar cabalistas, códigos que descifrar o secretos que revelar. “Las meninas es un ejemplo no superado de maestría pictórica y una demostración de la inquebrantable confianza en uno mismo que se necesita para poner en solfa no sólo la jerarquía social de la corte española sino también los cánones del arte occidental”. 
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Máxima expectación ante la subasta de un retrato inédito de Velázquez

El retrato realizado por Velázquez que será subastado el 7 de diciembre en Londres.- BONHAMSLas noticias sobre atribuciones (o desatribuciones) en la obra de un genio mundial de la pintura, como Velázquez, suelen venir acompañadas de auténticos cataclismos en el mundo del arte. Después de confirmar su autoría en la tela del Metropolitan Retrato de un hombre, atribuido a su escuela durante décadas, y del descubrimiento de John Marciari de La educación de la Virgen en la Universidad de Yale, un cuadro inédito del artista sevillano acaba de ser descubierto en Londres, si así finalmente lo determina la comunidad científica. Pero será el mercado, también en el mundo del arte, el que certifique su valía en la subasta que mañana en la sala Bonhams de Londres, donde se estima que puede alcanzar entre dos y tres millones de libras (entre 2,3 y 3,5 millones de euros). Museos y coleccionistas particulares están expectantes con la operación.

Se trata de un retrato de pequeño formato (47 por 39 centímetros) con un hombre de mediana edad, calvo, vestido de negro y una golilla en el cuello. El óleo estuvo a punto de ser subastado hace poco más de un año en Oxford dentro de un lote de mediocre pintura inglesa. La operación se paralizó a petición de Peter Cherry, profesor en el Trinity College de Dublín, con abundante obra publicada sobre el pintor español. Una exalumna que trabaja en la casa de subastas, le había descrito un detalle clave para creer que se trataba de una obra de otra naturaleza: el cuello de golilla, la prenda de adorno cortesano que sustituyó a la gorguera como símbolo de austeridad durante el reinado de Felipe IV. En octubre, Cherry dio a conocer su investigación en la revista especializada Ars Magazine. Jonathan Brown, históricamente considerado uno de los máximos expertos en Velázquez, no se ha pronunciado sobre la autoría y el único reparo que ha formulado públicamente es que la obra está dañada.

La gran duda es saber quién es el personaje retratado. Cherry espera que se pueda localizar al protagonista más adelante. «La identificación de personajes no nobles en los retratos pintados del XVII», explica,»está plagada de dificultades. Hice una investigación yo mismo mientras escribía el artículo, pero ningún candidato me convencía lo suficiente para salir de la duda. Tampoco quería especular. Creo que una vez publicado el retrato, ya vendrá un debate sobre la identificación del personaje. Quizás un historiador, en vez de historiador de arte, lo reconocerá».

Sobre las dudas que sus colegas puedan manifestar, el profesor Cherry señala que «ningún historiador de arte está en posesión de la verdad; me parece más bien un proceso de aproximación a un consenso. En cuestiones de atribuciones, es mejor adoptar una actitud escéptica, lo que conlleva la duda. Sin embargo, cara a lo que he podido estudiar del cuadro – a pesar de no estar limpio, ni poder yo examinarlo a fondo en el laboratorio de un museo – y dentro de mis humildes conocimientos de la obra de Velázquez, creo que es una atribución que tiene cierto fundamento. Ahora toca a mis colegas en el campo dar sus opiniones».

¿Seguirá esta fiebre de atribuciones?. «En el campo de pintura antigua siempre quedan sorpresas», responde Cherry. La historia del arte no consiste sólo en lanzar «descubrimientos», sino estudiar las cuestiones que la obra de arte plantea por el enfoque que sea, yo personalmente sigo creyendo en el valor de catalogar la obra de un artista y, por lo tanto, una cierta obligación, ya tradicional, de publicar en revistas serias estudios de obras desconocidas hasta el momento por el campo científico.»

Ángeles García, Madrid: Máxima expectación ante la subasta de un retrato inédito de Velázquez, EL PAÍS, 6 de diciembre de 2011

El museo del Prado presenta algunas de sus mejores restauraciones tras dos años

El Museo del Prado presenta algunas de sus mejores restauraciones tras dos años de trabajos

El Museo del Prado ha presentado algunas de las restauraciones más singulares concluidas este año. Un buen ejemplo es este Felipe III a caballo, de Velázquez. A la izquierda, el óleo de tres metros antes de la restauración, a la derecha, tras el arreglo.

Después de casi dos años de restauración, los retratos ecuestres de Felipe III y de Margarita de Austria han regresado a la sala de Las Meninas de Velázquez, en el museo del Prado de Madrid, junto a las otras tres pinturas de la familia real a caballo que el pintor sevillano realizó entre 1634 y 1635 para el salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. El equipo de restauradores e historiadores que han trabajado en las dos obras han explicado que el trabajo ha consistido no solo en limpiar la suciedad acumulada a lo largo de los años en las capas de barniz, sino también en retirar dos bandas de 50 centímetros cada una que, a los lados de cada cuadro, sirvieron para ampliar su ancho en el siglo XVIII, cuando las obras fueron trasladadas al Palacio Real para decorar el comedor del monarca. «Una restauración importante y novedosa», apuntó Gabriele Finaldi, director adjunto de conservación del museo.

De esta manera las dos obras, además de recuperar su color, han dejado de ser prácticamente cuadradas para volver a su medida rectangular original. Rocío Dávila, encargada de la restauración, explica cómo el trabajo del equipo de conservadores, del gabinete técnico y del laboratorio químico ha permitido decidir algo que era importante: cómo retirar dichas bandas manipulando lo menos posible las obras, cuyos injertos estaban aplicadas a la gacha, un sistema tradicional de España que se hacía con una pasta de cola y harina puestas sobre la tela original y la nueva.

«En la restauración es importante tomarse su tiempo», explica Dávila. «Hemos tardado casi dos años en restaurarlos pero eso no quiere decir que hemos estado trabajando esos dos años sobre ellos. Muchas veces, para restaurar bien, hay que pasar más tiempo mirando que trabajando». Dávila cuenta que las dos piezas fueron realizadas en el taller del pintor en colaboración con su equipo y que por eso el cuadro tiene correcciones realizadas por el propio Velázquez. Por ejemplo, bajo el caballo del rey hay pintado un ejercito que el sevillano se encargó de corregir. «Ahora vemos su mano mejor que nunca, sobre todo en los dos caballos». Frente a la rigidez en la ropa de los monarcas, la pincelada se suelta en las patas de los animales. «¡La mano de Velázquez tiene tanta fuerza! Se ve perfectamente en el caballo del rey, que es todo suyo. Él llegaba al taller, soltaba esas pinceladas, una, y otra, y ya está: ¡vida y movimiento!».

Mejores fragmentos

Gabriele Finaldi, director adjunto de Conservación del Museo Prado, ha sido el encargado de presentar los espectaculares cambios que han mejorado varias grandes obras de la pinacoteca. La reina Margarita de Austria a caballo, de Velázquez, es otro buen ejemplo.

Un prodigio que según Gabriele Finaldi se concentra en lo que él considera uno de los mejores fragmentos de la sala de reyes de Velázquez: la cabeza, el pecho y las patas del caballo de Margarita de Austria. Javier Portús, conservador jefe de pintura española, cree además que ahora, al volver el cuadro a su medida original, recobra toda la intención y sentido que quería darle el pintor: «Al aumentar el cuadro se menguó la posición en escorzo, que daba violencia y dinamismo. Restituir las cualidades originales del cuadro no solo afecta a la comprensión del cuadro, sino a la comprensión de la serie entera».

Pero las dos pinturas no fueron las únicas obras que el Prado ha presentado hoy sin las fatigas del paso del tiempo. Mientras los dos monarcas a caballo de Velázquez (con la sierra de Madrid luciendo sus mejores atardeceres) devolvían a la sala de Las Meninas a todos sus personajes, una de las mejores esculturas romanas de la pinacoteca, Ariadna dormida (creada en la época de Marco Aurelio a partir de una escultura griega del siglo II antes de Cristo) recuperaba también su aspecto. Situada en la rotonda de Ariadna, o sala 74 -un espacio circular abierto a enormes ventanales por los que entra luz natural y que también ha sido reformado-, la pieza arqueológica procedía de la colección romana de Cristina de Suecia.

«Hemos practicado un trabajo de limpieza y de integración de las líneas de unión», señala Sonia Tortajada, quien ha trabajado con María José Salas Garrido para borrar el aspecto fragmentado que presentaba la obra, que fue restaurada en el siglo XVII en el taller de Bernini y que muestra el contundente cuerpo de Ariadna abandonado en la playa de Naxos tras el episodio de Teseo y el minotauro y donde, finalmente, la descubrirá y se enamorará de ella el dios Dionisio.11 de meses de trabajo para una de las joyas arqueológicas del museo, cuyos pasos serán ahora seguidos por dos pequeños ángeles de madera policromada del arquitecto y escultor flamenco Maes Tydeman.

Arriba, Ariadna (antes de la restauración), obra anónima en mármol del siglo XVIII. Abajo, después de la restauración.

Elsa Fernández-Santos, Madrid: Felipe III recupera su verdadero color, EL PAÍS, 2 de diciembre de 2011

Una mirada inédita de Velázquez

El profesor Peter Cherry, experto en arte español del XVII, atribuye al genio sevillano un óleo hallado en una colección particular del Reino Unido. La revista ‘Ars Magazine’ muestra la obra en su último número.

Imagen del lienzo 'Retrato de hombre', atribuido a Velázquez según el estudio de Peter Cherry en 'Ars Magazine'.El azar, en combinación con la mirada curiosa, suele estar detrás del hallazgo de nuevas piezas que se añaden al puzzle incompleto de la producción pictórica de los grandes genios. Esto ocurre especialmente en aquellos autores poco aficionados a rubricar sus obras, caso de Diego Velázquez (Sevilla, 1599 – Madrid, 1660). De nuevo, la fortuna se ha cruzado en el camino de un lienzo -mezclado entre «una remesa de cuadros británicos mediocres»- que podría engrosar el listado de los retratos sin nombre del maestro sevillano. En esta ocasión, la historia parte del interés de una antigua alumna de un curso de pintura española del profesor Peter Cherry, del departamento de Historia del Arte y la Arquitectura en el Trinity College de Dublín, al contemplar en una pequeña obra «la indumentaria española que luce el retratado». La estudiante recordó que «su sencillo cuello de golilla era una prenda de atuendo cortesano que sustituyó la gorguera como símbolo de la austeridad del nuevo reinado de Felipe IV», como había tratado en clase hacía muchos años. Así lo cuenta el propio Cherry en el artículo de portada del nuevo número de la prestigiosa revista Ars Magazine, ya distribuida entre suscriptores y librerías especializadas, que muestra por vez primera este Retrato de un hombre, obra localizada en el Reino Unido procedente de la antigua colección de Matthew Shepperson (1787-1874), un pintor británico de escaso recorrido.

El cuadro, un óleo sobre lienzo de apenas 47 centímetros de alto y 39 de ancho, fue retirado de una subasta celebrada en Oxford en agosto de 2010. Según recuerda Cherry, durante la vida de Shepperson hubo en Gran Bretaña un creciente interés por el arte español y, en especial, por la obra de Velázquez. En los años posteriores a la Guerra de la Independencia se asistió a un crecimiento de la importación de pintura española en Inglaterra y, dice el autor del texto, «por más que Shepperson no sea conocido como artista-coleccionista, tenía evidentemente buen ojo y bien pudiera haber adquirido el cuadro como ejemplo de una cabeza excelentemente pintada». En cualquier caso, estas circunstancias imprecisas explicarían que esta pieza nunca fuese incluida en la bibliografía sobre Velázquez y muestre hoy evidentes signos de desgaste y suciedad.

Fechado entre 1632 y 1635, es decir, tras el primer viaje a Italia del pintor, el cuadro representa a tamaño natural a un hombre de entre 50 y 60 años, cuya sola mirada, de una fuerza y solemnidad magníficas, habla de la personalidad y autoridad de este desconocido. En cuanto al estilo, Cherry recuerda que «la cabeza está iluminada desde un punto elevado y frontal, de forma que concuerda con los retratos del período madrileño de Velázquez», para ponerlo en relación con otros de sus retratos como el de Francisco Pacheco o el Retrato de Juan Martínez Montañez, ambos conservados en el Prado, entre otros ejemplos de su mirada frente a los demás.

Por último, el análisis radiográfico del cuadro -para conocer el material y los procedimientos pictóricos empleados- señala que las características del lienzo se ajustan a las empleadas por el sevillano en los años centrales de su carrera y concuerda, en opinión del autor, con el retrato ecuestre del Príncipe Baltasar Carlos o a la Santa Rufina que custodia la Fundación Focus.

Indica Fernando Rayón, en la carta del director que abre este nuevo número de la revista, que «por cada cuadro del maestro que hemos publicado», como La educación de la Virgen, hallazgo presentado por John Marciari en el número de julio-septiembre de 2010, «hemos desechado algunos más que no nos parecían dignos de aparecer en nuestras páginas. Pero este Retrato de hombre sí». El respeto y atención con que los investigadores saludan cada nuevo número de esta revista, el rigor documental de los estudios y las firmas que participan convierten esta aún joven publicación trimestral en una referencia internacional en el ámbito del arte. Con todo, el terreno de las atribuciones no es una ciencia exacta y el estudio del profesor Cherry es la primera palabra de un debate que deberá ser trasladado al resto de la comunidad científica, al que deben sumarse las necesarias tareas de limpieza. Será finalmente el Museo del Prado, máxima autoridad en la producción velazqueña, la institución encargada de autentificar una obra que podría ampliar el legado del universal maestro sevillano.

Patricia Godino, Sevilla: Una mirada inédita de Velázquez, El Día de Córdoba, 8 de octubre de 2011

Los paisajes de Roma pueden visitarse ya en París antes de llegar a El Prado

La red de museos franceses (RNM), el Museo del Louvre y el Museo del Prado presentan esta semana en el Grand Palais de París uno de sus proyectos conjuntos más ambiciosos, la exposición «Roma: Naturaleza e Ideal. Paisajes 1600-1650», que se verá desde este miércoles 9 de marzo al 6 de junio en la capital francesa y del 28 de junio al 25 de septiembre en Madrid.

Aníbal Carranci (1560-1609). ’Paisaje fluvial’ (hacia 1590-1599). Óleo sobre lienzo. Prestado por la National Gallery of Art de Washington, Samuel H. Kress collection.

Según los organizadores, la exposición reúne el conjunto de paisajes más importante presentado nunca, con la participación de una cincuentena de prestadores, incluidos los museos más importantes del mundo, aunque el grueso de las obras proceden del Prado y el Louvre.

«Roma: Naturaleza e Ideal. Paisajes 1600-1650» reúne en París alrededor de un centenar de obras, entre pinturas y dibujos de artistas como Claudio de Lorena, Nicolas Poussin, Pedro Pablo Rubens o Diego Velázquez. En el Museo del Prado se verá una exhibición idéntica salvo en los dibujos, que varían sustancialmente de una sede a otra por cuestiones de conservación. Así, en Madrid se incluirá una sección inexistente en París destinada a describir los paisajes que encargó Felipe IV para decorar su Palacio del Buen Retiro a los artistas más relevantes residentes en Roma entre 1635 y 1640 que influyeron de forma trascendental en el devenir del género.

Paul Bril (1554-1626). ’Vista del campo Vaccino con mercado de ganado’ (1600). Óleo sobre cobre. Staatliche Kunstsammlungen Gemäldegalerie, Dresde, Alte Meister.

El nacimiento de un género

La muestra que comparten París y Madrid tiene como punto de partida Roma. La cuna del gran imperio de la Antigüedad clásica vio nacer a principios del siglo XVII el paisaje como un gran género pictórico, pues hasta finales del siglo XVI era considerado un género menor.

A la eclosión de este género profano contribuyeron factores como la presencia en Roma de pintores especializados procedentes de distintos focos artísticos europeos, especialmente de Flandes; el afán creciente por el dibujo a partir del motivo; la existencia de grandes colecciones de pinturas de maestros del Renacimiento como Rafael y Polidoro de Caravaggio o los maestros de la Escuela Veneciana Giorgione o Tiziano; y el inmenso éxito comercial del paisaje pintado entre la aristocracia y las familias pontificias.

Domenico Zampieri, Dominichino (1581-1641). ’Paisaje con la huida de Egipto’ (hacia 1621-1623). Óleo sobre lienzo. Museo del Louvre.

La exposición hace un recorrido cronológico desde el nacimiento del género hasta su pleno desarrollo, desde artistas como Aníbal Carraci, creador del prototipo de paisaje armónicamente estructurado que se definió en el siglo XVII como «clásico». Sus discípulos Domenichino y Francesco Albani lo desarrollaron posteriormente enriqueciéndolo con referencias literarias y Paul Bril introdujo variantes como los paisajes marinos. Junto a Bril, otros artistas procedentes de Amberes, como Jan Brueghel o Sébastien Vrancx, modernizaron la tradición pictórica de Amberes a través del contacto con el paisaje italiano en Roma.

Otro artista clave es el alemán Adam Eisheimer, que durante su estancia en Roma entre 1610 y 1620 introdujo en los paisajes pequeños personajes, referencias literarias y la tensión dramática propia de los cuadros de historia.

Francesco Albani, ’El Albano’ (1578-1660). ’Descanso en la huida a Egipto’ (hacia 1607). Óleo sobre tabla prestado por el Museo de Arte de la Princeton University.

El apogeo del paisaje

De la pasión de Eisheimer por los efectos atmosféricos y las variaciones lumínicas aprendieron para sus paisajes naturalistas Bartholomeus Breenbergh, Conrelis van Poelenburgh y Filippo Napoletano, que a su vez inspiraron a pintores como Carlo Saraceni y Orazio Gentileschi.

La exposición dedica dos apartados especiales a los considerados como máximos representantes del género, Claudio de Lorena y Nicolas Poussin, cuyas obras suponen el paso definitivo de género menor a pintura de prestigio reconocido y representan la expresión más noble del paisaje clásico.

En estas secciones se puede apreciar la pasión de Claudio de Lorena en sus inicios por la campiña romana, en la que introduce grandes temas históricos y de la historia sagrada, mientras que Poussin opta por los temas mitológicos. Hacia 1638, y junto a otro grupo de artistas, ambos reciben el encargo de decorar el Palacio del Buen Retiro de Madrid.

Pietro da Cortona (1597-1669). ’Paisaje con dos templos’ (1626). Óleo sobre lienzo cedido por los Museos Vaticanos.

Durante la década de 1640, Poussin evoluciona hacia una visión más intelectual y académica del paisaje, mientras que Claudio de Lorena avanza hacia unas representaciones más grandiosas y refinadas.

Siguiendo la estela de ambos maestros, Jean Lemaire se haría famoso por sus caprichosas perspectivas arqueológicas y Gaspard Dughet adoptó los principios de unidad luminosa en sus ensoñaciones románticas que influirían notablemente en paisajistas posteriores como Coubert.

A mediados del siglo XVII, el paisaje se ha convertido ya en una categoría de pleno derecho de la historia de la pintura, de la que será ya parte indisociable. La prueba, entre marzo y septiembre en el Grand Palais de París y en el Museo del Prado de Madrid.

El Santander restaurará el Velázquez de Yale

El cuadro La educación de la Virgen, atribuido a Velázquez, descubierto en los sótanos de la Universidad de Yale va a ser restaurado y exhibido en España, gracias a un convenio de colaboración suscrito el pasado fin de semana por Emilio Botín, presidente de Banco Santander, y Richard C. Levin, presidente de la Universidad de Yale . La pintura, descubierta por John Marciari, conservador jefe de arte europeo del Museo de Bellas Artes de San Diego en 2003 y dada a conocer la pasada primavera será sometida a una compleja restauración y posteriormente exhibida en España antes de su vuelta a Estados Unidos. El tratamiento será acordado por un grupo de expertos. En el museo del Prado, aseguraron ayer desconocer cualquier comunicación sobre el tema. La obra está actualmente expuesta en el Museo de la Universidad de Yale.

Emilio Botín junto a los responsables de la Universidad de Yale, contemplan 'La educación de la Virgen' en las salas del Museo- UNIVERSIDAD DE YALE

El cuadro fue donado a la Yale University Art Gallery en 1925 por Henry Hotchkiss Townshend y Raynham Townshend, cuya familia poseía el cuadro, que estaba bastante deteriorado, desde hacía 40 años. Atribuido en un principio a un artista sevillano desconocido, en la actualidad se considera una de las primeras pinturas de Velázquez, realizada hacia 1617. Marciari, quien desde un primer momento pidió que los expertos en el artista sevillano analizaran la obra, estuvo siempre convencido de que el descubrimiento de esta pintura, es una aportación importantísima a la obra del artista.

Lo que está claro es que los trabajos de restauración serán lentos. La obra ha sido dañada por el agua, el transporte en malas condiciones y restauraciones inadecuadas. Le 25 centímetros de la parte superior y una cantidad importante en los bordes izquierdo e inferior. Hay zonas afectadas de una potente abrasión y en otras la capa de pintura ha desaparecido casi por completo, de manera que sólo queda un fondo de color pardo. La comisión de expertos tiene una complicada tarea por delante.

Ángeles García, Nueva York: El Santander restaurará el Velázquez de Yale, EL PAÍS, 17 de enero de 2011

Salvar al soldado Velázquez

El Metropolitan Museum de Nueva York devuelve a la vida obras maestras al borde de la destrucción

Detalle del retrato de Felipe IV pintado por Velázquez. REUTERS

Para los que tengan la suerte de estar estos días en Nueva York: hay que subir hasta la Quinta Avenida, esquina con la calle 82, pasar por delante de los tenderetes de los artistas callejeros y de los vendedores de perritos calientes (son veteranos de guerra; si no, no tendrían derecho a plantar el carrito en esa acera privilegiada) y subir las majestuosas escaleras de entrada al Metropolitan Museum, el Met. Dejar atrás los ramos gigantes de flores que se renuevan todos los lunes. Pagar entrada (recomiendan veinte dólares, pero es posible entrar pagando sólo dos: a veces sirven mejor al interés público los que menos alardean de ello) y ascender una segunda escalinata majestuosa, esta interior, hasta la segunda planta. Donde pone European Paintings. A la derecha. Más. No dejarse distraer por una salita con cuadros de Goya que enganchan mucho. Un poquito más. Y ya está, al fondo de la última pared: un Felipe IV jovencísimo (en The New York Times dicen que les recuerda una mezcla de los príncipes William y Harry de Inglaterra), pintado en 1624 por Diego de Velázquez. Y salvado de la muerte, así, como suena, por los restauradores del Met.

«Sin duda este cuadro ha tenido una historia muy accidentada, y de él hemos aprendido mucho de cómo funcionaba el taller de Velázquez», nos cuenta el salvador directo, que es el restaurador jefe del Met, Michael Gallagher. Conocimos personalmente a Gallagher el año pasado y fue un encuentro para no olvidar. Nos recibió en su taller de amplios ventanales con vistas a Central Park. Era como estar dentro de un diamante.

La historia casi se repite con este Felipe IV adquirido por el Met en 1914, y expuesto sesenta años hasta que en 1973 llegaron las malas noticias: los expertos concluyeron que era imposible que fuera de Velázquez. Demasiado burdo en sus acabados, demasiado tosco. Tenía que ser obra de un aprendiz de su taller. Estas cosas pasan. El museo se tragó el sapo y relegó la pintura a la insignificancia.

Hasta que se reavivaron las sospechas de Keith Christiansen, el jefe del departamento de Pintura Europea, el mismo que ya se ha «olido» otros velázquez y ha lanzado a Gallagher a su posible rescate. Dando pie a una singular oleada velazqueña que inunda de felicidad los museos de Nueva York. Otro retrato de Felipe IV se expone desde el mes pasado en la Frick Collection.

Si no supiéramos que estamos tratando con la élite museística del mundo sería para mosquearse, con perdón, con tanto velázquez saliendo de debajo de las piedras en plena crisis. El mismo Gallagher no puede evitar ponerse un tanto a la defensiva cuando nos dice: «Espero que no nos acusen de oportunistas». Mucho más enérgico, con la autoridad que le da hablar en tercera persona y no en primera, se muestra Jonathan Brown, el oráculo que siempre tiene la última palabra sobre si un cuadro dudoso es o no es de Velázquez. Y que en todos los casos aquí mencionados no ha dudado en alinear su inmenso prestigio con el del Met: «Es la gente más seria del mundo, y el cuadro es un Velázquez sin ninguna duda».

Pero lo de «sin ninguna duda» no quedó claro hasta que Gallagher empezó a apartar capas y más capas de desatinada restauración. Sobre todo cuando el cuadro pasó por las manos de quien se lo vendería al Met: Joseph Duveen, conocido por hacer repintar las obras para aumentar su valor. En este caso el trabajo fue singularmente dañino. Dejó el lienzo a medio camino «entre la falsificación y la destrucción», concluye.

Visto lo visto es inevitable preguntarse con un estremecimiento: ¿y qué pasaría si no existieran museos como el Met? ¿Si el arte quedara abandonado a su suerte y a la del mercado? Ciertamente la salvación in extremis de todos estos velázquez «es posible gracias a la nueva tecnología, los rayos X, el conocimiento histórico, las nuevas capacidades de reproducción», coinciden Gallagher y Brown. Pero a la lista hay que sumar una herramienta esencial que es el tiempo. Océanos de tiempo que «perder» trabajando en un lienzo que por lo mismo que ha acabado siendo un velázquez y justificado todos los desvelos, podía haber quedado en nada. Para afanarse así hay que poder moverse a otra escala, más renacentista que del siglo XXI. Y confiar en que cunda el ejemplo. «Yo creo que ahora todos los museos van a mirar sus cuadros de Velázquez, o que parece que no lo son, con otros ojos», dice Jonathan Brown.

Cirugía estética para un genio

El sufrimiento del cuadro hasta llegar hasta aquí es evidente. Contemplarlo es admirarse —impresionante el carisma de las manos y la sutileza de la cabeza— pero también compadecerse de sus profundas heridas. «En realidad sólo queda un 60 por ciento de la pintura original, el 40 por ciento restante ha tenido que ser reconstruido», advierte Jonathan Brown. El color negro de las ropas del rey y la oscuridad del fondo caso había desaparecido. Y no estaba su ojo izquierdo, que Gallagher ha tenido que volver a pintar en su totalidad. Lo ha podido hacer gracias a que del cuadro se conservan modelos exactos en el Prado, en Madrid, e incluso en el Museo de Bellas Artes de Boston. ¿Y eso? Pues porque lo que cuelga hoy en el Met es una réplica del retrato oficial del rey, que es el que se conserva en el Prado.

Anna Grau: Salvar al soldado Velázquez, ABC, 27 de diciembre de 2010

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