Juan Vaello Orts (psicopedagogo, antiguo director de ies, orientador y profesor tutor de Psicología General y Psicología Evolutiva en la UNED) nos ha brindado este curso a los profesores de nuestro centro una formación para la mejora de la convivencia, gracias a nuestra asesora del CEP Paz Funes.

A inicios de curso tuvimos una conferencia on line sobre la gestión de la conflictividad en el aula con sugerencias para ayudar a mejorar las habilidades socioemocionales de todos aquellos implicados en el acto educativo, mediante un conjunto de observaciones teóricas, acompañadas de estrategias y actividades a desarrollar.

Con posterioridad visitó en dos ocasiones nuestro centro, asistiendo a dos reuniones del Equipo Técnico de Coordinación Pedagógica, así como solucionando dudas al resto del profesorado. Así mismo la Orientadora del Centro asistió al curso del CEP que impartió Juan Vaello en Fuengirola y en dos ocasiones también asistió el coordinador FEIE de nuestro centro. Todas las medidas indicadas por Vaello fueron estudiados en ETCP y desde allí transmitidas y trabajadas en las reuniones de jefes de área y en las de departamento.

Así mismo realizamos a finales de la primera evaluación una tabla del alumnado donde los profesores señalamos en las distintas preevaluaciones y evaluaciones posteriores los alumnos y alumnas con mayores dificultades en el ámbito de la convivencia y en otras problemáticas educativas.

El profesor Vaello es, además, un prestigioso autor de una serie considerable de libros que ofrecen soluciones y puntos de encuentro de deliberaciones sobre cómo gestionar la convivencia en un aula.  Los títulos son bastante elocuentes:

Resolución de conflictos (Santillana, 2003) 

Las habilidades sociales en el aula (Santillana, 2005)

Cómo dar clase a los que no quieren (Graó Educación, 2007),

El profesor emocionalmente competente (Graó, 2009)

Los títulos, como acabo de decir, son bastante elocuentes, pero poco o nada nos podrán decir algo a los docentes sin el necesario deseo por nuestra parte de entrar en la navegación no sólo del conocimiento que podemos dar a otros sino del autoconocimiento.

Y así Vaello nos habló de la importancia de la autoestima no sólo a nivel de adquirir conocimientos sino de comportamientos deseables en el aula. Podría decirse que tal vez los profesores hablamos mucho y escuchamos y observamos poco. Por descontado no es una cuestión que nos afecte únicamente a los profesores. Integra un síntoma generalizado en el ámbito social y de las relaciones humanas en una época, además, en la que por trabajo o por razones lúdicas, pasamos demasiado tiempo con nuestro cerebro enfocado sobre pantallas digitales.

Así mismo, de los contactos que mantuvimos Vaello y con nuestra asesora del CEP Paz Funes pudimos extraer la importancia de categorizar sin etiquetar, de detectar las tendencias recurrentes en el aula, los conflictos más difíciles de abordar y la mejor forma de hacerlo, de descubrir los intereses del alumnado, de la necesidad de huir de la queja sistemática y de planear la educación socioemocional y no dejarla a la improvisación, de las competencias docentes que actualmente necesita el profesorado, de dinámicas de empatía, de la pertinencia de reconocer y agradecer los esfuerzos aunque sean mínimos en principio, de fijar límites, de entrenar el respeto mutuo.

En fin, Vaello subraya el valor del autocontrol en alumnos y profesores dentro de un mensaje de proactividad y optimismo, imprescindible para navegar en aguas turbulentas. La cuestión sería contagiar ganas, como nos dijo Vaello.

Evidentemente nadie va mejorar su práctica docente mediante la implantación de unas fórmulas magistrales más o menos asumidas. 

Evidentemente el profesorado no tiene capacidad para arreglar el “síntoma escolar”  por sí mismo cuando el síntoma afecta a ámbitos sociales incluso mayores que los que abarca el espectro educativo.

Evidentemente, al día siguiente laboral de cualquier día, los conflictos en potencia que pueden darse en un aula estarán ahí esperándonos.

Por ende, en una enseñanza obligatoria el alumnado está obligado y, por tanto, los conflictos son inevitables y no son susceptibles ya de ser tapados bajo la alfombra pesada de la imposición autoritaria.

Contra estas evidencias, sin embargo, contamos con el poder de la conciencia de que una vez sabido que navegamos entre las amenazas ser demasiado permisivos o demasiado autoritarios disponemos del reto de la posibilidad del control de un marco convivencia reducido en principio, el del aula. De hacernos con el timón de nuestro barco.

Esta posibilidad de control, al decir de Freud, es una tarea “imposible”, pero tan imposible como necesaria en su continua imposibilidad. No sólo formamos o ayudarnos a formar personas, en nuestro caso menores de edad, sino que nos formamos continuamente junto a ellas. Esta tarea imposible nos brinda la oportunidad, el reto del autoconocimiento. De ahí la pertinencia de formarse en estrategias de autoconocimento como el eneagrama de la personalidad o el análisis transaccional de Berne, como llevamos también a cabo en un grupo de trabajo este año integrado por doce profesores del centro.

Estamos despojados de las armaduras autoritarias de antaño que facilitaban determinados derroteros. Contamos, sin embargo, con la honestidad de la realidad desnuda de la necesidad de la transferencia educativa. Si no nos emocionamos difícilmente podremos emocionar o contagiar ganas, y más en un contexto convivencial difícil.

Porque del mismo modo que en el psicoanálisis o en cualquier relación psicológica, se desarrolla un abanico de transferencias entre uno y otro, en el marco educativo hay siempre uno que a priori educa o lo pretende, lo desea, y otro que a priori recibe esa educación aunque no la pretenda o desee. Pero el acto transferencial está siempre ahí, presente, retándonos, obligándonos a reflexionar, a ser reflejos de otro, a creer que mañana comienza todo más allá de los conflictos más o menos previsibles que surgen en toda convivencia.

En cierto modo, los docentes somos como entrenadores de fútbol o del deporte que se quiera, mucho más que árbitros. Vale, no somos árbitros, pero como entrenadores también llevamos silbato y cuanto toca, debemos pitar faltas y sanciones en los entrenamientos porque todo juego tiene reglas para poder ser jugado. Nuestro terreno de juego es el aula. Nuestra liga, la enseñanza, sí, pero sobre todo conseguir un espíritu inclusivo de equipo teniendo en cuanta que muchos jugadores no quieren o no eligieron jugar. Por no hablar de que tenemos jugadores que nunca le han dado ni una sola vez al balón.  

Hay entrenadores a los que les gusta que los jugadores jueguen al toque, que salgan a divertirse y dar lo mejor. Del mismo modo hay otros que prefieren una línea más dura, el catenaccio, donde prima ganar ante todo. 

Lo cierto es que formar parte de alguna de los dos tendencias de entrenar no garantiza el éxito. Hay entrenadores del primer tipo que lo hacen bien y otros menos bien, y lo mismo pasa con el segundo tipo de entrenadores. No existen recetas mágicas que nos salven, sino modos concretos, personales, de aplicarlas en contextos determinados.

Para aplicarlas mejor, del tipo que se elijan, importa muchísimo el autoconocimiento, el conocimiento de los otros y del entorno y la formación.