RESCATE – David Malouf
“La oportunidad de liberarse de la obligación de ser siempre el héroe, igual que de mí se espera que siempre sea el rey; de cargar con la obligación, más llevadera, de ser simplemente un hombre. Quizá ese sea el verdadero regalo que tengo que llevarle. Quizá ese sea el rescate.”
Puede que fuera Homero el primero que enseñara a los hombres la lección de que sacrificarse para lograr algo forma parte de la vida. El didactismo que los griegos aplicaron a sus poemas, convirtiéndolos en manuales de comportamiento humano, ha hecho que cada frase, cada escena, cada situación cantada en Ilíada u Odisea, devenga paradigma. Y el canto último de la Ilíada es de principio a fin ejemplo de esto: el hombre continuamente ha de hacer esfuerzos por conseguir aquello que quiere, ha de renunciar para obtener, ha de sufrir para verse recompensado. En ese canto el rey Príamo y Aquiles escenifican el momento quizá más sublime, más trágico y terrible de la obra; ese y no otro, ese y no por casualidad, es el momento escogido por David Malouf para su novela Rescate.
El argumento de la Ilíada es de sobra conocido: tras nueve años de asedio a Troya por parte de los aqueos, Aquiles se retira de la lucha por una desavenencia con su caudillo, el aqueo Agamenón:
Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a otros, no me des órdenes, pues yo no pienso obedecerte.
I 292.
Al renunciar Aquiles a pelear, los troyanos se envalentonan y acosan a los aqueos; la única salvación para estos es que Patroclo, fiel amigo de Aquiles, se ponga la armadura del héroe para que los troyanos se amedrenten y huyan al verle:
Permite que cubra mis hombros con tu armadura para que los teucros me confundan contigo y cesen de pelear.
XVI 40.
Aquiles consiente y Patroclo va a la lucha. Pero el príncipe troyano Héctor lo mata, y entonces Aquiles decide volver al combate para vengarle. Enloquecido por el dolor y la ira, acaba con Héctor y ultraja su cadáver:
Para tratar ignominiosamente al divino Héctor, le horadó los tendones de detrás de ambos pies desde el tobillo hasta el talón; introdujo correas de piel de buey, y le ató al carro, de modo que la cabeza fuese arrastrando.
XXII 395.
La afrenta se repite día tras día hasta que el rey Príamo, padre de Héctor, transido de dolor, se presenta en el campamento aqueo para intentar recuperar el cuerpo de su hijo y poder darle sepultura.
El gran Príamo entró sin ser visto, y acercándose a Aquiles, abrazóle las rodillas y besó aquellas manos terribles, homicidas, que habían dado muerte a tantos hijos suyos.
XXIV 470.
Aquiles se lo concede, Príamo regresa a Troya con el cadáver y de ese modo pueden tener lugar los funerales de Héctor. Y el poema concluye.
Es la fuerza emotiva del comportamiento de Príamo en ese último pasaje lo que sirve de argumento para esta breve novela de David Malouf, Rescate. Aclaremos de entrada que el título (Ransom en el original) no hace referencia a la liberación, a la acción de recuperar el cadáver de Héctor (en ese caso el título en inglés probablemente debería haber sido Rescue) sino al precio de esa recuperación, a lo que se paga por ello, a lo que Príamo ha de sacrificar para recobrar el cuerpo de su hijo. Ese sacrificio no va a ser tan solo material:
Cogió doce magníficos peplos, doce mantos sencillos, doce tapetes, doce bellos palios y otras tantas túnicas. Pesó luego diez talentos de oro. Y por fin sacó dos trípodes relucientes, cuatro calderas y una magnífica copa.
XXIV 230.
Lo que Príamo va a tener que sacrificar es algo mucho más terrible y funesto que un puñado de calderas y peplos, y el rey troyano lo sabe:
Me atreví a lo que ningún otro mortal de la tierra: a llevar a mis labios la mano del hombre matador de mis hijos.
XXIV 506
Póngase el lector en la piel de Príamo y piense lo que para sí mismo representaría esa situación; cabe imaginar por tanto lo que significaba para Príamo o para cualquier griego de la Antigüedad, cuya herencia cultural mítica tenía uno de sus más firmes pilares asentado en la idea de la venganza y la ley del Talión.
La novela de Malouf, sin descuidar este aspecto, ahonda más en otros igualmente terribles. El principal rescate que tiene que pagar Príamo, el principal sacrificio que ha de hacer en Rescate, es que tiene de dejar de ser lo que ha sido durante décadas; ha de dejar de ser rey, de ver el mundo desde su atalaya regia; ha de dejar de ser, en fin, él mismo, pues no se va a presentar ante Aquiles como negociador sino como suplicante, no como rey sino como padre. Nunca antes en su vida había ejercido como tal, nunca antes había perdido la compostura protocolaria que su vida de monarca le exigía. Ahora ha de hacerlo, o al menos así lo entiende él, para poder ir hasta Aquiles y confiar en que recuperará el cuerpo de Héctor. Por ello acude ante Aquiles ataviado con una sencilla túnica blanca, sentado en el pescante de un rudimentario carro tirado por dos mulas y guiado por un sencillo campesino; llevando tesoros a bordo, sí, pero con una actitud ausente de toda ostentación y etiqueta.
Ese es el rescate que Príamo entiende que ha de pagar para recuperar a su hijo muerto. En algún momento casi se alegra de no haber sido para Héctor (ni para ninguno de sus hijos) un padre en el sentido más humano, más amoroso, de la palabra, pues aunque eso no le ha ahorrado sentir dolor por cada hijo muerto en la guerra, sí le ha permitido mantener la cordura, la distancia, el porte regio que como soberano se le exige. Y sin embargo con Héctor, su favorito, el dolor sí ha sido indescriptible, hasta el punto de hacerle tomar por fin la decisión de abandonar la impostura de su cargo y querer reencontrarse a sí mismo como hombre.
Pero no es el rescate que paga Príamo el único que merece tenerse en consideración en esta historia. En el poema de Homero (y por tanto en la novela), Aquiles también ha de pagar, y varias veces. Cuando el héroe se niega a combatir, la prenda que ha de pagar a cambio es la pérdida de su fiel Patroclo. Cuando Aquiles ha de vengar la muerte de su amigo (y para un griego es obvio que la venganza ha de tener lugar), su prenda consiste en deshumanizarse por completo, en dejarse llevar por la ira hasta el extremo de afrentar a hombres y dioses, pues no se conforma con la muerte de Héctor sino que secuestra y ultraja el cadáver, impidiendo así que la familia del caído lleve a cabo los debidos funerales que determina la ley divina. Y cuando acepta el rescate de Príamo a cambio de entregarle a Héctor, él a su vez lo convierte en su rescate particular, en este caso pagado a Patroclo, pues pretende liberarse de la obligación de la venganza (entendida en el modo en que la ha entendido él, es decir: afrentando el cuerpo del troyano indefinidamente), entregando a Patroclo como prenda una parte de los tesoros de Príamo:
No te enojes conmigo, oh Patroclo, si en el Hades te enteras de que he entregado el cadáver del divino Héctor al padre de este héroe; pues me ha traído un rescate digno, y consagraré a tus manes la parte que te es debida.
XXIV 592.
Y en efecto quizá el verdadero y más importante rescate, el más valioso bien que Príamo carga en el carro para entregarle a Aquiles, sea, como recoge la cita que abre la reseña, la liberación de ser y comportarse siempre como un héroe, la oportunidad de dejar de lado la fiereza, la irracionalidad, el ansia de venganza continua, y actuar por una vez como un simple hombre. Nadie en la corte troyana confía en que Aquiles devuelva el cuerpo de Héctor e incluso piensan que el aqueo aprovechará para matar también a Príamo; sin embargo, Príamo quiere brindarle la oportunidad de que actúe de otra manera. Del mismo modo, nadie en Troya imagina que el rey vaya a comportarse de otro modo que como rey. Pero esa es la oportunidad que Príamo se está dando a sí mismo: la oportunidad de su liberación. Esta liberación, por inesperada, sorprende tanto en el palacio troyano como en la tienda de Aquiles, quien al recibir la visita de un Príamo despojado de toda pompa y ornato, se siente turbado y desconcertado.
Es precisamente en la puesta en escena de la liberación de Príamo donde entra en juego un personaje clave en la novela, más incluso que el propio rey. Se trata de Somax, un pobre campesino troyano escogido de entre el vulgo por la corte de Príamo para llevar con su propio carro al rey hasta Aquiles. Somax, a quien Príamo prefiere llamar Ideo (pues así se ha llamado siempre su heraldo), es una especie de Sancho Panza. Encarna la comprensión, la ternura, la bonhomia; pero también la vulgaridad, la brusquedad, la desconfianza. En fin, sucede que Somax es un hombre precisamente en el sentido en el que Príamo quiere ser hombre, que es (así lo cree él) el sentido en que se ha de ser. El plebeyo se convierte así en el involuntario guía del rey, no solo en el camino hasta la tienda de Aquiles sino en el de dejar de ver el mundo como rey y empezar a verlo como simple hombre. Este es, en realidad, el eje central de la novela. Es relevante el papel de Somax en lo que Príamo está haciendo, tanto que lo realmente importante en la novela, más que el desenlace, más que averiguar si el rey puede o no recuperar a Héctor (cosa que todo lector de Homero ya sabe), es el proceso hasta llegar a ello, proceso en el que Somax y Príamo participan. Más que la meta, una vez más lo importante es el camino hasta llegar a ella.
La novela, en un tono evocador y poético, no se aparta demasiado del relato homérico, aunque probablemente no es objetivo de Malouf seguir a pies juntillas la historia de Homero. Apenas aporta alguna variación sin importancia con respecto al canto XXIV: por ejemplo, en la Ilíada Príamo va a ver a Aquiles inducido por los dioses y Aquiles entrega a Héctor también obedeciendo el mandato divino; en la novela, en cambio, ambas cosas las deciden sus respectivos protagonistas. O también: Homero hace a Príamo marcharse de la tienda de Aquiles a escondidas y sin avisar, temiendo ser descubierto por los otros caudillos aqueos; la novela en cambio presenta una separación amistosa entre ambos. Y sobre todo: la figura del carretero, del troyano Somax / Ideo, en la Ilíada es prácticamente testimonial, mientras que en Rescate es clave para lo que se pretende contar. Pero, como ya digo, seguramente el autor no pretenda reproducir los hechos que cuenta Homero sino las ideas que subyacen tras ellos, los comportamientos que cabe suponer en sus participantes, las razones que les llevan a obrar como lo hacen.
Rescate se aleja del típico cliché de la novela histórica; no se esfuerza más de lo debido (si es que se esfuerza algo, por cierto) en la recreación histórica, en la descripción pormenorizada de escenarios, objetos, costumbres, vestiduras, etc.; en fin: no se pierde en detalles, no los busca tampoco, porque si lo hiciera probablemente la novela se deshincharía y dejaría de ser lo que pretende. En cambio, su lenguaje poético, pausado, a veces casi musical, hace que el relato parezca un cuento, una historia bella aunque terrible que ha de acabar (¿lo hace?) con una moraleja.
David Malouf, escritor australiano afincado en Italia, al parecer con fama reconocida en su país pero bastante menos en el nuestro, también refuerza su novela con la mención casi superficial de los mitos, pues toda historia griega tiene sus raíces más profundas clavadas en el mundo mitológico. Cuando Príamo habla con Aquiles sobre el hijo de este, Neoptólemo, y lo utiliza como argumento para ablandar al aqueo y recuperar a Héctor, no sabemos si el autor en realidad está siendo cruelmente irónico, pues el mito cuenta que el hijo de Aquiles fue precisamente quien mató brutalmente a Príamo, y sabemos también que un hijo de Príamo, Paris, poco antes había acabado con la vida de Aquiles. Los padres son matados por los hijos de sus enemigos, esa es la cruel reciprocidad del mito.
El propio Príamo nos cuenta en Rescate sus orígenes, anclados en el mito y que el autor del siglo I-II d.C. Apolodoro, en su Biblioteca Mitológica (II 6, 4), nos ha transmitido. Cuenta Apolodoro, y cuenta también Príamo a su manera, que en su infancia no había sido rey sino esclavo. Y sigue contando Apolodoro pero no ya Príamo (es decir: no ya David Malouf, quizá porque le gustaría que lo descubriera el lector por sí mismo), lo siguiente: habiendo sido engañado el héroe Heracles por el rey troyano Laomedonte, tomó venganza en la ciudad de Troya y la destruyó, con la ayuda de su amigo Telamón:
Una vez tomada la ciudad, después de matar a Laomedonte y a sus hijos excepto a Podarces, entregó a Telamón como premio la hija de Laomedonte, Hesíone, y a ella le permitió llevarse uno cualquiera de los cautivos. Como eligiese a su hermano Podarces, Heracles dijo que antes debía hacerse esclavo y luego ser rescatado por ella. Así se puso en venta y Hesíone, quitándose el velo de la cabeza, lo entregó como rescate. Desde entonces Podarces fue llamado Príamo.
De modo que Apolodoro, tomando la palabra griega príamai, que significa “comprar, dar a cambio de algo”, o incluso “pagar un rescate por algo”, hace derivar de ella el nombre del rey de Troya. De ese modo “Príamo”, según Apolodoro, y seguramente también según David Malouf, vendría a significar, precisamente y no por casualidad, “el rescatado”.
Rescate es, por todas estas razones, una novela diferente: bella, entrañable, renovadora. Una pieza literaria destacable que nada tiene que ver con las típicas novelas sobre Troya, sobre Grecia, sobre la Historia. Una novela que tiene que ver, más bien, con el drama de la vida.
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