José Caballero
El jefe del fuego de siete manos
La verdad es el alimento de la vida, que, sin embargo, no la devora, sino que la sostiene en alto y la deja al fin clavada en el tiempo.
María Zambrano.
Si hacemos un recorrido por el Arte Español del siglo XX, es una verdad irrefutable, que la Obra de José Caballero está en la órbita estética de los grandísimos pintores que en este siglo nos deleitan, conmueven y abrazan con sus obras y con su indiscutible personalidad.
José Caballero desde muy niño había mostrado su capacidad creativa, publicando sus primeros dibujos en la Revista El Estudiante del Instituto de Enseñanza Media donde era alumno, y en las Revistas Mater Dolorosa o La Rábida, así como en Carteles para anunciar las Fiestas Colombinas.
En Febrero de 1931 llega a Madrid con la intención de cursar estudios en la Escuela Superior de Ingeniería Industrial. Estudia para los exámenes preparatorios de ingreso en la Academia Krahe y visita casi a diario el Museo del Prado, verdadero oasis para sus sueños. Son los prolegómenos de la proclamación de la II República, en Madrid está ya presente ese ambiente de apertura y de libertad que en breve surgiría, y en lo estético el Surrealismo se encontraba en todo su apogeo. Los años que discurren hasta la guerra civil son años de plena creatividad y de amistad sincera. Esencia de la Verbena, 1933 o Las enfermedades de la Burguesía, 1936; son magníficos dibujos donde la perfección en la ejecución se une a lo onírico surrealista. Inicia su amistad con Federico García Lorca, quien lo integra en el Teatro Universitario de La Barraca y realiza para esta compañía figurines, decorados y escenografías además de las ilustraciones para el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Con Pablo Neruda colabora en su revista Caballo verde para la Poesía y entra a formar parte del círculo de amigos de la llamada Generación del 27, esa generación de la amistad entre los que se encontraban Rafael Alberti, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, José Bergamín con quien colabora en la Revista Cruz y Raya, o Luis Cernuda a quien acompaña durante la visita que realiza el poeta con las Misiones Pedagógicas a diversos pueblos de Huelva en 1934. En las famosas fiestas que celebraba Pablo Neruda en La Casa de las Flores entablará amistad con Luis y Alfonso Buñuel, Maruja Mallo, Adolfo Salazar, Eduardo Ugarte, el escultor Alberto y algunos otros cuya influencia y personalidad serán decisivas en la formación estética y personal del joven pintor, que llegará a ser:
el joven señor de los sueños, el vencedor de las manzanas, el gran disparo entre las hojas, el catalejo de coral humeante, y es aún más: es el jefe del fuego de siete manos
Después de la Guerra Civil todo se vuelve oscuro y triste y el pintor abandona la pintura voluntariamente durante diez años,
Vino la Guerra y todo fue brutalmente distinto, y de aquella alegría anterior no quedó nada. Tuvimos que aprender a callar y esto resultaba doloroso Comenzaba el exilio interior que duraría muchos años.
Es a partir de 1949, cuando conoce a María Fernanda, cuando vuelve plenamente a la Pintura con la búsqueda incesante que siempre le ha mantenido vivo, único, indiscutible. En esta época incesante de experimentación y sueños, trabaja José Caballero con la simbología de los Gallos, Gallos con atizador, 1953; con la plenitud de los hierros, en un acercamiento lineal al cubismo; Interior Español, 1957; con el aislamiento de los Muros Blancos y las Barreras rojas; Sangre en la Barrera, 1960; hasta llegar al encuentro total con la Materia. Es una época en la que su pintura está viva, es audaz y donde el círculo acabará siendo protagonista esencial, Por la ardiente meseta amarilla, 1968. José Caballero indagará en la totalidad hasta la desmembración de ese círculo que lo ha acompañado durante tanto tiempo e incorporará otros elementos definidores de su obra como son los signos y las caligrafías que poblaran enigmáticos sus últimos años, Círculo roto, 1972.
A mediados de los años Ochenta, José Caballero abandona totalmente la materia El Puente, 1984; Bandera de nadie, 1987 y nos ofrece un río inmenso de luz que marcado por las caligrafías personalísimas y los signos hirientes, bruñidos, Objeto para atraer signos, 1990; nos vuelve a sorprender con una de las trayectorias más interesantes e imprescindibles de finales del siglo XX. Una obra que es el recorrido por su vida y una vida que es la aventura humana de su pintura, pues permanece con la generosidad de su humanidad y la luminosidad de su línea poética atravesando siempre nuestra alma en la contemplación infinita de su Obra:
No os olvidéis de volar algunas veces. Es conveniente. y seguramente necesario para mirar desde otro punto de vista una misma cosa. Como se hubiera querido olvidar la huella de su paso. Su contacto, para volver a encontrarla. El mundo es susceptible de ser medido no por medio de un compás sino por el instinto que lo hace gravitar por esta dimensión atemporal, que parte de datos geométricos y matemáticos y que luego se resuelve por la intensidad de la pintura, coherente con su mundo que esta elige para expresar sus pensamientos que humanamente sobrepasan el fondo del cuadro para llegar al infinito, o quizá, algo más allá, todavía.
HUELVA 2013 |