IES Delgado Hernández, Bollullos Par del Condado, Huelva.
I Concurso de Ensayos Filosóficos “Cogito ergo sum”.
Curso 2020/2021.
Juan Porcel Salguero. IES Ibn Jaldun
¿Qué más da quién te lo cuente?
Ardía el granito para saciar la sed misticista. La planta del Nilo se reducía a ascuas, al igual que lo hizo años antes con Julio César. Hipatia y otros sabios se apresuraban por salvar la raíz del conocimiento antiguo. Se perderían las memorias que Escipión escribió para perpetuarse en este convulsionado Imperio, sumido en el caos de la nueva doctrina cristiana. Se destruyó el símbolo del saber, se redujeron a cenizas años de desarrollo…
Le contaba Alfonso X a Buenaventura de Siena paseando por el Palacio de Sigüenza: — Por ello, querido amigo mío, he de realizar esta empresa. ¡Fomentar la cultura! ¡Sanar la raíz!
— ¡Oh, gran señor, bien es merecedor de su apodo! —Exclamó Buenaventura— Gran sabio es usted al reconocer el conocimiento como forma de gran desarrollo, derrocar a los ignorantes bárbaros, que entumecen la grandeza de su trono con sus flechas impregnadas con el veneno de la ignorancia.
Alfonso contemplaba los bellos arcos mudéjares que reflejaban la radiante luz del verano toledano y al fin contestó:
— Bien se sabe que la influencia no se ejerce solo con la espada del Cid, más afilado puede llegar a ser las palabras de un necio que inviten a hundir lo que ya otros crearon. Como fiel defensor del pensar, he de realizar este proyecto: la Escuela de Traductores de Toledo.
— Por ello, a tí, mi alumno, Johann, te he trasladado lo más valioso que tiene una persona, el pensamiento crítico. De esta historia inspiré mi lema: “¡Atrévete a pensar!” —Relataba Immanuel saboreando la última gota de vino de Alsacia—
Fichte, con el rostro iluminado por el relato de su mentor, le respondió: — ¡Qué influenciables son las personas y qué incapaces otros de saborear el néctar del saber!
— Sí, ojalá que sean tan capaces de amar el conocimiento como yo de disfrutar un buen vino en una noche en Königsberg. —Contestó Kant con el licor ardiendo en vena, sintiendo el narcótico efecto—
— Animales son aquellos que aniquilan el trabajo de los sabios. —Añadió el joven tratando de sacar más jugo a la que sería una de las últimas conversaciones con su maestro— La inteligencia es lo mejor que jamás le pasó al ser humano.
El anciano miró colorado y escéptico, un poco decepcionado con la respuesta de quien veía su estudiante más brillante.
— La inteligencia no es ni de lejos lo mejor, querido alumno, es un arma peor que la pólvora, que hace imprudente a quien la posee y feliz a aquellos besugos que no se esfuerzan por domesticarla. Mas lo único capaz de hacer uso de tan poderoso obsequio es la razón, el pensamiento crítico, lo que hace destruir o crear, tanto puede urdir la congestión del sistema, como puede crear obras del calibre de La Flauta Mágica. ¡Cómo podría desembocar en algo tan bello y tan bárbaro! ¡Cómo existir personas capaces de incitar a otras al más profundo escorzo!
Contaba Judith en una acalorada charla.
— Chico, todo lo que leas por Internet no es real. Algunos artículos son falsos, como te he enseñado en el relato. Tienes que entender las cosas y no dejarte llevar. Tienes que tener más pensamiento crítico. Tienes que atreverte a pensar y no ser quien incite a tener pensamientos tan absurdos como los de quienes nos controlan con las vacunas. —Prosiguió la filósofa—
— ¡Nos controlan! ¡Lo han dicho Miguel Bosé o Bunbury! ¡Implantan chips para saber todo sobre nosotros! —Respondió el niño respirando entrecortado por su rabieta a viva voz—
Wendy, la pareja de Butler, con impaciencia y hambre se adelantó a la réplica de su mujer y le agarró de la camisa.
— Judith, no vale la pena seguir. Isaac y yo tenemos hambre. ¿Por qué tratas de hablar con un niño que está gritando en la cola? ¡Déjalo ya! No te esfuerces más. No lo va a entender.—
— Wendy, si dejamos que le grite a su madre y que siga creyendo en estupideces, ¿qué clase de filósofa humanista sería yo? ¿Qué ejemplo le daríamos a Isaac?
Volvió la cabeza al chico y prosiguió:
— Mira, si nos controlan. ¿Por qué iban a vacunarse personas importantes o iban a colarse obispos en las colas de la vacunación?
El niño hizo un amago de responder, pero la filósofa siguió:
— ¿Acaso no nos controlan ya por nuestra huella digital, por nuestros móviles y cualquier dispositivo electrónico? Sería de idiotas pensar que no.
El chico, intimidado por lo sólido de los argumentos en su contra, se giró y se fue. Pero, Judith, en su preocupación decidió hacer un concurso de ensayos filosóficos sobre si se debería poner o no la vacuna.
— Por ello, propongo a la clase ser partícipes de este concurso y ayudar a esta figura de la Filosofía a propagar el pensamiento crítico sobre los jóvenes. —Explicaba el profesor de Filosofía de mi instituto—
— Esta actividad será evaluada con nota de examen. Si queréis comentar algo de la tarea dedicaré la clase de hoy a un debate sobre la misma. Colocaos por opiniones. Los que opinan que la vacuna es mala, a la izquierda y los que es buena, a la derecha.
Yo fui el único que se situó a la izquierda. Todos los demás se fueron a la derecha. — ¡Sergio, como siempre, llevando la contraria al mundo! —Respondió en tono irónico su docente—
— Y abriremos el debate con el grupo minoritario: ¿Por qué no deberíamos ponernos la vacuna?
Mi alma prendió, en el instante de la pregunta como la Roma de Nerón y sin absoluta dilación me alcé como Gravina en Trafalgar, como él, esperaba una batalla sin rival, un viento a favor, una corriente del alma.
— Estas vacunas causan enfermedades, como la de Pfizer, que crea malestar, fiebre o dolores. O en la Astrazeneca que ocasiona hemorragias y trombosis. Además, una mujer murió tras ponérsela. —Ataqué primero—
— Aún así, es mejor los efectos secundarios de la vacuna que tener el virus del COVID. Respecto a la mujer, revelaron que su fallecimiento nada tenía que ver con el tratamiento. —Replicó Víctor, el chico repelente que a todos caía mal y tenía la fama de tozudo y de nunca llevar razón—
— Cabe la posibilidad de que estos sean placebos. Se han hecho experimentos y éstos funcionan. Las grandes farmacéuticas podrían haber utilizado esta metodología para ahorrar. —Dije yo buscando reanudar por otra vertiente el frente derribado— — Sergio, alma de cántaro. —Soltó Donna, una agradable catalana de voz de seda— Si las vacunas las paga el Estado en su mayoría, ¿para qué iba a invertir en algo que saben que es ineficiente?—
Tratando de sacarme a mí mismo de este traspiés eché el guante del relativismo, que tan enigmático aliado es de la realidad.
— Bueno, aún así, no se ha mostrado la eficacia de la vacuna. Al fin y al cabo, ¿por qué no dársela entonces a mayores de 60 o a embarazadas?—
— ¡Sí que están probadas! Las personas que la tienen no se contagian. —Continuó Donna— Pero es que todos los medicamentos tienen sus prospectos y como tal podría dañar los sistemas de las personas con esas condiciones, puesto que su sistema es más vulnerable. De todas formas se tienen que seguir probando, ya que, lo único que se ha demostrado es que evitan el contagio de la enfermedad.
— Por eso, ha habido casos de personas que les ha ocasionado problemas como patologías varias y, por favor, no digas que provocan autismo. Porque el autismo se etiqueta antes de los dos años y la vacuna no se puede poner a esa edad.—Añadió el profesor— Las vacunas han sido un gran avance, nos han librado de enfermedades tan horribles como la polio. ¿Realmente piensas eso, Sergio?
Esas palabras, por algún motivo, me helaron la sangre. No supe qué responder. Pero, en cualquier caso, mi lengua bailó antes que mis pensamientos:
— Digáis lo que digáis son sinsentidos que os inducen a creerlo. Yo seguiré sin creer.
— Por eso estoy aquí, Caronte. —Terminé de contar mi historia—
Él no me miraba. Supongo que ni siquiera merecí su rostro. Era un oscuro paisaje, sacado del impresionismo. Una sátira de Velazquez, un río del que la sombra es su principal afluente, del que se apodera el baile de lúgubres juegos de macabras figuras en contraste con la parsimonia del barquero, al que su único atributo visible para mi era su raquítica espalda, sus harapos remendados y su enfermiza piel.
— Ya no hay nada más que contar, sólo mi dolor de los últimos instantes de mi vida.
Por primera vez vi el perfil de su cara, una barbilla resaltada a juego con su nariz aguileña, que junto a sus profundas ojeras hacen honor a quien se llevó al mayor pesimista, ya que la desesperación y el saber se hacían palpables en su mirar.
— ¡No te sirve de nada vivir! Ya lo decía Hegel: “Bienvenido sea el dolor siempre que provoque el arrepentimiento”. Pero ya es tarde, esas palabras murieron junto a ti. Su rival sempiterno, Schopenhauer, complementa mi crítica: “Más vale vivir sin honor que morir con honor; el honor se puede recuperar, la vida no”. Y tú, por ironías del destino, moriste sin honor. ¡Pobre de ti! Toda una eternidad sometido a una auto-humillación. —Impugnó el navegante de la laguna Estigia—
Su voz era un trueno que rajaba mi corazón como el grito de Aníbal que abrió paso a su ejército por los Alpes, un relámpago de neón que ha cegado la estupidez. Tenía razón, tengo neurosis colectiva, la debilidad intelectual, la influencia sociológica, la escasa capacidad de razonamiento.
— ¡Sergio! —Siguió ese siniestro personaje que sellaría mi destino— De nada sirven tus lamentos. La vacuna no era por tí. Era por tu madre, tu abuelo, tu abuela, tu hermano pequeño… ¿Has visto? ¡Cuánto daño hace un ignorante a su entorno! Como un caldo de cultivo en el que germina la desconfianza en la gaya ciencia por culpa de una escasa capacidad intelectual propia y un escaso conocimiento. ¿Realmente crees que ellos lo merecían? Antonio Machado una vez me dijo: “Un corazón que no siente no es un corazón”. Pues, una mente deja de serlo cuando no piensa.
Esas fueron las últimas palabras que intercambié con ese extraño ser. Su voz se plantea en mi memoria en cada uno de los recuerdos que me quedan de mi existencia, en un ramo de rosas de sólo espinas. Mi alma recita esas palabras. Esas que se clavan en mí como la Navaja de Ockham: ¿Realmente ellos se lo merecían? Ya no tengo por qué lamentarme. No los volveré a ver. Aunque eso me haga mirar al pasado con cierta melancolía. Ya no tengo familia, no tengo amigos, no tengo cuerpo, no me tengo a mí. Ya de nada sirve encoger mi alma en busca de restos para rebañar con lágrimas. Soy lo que pude haber sido, Y eso, es lo que me ha hecho ser quien ahora soy, un muerto. Lo único que puedo hacer es contarte la historia de mis errores. Y hacer que tú, querido lector, querida lectora, despiertes de este sueño que te he
inducido y veas la realidad con ojos de quien ha encarado la muerte. Para mí ya es tarde, me quedaré con Neruda y Hesse. Tal vez ya sea el Lobo Estepario. Tal vez, Leonor. Tal vez, Siddharta. Tal vez, Matilde. ¿Qué más da quién te lo diga y quien ahora yo sea?
Nombre: Juan Porcel Salguero
Centro: Ibn Jaldun