Cómo estudiar griego antiguo y no morir en el intento

Estudiar la asignatura de Griego I o Griego II en los institutos de enseñanza media es una hazaña abocada a la desesperación. Por lo general, cuando quienes eligen la opción de Humanidades se enfrentan al segundo trimestre del curso, caen de pronto en la cuenta que la materia no va solo de aprender el alfabeto o garabatear transcripciones, hablar de mitos y de mitología, asombrarse con la belleza de cuantos monumentos perviven de la antigüedad. No. A la vuelta de las vacaciones les cae encima como un ladrillo en la cabeza la tercera declinación, la voz media, los verbos contractos, y si la cosa no va lenta, hasta los aoristos. Ya la primera y la segunda declinación se resistieron un poco, porque hay temas raros, mixtos, trasvase de géneros y vocabulario cada vez más despegado de la raíz latina, pero lo de la tercera declinación es demasiado. 

Si se suman al aprendizaje de los rudimentos lingüísticos la traducción y el torturador análisis morfosintáctico de frases inconexas y descontextualizadas, que lo mismo hablan de las sacerdotisas de un templo que de las guerras médicas, entonces ya el griego se ha convertido en una materia insostenible, que paradójicamente aprueba todo el mundo. Porque esta es la verdad: los profesores (y las profesoras) de griego acaban aprobando porque en el fondo sienten ellos (y ellas) mismos (y mismas) que esto es poco menos que una farsa: queremos que los adolescentes de hoy se interesen por contenidos con los que no pueden entablar ningún diálogo. 

En sucesivas entradas de esta categoría me propongo reflexionar sobre vías de salvación del griego en los institutos, y de quienes tengan el  valor de interesarse en él. 

 

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