«Al ser humano le parece tan extraño existir que las preguntas filosóficas surgen por sí solas». Jostein Gaarder
Seguro que desde muy pequeño has sentido asombro y a veces inquietud ante las cosas que te rodean; te habrás planteado innumerables preguntas, casi siempre suponiendo que para ellas tendrían una respuesta certera aquellas personas que te rodeaban y te inspiraban seguridad: tus padres, tus hermanos mayores, los maestros. Serían preguntas del tipo: ¿cómo ha nacido el universo?, ¿por qué amanece todos los días?, ¿por qué sentimos dolor?, ¿por qué los seres vivos envejecen y mueren?, ¿hay vida después de la muerte? Se trata de un proceso común, esos mismos interrogantes y muchos más forman parte de la realidad del ser humano desde que éste tiene capacidad para el pensamiento racional, y el género humano, a falta de unos padres o maestros que suponíamos conocedores de todo, no ha tenido más remedio que buscar la respuestas a sus preguntas a través de sus propios medios.
«Lo que en un principio movió a los hombres a hacer las primeras indagaciones filosóficas fue, como lo es hoy, la admiración. Entre los objetos que admiraban y de que no podían darse razón, se aplicaron primero a los que estaban a su alcance; después, avanzando paso a paso, quisieron explicar los más grandes fenómenos; por ejemplo, las diversas fases de la Luna, el curso del Sol y de los astros y, por último, la formación del Universo. Ir en busca de una explicación y admirarse, es reconocer que se ignora».