Una escuela infantil debe ser un lugar donde los “bichos”, esos seres vivos o sus toxinas capaces de hacer perder la salud del niño, no tengan ningún tipo de cabida.  Controlar los “bichos” con normas y medidas higiénico-sanitarias contrastadas es de vital importancia para disminuir las infecciones, al tiempo que se dota de un mayor prestigio al centro, y esto representa una de las razones capitales para miles de familias a la hora de escoger la escuela infantil a la que acudirá su pequeño.

Un centro infantil con una baja incidencia de infecciones, desmantelaría muchos de los prejuicios existentes en la actualidad contra ellas, suponiendo la mejor muestra de calidad para el centro.  

Cada día, la gente se conciencia más de que los más pequeños de la casa deben asistir a la escuela infantil cuanto antes, y ya no solo con la idea inicial y más clásica de guarda y custodia del pequeño, si no para que descubran todo un universo de aprendizaje a través de programas pedagógicos y educativos.

bichos en la escuela

Niños de 0 a 3 años parecen demasiado vulnerables para estar lejos de los brazos de sus familiares, y surge el miedo al conocido como «Síndrome de la guardería», del que ya hemos hablado en otras ocasiones. Pero nada más lejos de la realidad, la Academia Americana de Pediatría ha cuantificado la frecuencia de infecciones según las edades de los niños:

  • Menos de 1 año: 1 infección por semana.
  • Menos de 2 años: 1 infección cada 2 semanas.
  • Menos de 3 años: 1 infección cada 3 o 4 semanas.
  • 4 años: La frontera de los mocos perpetuos cada 1 o 2 meses.

En los centros Cativos nos preocupan principalmente aquellos capaces de contagiarse y que se transmiten por varias vías y formas, ya sera de manera directa (de individuo a individuo) o indirecta (a través de objetos o alimentos: como la TBC o la salmonela). Si nos centramos en el primer caso, la forma directa, nos encontramos con:

  • Vía respiratoria, por tos o estornudos, como catarros, neumonías o la gripe, varicela o exantemáticas.
  • Vía fecal – oral, como las geas.
  • Vía cutánea o piel como impétigo, conjuntivitis, parasitosis, etc.
  • Por contacto con líquidos orgánicos: como sangre, mordeduras, saliva, etc.

Todo esto puede prevenirse o al menos reducirlo, y depende en gran medida de nosotros mismos. Algunas medidas preventivas a nuestro alcance son: Inculcar hábitos higiénicos en los más pequeños: lavar las manos antes y después de comer o ir al baño, lavar los dientes después de comer, etc., y la higiene cuidada de las instalaciones, juguetes, objetos, etc. Utilizando desinfectantes para limpiar líquidos orgánicos y sangre.

Cuando el niño presente síntomas sospechosos, aunque parezcan leves, no debemos llevar al pequeño a la guardería para evitar el contagio a los demás compañeros. En este apartado los padres tienen un papel vital. Algunos de estos síntomas sospechosos son:

  • Fiebre de más de 37 grados centígrados.
  • Irritabilidad anormal.
  • Llanto fuera de lo común.
  • Pitos y disnea respiratoria.
  • Diarrea.
  • Vómitos.
  • Lesiones en la boca (especialmente úlceras).
  • Erupción cutánea con fiebre.
  • Conjuntivitis.
  • Piojos, sarna, impétigo.
  • Tos intensa espasmódica.
  • Cuando los padres duden.

El periodo de incubación que precede a toda enfermedad suele ser de alta contagiosidad. Por ello, el niño deberá regresar a la guardería cuando, además de curado, esté sano, tras un periodo lógico de recuperación de su sistema inmunológico o periodo de convalecencia. De esta forma no supondrá un peligro para él, que podría recaer, ni para los demás.