Objetos maravillosos

Nuestro alumnado de 2º ESO ha realizado unas estupendas redacciones en las que algún objeto maravilloso desempeña una importante función (algunos de esos objetos son ya célebres en reconocidas obras literarias, otros, como estos dos que podéis leer aquí, han sido inventados por ellas mismas). A continuación los transcribimos para que podáis disfrutarlos.

La mascarilla anti-tacos. 

Hada María Rivas Castro (2º ESO B)

A continuación, voy a describir el objeto mágico más maravilloso y útil que ha llegado nunca a mis manos, o mejor dicho, a mi boca. Desde hace un tiempo, muy influido por las redes sociales, y no por voluntad propia, he incluido en mi vocabulario palabras gruesas, malsonantes, palabrotas, también llamadas tacos. Empecé usándolas cuando me pillaba un dedo con una puerta o sacaba una mala nota. Pero, más adelante, empecé a utilizarlas en situaciones más cotidianas, como cuando me levantaba de la cama por la mañana, al montar en un ascensor o mientras paseaba en bicicleta. Llegó un momento en que esto me preocupó, porque cuando alguien me pedía la hora por la calle o me daba los buenos días, yo contestaba, involuntariamente, con un taco de lo más desagradable. Estaba poseída, algo así como la niña de El exorcista, pero sin necesidad de levitar ni expulsar líquidos extraños.

Fue entonces cuando encontré, de la manera más insospechada, un anuncio en Amazon mientras buscaba algo para el Black Friday: una mascarilla anti-tacos. Al principio pensé que sería algo para evitar comer en exceso comida mexicana. Pero pronto, leyendo, descubrí que era para evitar soltar tacos mientras hablas. Pensé que sería un error o, en todo caso, un engaño. Parecía más propio de otras páginas orientales que todos conocemos. Y, aunque me gusta más comprar en las tiendas de barrio, pedí permiso a mis padres para comprar una muestra.

Llegó al día siguiente y venía envuelta en una preciosa caja roja forrada de terciopelo. Era negra, no se diferenciaba aparentemente de cualquier otra mascarilla de las que estamos usando en esta maldita pandemia. Me la coloqué con cuidado en la cara y no sentí nada especial; pero entonces se me cayó al suelo la caja y mi impulso fue decir «jo…» pero en su lugar me salió a continuación un «…lines».

Me sorprendió. Probé entonces con algo más complicado. Me acerqué a mi hermano y cuando le iba a llamar como habitualmente lo hago, dije: «Ven aquí tontín, que te enseñe lo que me han mandado». Había demostrado, con una sola prueba, que aquel objeto era infalible.

Desde entonces me la pongo a ratos, cuando quiero ser educada, por ejemplo en el colegio, y me la quito cuando salgo a divertirme con mis amigas. Por cierto, no me pidáis su nombre o referencia, porque ha desaparecido de la web. Posiblemente ese anuncia nunca existió, lo que convierte a mi mascarilla en un verdadero objeto mágico.

Unas vacaciones inusuales

Por Sofía Berzosa Garrido

De nuevo este verano volvíamos a ir a la aburrida casa de mi tía abuela. Mis padres nos abandonaban una semana mientras disfrutaban de siete días explorando las maravillosas islas griegas.

Nada más llegar, mi tía buena nos dijo que al día siguiente llegarían los albañiles y que estos iban a tirar unas pequeñas cuadras que estaban al fondo de lo que habían sido unos grandes graneros entre los años 50 y 60. Hoy sólo se usaban para guardar trastos viejos, herramientas agrícolas, dos motos de mis tíos y un sinfín de cosas.

A las 7:00 de la mañana ya estábamos desayunando. Ya no recordaba ese viejo gallo escandaloso de los vecinos. Narciso, el señor que siempre había ayudado a mis tías, entró en la cocina pidiendo nuestra ayuda. Los albañiles querían mover una estantería repleta de cajas y botes de conservas de verduras. Al desalojar la estantería fuimos poniendo todo al lado Del Pozo. Llamó mi atención una pequeña caja redonda de color marfil con las letras S. B. G. grabadas. La cogí, la guardé en mi bolsillo y me olvidé de ella en las siguientes horas.

Cuando después de comer me retiré a mi dormitorio para seguir leyendo Naves negras sobre Troya, me di cuenta de que la cajita seguía en mi bolsillo. La saqué, observé y era como si la hubiera visto antes. Pero no recordaba dónde. Conseguí abrirla, pero su interior no tenía ningún interés.

La cerré y la tiré sobre la cama de mi hermano. Volví a mi lectura y de pronto me di cuenta de que no estaba en la habitación. Me encontraba en el interior de un avión sentada con una señora mayor. Giré mi cabeza a la derecha y vi a mis padres rumbo a Grecia. Me di cuenta de que la pequeña caja de color marfil había hecho mi sueño realidad: ahora acompañaba a mis padres a ese maravilloso viaje.

Esos días fueron estupendos y nunca los olvidaré. La caja me acompaña siempre adonde voy y nunca más la he abierto.