ALFREDO GÓMEZ CERDÁ PARA BECREA MÁLAGA

Alfredo Gómez Cerdá es uno de los grandes nombres de la Literatura Infantil y Juvenil de nuestro país, podría decirse que con mayúsculas. Además de ser Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil y Premio Cervantes Chico, tiene en su haber los premios más importantes del sector, como el Gran Angular, Barco de Vapor, Ala Delta, Anaya, Altea, Hache y muchos otros, algunos de ellos, incluso más de una vez. También ha estado en innumerables ocasiones en las listas de honor de muchas organizaciones (CCEI, White Ravens, Cuatrogatos, Banco del Libro…) Ha sido candidato español a los premios Hans Christian Andersen, en 2018, y Astrid Lindgren Memorial Award (ALMA) en 2018 y 2019. Y lo más importante, cuenta con una legión de lectores incondicionales.

Hola, Alfredo, en primer lugar, queremos darte las gracias por concedernos, sin preguntar siquiera, esta entrevista. Sin duda, es signo de la generosidad qua reina entre los autores de LIJ. Es un placer tener con nosotros un referente de la literatura para los más pequeños y jóvenes como lo eres tú.

Nunca se me ha pasado por la mente hacer una entrevista pactada de antemano. Así que no hago preguntas previas, solo respondo, que creo que debe ser mi papel. Y lo haré encantado, porque siempre he defendido la necesidad y la importancia de las bibliotecas escolares.

No sé si reina entre los autores de LIJ esa generosidad de la que hablas y ese buen rollo al que se refieren muchos. No creo que sea exacto. Hay envidias, recelos, egos, ocultaciones premeditadas, camarillas y esa mala leche que ha caracterizado siempre a los escritores. Eso sí, en mucha menos dosis que en el ámbito de la literatura llamada de adultos.

Empezaste con el teatro y escribiste guiones cinematográficos. No hay duda de que tienes alma de artista. ¿Cuánto de ello has trasladado a tu obra narrativa?

El teatro me fascinó desde mi época del instituto y, de alguna manera, nunca me ha abandonado ni yo le he abandonado a él. Mi experiencia cinematográfica fue corta y frustrante, pues la productora con la que trabajé hacia películas que estaban en las antípodas de mis preferencias. Supongo que el lenguaje teatral, el cinematográfico, el del cómic (he escrito varios) habrá influido en la escritura de mi obra narrativa, y no solo en los diálogos, sino en la pretensión de ir a lo esencial, de prescindir de florituras y rodeos, de buscar la sencillez. Reivindico siempre la sencillez, que en contra de lo que se pueda pensar, es el estilo literario más difícil y más sublime. Decir lo justo, ni más ni menos, con las palabras exactas. Para mí, eso también es lo bello.

¿Cómo identificaste esa pulsión de ser escritor y supiste que era a lo que querías dedicarte?

Soy de los que escribe desde los once o doce años y no entiendo por qué, pues no tuve ninguna motivación externa, ni en el ámbito familiar ni en el escolar. Me fascinaban los libros en sí mismo, desde el objeto de papel hasta el borbotón de vida que estallaba entre sus páginas. Creo que desde muy pequeño preferí instalarme en la ficción antes que en la realidad, (no hay que olvidar que la ficción en muchas ocasiones nos ayuda a comprender la realidad). Iba al colegio en tranvía. A veces, quedaba con un compañero y hacíamos el recorrido andando para gastarnos el dinero del billete en otra cosa, y solía pasar que nos entreteníamos por el camino y llegábamos tarde, por lo que nos ganábamos una bronca y un castigo. Un día que llegamos muy tarde, el profesor como de costumbre nos preguntó el motivo del retraso, que era el trámite anterior al castigo, y yo le respondí: “Un accidente, el tranvía en el que veníamos se ha salido de la vía.” El profesor, no solo no nos castigó, sino que se preocupó mucho por nuestro estado. Ese día lo comprendí: era mucho mejor la ficción.

Te estrenaste en esto de la LIJ publicando con El Barco de Vapor, como comienzo es más que un triunfo, es entrar pisando fuerte. ¿Pensabas entonces que tu carrera de escritor tendría la solidez que tiene? ¿Qué se te pasó por la cabeza con aquel premio?

Sobre todo fue un descubrimiento mágico, un camino luminoso que se abría delante de mí. Cada escritor va encontrando poco a poco su lugar y creo que, en gran medida, yo empecé a vislumbrar el mío. Además, el premio y la publicación de ese primer libro fueron una motivación extraordinaria. No pensaba en mi futura carrera como escritor, sino en escribir más y mejor.

Has publicado más de ciento cincuenta libros. Es una cifra que excede incluso los sueños de los más optimistas. Además de trabajar mucho, ¿dónde crees que reside el éxito de tu oficio de escritor?

Desde luego, cuando publiqué el primer libro no podía imaginar que publicaría tanto, que llegaría al año 2022 con nuevos libros en marcha, algunos en imprenta, y nuevos proyectos en la cabeza. Todo el mundo tiene la idea de que trabajo mucho, excepto yo. Siempre me exijo más. ¿Qué es el éxito? ¿Vender muchos libros? Si es eso, algunos deben saber bastante sobre el tema. Hoy en día el mercado literario está lleno de expertos de éxitos de ventas. El éxito no consiste en hacer cosquillas al lector para que se ría (los niños se tronchan de risa con las cosquillas). Yo pretendo establecer una comunicación mágica, de corazón a corazón, dejando que los sentimientos y las ideas cabalguen a lomos de las palabras. De este modo, busco la belleza y la magia del lenguaje para mostrar el mundo, aunque no sea amable, para indagar en el ser humano, aunque sea complejo, para entender la realidad, aunque sea despiadada, para comprenderme a mí mismo, aunque sea imposible.

Tu obra es muy variada, desde la fantasía hasta las realidades más actuales como en Ninfa Rota, uno de tus últimos títulos. Cuándo te pones a escribir, ¿desde dónde parten todas esas ideas para conformar una novela? ¿Respondes a la clasificación de autor de brújula o de mapa?

Me gusta hacer una distinción entre ideas e inspiración. Las ideas aparecen por todas partes, a nuestro alrededor; sin embargo, la inspiración surge del trabajo, de la continuidad, de la constancia. La idea de Ninfa rota tiene que ver con mi propio desconcierto. No entiendo que lo que cuento en el libro le pueda suceder a una joven de nuestro tiempo, pero está ocurriendo cada vez más. Quizá escribí el libro para intentar comprender. En otras ocasiones he encontrado una idea inesperadamente en un viaje, en una noticia, en un recuerdo, en una conversación… Después de la idea vendrá la inspiración, por lo general de la mano del trabajo.

Soy claramente autor de brújula. No me hago esquemas previos ni guiones. Por supuesto, cuando empiezo a escribir ya tengo muchas cosas en la cabeza y muchas notas. A veces tengo la sensación de que lo que hago es agarrar del brazo a los personajes y echar a andar con ellos. Les digo: “adelante, a ver dónde llegamos esta vez.”

Eres uno de esos autores que visitan incontables colegios e institutos, ¿qué es lo que más te gusta de los encuentros con tu público?

Hay una frase que repito muchas veces: un libro es un puente entre dos corazones. Cuando el encuentro funciona, eso es lo que percibo, la comunicación mágica producida por el libro. Un encuentro con tus lectores es una de las cosas mejores que pueden pasarte, aunque haya autores que no quieran hacerlos y otros que, aunque los hacen, sería mejor que se quedasen en casa. El autor siempre tiene que acudir a estos actos entusiasmado (ya habrá tiempo para desentusiasmarse, si llega el caso) y sabiendo que él podrá aprender tanto o más que su público. No me gusta el autor que intenta provocar admiración hacia su persona y su obra, intento ser uno más, como ellos, aunque con más años. Y todo lo que hago -hacemos muchos-, en resumen, sirve para motivar a la lectura. Por eso, odio que algún profesor, cuando estamos a punto de terminar el encuentro me pida una “fórmula” para motivar a los los niños o jóvenes a leer. “¡Coño! -pienso entonces-. ¿Qué te crees que he estado haciendo durante todo el tiempo?” La fórmula, sin duda, es que ese maestro empiece a leer de una vez.

Con una carrera tan dilatada en el tiempo, ¿qué diferencias ves entre los lectores de antes y los de ahora?

Los cambios sociales son evidentes y los niños también forman parte de la sociedad, aunque algunos no lo crean. Los hábitos de vida, de ocio, las nuevas tecnologías, los nuevos tipos de familia… Todo eso implica por supuesto a los niños. Creo que las diferencias se centran sobre todo en lo externo (algunas palabras y términos, algún ambiente, algunos comportamientos, las posibilidades del ocio…), pero si volvemos a los sentimientos, a los afectos, la empatía entre un niño de ahora y uno de hace treinta años es completa. Las amenazas que se ciernen sobre los niños de ahora son muchas: que acaben viviendo una existencia virtual y deshumanizada, que el egoísmo y egocentrismo les conviertan en seres soberbios e insolidarios, que la soledad comience a anidar dentro de su alma… (pero esa es la amenaza que se cierne también sobre los adultos).

De todas tus novelas, ¿hay alguna de la que te sientas más orgulloso? ¿o de un personaje? ¿Por qué?

A veces son los lectores los que hacen que sientas orgullo o satisfacción por una novela, ellos son los que han convertido Pupila de águila en uno de mis libros preferidos. La novela tiene treinta años y muchos lectores, ya adultos, me siguen hablando de ella, de lo importante que ha sido en sus vidas. Por otro lado, reconozco que La casa de verano, mi primera novela, tiene un valor especial para mí, sobre todo desde el punto de vista sentimental.

Hay personajes de libros infantiles, como Timo, de Timo rompebombillas, Gil, de Apareció en mi ventana, Paulina, de La jefa de la banda, Camilo, de Barro de Medellín… Y personajes de novelas juveniles, como Catalina, de Noche de alacranes, Luz, de Anoche hablé con la luna, Martina, de Pupila de águila, el Gato, de Las siete muertes del Gato… Quiero mencionar también a Yoni José y Rose Rose, hijo y madre, que son los personajes centrales de mi próxima novela, Los recuerdos de los demás, con los que me he conmovido profundamente.

¿Lees a otros autores de literatura infantil y juvenil? Si es así, ¿a quién? ¿de quién te consideras “seguidor”?

No leo tanta LIJ como antes, pero por supuesto que lo hago. Recientemente he publicado un libro de ficción, Siete llaves para abrir los sueños (Kalandraka), se trata de un juego literario y, al mismo tiempo, de un homenaje. Contiene siete relatos que giran en torno a siete grandes figuras de la LIJ que a mí me parecen cruciales y que todos los aspirantes a escritores de literatura infantil y juvenil deberían conocer. Gianni Rodari, Tomi Ungerer, Astrid Lindgren, Christine Nöstlinger, Juan Farias, Roald Dahl y Gloria Fuertes. No me considero seguidor ni discípulo de ninguno de ellos en concreto, aunque los siete me han ayudado a encontrar la senda de mi escritura. Por cierto, como en esta entrevista tienen mucho que ver las bibliotecas, creo que Siete llaves para abrir los sueños debería estar en todas, sobre todo porque es un libro que contiene las llaves que nos pueden abrir otros muchos.

Si hablamos de libros como Pupila de águila, Noche de alacranes, La Casa de verano o Barro de Medellín, libros que han sido éxito de ventas y habituales préstamos de las bibliotecas escolares (doy fe de ello), con temas tan variados como el consumo de drogas, el intento de suicidio, la muerte de seres queridos, el amor, incluso con trasfondo de la posguerra, la pobreza, la amistad, etc. ¿Cómo te planteas hablar de esos temas a los jóvenes?

A esta pregunta siempre me planteo responder con otra: ¿Y por qué no? Tendríamos que ponernos de acuerdo en una premisa: la literatura infantil y -no digamos- juvenil puede abordar cualquier tema. Yo lo tengo claro. No soy un escritor de sagas fantásticas y mundos imaginarios, aunque a veces haya recurrido a la fantasía. Parto siempre de la vida, del mundo en el que vivimos, de la realidad que nos rodea. Es verdad que en algunas ocasiones me encantan los toques fantásticos (yo prefiero llamarlos imaginativos) y conseguir que realidad y fantasía conformen una amalgama indisoluble. Pero la vida en toda su complejidad es lo que me inspira y lo que me impulsa. ¿Cómo no hablar de amor, muerte, pobreza, amistad, desesperación, etc. etc. etc.? Nunca he concebido un libro como un objeto exclusivamente divertido que, como decía más arriba, nos busque premeditadamente las cosquillas. Para jugar ya existen otras cosas, por cierto muy atractivas y sofisticadas. Si queremos que el libro perviva, inevitablemente tiene que aportar algo más, indagar donde los demás no pueden llegar. Creo que el gran territorio de la literatura (no del divertimento) es la complejidad del ser humano, el mundo profundo de los sentimientos. Crear personajes y bucear por su mundo interior es una de las cosas que más me gustan. Y para hacerlo, lo aseguro, nunca renuncio al sentido del humor, porque el sentido del humor nada tiene que ver con las cosquillas.

Y pregunta obligada que, seguro, queremos saber todos tus lectores: ¿en qué estás trabajando ahora?

Tengo tres libros ya en marcha que verán las luz durante los próximos meses. Una novela, de la que ya he hablado antes, Los recuerdos de los demás (Loqueleo), que será la primera, un libro infantil, Mi mamá, mi mánager (Edebé) y otra novela, Nosotros no somos de este mundo (SM).

Hay algún otro proyecto terminado, pero digamos que aún está en el horno, cociéndose. Llevo meses embarcado en una novela, diferente a todas las que he escrito hasta ahora, ando por el folio 240 y aún no he dado con el título. Me estoy acercando a la recta final.

Alfredo, estamos enormemente agradecidos de que nos hayas sacado un hueco para estar en la Red Provincial de Bibliotecas Escolares de Málaga. Te damos las gracias y te deseamos que tu carrera siga siendo una sucesión de éxitos.

Muchas gracias por la entrevista y, sobre todo, por el interés. Sí, los libros son puentes entre corazones, lo he sentido al responder a las preguntas. Un abrazo muy grande.

ALFREDO GÓMEZ CERDÁ WEB

 

También te podría gustar...

Deja una respuesta