Bibliotecas Escolares de la Provincia de Cádiz

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Archivo de la categoria 'Relatos'

FUTUROS ESCRITORES

21 julio, 2016


               Los alumnos de 2º de E.S.O. C han participado en una actividad que siempre da sorpresas agradables.

               Se les proponen unos elementos narrativos y tienen que construir una historia y los resultados AQUÍ están.

Jesús Taranilla

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FUTUROS ESCRITORES

21 julio, 2016


               Los alumnos de 2º de E.S.O. C han participado en una actividad que siempre da sorpresas agradables.

               Se les proponen unos elementos narrativos y tienen que construir una historia y los resultados AQUÍ están.

Jesús Taranilla

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PROMESAS

27 mayo, 2012

            A los alumnos de 1º de E.S.O. B se les dio, al azar, un personaje y un marco espacio-temporal. Salieron cosas curiosas, divertidas, interesantes, prometedoras,…

Jesús Taranilla.

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8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora

13 marzo, 2011

Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el grupo de trabajo de la Biblioteca ha querido sumarse a la efemérides y al resto de actividades que tanto el DACE como el AMPA han organizado. Cristina Flores ha preparado un taller de lectura sobre la Mujer Trabajadora, dedicado a tres escritoras españolas actuales: Espido Freire, Lucía Etxebarría y Elvira Lindo
Estaba destinado a 3º de ESO. En él se ofreció, además de una breve semblanza biográfica de cada una de ellas como mujeres de su tiempo, trabajadoras, integradas en la sociedad actual y creativas, la lectura de pequeños relatos y artículos de los que son autoras.
Finalmente, los alumnos/as rellenaron unos DNI sobre alguna de las autoras y sobre dos mujeres que influyen en su vida.

Por su parte, Rosa María Davila, profesora de Matemáticas y miembro del grupo, nos manda este cuento titulado «La princesa del bosque», para que pensemos un poco en relación a esta celebración.

Había una vez una bella princesa. Había pasado su infancia sola, en una torre muy, muy alta, cercana al palacio donde vivía su padre, el rey, y su madre, la reina. Desde luego, tenía muchos criados, pero nunca jugaba con otros niños y niñas.
Un día, cuando la princesa estaba paseando por el bosque que rodeaba el palacio, vio a un joven príncipe, muy guapo, que iba montado a caballo. El príncipe no sabía montar muy bien, por cierto, y se cayó cerca de unos árboles. No podía levantarse del suelo. Entonces, la princesa, que era una perfecta amazona, le ayudó a levantarse y lo llevó al palacio de su padre, el rey, en el propio caballo del príncipe.
El príncipe, que era el heredero de un riquísimo país vecino, se sintió muy agradecido y la invitó a pasar algún tiempo en su corte. La princesa aceptó la invitación y fue al país del príncipe. La princesa tenía muchas ganas de viajar y conocer gente nueva. El príncipe se enamoró de la princesa y le pidió que se casase con él y se convirtiese en la futura reina de su país. Todo el mundo pensaba que la princesa aceptaría encantada. Pero la princesa pensaba que le sería muy difícil y muy triste pasarse la vida interesada únicamente en llevar ropas elegantes y parecer muy guapa. Se había dado cuenta de que su futuro esposo nunca hablaba de política con ella. Incluso los cortesanos más tontos pensaban que ella no era suficientemente inteligente para opinar sobres cuestiones sociales, económicas y políticas. La princesa observó también el tipo de vida de la madre y las hermanas del príncipe. Iban a fiestas, llevaban ropas muy bonitas y pasaban todo el tiempo sonriendo y dando la razón a su padre y sus esposos, sin pensar ni decidir nada por sí mismas.
No, la princesa no podría ser feliz en ese tipo de sociedad. No podría enamorarse de un hombre que no la consideraba un ser humano. El príncipe era fuerte y guapo, sí, pero tenía una mente pequeña, no tenía una conversación interesante, y era demasiado orgulloso para ser un auténtico compañero para ella. Entonces, la princesa decidió volver a su casa, a su país. Pero no volvió al palacio de su padre, el rey. Fue a un pueblo en el bosque y comenzó a trabajar con las familias de granjeros, ayudándoles a vender sus productos a otras ciudades y países. Unos años más tarde fue elegida alcaldesa de ese pueblo, lo que la hizo muy feliz, porque realmente le gustaba trabajar en el gobierno local. Y se enamoró, sí, la princesa se enamoró, pero no de un príncipe, sino de un granjero simpático e inteligente, que era capaz de compartir todo con ella, no sólo el trabajo y la política, sino también el cuidado de la casa y de los hijos. No era un príncipe, no, pero era un hombre honesto, sincero, simpático, un auténtico compañero, amigo y amante.

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8 de marzo, Día Internacional de la Mujer Trabajadora

13 marzo, 2011

Con motivo de la celebración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, el grupo de trabajo de la Biblioteca ha querido sumarse a la efemérides y al resto de actividades que tanto el DACE como el AMPA han organizado. Cristina Flores ha preparado un taller de lectura sobre la Mujer Trabajadora, dedicado a tres escritoras españolas actuales: Espido Freire, Lucía Etxebarría y Elvira Lindo
Estaba destinado a 3º de ESO. En él se ofreció, además de una breve semblanza biográfica de cada una de ellas como mujeres de su tiempo, trabajadoras, integradas en la sociedad actual y creativas, la lectura de pequeños relatos y artículos de los que son autoras.
Finalmente, los alumnos/as rellenaron unos DNI sobre alguna de las autoras y sobre dos mujeres que influyen en su vida.

Por su parte, Rosa María Davila, profesora de Matemáticas y miembro del grupo, nos manda este cuento titulado «La princesa del bosque», para que pensemos un poco en relación a esta celebración.

Había una vez una bella princesa. Había pasado su infancia sola, en una torre muy, muy alta, cercana al palacio donde vivía su padre, el rey, y su madre, la reina. Desde luego, tenía muchos criados, pero nunca jugaba con otros niños y niñas.
Un día, cuando la princesa estaba paseando por el bosque que rodeaba el palacio, vio a un joven príncipe, muy guapo, que iba montado a caballo. El príncipe no sabía montar muy bien, por cierto, y se cayó cerca de unos árboles. No podía levantarse del suelo. Entonces, la princesa, que era una perfecta amazona, le ayudó a levantarse y lo llevó al palacio de su padre, el rey, en el propio caballo del príncipe.
El príncipe, que era el heredero de un riquísimo país vecino, se sintió muy agradecido y la invitó a pasar algún tiempo en su corte. La princesa aceptó la invitación y fue al país del príncipe. La princesa tenía muchas ganas de viajar y conocer gente nueva. El príncipe se enamoró de la princesa y le pidió que se casase con él y se convirtiese en la futura reina de su país. Todo el mundo pensaba que la princesa aceptaría encantada. Pero la princesa pensaba que le sería muy difícil y muy triste pasarse la vida interesada únicamente en llevar ropas elegantes y parecer muy guapa. Se había dado cuenta de que su futuro esposo nunca hablaba de política con ella. Incluso los cortesanos más tontos pensaban que ella no era suficientemente inteligente para opinar sobres cuestiones sociales, económicas y políticas. La princesa observó también el tipo de vida de la madre y las hermanas del príncipe. Iban a fiestas, llevaban ropas muy bonitas y pasaban todo el tiempo sonriendo y dando la razón a su padre y sus esposos, sin pensar ni decidir nada por sí mismas.
No, la princesa no podría ser feliz en ese tipo de sociedad. No podría enamorarse de un hombre que no la consideraba un ser humano. El príncipe era fuerte y guapo, sí, pero tenía una mente pequeña, no tenía una conversación interesante, y era demasiado orgulloso para ser un auténtico compañero para ella. Entonces, la princesa decidió volver a su casa, a su país. Pero no volvió al palacio de su padre, el rey. Fue a un pueblo en el bosque y comenzó a trabajar con las familias de granjeros, ayudándoles a vender sus productos a otras ciudades y países. Unos años más tarde fue elegida alcaldesa de ese pueblo, lo que la hizo muy feliz, porque realmente le gustaba trabajar en el gobierno local. Y se enamoró, sí, la princesa se enamoró, pero no de un príncipe, sino de un granjero simpático e inteligente, que era capaz de compartir todo con ella, no sólo el trabajo y la política, sino también el cuidado de la casa y de los hijos. No era un príncipe, no, pero era un hombre honesto, sincero, simpático, un auténtico compañero, amigo y amante.

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Preparando San Valentín (4)

13 febrero, 2011

Para escribir una historia de amor a veces no se necesitan muchas páginas, basta con sólo algunas líneas. Nuestra compañera, Celia Izquierdo, profesora de Tecnología, nos manda aquí un ejemplo, a través de un breve no cuento de Rafael R. Valcárcel.

Amor antes, durante y después de la lluvia 

Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo. Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.
Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.
Rafael R. Valcárcel

Si os ha gustado, podeis leer más obras de este autor en su página No Cuento. Cuentos que no son cuentos. Cuentos para sentir y pensar

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Preparando San Valentín (4)

13 febrero, 2011

Para escribir una historia de amor a veces no se necesitan muchas páginas, basta con sólo algunas líneas. Nuestra compañera, Celia Izquierdo, profesora de Tecnología, nos manda aquí un ejemplo, a través de un breve no cuento de Rafael R. Valcárcel.

Amor antes, durante y después de la lluvia 

Me llamó la atención él, por su forma de mirarla, como si no fuese una desconocida que veía por vez primera, pero así era. Él había subido en la misma estación que yo y estaba solo. Recién en la siguiente parada, ella entró al autobús y no se percató de su presencia, pese a que se sentó junto a él. Después, sacó de la mochila un dossier de ilustraciones. Él, como ya dije, la miraba, como si evocase un centenar de momentos compartidos: el otoño en que la lluvia los llevó a refugiarse en el mismo lugar, la excusa para hablarle, un número de teléfono, los días de dudas, la timidez de él para invitarla a salir, los silencios de ella para retrasar la cita, el recital en el que coincidieron, el beso, los besos, las confesiones, los descubrimientos, cenas de dos, reuniones, compromisos, el compromiso, hijos y deseos de seguir soñando. ¿Y si únicamente le recordase a un antiguo amor? O quizá, sin aguzar tanto la memoria, ella era la silueta vacía de sus anhelos, de esa ilusión latente que lo mantuvo despierto, de un desenlace feliz que ya había vivido durante cada noche de insomnio.
Yo no tenía pensado tomar un autobús, ella tampoco. Afuera había dejado de llover. Le pregunté si las ilustraciones eran suyas.
Rafael R. Valcárcel

Si os ha gustado, podeis leer más obras de este autor en su página No Cuento. Cuentos que no son cuentos. Cuentos para sentir y pensar

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Virtudes Choique, de Carlos Joaquín Durán

19 enero, 2011

Reproducimos en esta entrada un precioso cuento del escritor argentino Carlos Joaquín Durán, de su libro Cuentos para el empacho. Nos lo envía nuestra compañera Manuela Fernández Mayo, profesora del Departamento de Geografía e Historia. El cuento narra una emotiva historia sobre una maestra de escuela del noroeste argentino, para hacernos pensar sobre la competitividad y sobre las aptitudes que cada uno tenemos y a veces no sabemos o no saben ver.

VIRTUDES CHOIQUE
por Carlos Joaquín Durán
Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y andando.
Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra- una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.
Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras). Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.
Y ahora viene la parte de los chicos.
Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana. La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:
– ¡Miren, miren … ! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!
El padre y la madre miraron, y vieron una letras coloradas. Como no sabían leer,  pidieron al hijo que les dijera- entonces Apolinario leyó:
– «Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno».
Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.
Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido. Esta chica se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra:
«Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna».
Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro día Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de alegría:
– ¡Mire mamita,… ! ¡Mire, Tata… ! La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá. Vean: «Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno».
Así a los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: «Su hijo es el mejor alumno».
Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo:
– Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.
El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía:
-«Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra:
 El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye; boticario».
Imagínese el revuelo que se armó. Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite.
Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato, cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.
Por eso, ese sábado todo el mundo bajó hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos, y tres mesas puestas una al lado de la otra. En seguida se armó la fiesta.
Mientras la señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne del cordero se iba dorando.
Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio unas palmadas y pidió silencio. Todos prestaron atención. Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.
Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un papelito leyó el siguiente discurso:
– «Señoras, señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo, mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique,  el mejor alumno. Así es. Nada más, ni nada menos…
El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y continuó: Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país. He dicho «.
Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu. Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios.
El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa:
– Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.
Ahí nomás se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para retrucar:
– ¡Qué están diciendo, pues! Acá la única mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.
Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras.
A punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.
– ¡Párense… ! ¡Cuidado con lo que están por hacer … ! ¡Esto es una fiesta!
La gente bajó las manos y se quedó quieta.
Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo:
– Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo.
Entonces sucedió algo notable. Virtudes Choique empezó a reírse loca de contenta.
Por fin, dijo:
– Bueno. Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme.
Todos fueron tomando asiento.
Entonces la señorita habló así:
– Yo no he mentido. He dicho verdad. Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que digo verdad:
«Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela, cuando jugamos al fútbol…
«Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja
en Historia, es la más cariñosa de todas…
«Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…
«Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor en matemáticas… pero me callo si no es servicial.
«Y aquél otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún útil a sus compañeros.
«Y aquélla otra es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas.
«Y aquél, que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.
«Y aquélla es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la hora de trabajo manual!
«¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?
Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos.
Poco a poco cada cual fue buscando a su chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor.
Porque con eso se construye mejor. Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio. Dijo:
– ¡A comer … ! ¡La carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis … !
Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta las cuatro de la tarde.

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Virtudes Choique, de Carlos Joaquín Durán

19 enero, 2011

Reproducimos en esta entrada un precioso cuento del escritor argentino Carlos Joaquín Durán, de su libro Cuentos para el empacho. Nos lo envía nuestra compañera Manuela Fernández Mayo, profesora del Departamento de Geografía e Historia. El cuento narra una emotiva historia sobre una maestra de escuela del noroeste argentino, para hacernos pensar sobre la competitividad y sobre las aptitudes que cada uno tenemos y a veces no sabemos o no saben ver.

VIRTUDES CHOIQUE
por Carlos Joaquín Durán
Había una vez una escuela en medio de las montañas. Los chicos que iban a aquel lugar a estudiar, llegaban a caballo, en burro, en mula y andando.
Como suele suceder en estas escuelitas perdidas, el lugar tenía una sola maestra- una solita, que amasaba el pan, trabajaba una quintita, hacía sonar la campana y también hacía la limpieza.
Me olvidaba: la maestra de aquella escuela se llamaba Virtudes Choique. Era una morocha más linda que el 25 de Mayo. Y me olvidaba de otra cosa: Virtudes Choique ordeñaba cuatro cabras, y encima era una maestra llena de inventos, cuentos y expediciones. (Como ven, hay maestras y maestras). Esta del cuento, vivía en la escuela. Al final de la hilera de bancos, tenía un catre y una cocinita. Allí vivía, cantaba con la guitarra, y allí sabía golpear la caja y el bombo.
Y ahora viene la parte de los chicos.
Los chicos no se perdían un solo día de clase. Principalmente, porque la señorita Virtudes tenía tiempo para ellos. Además, sabía hacer mimos, y de vez en cuando jugaba al fútbol con ellos. En último lugar estaba el mate cocido de leche de cabra, que Virtudes servía cada mañana. La cuestión es que un día Apolinario Sosa volvió al rancho y dijo a sus padres:
– ¡Miren, miren … ! ¡Miren lo que me ha puesto la maestra en el cuaderno!
El padre y la madre miraron, y vieron una letras coloradas. Como no sabían leer,  pidieron al hijo que les dijera- entonces Apolinario leyó:
– «Señores padres: les informo que su hijo Apolinario es el mejor alumno».
Los padres de Apolinario abrazaron al hijo, porque si la maestra había escrito aquello, ellos se sentían bendecidos por Dios.
Sin embargo, al día siguiente, otra chica llevó a su casa algo parecido. Esta chica se llamaba Juanita Chuspas, y voló con su mula al rancho para mostrar lo que había escrito la maestra:
«Señores padres: les informo que su hija Juanita es la mejor alumna».
Y acá no iba a terminar la cosa. Al otro día Melchorcito Guare llegó a su rancho chillando como loco de alegría:
– ¡Mire mamita,… ! ¡Mire, Tata… ! La maestra me ha puesto una felicitación de color colorado, acá. Vean: «Señores padres: les informo que su hijo Melchor es el mejor alumno».
Así a los cincuenta y seis alumnos de la escuela llevaron a sus ranchos una nota que aseguraba: «Su hijo es el mejor alumno».
Y así hubiera quedado todo, si el hijo del boticario no hubiera llevado su felicitación. Porque, les cuento: el boticario, don Pantaleón Minoguye, apenas se enteró de que su hijo era el mejor alumno, dijo:
– Vamos a hacer una fiesta. ¡Mi hijo es el mejor de toda la región! Sí. Hay que hacer un asado con baile. El hijo de Pantaleón Minoguye ha honrado a su padre, y por eso lo voy a celebrar como Dios manda.
El boticario escribió una carta a la señorita Virtudes. La carta decía:
-«Mi estimadísima, distinguidísima y hermosísima maestra:
 El sábado que viene voy a dar un asado en honor de mi hijo. Usted es la primera invitada. Le pido que avise a los demás alumnos, para que vengan al asado con sus padres. Muchas gracias. Beso sus pies, Pantaleón Minoguye; boticario».
Imagínese el revuelo que se armó. Ese día cada chico voló a su casa para avisar del convite.
Y como sucede siempre entre la gente sencilla, nadie faltó a la fiesta. Bien sabe el pobre cuánto valor tiene reunirse, festejar, reírse un rato, cantar, saludarse, brindar y comer un asadito de cordero.
Por eso, ese sábado todo el mundo bajó hasta la casa del boticario, que estaba de lo más adornada. Ya estaba el asador, la pava con el mate, varias fuentes con pastelitos, y tres mesas puestas una al lado de la otra. En seguida se armó la fiesta.
Mientras la señorita Virtudes Choique cantaba una baguala, el mate iba de mano en mano, y la carne del cordero se iba dorando.
Por fin, don Pantaleón, el boticario, dio unas palmadas y pidió silencio. Todos prestaron atención. Seguramente iba a comunicar una noticia importante, ya que el convite era un festejo.
Don Pantaleón tomó un banquito, lo puso en medio del patio y se subió. Después hizo ejem, ejem, y sacando un papelito leyó el siguiente discurso:
– «Señoras, señores, vecinos, niños. ¡Queridos convidados! Los he reunido a comer el asado aquí presente, para festejar una noticia que me llena de orgullo. Mi hijo, mi muchachito, acaba de ser nombrado por la maestra, doña Virtudes Choique,  el mejor alumno. Así es. Nada más, ni nada menos…
El hijo del boticario se acercó al padre, y le dio un vaso con vino. Entonces el boticario levantó el vaso, y continuó: Por eso, señoras y señores, los invito a levantar el vaso y brindar por este hijo que ha honrado a su padre, a su apellido, y a su país. He dicho «.
Contra lo esperado, nadie levantó el vaso. Nadie aplaudió. Nadie dijo ni mu. Al revés. Padres y madres empezaron a mirarse unos a otros, bastante serios.
El primero en protestar fue el papá de Apolinario Sosa:
– Yo no brindo nada. Acá el único mejor es mi chico, el Apolinario.
Ahí nomás se adelantó colorado de rabia el padre de Juanita Chuspas, para retrucar:
– ¡Qué están diciendo, pues! Acá la única mejorcita de todos es la Juana, mi muchachita.
Pero ya empezaban los gritos de los demás, porque cada cual desmentía al otro diciendo que no, que el mejor alumno era su hijo. Y que se dejaran de andar diciendo mentiras.
A punto de que don Sixto Pillén agarrara de las trenzas a doña Dominga Llanos, y todo se fuera para el lado del demonio, cuando pudo oírse la voz firme de la señorita Virtudes Choique.
– ¡Párense… ! ¡Cuidado con lo que están por hacer … ! ¡Esto es una fiesta!
La gente bajó las manos y se quedó quieta.
Todos miraban fiero a la maestra. Por fin, uno dijo:
– Maestra: usted ha dicho mentira. Usted ha dicho a todos lo mismo.
Entonces sucedió algo notable. Virtudes Choique empezó a reírse loca de contenta.
Por fin, dijo:
– Bueno. Ya veo que ni acá puedo dejar de enseñar. Escuchen bien, y abran las orejas. Pero abran también el corazón. Porque si no entienden, adiós fiesta. Yo seré la primera en marcharme.
Todos fueron tomando asiento.
Entonces la señorita habló así:
– Yo no he mentido. He dicho verdad. Verdad que pocos ven, y por eso no creen. Voy a darles ejemplo de que digo verdad:
«Cuando digo que Melchor Guare es el mejor no miento. Melchorcito no sabrá las tablas de multiplicar, pero es el mejor arquero de la escuela, cuando jugamos al fútbol…
«Cuando digo que Juanita Chuspas es la mejor no miento. Porque si bien anda floja
en Historia, es la más cariñosa de todas…
«Y cuando digo que Apolinario Sosa es mi mejor alumno tampoco miento. Y Dios es testigo que aunque es desprolijo, es el más dispuesto para ayudar en lo que sea…
«Tampoco miento cuando digo que aquel es el mejor en matemáticas… pero me callo si no es servicial.
«Y aquél otro, es el más prolijo. Pero me callo si le cuesta prestar algún útil a sus compañeros.
«Y aquélla otra es peleadora, pero escribe unas poesías preciosas.
«Y aquél, que es poco hábil jugando a la pelota, es mi mejor alumno en dibujo.
«Y aquélla es mi peor alumna en ortografía, ¡pero es la mejor de todos a la hora de trabajo manual!
«¿Debo seguir explicando? ¿Acaso no entendieron? Soy la maestra y debo construir el mundo con estos chicos. Pues entonces, ¿con qué levantaré la patria? ¿Con lo mejor o con lo peor?
Todos habían ido bajando la mirada. Los padres estaban más bien serios. Los hijos sonreían contentos.
Poco a poco cada cual fue buscando a su chico. Y lo miró con ojos nuevos. Porque siempre habían visto principalmente los defectos, y ahora empezaban a sospechar que cada defecto tiene una virtud que le hace contrapeso. Y que es cuestión de subrayar, estimular y premiar lo mejor.
Porque con eso se construye mejor. Cuenta la historia que el boticario rompió el largo silencio. Dijo:
– ¡A comer … ! ¡La carne ya está a punto, y el festejo hay que multiplicarlo por cincuenta y seis … !
Comieron más felices que nunca. Brindaron. Jugaron a la taba. Al truco. A la escoba de quince. Y bailaron hasta las cuatro de la tarde.

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