¿Hay tres Velázquez en el MNAC?
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El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda) y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño – LV) |
¿Hay tres Velázquez en el MNAC?
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El San Pablo de Velázquez, en el centro, junto al anónimo sevillano San Juan Evangelista en Patmos (a la izquierda) y el retrato de Ramon Llull atribuido a Ribalta (Pedro Madueño – LV) |
Velázquez se lo inventó todo: ‘Las meninas’ nunca posaron para acabar el cuadro
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Los reyes acompañan al presidente de francia, Nicolas Sarkozy, y a su esposa, Carla Bruni, al Museo del Prado. (EFE) |
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Preparación del retrato del príncipe Baltasar Carlos de Velázquez, en el museo de Historia del Arte en Viena. (EFE) |
Máxima expectación ante la subasta de un retrato inédito de Velázquez

Se trata de un retrato de pequeño formato (47 por 39 centímetros) con un hombre de mediana edad, calvo, vestido de negro y una golilla en el cuello. El óleo estuvo a punto de ser subastado hace poco más de un año en Oxford dentro de un lote de mediocre pintura inglesa. La operación se paralizó a petición de Peter Cherry, profesor en el Trinity College de Dublín, con abundante obra publicada sobre el pintor español. Una exalumna que trabaja en la casa de subastas, le había descrito un detalle clave para creer que se trataba de una obra de otra naturaleza: el cuello de golilla, la prenda de adorno cortesano que sustituyó a la gorguera como símbolo de austeridad durante el reinado de Felipe IV. En octubre, Cherry dio a conocer su investigación en la revista especializada Ars Magazine. Jonathan Brown, históricamente considerado uno de los máximos expertos en Velázquez, no se ha pronunciado sobre la autoría y el único reparo que ha formulado públicamente es que la obra está dañada.
La gran duda es saber quién es el personaje retratado. Cherry espera que se pueda localizar al protagonista más adelante. «La identificación de personajes no nobles en los retratos pintados del XVII», explica,»está plagada de dificultades. Hice una investigación yo mismo mientras escribía el artículo, pero ningún candidato me convencía lo suficiente para salir de la duda. Tampoco quería especular. Creo que una vez publicado el retrato, ya vendrá un debate sobre la identificación del personaje. Quizás un historiador, en vez de historiador de arte, lo reconocerá».
Sobre las dudas que sus colegas puedan manifestar, el profesor Cherry señala que «ningún historiador de arte está en posesión de la verdad; me parece más bien un proceso de aproximación a un consenso. En cuestiones de atribuciones, es mejor adoptar una actitud escéptica, lo que conlleva la duda. Sin embargo, cara a lo que he podido estudiar del cuadro – a pesar de no estar limpio, ni poder yo examinarlo a fondo en el laboratorio de un museo – y dentro de mis humildes conocimientos de la obra de Velázquez, creo que es una atribución que tiene cierto fundamento. Ahora toca a mis colegas en el campo dar sus opiniones».
¿Seguirá esta fiebre de atribuciones?. «En el campo de pintura antigua siempre quedan sorpresas», responde Cherry. La historia del arte no consiste sólo en lanzar «descubrimientos», sino estudiar las cuestiones que la obra de arte plantea por el enfoque que sea, yo personalmente sigo creyendo en el valor de catalogar la obra de un artista y, por lo tanto, una cierta obligación, ya tradicional, de publicar en revistas serias estudios de obras desconocidas hasta el momento por el campo científico.»
El museo del Prado presenta algunas de sus mejores restauraciones tras dos años

Después de casi dos años de restauración, los retratos ecuestres de Felipe III y de Margarita de Austria han regresado a la sala de Las Meninas de Velázquez, en el museo del Prado de Madrid, junto a las otras tres pinturas de la familia real a caballo que el pintor sevillano realizó entre 1634 y 1635 para el salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro. El equipo de restauradores e historiadores que han trabajado en las dos obras han explicado que el trabajo ha consistido no solo en limpiar la suciedad acumulada a lo largo de los años en las capas de barniz, sino también en retirar dos bandas de 50 centímetros cada una que, a los lados de cada cuadro, sirvieron para ampliar su ancho en el siglo XVIII, cuando las obras fueron trasladadas al Palacio Real para decorar el comedor del monarca. «Una restauración importante y novedosa», apuntó Gabriele Finaldi, director adjunto de conservación del museo.
De esta manera las dos obras, además de recuperar su color, han dejado de ser prácticamente cuadradas para volver a su medida rectangular original. Rocío Dávila, encargada de la restauración, explica cómo el trabajo del equipo de conservadores, del gabinete técnico y del laboratorio químico ha permitido decidir algo que era importante: cómo retirar dichas bandas manipulando lo menos posible las obras, cuyos injertos estaban aplicadas a la gacha, un sistema tradicional de España que se hacía con una pasta de cola y harina puestas sobre la tela original y la nueva.
«En la restauración es importante tomarse su tiempo», explica Dávila. «Hemos tardado casi dos años en restaurarlos pero eso no quiere decir que hemos estado trabajando esos dos años sobre ellos. Muchas veces, para restaurar bien, hay que pasar más tiempo mirando que trabajando». Dávila cuenta que las dos piezas fueron realizadas en el taller del pintor en colaboración con su equipo y que por eso el cuadro tiene correcciones realizadas por el propio Velázquez. Por ejemplo, bajo el caballo del rey hay pintado un ejercito que el sevillano se encargó de corregir. «Ahora vemos su mano mejor que nunca, sobre todo en los dos caballos». Frente a la rigidez en la ropa de los monarcas, la pincelada se suelta en las patas de los animales. «¡La mano de Velázquez tiene tanta fuerza! Se ve perfectamente en el caballo del rey, que es todo suyo. Él llegaba al taller, soltaba esas pinceladas, una, y otra, y ya está: ¡vida y movimiento!».
Mejores fragmentos
Un prodigio que según Gabriele Finaldi se concentra en lo que él considera uno de los mejores fragmentos de la sala de reyes de Velázquez: la cabeza, el pecho y las patas del caballo de Margarita de Austria. Javier Portús, conservador jefe de pintura española, cree además que ahora, al volver el cuadro a su medida original, recobra toda la intención y sentido que quería darle el pintor: «Al aumentar el cuadro se menguó la posición en escorzo, que daba violencia y dinamismo. Restituir las cualidades originales del cuadro no solo afecta a la comprensión del cuadro, sino a la comprensión de la serie entera».
Pero las dos pinturas no fueron las únicas obras que el Prado ha presentado hoy sin las fatigas del paso del tiempo. Mientras los dos monarcas a caballo de Velázquez (con la sierra de Madrid luciendo sus mejores atardeceres) devolvían a la sala de Las Meninas a todos sus personajes, una de las mejores esculturas romanas de la pinacoteca, Ariadna dormida (creada en la época de Marco Aurelio a partir de una escultura griega del siglo II antes de Cristo) recuperaba también su aspecto. Situada en la rotonda de Ariadna, o sala 74 -un espacio circular abierto a enormes ventanales por los que entra luz natural y que también ha sido reformado-, la pieza arqueológica procedía de la colección romana de Cristina de Suecia.
«Hemos practicado un trabajo de limpieza y de integración de las líneas de unión», señala Sonia Tortajada, quien ha trabajado con María José Salas Garrido para borrar el aspecto fragmentado que presentaba la obra, que fue restaurada en el siglo XVII en el taller de Bernini y que muestra el contundente cuerpo de Ariadna abandonado en la playa de Naxos tras el episodio de Teseo y el minotauro y donde, finalmente, la descubrirá y se enamorará de ella el dios Dionisio.11 de meses de trabajo para una de las joyas arqueológicas del museo, cuyos pasos serán ahora seguidos por dos pequeños ángeles de madera policromada del arquitecto y escultor flamenco Maes Tydeman.
Una mirada inédita de Velázquez
El profesor Peter Cherry, experto en arte español del XVII, atribuye al genio sevillano un óleo hallado en una colección particular del Reino Unido. La revista ‘Ars Magazine’ muestra la obra en su último número.

El cuadro, un óleo sobre lienzo de apenas 47 centímetros de alto y 39 de ancho, fue retirado de una subasta celebrada en Oxford en agosto de 2010. Según recuerda Cherry, durante la vida de Shepperson hubo en Gran Bretaña un creciente interés por el arte español y, en especial, por la obra de Velázquez. En los años posteriores a la Guerra de la Independencia se asistió a un crecimiento de la importación de pintura española en Inglaterra y, dice el autor del texto, «por más que Shepperson no sea conocido como artista-coleccionista, tenía evidentemente buen ojo y bien pudiera haber adquirido el cuadro como ejemplo de una cabeza excelentemente pintada». En cualquier caso, estas circunstancias imprecisas explicarían que esta pieza nunca fuese incluida en la bibliografía sobre Velázquez y muestre hoy evidentes signos de desgaste y suciedad.
Fechado entre 1632 y 1635, es decir, tras el primer viaje a Italia del pintor, el cuadro representa a tamaño natural a un hombre de entre 50 y 60 años, cuya sola mirada, de una fuerza y solemnidad magníficas, habla de la personalidad y autoridad de este desconocido. En cuanto al estilo, Cherry recuerda que «la cabeza está iluminada desde un punto elevado y frontal, de forma que concuerda con los retratos del período madrileño de Velázquez», para ponerlo en relación con otros de sus retratos como el de Francisco Pacheco o el Retrato de Juan Martínez Montañez, ambos conservados en el Prado, entre otros ejemplos de su mirada frente a los demás.
Por último, el análisis radiográfico del cuadro -para conocer el material y los procedimientos pictóricos empleados- señala que las características del lienzo se ajustan a las empleadas por el sevillano en los años centrales de su carrera y concuerda, en opinión del autor, con el retrato ecuestre del Príncipe Baltasar Carlos o a la Santa Rufina que custodia la Fundación Focus.
Indica Fernando Rayón, en la carta del director que abre este nuevo número de la revista, que «por cada cuadro del maestro que hemos publicado», como La educación de la Virgen, hallazgo presentado por John Marciari en el número de julio-septiembre de 2010, «hemos desechado algunos más que no nos parecían dignos de aparecer en nuestras páginas. Pero este Retrato de hombre sí». El respeto y atención con que los investigadores saludan cada nuevo número de esta revista, el rigor documental de los estudios y las firmas que participan convierten esta aún joven publicación trimestral en una referencia internacional en el ámbito del arte. Con todo, el terreno de las atribuciones no es una ciencia exacta y el estudio del profesor Cherry es la primera palabra de un debate que deberá ser trasladado al resto de la comunidad científica, al que deben sumarse las necesarias tareas de limpieza. Será finalmente el Museo del Prado, máxima autoridad en la producción velazqueña, la institución encargada de autentificar una obra que podría ampliar el legado del universal maestro sevillano.
Los paisajes de Roma pueden visitarse ya en París antes de llegar a El Prado

«Roma: Naturaleza e Ideal. Paisajes 1600-1650» reúne en París alrededor de un centenar de obras, entre pinturas y dibujos de artistas como Claudio de Lorena, Nicolas Poussin, Pedro Pablo Rubens o Diego Velázquez. En el Museo del Prado se verá una exhibición idéntica salvo en los dibujos, que varían sustancialmente de una sede a otra por cuestiones de conservación. Así, en Madrid se incluirá una sección inexistente en París destinada a describir los paisajes que encargó Felipe IV para decorar su Palacio del Buen Retiro a los artistas más relevantes residentes en Roma entre 1635 y 1640 que influyeron de forma trascendental en el devenir del género.

El nacimiento de un género
La muestra que comparten París y Madrid tiene como punto de partida Roma. La cuna del gran imperio de la Antigüedad clásica vio nacer a principios del siglo XVII el paisaje como un gran género pictórico, pues hasta finales del siglo XVI era considerado un género menor.
A la eclosión de este género profano contribuyeron factores como la presencia en Roma de pintores especializados procedentes de distintos focos artísticos europeos, especialmente de Flandes; el afán creciente por el dibujo a partir del motivo; la existencia de grandes colecciones de pinturas de maestros del Renacimiento como Rafael y Polidoro de Caravaggio o los maestros de la Escuela Veneciana Giorgione o Tiziano; y el inmenso éxito comercial del paisaje pintado entre la aristocracia y las familias pontificias.

La exposición hace un recorrido cronológico desde el nacimiento del género hasta su pleno desarrollo, desde artistas como Aníbal Carraci, creador del prototipo de paisaje armónicamente estructurado que se definió en el siglo XVII como «clásico». Sus discípulos Domenichino y Francesco Albani lo desarrollaron posteriormente enriqueciéndolo con referencias literarias y Paul Bril introdujo variantes como los paisajes marinos. Junto a Bril, otros artistas procedentes de Amberes, como Jan Brueghel o Sébastien Vrancx, modernizaron la tradición pictórica de Amberes a través del contacto con el paisaje italiano en Roma.
Otro artista clave es el alemán Adam Eisheimer, que durante su estancia en Roma entre 1610 y 1620 introdujo en los paisajes pequeños personajes, referencias literarias y la tensión dramática propia de los cuadros de historia.

El apogeo del paisaje
De la pasión de Eisheimer por los efectos atmosféricos y las variaciones lumínicas aprendieron para sus paisajes naturalistas Bartholomeus Breenbergh, Conrelis van Poelenburgh y Filippo Napoletano, que a su vez inspiraron a pintores como Carlo Saraceni y Orazio Gentileschi.
La exposición dedica dos apartados especiales a los considerados como máximos representantes del género, Claudio de Lorena y Nicolas Poussin, cuyas obras suponen el paso definitivo de género menor a pintura de prestigio reconocido y representan la expresión más noble del paisaje clásico.
En estas secciones se puede apreciar la pasión de Claudio de Lorena en sus inicios por la campiña romana, en la que introduce grandes temas históricos y de la historia sagrada, mientras que Poussin opta por los temas mitológicos. Hacia 1638, y junto a otro grupo de artistas, ambos reciben el encargo de decorar el Palacio del Buen Retiro de Madrid.

Durante la década de 1640, Poussin evoluciona hacia una visión más intelectual y académica del paisaje, mientras que Claudio de Lorena avanza hacia unas representaciones más grandiosas y refinadas.
Siguiendo la estela de ambos maestros, Jean Lemaire se haría famoso por sus caprichosas perspectivas arqueológicas y Gaspard Dughet adoptó los principios de unidad luminosa en sus ensoñaciones románticas que influirían notablemente en paisajistas posteriores como Coubert.
A mediados del siglo XVII, el paisaje se ha convertido ya en una categoría de pleno derecho de la historia de la pintura, de la que será ya parte indisociable. La prueba, entre marzo y septiembre en el Grand Palais de París y en el Museo del Prado de Madrid.













El Santander restaurará el Velázquez de Yale

Lo que está claro es que los trabajos de restauración serán lentos. La obra ha sido dañada por el agua, el transporte en malas condiciones y restauraciones inadecuadas. Le 25 centímetros de la parte superior y una cantidad importante en los bordes izquierdo e inferior. Hay zonas afectadas de una potente abrasión y en otras la capa de pintura ha desaparecido casi por completo, de manera que sólo queda un fondo de color pardo. La comisión de expertos tiene una complicada tarea por delante.
Salvar al soldado Velázquez
«Sin duda este cuadro ha tenido una historia muy accidentada, y de él hemos aprendido mucho de cómo funcionaba el taller de Velázquez», nos cuenta el salvador directo, que es el restaurador jefe del Met, Michael Gallagher. Conocimos personalmente a Gallagher el año pasado y fue un encuentro para no olvidar. Nos recibió en su taller de amplios ventanales con vistas a Central Park. Era como estar dentro de un diamante.
La historia casi se repite con este Felipe IV adquirido por el Met en 1914, y expuesto sesenta años hasta que en 1973 llegaron las malas noticias: los expertos concluyeron que era imposible que fuera de Velázquez. Demasiado burdo en sus acabados, demasiado tosco. Tenía que ser obra de un aprendiz de su taller. Estas cosas pasan. El museo se tragó el sapo y relegó la pintura a la insignificancia.
Hasta que se reavivaron las sospechas de Keith Christiansen, el jefe del departamento de Pintura Europea, el mismo que ya se ha «olido» otros velázquez y ha lanzado a Gallagher a su posible rescate. Dando pie a una singular oleada velazqueña que inunda de felicidad los museos de Nueva York. Otro retrato de Felipe IV se expone desde el mes pasado en la Frick Collection.
Si no supiéramos que estamos tratando con la élite museística del mundo sería para mosquearse, con perdón, con tanto velázquez saliendo de debajo de las piedras en plena crisis. El mismo Gallagher no puede evitar ponerse un tanto a la defensiva cuando nos dice: «Espero que no nos acusen de oportunistas». Mucho más enérgico, con la autoridad que le da hablar en tercera persona y no en primera, se muestra Jonathan Brown, el oráculo que siempre tiene la última palabra sobre si un cuadro dudoso es o no es de Velázquez. Y que en todos los casos aquí mencionados no ha dudado en alinear su inmenso prestigio con el del Met: «Es la gente más seria del mundo, y el cuadro es un Velázquez sin ninguna duda».
Pero lo de «sin ninguna duda» no quedó claro hasta que Gallagher empezó a apartar capas y más capas de desatinada restauración. Sobre todo cuando el cuadro pasó por las manos de quien se lo vendería al Met: Joseph Duveen, conocido por hacer repintar las obras para aumentar su valor. En este caso el trabajo fue singularmente dañino. Dejó el lienzo a medio camino «entre la falsificación y la destrucción», concluye.
Visto lo visto es inevitable preguntarse con un estremecimiento: ¿y qué pasaría si no existieran museos como el Met? ¿Si el arte quedara abandonado a su suerte y a la del mercado? Ciertamente la salvación in extremis de todos estos velázquez «es posible gracias a la nueva tecnología, los rayos X, el conocimiento histórico, las nuevas capacidades de reproducción», coinciden Gallagher y Brown. Pero a la lista hay que sumar una herramienta esencial que es el tiempo. Océanos de tiempo que «perder» trabajando en un lienzo que por lo mismo que ha acabado siendo un velázquez y justificado todos los desvelos, podía haber quedado en nada. Para afanarse así hay que poder moverse a otra escala, más renacentista que del siglo XXI. Y confiar en que cunda el ejemplo. «Yo creo que ahora todos los museos van a mirar sus cuadros de Velázquez, o que parece que no lo son, con otros ojos», dice Jonathan Brown.
Cirugía estética para un genio
El sufrimiento del cuadro hasta llegar hasta aquí es evidente. Contemplarlo es admirarse —impresionante el carisma de las manos y la sutileza de la cabeza— pero también compadecerse de sus profundas heridas. «En realidad sólo queda un 60 por ciento de la pintura original, el 40 por ciento restante ha tenido que ser reconstruido», advierte Jonathan Brown. El color negro de las ropas del rey y la oscuridad del fondo caso había desaparecido. Y no estaba su ojo izquierdo, que Gallagher ha tenido que volver a pintar en su totalidad. Lo ha podido hacer gracias a que del cuadro se conservan modelos exactos en el Prado, en Madrid, e incluso en el Museo de Bellas Artes de Boston. ¿Y eso? Pues porque lo que cuelga hoy en el Met es una réplica del retrato oficial del rey, que es el que se conserva en el Prado.