KENNETH NOLAND
IN MEMORIAM
Kennet Noland: «En el jardín» (1952). Washington.

Y, en efecto, Noland dedicaría la mayor parte de su extensa trayectoria a perseverar en esa idea: formas simples de colores vibrantes. Incluso soportó su propia travesía del desierto cuando en las pasadas décadas de los 80 y 90 su pintura fue fuertemente criticada por considerarla meramente decorativa y carente de toda emoción. Pero él siguió efectuando sus series de lienzos, muchos de ellos de gran tamaño y formatos diversos, mostrando en todos sus obsesiones personales: los círculos concéntricos (esas dianas que quizás aluden a sus jóvenes años en la aviación), los galones, las formas asimétricas, los diamantes o esos cuadros de un único color con un sutil borde pintado. Como él mismo dijo una vez el color era «la fuente creadora». Pero ¿a quién no emociona el color?