Rosa María Davila, profesora de Matemáticas en el IES Bahía de Cádiz y miembro del grupo de trabajo «El Caleta también lee» nos propone en San Valentín resolver este problema matemático. ¡A ver cuántos sois capaces de dibujar este bosque!
CLAUDE MONET. Jardín de Bordighera (1884)
Un bosquecillo habéis de plantar, mi señor, si queréis demostrar que soy vuestro amor. Esta arboleda, aunque pequeña, ha de estar compuesta por veinticinco arbolitos en doce filas bien dispuestas, y en cada fila cinco árboles plantaréis o mi lindo rostro nunca más veréis.
El próximo viernes la solución para los que no hayais podido resolverlo.
Para escribir una historia de amor a veces no se necesitan muchas páginas, basta con sólo algunas líneas. Nuestra compañera, Celia Izquierdo, profesora de Tecnología, nos manda aquí un ejemplo, a través de un breve no cuento de Rafael R. Valcárcel.
Amor antes, durante y después de la lluvia
Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo. Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.
Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.
Para escribir una historia de amor a veces no se necesitan muchas páginas, basta con sólo algunas líneas. Nuestra compañera, Celia Izquierdo, profesora de Tecnología, nos manda aquí un ejemplo, a través de un breve no cuento de Rafael R. Valcárcel.
Amor antes, durante y después de la lluvia
Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo. Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.
Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.
Para escribir una historia de amor a veces no se necesitan muchas páginas, basta con sólo algunas líneas. Nuestra compañera, Celia Izquierdo, profesora de Tecnología, nos manda aquí un ejemplo, a través de un breve no cuento de Rafael R. Valcárcel.
Amor antes, durante y después de la lluvia
Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo. Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.
Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.
En la literatura, como no podía ser de otra manera, abundan las historias de amor, y de todas ellas pocas tan célebres como la que nos contara William Shakespeare en Romeo y Julieta. Representada en innumerables ocasiones, llevada al cine y a la televisión en otras muchas, os dejamos aquí un fragmento que nos manda nuestra compañera María Gámez, profesora de Lengua y Literatura. Es una de las últimas versiones cinematográficas, quizá no la mejor, pero si una de las más populares entre el público más joven. Se trata de «Romeo y Julieta» (1996) del director Baz Luhrmann, protagonizada por Leonardo di Caprio y Claire Danes.
En la literatura, como no podía ser de otra manera, abundan las historias de amor, y de todas ellas pocas tan célebres como la que nos contara William Shakespeare en Romeo y Julieta. Representada en innumerables ocasiones, llevada al cine y a la televisión en otras muchas, os dejamos aquí un fragmento que nos manda nuestra compañera María Gámez, profesora de Lengua y Literatura. Es una de las últimas versiones cinematográficas, quizá no la mejor, pero si una de las más populares entre el público más joven. Se trata de «Romeo y Julieta» (1996) del director Baz Luhrmann, protagonizada por Leonardo di Caprio y Claire Danes.
En la literatura, como no podía ser de otra manera, abundan las historias de amor, y de todas ellas pocas tan célebres como la que nos contara William Shakespeare en Romeo y Julieta. Representada en innumerables ocasiones, llevada al cine y a la televisión en otras muchas, os dejamos aquí un fragmento que nos manda nuestra compañera María Gámez, profesora de Lengua y Literatura. Es una de las últimas versiones cinematográficas, quizá no la mejor, pero si una de las más populares entre el público más joven. Se trata de «Romeo y Julieta» (1996) del director Baz Luhrmann, protagonizada por Leonardo di Caprio y Claire Danes.
De La voz a tí debida (1933), de Pedro Salinas, os dejo aquí uno de mis poemas favoritos.
El beso robado. JEAN-HONORÉ FRAGONARD
¡Si me llamaras, sí; si me llamaras! Lo dejaría todo, todo lo tiraría: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras! Y aún espero tu voz: telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre. Porque si tú me llamas «¡si me llamaras, sí, si me llamaras!» será desde un milagro, incógnito, sin verlo. Nunca desde los labios que te beso, nunca desde la voz que dice: «No te vayas».
De La voz a tí debida (1933), de Pedro Salinas, os dejo aquí uno de mis poemas favoritos.
El beso robado. JEAN-HONORÉ FRAGONARD
¡Si me llamaras, sí; si me llamaras! Lo dejaría todo, todo lo tiraría: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras! Y aún espero tu voz: telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre. Porque si tú me llamas «¡si me llamaras, sí, si me llamaras!» será desde un milagro, incógnito, sin verlo. Nunca desde los labios que te beso, nunca desde la voz que dice: «No te vayas».
De La voz a tí debida (1933), de Pedro Salinas, os dejo aquí uno de mis poemas favoritos.
El beso robado. JEAN-HONORÉ FRAGONARD
¡Si me llamaras, sí; si me llamaras! Lo dejaría todo, todo lo tiraría: los precios, los catálogos, el azul del océano en los mapas, los días y sus noches, los telegramas viejos y un amor. Tú, que no eres mi amor, ¡si me llamaras! Y aún espero tu voz: telescopios abajo, desde la estrella, por espejos, por túneles, por los años bisiestos puede venir. No sé por dónde. Desde el prodigio, siempre. Porque si tú me llamas «¡si me llamaras, sí, si me llamaras!» será desde un milagro, incógnito, sin verlo. Nunca desde los labios que te beso, nunca desde la voz que dice: «No te vayas».
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