Feria, de Ana Iris Simón
Por Pablo Serrano.
Nunca me gustaron las etiquetas. De ningún tipo. Por eso cuando llegó a mis manos Feria me palpé la ropa.
A su autora, Ana Iris Simón, la han ignorado en algunos círculos por su etiqueta de outsider de lo que ahora se considera como políticamente correcto. Las opiniones de una mujer escritora novel que no parece militar en el feminismo y que, al parecer, reivindica el regreso a formas y estilos de vida sociales y familiares de tiempos pasados despiertan el aplauso y la adhesión en críticos y opinadores de una tendencia y el desdén o el olvido de suscontrarios.
Confieso mi desconocimiento inicial de Ana Iris Simón y de sus trabajos más como columnista de prensa que como novelista. Y he de decir que en este segundo campo, en mi opinión, no destaca por sus valores literarios. Pero hay que reconocer su habilidad para despertar la polémica. ¿O era eso realmente lo que pretendía?
Porque la polémica se abre paso en cada página, en cada párrafo de Feria. Es polémica su crítica permanente a toda la modernidad progre selectiva. La que acoge, hace suya y reivindica como popular la música de Camela o las entregas televisivas de Jorge Javier y su “Sálvame”. La lumpen burguesía que parece sentir nostalgia de un barro que no ha pisado en su vida.
Como polémica resulta su crítica al progreso que “trajo consigo además de rotondas y chalés adosados, una ola de crueldad a nuestros ojos, que de pronto empezaron a ver víctimas que antes no veían”: animales, niños, minusválidos, inmigrantes…
Feria emerge como un observatorio de la contradicción. La contradicción en las prácticas religiosas y la contradicción en la política. La contradicción que supone el intento permanente por reescribir la Historia o de militar en el antimachismo mientras se aplaude el último vídeo o el último posado de C Tangana. La contradicción de una generación “obligada” a vivir con menos imposiciones sociales que las de sus padres, pero a la que le gustaría vivir como ellos. Por eso su reivindicación de la vuelta a la vida y costumbres “auténticas” de tiempos y lugares pasados.
En ese entorno aparece llamativa y polémica su referencia a la masculinidad y sus tipos cambiantes como la moda: el metrosexual, el indi o el blandengue. O simplemente hombres que limpian, cuidan de sus hijos, van a la compra o planchan y que probablemente existen sin necesidad de ser “modernos”.
Y todo ello mientras se dejan deslizar en el texto, casi sin que nos demos cuenta, cuestiones de calado: “Cada día que pasa es ¿un día más o un día menos?”.
Pablo Serrano