A modo de introducción.-
Dámaso Alonso y Carlos Bousoño, en su monografía titulada Seis calas en la expresión literaria española (Gredos, 1970) ya manifestaron su intención de operar sobre formas predilectas del lenguaje, que no hacen más que reproducir formas predilectas de nuestro pensamiento, y que es precisamente el que quiere el poeta compartir con el lector…, para terminar afirmando que lo importante en arte es la sustancia estética individual que triplemente nos mueve, en nuestro corazón, en nuestro pensamiento y en nuestra fantasía…
Es desde esta perspectiva desde la que voy a desarrollar las calas literarias que realizaré en el poemario Las rutas transitivas (Ánfora Nova, 2024) de José María Molina Caballero, que encuentran en la sencillez y naturalidad expresivas sus características más señeras y que vienen a confirmar una expresión literaria cuidada y emotiva, basada, como hemos apuntado antes, en la fluida manifestación de su pensamiento, al tiempo que conectan con la cultura y los ideales estéticos del propio poeta. Los poemas en los que he realizado estas calas literarias están elegidos aleatoriamente, ya que, sobre todo, he pretendido poner de manifiesto la calidad literaria y el oficio de poeta que pululan por doquier en este libro, independientemente del poema que escojamos.
El libro viene precedido de un documentado prólogo del profesor Manuel Ángel Vázquez Medel, catedrático de Literatura Española e Hispanoamericana de la Universidad de Sevilla, que ofrece una perspectiva informada y perspicaz sobre los poemas y sobre el autor. Transcribimos a continuación un breve párrafo:
«Las rutas transitivas es una obra de madurez poética en la que han quedado acrisoladas muchas experiencias de vida y muchas lecturas. Una rica «genealogía poética» en la que encontramos a Hölderlin, Juan Ramón Jiménez y Pessoa, Aleixandre y Cernuda, T.S, Elliot y Keats, Kavafis y Cesare Pavese, Philip Larkin y Borges, Claudio Rodríguez, Gil de Biedma o Benedetti, entre otros. Encontramos en estos versos mucha sabiduría, pero también mucha emoción. Una obra en la que el autor ha elegido, como cauce de su caminar poético, el metro más importante y complejo de nuestra literatura: el endecasílabo, que se ofrece aquí en todas sus variantes rítmicas».
Se trata, sin duda, de un excelente prólogo que despierta la curiosidad del lector y lo anima a sumergirse en la obra.
Un apunte más a propósito del endecasílabo, pues José María Molina ha optado exclusivamente por este metro, explorando y desarrollando unos versos de gran flexibilidad rítmica, con diferentes acentuaciones, lo que le otorga al conjunto de poemas una gran riqueza expresiva, al tiempo que le ha permitido a nuestro poeta expresar una amplia gama de sentimientos y pensamientos con gran belleza y musicalidad.
Al igual que ya hiciera Garcilaso y llevó a su máxima expresión el propio Góngora, en este sentido el gran acierto de José María Molina ha consistido en explotar todas las posibilidades que permite una arquitectura que respeta el carácter trocaico de nuestro idioma, prefiriendo, en la mayoría de los casos, la colocación de los acentos versales en aquellas sílabas que se encuentran a distancia par de la que debe ir obligatoriamente acentuada por la cadencia trocaica del idioma, la décima; lógicamente nos referimos al hecho de colocar los acentos en las sílabas pares.
Los estudiosos de la métrica en lengua española coinciden en reconocer que hay hasta 28 variedades rítmicas del endecasílabo. En nuestro análisis, nos vamos a ceñir a los tipos de endecasílabos más importantes, los denominados «puros», sin olvidar que la única característica común entre todos ellos es que la décima sílaba debe ser tónica. El resto de sílabas puede variar en función de lo que busque el poeta. Y así, tenemos las cinco variedades principales:
- Enfático: acentos de intensidad en las sílabas 1ª, 6ª y 10ª. Ejemplos: «Bailo entre los estambres y embadurno»; «Lunas de atardeceres fugitivos»…
- Heroico: acentos de intensidad en las sílabas 2ª, 6ª y 10ª. Ejemplos: «La tierra humedecida de tu cuerpo»; «que calan mis entrañas y descienden»…
- Melódico: acentos de intensidad en las sílabas 3ª, 6ª y 10ª. Ejemplos :«La vigilia se escapa de mis ojos»; «anhelantes de luz y de esperanza»…
- Sáfico: acentos de intensidad en las sílabas 4ª, 8ª y 10ª. Ejemplos: «En los taludes de la vida lloras»; «En el palacio de Versalles laten»…
- Dactílico: acentos de intensidad en las sílabas 4ª, 7ª y 10ª. Ejemplos: «que nos regaña y nos rompe sin pausa»; «los alimentos de nuestras pupilas»…
Nuestro poeta utiliza una gran variedad de versos endecasílabos, y así, además de los endecasílabos puros que hemos apuntado anteriormente, encontramos otras variedades de lo que José Domínguez Caparrós, en su Diccionario de métrica española» (Alianza Editorial, 2016), denomina con los términos «pleno», «corto», «largo», «difuso»… Aportamos algunos ejemplos:
- Enfático pleno (1ª-6ª-8ª-10ª): «Dentro de tus entrañas ves la vida»…
- Heroico corto (2ª-4ª-6ª-10ª): «Atrás quedaban todos los recuerdos»…
- Heroico difuso (2ª-4ª-10ª): «Las flores se abren a mis horizontes»…
- Heroico pleno (2ª-4ª-6ª-8ª-10ª): «Mirabas fijamente al sol oscuro»…
- Heroico largo (2ª-6ª-8ª-10ª): «Las luces del invierno nos descubren»…
- Melódico pleno (1ª-3ª-6ª-8ª-10ª): «Es posible que tangas pocas ganas»…
- Melódico largo (3ª-6ª-8ª-10ª): «Y tu piel se protege como puede»…
- Melódico corto (1ª-3ª-6ª-10ª): «Alzo el vuelo y contemplo las estrellas»…
- Sáfico corto (4ª-6ª-10ª): «Con los zapatos llenos de preguntas»…
- Sáfico corto pleno (1ª-4ª-6ª-10ª): «crecen encinas rotas de nostalgia»…
- Sáfico largo (4ª-6ª-8ª-10ª): «que al pronunciarlas siembran sobre el aire»…
- Sáfico largo pleno (2ª-4ª-8ª-10ª): «al mismo tiempo y con las mismas lágrimas»…
- Sáfico pleno (1ª-4ª-6ª-8ª-10ª): «Darle la espalda al miedo es hacerlo»…
- Sáfico puro pleno (1ª-4ª-8ª-10ª): «donde la luz de la verdad perdura»…
- Sáfico difuso (4ª-10ª): «en el aliento de tu soledad»…
- Sáfico difuso pleno (1ª-4ª-10ª): «siempre navegan a contracorriente»…
- Dactílico pleno (1ª-4ª-7ª-10ª): «es el mejor de los dones del cielo»…
- Dactílico corto (2ª-4ª-7ª-10ª): «La vida pende de un hilo invisible»…
- Vacío puro (6ª-10ª): «de espiritualidad y devoción»…
- Vacío largo (6ª-8ª-10ª): «de una habitación que va bajando»…
Se observa claramente el esqueleto rítmico fundado sobre sílabas pares. De las sílabas impares, son habitualmente átonas la 9ª, la 7ª y la 5ª, mientras que las sílabas 1ª y 3ª suelen recibir acentos con una mayor frecuencia, generándose los conocidos tipos de endecasílabos en cuanto al primer acento: enfático (primer acento sobre la 1ª sílaba), heroico (primer acento sobre la 2ª), melódico (primero sobre la 3ª), sáfico (primero sobre la 4ª y segundo sobre la 8ª ) y dactílico (primero sobre la 4ª y segundo sobre la 7ª). Se trata de un hecho general en nuestra poesía clásica.
Cala en el INTROITO
EL PAISAJE CÓNCAVO DEL VIENTO.- Una estrecha relación entre el paisaje y el amor, y el tiempo como testigo inexorable; y todo ello mientras un intenso sentimiento de nostalgia se apodera del poeta, descrito con audaces e intuitivas metáforas: «Lunas de atardeceres fugitivos/ en los vientres sangrantes de la vida». Todo el poema está fundamentado en el sentimiento, en las impresiones, en la sensibilidad individual.
Calas en la RUTA PRIMERA: Las huellas de los sueños derrotados
LA ARROGANCIA DEL ÉXITO.- Una incisiva y contrastada descripción de lo que el poeta denomina «La marmórea grandeza del olvido», en donde el paso del tiempo sigue siendo el demiurgo que gobierna el esplendor de la belleza y del arte del edificio de la ópera de París, como, por ejemplo, las alusiones a la fachada principal que es una combinación de detalles en mármol y opulencia, a las esculturas del frontón superior realizadas por el escultor Aimé Millet, al arquitecto Charles Garnier, que diseñó un edificio ecléctico y lujoso, a los frescos de Chagall en el techo… Y es que no hay arte sin emoción.
DENOMINACIÓN DE ORIGEN.- Un poema más breve que los demás para poner en primer plano el valor de la vida; merece la pena vivir, nos dice el poeta, desde la infancia, que viene a ser la verdadera patria del hombre, como enfatizaba Rilke, pues «solo el silencio nos salva del tiempo/ y sus lanzas perennes de nostalgia», esa infancia a la que regresamos en los momentos en los que todo se tambalea, porque tampoco hay arte sin inocencia, ni arte sin desnudez.
DRUIDA.- Se adentra el poeta en este personaje de la mitología celta, en un poema que mezcla los límites del sueño con los de la realidad hasta casi confundirlos, y todo ello en el entorno propio de estos seres, el bosque, la gran catedral donde el druida celebraba ritos y ceremonias, siempre en busca de «la divina verdad de la existencia»; por cierto, único caso el de este verso con adjetivación antepuesta, prefiriendo en el resto del poema la posposición: «espacios gélidos», «bosque transparente», «destellos sagrados», «flores cómplices».
SUEÑO DE MARIPOSA.- Decía el filósofo y académico Emilio Lledó que vivimos en el espacio, pero morimos en el tiempo; y esta puede ser la reflexión filosófica en torno a la que gira este poema; como si estuviéramos atrapados en nuestro tiempo y nuestro espacio en medio de un mundo insondable. Fundamentado en audaces metáforas, se nos plantea un contraste radical entre la vida («el sol policromado de mi cuerpo») y la muerte («el mar de mi naufragio»). Su actitud lírica es un acto de intimidad, mediante el cual el poeta ahonda en sí mismo, de manera que podemos afirmar, con Aristóteles, que el poema, en tanto que criatura del arte, recrea lo verdadero con reflexión.
Calas en la RUTA SEGUNDA: Horizontes del tiempo transparente
FATUM.- «Hay corazones que laten y lloran…/ …que viven y mueren»…, pero «que siempre descubren/ los pasos intangibles del destino»… Mediante estos paralelismos semánticos, el poeta nos invita a pensar que, incluso en lo más trivial, se esconde la grandeza de lo inexplicable, porque vale la pena pensar en la relación entre la distancia y el tiempo. Al fin y al cabo, bien sabe el poeta que será la muerte la que constate el carácter efímero de todas las cosas.
BAOBAB.- Al igual que en otros poemas del libro, la nostalgia se convierte en el eje central de este poema; una nostalgia que marchita el alma, que se va acumulando con el paso del tiempo («sobre tus horas crece la nostalgia»), que va resquebrajando la esperanza poco a poco.
HARAKIRI.- Una descriptiva sucesión de metáforas convierte este poema en imagen y símbolo del paso inexorable del tiempo, en el que la oscuridad lo domina todo en un ambiente plagado de «sombras», «dagas oscuras», «luz invisible». Es un viaje a un territorio impreciso en el que conviven la nostalgia y el dolor.
Calas en la RUTA TERCERA : Los senderos marchitos del silencio
RUTAS INGRÁVIDAS.- Los sueños son siempre una garantía de lo vivido, una manera de atrapar o intentar detener el paso del tiempo y la fugacidad de las cosas mundanas. El poeta se siente revitalizado gracias a la acción vivificante de los sueños («En mis sueños levito con placeres/ palpitantes de triunfos y emociones»), buscando siempre un sentido a la existencia («los nuevos universos») aunque sea siguiendo los «destellos de rutas ingrávidas».
SEDUCCIÓN.- La seducción de la sonrisa, la «buena sonrisa» que puede ser puñal conducente a la aniquilación o bien armonía que rige la alegría de vivir. El poema se fundamenta en la antítesis de las dos caras de la sonrisa, como «arma fascinante que intimida» en los cuatro primeros versos o como «belleza infinita del presente» en los cuatro siguientes. El símil del verso final deja una espita abierta a la esperanza: «como una flor fecunda y misteriosa».
INCOMPRENSIÓN.- Aunque pueda parecer un incomprendido, el poeta se reconoce a través de su aprendizaje de la vida, que no es ni más ni menos que una mayor resiliencia que ayuda a afrontar mejor los momentos difíciles y a recuperarse de las adversidades, hasta que el «techo despiadado» que es la vida apague «el sol de tu alma».
ARPEGIOS DE MELANCOLÍA.- Al igual que la nostalgia, en tanto que sentimiento de anhelo por el pasado, también la melancolía, caracterizada por una tristeza persistente y una sensación de pérdida, va asociada a la esperanza y al mundo de los sueños, que se manifiesta ante el poeta por medio de arpegios, es decir, como una sucesión recurrente y repetitiva, que va marcando el ritmo de los sueños, de la plenitud al desconsuelo, hasta colmar lo que el poeta reconoce como «las galaxias perennes de mi llanto».
Calas en la RUTA CUARTA: Arqui-texturas del agua
INDOLENCIA.- Estamos ante una descripción de lo que podríamos denominar la apática indolencia de la muerte, indolencia ante la paz y ante la justicia, ante el amor, ante la esperanza, como no podía ser de otro modo. El primer verso de cada una de las tres estrofas que componen este poema abre con una potente metáfora, muy visuales y de gran poder evocador, para aclimatar el concepto de indolencia: «Es la sangre del mar y de la vida…/ Es el amor perdido y solitario…/ Es la desidia de un mundo indolente». Y así, en el poema se describen instantes que justifican toda una vida, para corroborar que en la felicidad siempre gravita la amenaza de lo efímero. Y, sin embargo, hay una mensaje final de constatación del sentido de la vida, porque es la propia muerte, pese a su indolencia, la que «nos enseña/ el sagrado valor de la existencia».
CAYUCOS.- Es la ruta más lacerante que describe y enfatiza el poeta, la de quienes nunca pierden la esperanza de sobrevivir, surcando «rutas de fuego y esperanza», pese a la miseria y los naufragios, pese a la crudeza de un «mar asesino/ que cercena las vidas y los sueños». A destacar el gran poder evocador del contraste que el poeta establece entre los «latidos de la brisa» y los «corredores de sangre» en los dos primeros versos del poema, lo que genera un efecto de gran expresividad, al tiempo que resalta la idea principal de «miseria» que domina el llamamiento que el poeta quiere hacer llegar al lector.
LOS RECINTOS FÉRTILES DE LA VIDA.- Un poema sobre la lluvia de otoño que evoca sentimientos de melancolía, reflexión y la belleza de la naturaleza en su ciclo de cambio. Al igual que hicieran autores como Juan Ramón Jiménez, Rubén Darío y otros, José María Molina ha plasmado en sus versos la atmósfera otoñal y el agua que cae, utilizándola como metáfora de purificación: «Las semillas de la lluvia se rompen…/ y las hojas…/ se destrenzan…/ hacia el aire que brota de los páramos». Un poema que, pese a su brevedad, concentra belleza y emoción en todos sus versos, sobre todo gracias a recursos como la personificación («El agua besa la tierra desnuda») e impactantes metáforas («con sus labios de arcilla y rocío»).
LA LUZ DE LOS RECUERDOS.- La luz de los recuerdos como antídoto ante el olvido, materializado en una aguzada metáfora («aristas de sal y añoranza»). Breve e intenso poema que condensa los trazos de una vida, hilvanados en cinco versos que tratan temas como la nostalgia, el dolor, o el miedo, y que desembocan en un final esperanzador: «siempre queda la luz de los recuerdos».
Cala en el EPÍLOGO: La ruta Samurái
LA RUTA SAMURÁI.- La interrogación retórica que ocupa los tres primeros versos del poema nos pone en antecedentes del parangón que el poeta establece entre la ruta del samurái y los avatares de la vida, en el sentido de que, según la tradición nipona, el camino del samurái es la muerte, y su ejemplo corre paralelo a la vida entendida como agonía, como lucha, en el sentido más unamuniano de la palabra, dejando ver una tendencia mucho más agónica, dolorida y pesimista. Pero, una vez más, pese al desconsuelo y la desesperación («la muerte no tiene familia,/ ni amigos, ni usufructos…»), nuestro poeta abre una espita a la esperanza, identificándose con esa «luz indomable/ de un samurái que lucha por la vida».
Vamos concluyendo.-
Sin lugar a dudas, Las rutas transitivas de José María Molina Caballero es un libro cargado de esperanza y de gratitud. Sus poemas exploran de forma continua esa dualidad de la vida que significa el tránsito de la belleza al dolor, pasando por el amor y la reflexión sobre el paso del tiempo, por ello son particularmente estimulantes. Y esto sin olvidar que cada poema de este libro tiene una arquitectura expresiva tan importante como su propio argumento.
Por eso convence al lector, porque es verdadero; porque señala el camino, como diría Gerardo Diego, por donde se puede ir ascendiendo hacia un disfrute, hacia un goce cada vez más profundo y delicado; porque José María Molina Caballero es un poeta que se sitúa frente a la naturaleza, las emociones, los sentimientos… ante la propia existencia, con ojos penetrantes, y admira la idéntica belleza que tienen por igual todas las formas; porque, en definitiva, su poesía es ritmo, es imagen, es honda vibración, es pensamiento que se hace alma por el ritmo poético.
En cuanto al endecasílabo, como ya hemos apuntado anteriormente, se ha empleado mucho en nuestra literatura, desde Garcilaso. Y así lo encontramos en este poemario siguiendo unos esquemas similares, es decir, con base dactílica cuando lleva el acento en las sílabas 1ª, 4ª, 7ª y 10ª; con base trocaica, en las 2ª, 6ª y 10ª; con ritmo sáfico, en las 4ª, 6ª/8ª y 10ª; con mezcla de dáctilo inicial y troqueos, en las 1ª, 6ª y 10ª. En este sentido, es de destacar que José María Molina ha sabido crear patrones rítmicos específicos, que conducen al lector hacia unos efectos sonoros y poéticos muy variados.
Alientan estos versos unas vibraciones como si fueran ondas de luz, a través de las cuales el poeta nos descubre, como en prodigio, su pensamiento nítidamente traslúcido e intensificado, ganando en musicalidad gracias al ritmo, hasta hacerle fúlgidas las imágenes al lector. Y aquí está la arquitectura principal que constituye este poemario, a saber, una sabia combinación de pensamiento, imagen y ritmo como si fueran uno. Bien es cierto que la poesía ha sido siempre considerada como una forma personal de plantear y-o resolver una serie de necesidades, entre las que podemos mencionar el deseo de crear, de justificar, de explicar, de exteriorizar, según las circunstancias. Y es que el territorio poético, como escribió Walt Whitman, es muy vasto, tiene muchas moradas. Cada poeta crea su propio estilo, por eso cada poema debe ser un descubrimiento.
Por otra parte, toda obra literaria, independientemente de su género, debe cumplir siempre una misión, y es la de incentivar cualquier tipo de sentimiento en el lector, conectar con la persona que está leyendo y dejarle cualquier tipo de marca intelectual. No dejar indiferente. Y esto es algo que esta obra objeto de nuestras calas cumple holgadamente.