Nadie que haya visitado alguna vez el Museo Guggenheim de Bilbao se habrá quedado indiferente al contemplar la monumental araña de bronce que, con el también sorprendente título de «Mamá», se encuentra en uno de los laterales del exterior del edificio. Probablemente sea ésta una de las obras más conocidas de la escultora franco-norteamericana Louise Bourgeois, quien falleció hace unos días en Nueva York a la envidiable edad de 98 años, tras más de setenta de dedicación al arte.
Louise Bourgeois. Izquierda: «Mamá» (1999). Bilbao. Derecha: «Piernas» (1986).
Bourgeois concluyó a los 21 años sus estudios de Bellas Artes en París, contando con la gran suerte de tener entre sus profesores a Fernad Leger quien pese a darle clases de pintura le recomendó que se dedicase a la escultura. En 1938 se trasladó a los Estados Unidos, donde estableció su residencia prácticamente de manera definitiva. En Nueva York amplió su formación artística e inició también su trabajo como escultora, vinculándose a los círculos más vanguardistas de la ciudad. De este modo, participó en el llamado grupo de «Los dieciocho irascibles», al que también perteneció Mark Rothko: un colectivo unido en torno a la protesta sobre la política expositiva del Metropolitan Museum de la ciudad, al que reclamaban la inclusión de arte moderno entre sus colecciones.
Louise Bourgeois. Izquierda: «Ojos» !982). Nueva York. Derecha: «Mujer espiral» (2003). Nueva York.
Desde aquellas experiencias de los años cincuenta del pasado siglo Burgeois fue tejiendo (quizás, nunca mejor dicho) su trayectoria como escultora mediante la producción de obras que, según ella misma señalaba, estaban enraizadas en sus propias experiencias de la infancia y en determinados recuerdos (no siempre amables) de su vida familiar, siempre con la intención última de facilitar el olvido de tales hechos. ¡Curiosa situación ésta!, prácticamente imposible: la artista deseaba olvidar… dejando una obra consistente y duradera.
Obviamente, en una carrera tan dilatada en el tiempo, Louise Bourgeois atravesó diversas etapas: en sus primeras obras parece estar cerca de los planetamientos del movimiento surrealista, que fueron sustituidos en los años 50 por los característicos del expresionismo abstracto de la Escuela de Nueva York, con muchos de cuyos más destacados representantes compartió amistad. De esa época son sus conocidos tótems de acusada verticalidad. En la década siguiente se aproximó a las tendencias abstractas y, poco después inició su particular ajuste de cuentas con el pasado en obras como sus famosas «guaridas» y «células». Pero quizás fueron las grandes arañas de los años 90 las que más difusión aportaron a su obra, justamente cuando la crítica había ya reconocido su valía artística. Todo ello sin que olvidemos que también realizó instalaciones en las que conjugaba los elementos más dispares.
En fin el empleo de los materiales más diversos, el recurso a formas expresivas muy diferentes y la afirmación implícita en sus obras de que el arte debe basarse en los propios elementos autobiográficos quizás sean las características de esta artista singular que colocaba esa gigantesca escultura en Bilbao cuando se acercaba ya a los noventa años y necesitaba llamarla «Mamá». Toda una declaración de intenciones. A fin de cuentas ella misma lo dejó claramente dicho; «cuenta tu propia historia».
Louise Bourgeois: «Arco de Hystheria» (1993).
Sobre la artista podéis leer este texto: «decir lo que no se puede decir» y este libro en PDF quer vincula su práctica al feminismo. Además, en la Web de la Tate Modern podéis seguir la exposición que le dedicaron allí hace unos años, con abundantes fotos.