El principio del fin
- Si un conflicto bélico acabase con la firma del armisticio correspondiente o la lectura del último parte de guerra, la civil española hubiese llegado a su fin tal día como hoy, hace setenta y un años.
- Tanto es así, que si ojeáis (aunque sea con desgana) vuestros apuntes, miráis el libro o repasáis vuestras actividades, descubriréis que las fechas parecen estar claras: del 18 de julio de 1936 al 1 de abril de 1939. Pero la profe dice siempre que, en la mayoría de ocasiones, la fecha es lo de menos. Luego cuando en el examen descubro que fecháis el atentado contra el archiduque Francisco Fernando de Austria en 1973, me pongo como un basilisco, ya lo sé. ¡La profe, que está fatal! En este caso, cuando digo que la fecha es lo de menos, lo que quiero decir es que el fin de la guerra, lejos de ser una liberación, una victoria, un descanso, un cuento con final feliz… fue el inicio de años de misera, frío, hambre. Penuria, en definitiva (va por Diana y Nacho). El fin abrió la puerta a las cartillas de racionamiento, el aceite de ricino, el exilio, la cárcel, la mucha misa y la poca escuela. Cierto que no para todos, los menos hicieron su agosto, pero a la mayoría, le tocó sufrir y callar. Tal día como hoy, acabó la guerra, pero no llegó la paz. Decía mi abuelo, “vencedor” de esta guerra fratricida y hermano de perdedor encarcelado (para que luego digan que la Geografía no sirve para nada), que las guerras sólo las ganan los políticos y los militares, al pueblo le toca perder siempre. ¡Qué razón tenía! Decía mi abuela, esposa de ganador, cuñada de perdedor, hermana de exiliados del hambre… que alguien tenía que estudiar Historia para que nunca se olvide lo que pasó y ese alguien, resulté ser yo. Cuestión que explico en mi descargo, ya sabéis a quien culpar de vuestros muchos ejercicios de Historia. Tal día como hoy, hace setenta y un años, nació alguien que conozco: se llama Consuelo. Sus padres sabían que, el 1 de abril de 1939, no era más que el principio del fin.
- Venimos de las imágenes de arriba, somos el fruto de esa España. Pero como casi siempre, nadie lo canta tan bien como el viejo Sabina. Tampoco nadie ha puesto música a Miguel Hernández con la elegancia de Joan Manuel Serrat.
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