Hasta hace poco, el consumo de insectos no tenía apoyo legislativo en la UE a pesar de que algunos países como Bélgica sí autorizaban la venta de un número determinado de especies. Gusanos, grillos, escarabajos, orugas, avispas, hormigas, langostas, saltamontes o moscas domésticos son algunos de los que mayor potencial tiene como alimento, según la FAO. Desde finales de 2015 han entrado a formar parte de la categoría de «nuevos alimentos» en la UE y, por tanto, su empleo queda regularizado. Aun así, estos cambios serán aplicables a finales de 2017.
En la UE, un «nuevo alimento» se define como aquel que «no se ha consumido de forma significativa antes de mayo de 1997». En esta categoría entran alimentos producidos a partir de las nuevas tecnologías o los que se comen en otros lugares pero que no han formado parte del consumo tradicional europeo. Se calcula que más de dos millones de personas en todo el mundo incluyen los insectos en su dieta diaria, pero estos consumidores no los encontramos ni en EE.UU. ni en la UE. Dentro de la definición de «nuevo alimento» también están las partes de los insectos como las patas, las alas y la cabeza.
El objetivo de los cambios legislativos es que la autorización de nuevos alimentos, en este caso de insectos, sea «sencilla, rápida y eficiente», según la Comisión Europea, para que se puedan comercializar de forma más rápida siempre y cuando se haya demostrado su seguridad. El Reglamento no permite, sin embargo, que sean los Estados miembros los que autoricen o prohíban nuevos alimentos. Pero sí pueden suspender o restringir su comercialización, si consideran que supone un riesgo para la salud e informando siempre a la Comisión Europea.
¿Cuáles serían los riesgos?
Según la EFSA (Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria), la posible presencia de riesgos biológicos y químicos derivados de los insectos dependerá de los métodos de producción, de lo que se alimentan los insectos, de la etapa del ciclo de vida en la que se recogen, de las especies y de los métodos usados durante el procesamiento.
Por sus propiedades biológicas, deben tenerse en cuenta cuestiones de seguridad microbiana, toxicidad y presencia de compuestos orgánicos ya que, como otros productos, también proporcionan un entorno favorable al crecimiento microbiano, incluyendo bacterias, hongos o virus. Pese a ello, y según la FAO, «no se conocen casos de transmisión de enfermedades o parasitoides a humanos derivados del consumo de insectos (siempre que se hayan manipulado en las mismas condiciones de higiene que cualquier otro alimento)».
Según la organización, pueden darse problemas de alergias como las que ocasionan los crustáceos. Al contrario que los mamíferos y las aves, los insectos darían menos problemas en cuanto a infecciones zoonóticas se refiere.
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