Polémica Historia

  • Rondaba mi cabeza un artículo sobre el polémico Diccionario Biográfico Español, pero como tantas veces, el tiempo amenazaba con pasarle por encima a la novedad antes de que  me decidiera a escribirlo. Cuando una compañera me interrogó en el pasillo para saber mi opinión sobre el tema, decidí ponerme manos a la obra sin más dilación. Confieso que la interpelación me resultó incluso emotiva.  Mi torpe aliño indumentario, mis pintas de mochilera subversiva y mi “insultante juventud” en estos centros donde la media de edad del claustro supera con creces los cincuenta, hacen que rara vez me relacionen con la materia que imparto. Desde plástica a tecnología, pasando por informática, atención a la comunidad, música o biología, me asignan siempre disciplinas a las que soy ajena y nadie acierta nunca a la hora de asignarme departamento. Por tanto, que alguien sepa a qué me dedico, bien merece un artículo.

  • No sé si será por este personal espíritu de contradicción que me habita, pero siempre he defendido que eso del historiador objetivo, carente de sesgo ideológico alguno, es una falacia. Decía un compañero de pupitre en mis atormentadas horas universitarias que objetivos son los objetos. Tiempo después, puede escuchar la frase, corregida y aumentada en la interpretación del profesor comprometido personificado por Luppi  en Lugares Comunes, que afirmaba objetivos son los objetos y los rectores. Asisto a la polémica con la distancia del observador ajeno a la batalla. No soy historiadora, me licencié en Historia cierto, pero sin más intención que la de no salir nunca del feliz bioma habitado por impetuosos adolescentes que pululan, sudorosos y vociferantes, entre mesas verdes, libros ajados, pizarras y tizas. Estudié Historia con el sano propósito de envenenar a mis pupilos con el virus de la lucidez, de seducirlos con el más terrible de los pecados: pensar. Y para eso, coincidirán conmigo, pocas disciplinas hay como la Historia.
  • En cuanto al diccionario, la obra en sí me parece admirable en tanto decimonónica. Decimonónica en las formas, un diccionario enciclopédico en papel no es más que una joya para bibliófilos, un anacronismo incluso, si me apuran. Los 3.500€ que tendrán que desembolsar por él los afortunados que puedan adquirirlo, supera mi presupuesto anual para la compra de libros (y quienes me conocen saben que dicho presupuesto no es precisamente exiguo). Decimonónica en el fondo, escribir la historia de un país a través de las biografías de los grandes próceres de la patria, resulta cuando menos antiguo, pero también absurdo. Tanto como las quejas de nuestra ministra de cultura (¡la Historia la juzgará!) atormentada por el escaso número de féminas que adornan con sus vidas tan magna obra. Ministra, las mujeres pese a quien pese, hicimos Historia a la sombra de los hombres. No nos quita ello valía ni mérito. Grande de España, fue mi abuela y como ella, tantas otras que torearon el hambre y sacaron a sus familias adelante. Demasiadas para un diccionario. Negar eso, sí es negar la Historia. No busque grandes damas en civilizaciones en las que ni siquiera se consideraba a la mujer ciudadana. Ni la Revolución Liberal (qué tanto alaba la profe) nos reconoció la igualdad. ¿Qué ridícula obsesión es esa de buscar grandes mujeres en la Historia? Que sesgo de infantilismo feminista, que poca Historia en sus declaraciones. Y es que la profe, perteneciente a bastantes más minorías de las que desearía, empieza a estar cansada de formalismos, sensibilidades heridas y chuminadas varias. ¿Quién escribe la Historia? se pregunta Julián Casanova en El País. Los vencedores, me enseñaron siempre aquellos a los que les había tocado perder. Y los vencedores, igual que los perdedores, son personas. Y las personas sienten, y las personas juzgan, y las personas mienten, y sufren, sueñan, ríen, callan, niegan, luchan, esconden, tergiversan, se rebelan… hacen la Historia, también la escriben. Y la escriben, ¡al cielo gracias! marcadas por su ideología. La Real Academia escribe su Historia, Fontana la suya, Casanova la suya, Pío Moa la suya, Preston la suya y yo la mía después de leer, entre otros, a todos ellos. ¿Qué pretendían quienes se rasgan ahora las vestiduras que escribiera Luis Suárez en la biografía de Franco? ¿acaso alguien creía que iba a cargar las tintas en la crudeza de su régimen, en los juicios sumarísimos, en la funesta dictadura…? No pretendan comer muchos huevos quienes ponen a la zorra a cuidar el gallinero. Acostumbro a afirmar en clase, que para distinguir lo bueno hay que conocer lo malo. Para saber Historia, alguien me dijo hace años que hay que leer mucho. Dice mi admirado Hobsbawm que los historiadores son recordadores profesionales de lo que los ciudadanos desean olvidar. Olvidarse de que la dictadura franquista tuvo y tiene adeptos, también es tergiversar la Historia. La Historia no se borra jamás, por mucho que se cambien las placas de las calles o se de tierra en sacrosantos lugares a quienes yacen en la cuneta, entre otras cosas, por no creer en verdades reveladas ni vidas después de la muerte. La Historia aflora, obstinada y tenaz como las manchas de humedad que adornan las paredes.
  • No pretendo con mis apreciaciones defender una Historia escrita sin rigor, marcada por la pasión, la ideología o el rencor (al menos no sólo por eso). Pero sí aborrecer ese irracional sentimiento de inferioridad que marca a las ciencias sociales y ese positivismo ilógico que busca historiadores asépticos como forenses ante el cadáver que han de diseccionar. Claro que hay que ser riguroso al escribir la Historia, pero desechemos de una vez esa grotesca objetividad que algunos intentan aplicar justificando que solo lo tangible es científico. Incluso entre quienes cultivan las llamadas ciencias exactas, esas que se jactan de abanderar el método científico, hay discrepancia y hay ideología. Basta con leer la prensa y seguir la polémica en torno a la energía nuclear. Hay quien se irrita porque el  diccionario ha sido costeado con nuestros impuestos y achaca su parcialidad al hecho de que fue encargado durante el gobierno de Aznar. Que quieren que les diga, frecuento la Escandalera y no sólo para dar ánimos a mis alumnas acampadas en ella, también yo estoy indignada. Son muchas las cosas en las que no me gusta que se malgaste el erario público. Sin ir más lejos, no soporto que se costee con mis impuestos un absurdo, falaz y clasista sistema bilingüe en los centros educativos asturianos y no sólo debo pagarlo, sino vivir en él cada día. Pero eso es harina de otro costal (en este caso, de otro artículo).

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