Un amor, de Sara Mesa
Por Inma Gutiérrez
Girl searching, Gertrude Abercrombie
(que ya la ilustración de portada tiene lo suyo…)
A Sara Mesa no le gustan nada las etiquetas. Quizás por eso la obra con la que hemos inaugurado las reuniones de nuestro Club de lectura nos ha resultado a alguna un tanto inclasificable. Un amor, desde ese inesperado artículo indeterminado del título que deja la inabarcable palabra amor en el territorio de lo impreciso, teje una red de relaciones malogradas que termina atrapando a la protagonista, una especie de pez de secano que muerde todos los anzuelos que le lanzan.
A través de sus doscientas páginas escasas, la historia de Nat, una joven traductora a quien conocemos directamente inmersa en una situación que nos incomoda y que no comprendemos, nos va envolviendo a medida que asistimos a una serie de pequeñas infamias, de malentendidos y de expectativas frustradas que nos hacen sentir casi sucios, como si estuviéramos mirando detrás de un visillo. Un pueblo demasiado pequeño de nombre equívoco (La Escapa: amaga y no da), un casero repulsivo, un perro con valor de apuesta que sale rana, un hippie guapo y bienintencionado, un aguacero, un alemán que no lo es, una huida que es un encierro, una cama, ¿un amor?…
Podríamos creer con la propia autora que la historia es la de una comunidad pequeña y cerrada que rechaza sin hostilidad manifiesta a quien viene de fuera. Sería la historia tan a menudo reinterpretada de la sociedad contra el individuo. Pensemos en don Quijote y en su voluntad inquebrantable de resucitar las leyes de la antigua caballería en un mundo ya alejado de los ideales de la Edad de Oro. O en Pepe Rey, el protagonistade Doña Perfecta, y en su desgraciada intromisión en Orbajosa y en cómo el cerco de malentendidos va cerrándose en torno a él hasta el inevitable desenlace (tan maniqueo como cabe esperar de una novela de tesis). O en Ana Ozores, espíritu permanentemente insatisfecho en aquella mediocre y rancia Vetusta que siempre tenía la digestión del cocido a medio hacer. Pensemos en cualquier peli del oeste siempre con un forastero al que dirigir una mirada torva en el saloon, aunque luego sea quien se encargue de librar al pueblo de los forajidos. La diferencia es que nuestra protagonista no parece oponer nada más que su propia falta de respuestas sobre sí misma a esa sociedad en la que no se siente acogida. Será el lector quien decida si hay algo grande en Nat, si existe para ella el beneficio de la duda, si La Escapa se comporta como un tirano que ejecuta sus propios deseos o si es que la nueva se resiste a ser una más en el hormiguero. Si es legítimo o aceptable o , al menos, comprensible o que el individuo se niegue a cumplir con su parte del contrato social.
Por terminar con un apunte sobre el estilo, diremos que el lenguaje es frío y exacto y la red de la que hablábamos al principio se va tejiendo con la precisión de una telaraña hasta encerrarnos en ese mundo en el que, como decía Lola, una de las compañeras del club, parece que estuviéramos mascando polvo. De todos los adjetivos con los que la crítica ha calificado la última novela de Sara Mesa, quizás sea desasosegante el que mejor pueda aplicarse a las sensaciones que provoca su lectura.