La fuga de cerebros

Alejandro Villanueva

Terminal 4 del aeropuerto Madrid-Barajas, es un día lluvioso y desde megafonía una voz femenina metalizada llama a embarque. Un joven universitario apura su café y recoge su equipaje. Antes de embarcar echa un último vistazo por la cristalera: su billete es sólo de ida. Él y su bagaje intelectual se despiden de España, quién sabe por cuántos años o si volverá algún día.

Muy posiblemente el joven de nuestra historia podría estar embarcando mientras escribo este artículo, y sería uno más de los que engrosan las aplastantes estadísticas: han aumentado en 13.000 personas los residentes en Reino Unido, 11.600 en Estados Unidos y casi 11.000 en Francia.

Esta situación no muestra signos de aminorar y por tanto, nos suscita la siguiente pregunta: si todos los jóvenes que formamos laboralmente con dinero público se van del país, ¿de qué nos sirve? El problema no está en su formación, sino en el mercado laboral. ¿Cómo van a trabajar los recién graduados si no hay trabajo? Es ya habitual que los alumnos bromeen con obtener un puesto en alguna conocida cadena de comida rápida (Te miro a ti, McDonals) al acabar sus estudios para conseguir algo de sustento mientras buscan un empleo decente. El problema es que muchos no encuentran nunca el trabajo adecuado para sus habilidades en un país con un 38.6% de paro juvenil.

Vistas estas estadísticas no es de extrañar que se esté produciendo una “fuga de cerebros” en España. Al contrario, es de esperar que los jóvenes que tengan mayor iniciativa se marchen para conseguir su estándar de vida deseado. Sin embargo, han sido formados y educados en nuestro país con el gasto que eso conlleva y que no va a recuperarse en forma de cotizaciones ni de novedosas patentes, que se marchan en el mismo avión que nuestros jóvenes, dejando nuestra economía a merced del turismo.

El turismo. El sector que más importancia está cobrando hoy en día, y que tanta gente alaba será la ruina de nuestra economía. Al subsistir gracias al turismo, especialmente el de sol y playa, creamos una economía débil y relegada al poder adquisitivo de los extranjeros que visiten nuestro país. Nos transformaremos en “la playa de Europa” y quedaremos relegados a ser un país bonito y un destino de veraneo para los ricos países del norte. Y cuando estalle una crisis económica, los primeros recortes son en el ocio y el turismo, esto es, las familias extranjeras ya no viajarán a su playa favorita de Málaga, Mallorca o Valencia, donde ya no tendrán trabajo los hoteleros y restauradores de la zona. Todo se convertirá en una cadena que nos arrastrará a la depresión económica hasta que el resto del mundo decida visitarnos.

Es vital que eso no ocurra, y para ello necesitamos una industria fuerte y resiliente, basada en una inversión sólida en educación e I+D+i, que evite que nuestros universitarios se enfrenten a la emigración, como ya se enfrentaron nuestros abuelos y padres. Todo el gasto en educación sólo compensará si existe un ecosistema en el que se generen beneficios y valor a partir de estos jóvenes, que agradecerán enormemente no enfrentarse al desarraigo que supone abandonar tu hogar y a tu familia para empezar de cero en un nuevo país, un nuevo idioma y una nueva cultura.

Nuestro joven mira por la ventanilla de su avión y su corazón está inundado con melancolía y dudas. Melancolía por dejarnos a todos atrás y dudas sobre su incipiente futuro. Nos deja a nosotros la ardua tarea de lograr que él sea el último joven obligado a marcharse en busca de un futuro digno, y sólo lo conseguiremos mejorando la política de empleo.

 

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