MOMENTOS ESTELARES DE LA HUMANIDAD – Stefan Zweig

Por diversas razones, Momentos estelares de la humanidad es no solo la más traducida y reeditada de las numerosas obras de Stefan Zweig (la edición de Acantilado conoce dieciséis reimpresiones), sino también la más representativa de su autor. Apasionado de los vericuetos y matices de la sicología, venerador de las manifestaciones humanas del genio, Zweig era un fervoroso coleccionista de manuscritos y esbozos artísticos; bosquejos de William Blake, partituras inconclusas de Mozart, borradores de Stendhal: todo aquello que ofreciese atisbos del proceso de creación captaba su interés. Como si de un posmoderno anticipado a su tiempo se tratase, o de un romántico un tanto desfasado, gustaba menos de lo sistemático y total que de lo fragmentario, lo indeterminado. Zweig era además un devoto de la disciplina del renunciamiento, o, por decirlo de otro modo, un perfeccionista del arte de la condensación: cuando escribía, nada le proporcionaba más placer que suprimir párrafos enteros, renunciando a buena parte de lo escrito en aras del ritmo y la concisión -no es casualidad que su obra de ficción abunde en relatos y novelas breves-. Por otra parte, Zweig era un entusiasta del drama del vencido, como lo denomina en El mundo de ayer: más que el héroe triunfante, lo que lo motivaba era la derrota material pero superioridad moral del mancillado por el destino; sus simpatías y sus facultades analíticas solían estar de parte del sufriente que en la adversidad halla el principio de la ascensión. Pues bien, las miniaturas históricas de Momentos estelares son un fiel reflejo de los intereses, las preferencias y el método de Zweig.

Son catorce, los episodios escogidos por nuestro autor para ejercer su arte de observación y de dramatización; un arte en que apenas ha tenido rivales. Podemos imaginar a Zweig, compilando -con avidez de coleccionista- una serie de instantes cruciales, fragmentos de la historia en los que el nervio esencial de lo humano, expuesto y en estado de máxima tensión, ha sido pulsado hasta provocar su estallido, rompiendo de paso con la plácida pero también precaria continuidad de los acontecimientos. Lo comprobamos, en las páginas del libro, seleccionando y plasmando en vibrante prosa unos cuantos de esos instantes, verdaderos comprimidos de las fuerzas que hacen de la historia un drama inmenso. No todos estos episodios, pero sí una parte significativa de ellos, son una muestra de la predilección de Zweig por representar personalidades en horas de aflicción, mejor que en las de triunfo. Todos ellos, con su índole puntual, son un testimonio del interés del escritor austríaco por los extractos representativos; todos, con su brevedad y su intensidad dramática, evidencian su gusto por la condensación. El final de Cicerón; la caída de Bizancio; el fracaso del mariscal Grouchy, cuando la debacle francesa de Waterloo; las cuitas de Goethe, en la época de su Elegía de Marienbad; el tendido del primer cable telegráfico transatlántico, debido al ímpetu del empresario Cyrus W. Field; el desastre de la expedición del capitán Scott al Polo Sur; la fuga y muerte de Tolstói. Estos son algunos de los momentos en los que Zweig enfoca su mirada.

Como se puede notar, los episodios son de muy distinta índole. Varios de ellos conciernen a uno de los temas favoritos del autor, cual es el del arcano de la creación. El opaco Rouget de Lisle, “genio de una noche”, concibe La Marsellesa en un rapto único de inspiración; Georg Friedrich Haendel, recobrada la salud tras penosa enfermedad, compone El Mesías; Goethe, septuagenario, es rechazado por la joven Ulrike, revés sentimental que le inspira la Elegía de Marienbad. No siempre los protagonistas de la épica encapsulada de Zweig son celebridades de primera línea: el mismo Rouget es escasamente recordado en la actualidad; a buen seguro que pocos reconocen de antemano al visionario Cyrus Field, o al suizo Johann August Suter, que de amasar una fortuna en la California decimonónica, encarnando el “sueño americano”, transitó a la miseria absoluta. Ocurre en alguna ocasión que la miniatura sea un trenzado de elevación y caída: Vasco Núñez de Balboa descubriendo el Océano Pacífico, para luego morir ejecutado. Obra de un testigo privilegiado del medio siglo, dos de las escenas prefiguran la calamitosa andadura de la historia posterior a la Gran Guerra: el viaje de Lenin de Zurich a San Petersburgo en 1917, el año fatal de la revolución; el fracaso del presidente Wilson y su paz duradera. No hay uniformidad en punto a registro literario. Para el simulacro de ejecución al que fue sometido Dostoievski, en compañía de otros reos, el verso es el recurso empleado. En el caso de la fuga frustrada de Tolstói, la dramaturgia proporciona las formas, en un intento de concluir el inacabado drama autobiográfico dejado por el genio de Yasnáia Poliana.

Catorce momentos escogidos que, “resplandecientes e inalterables como estrellas, brillan sobre la noche de lo efímero”: palabra de Zweig. Se comprende su elección, pues cuando no se trata de instantes que determinan el curso de la historia, de ellos se puede hacer un arquetipo de voluntad, de genialidad latente. El propio genio de Stefan Zweig es prenda de garantía. Si no fuera por el valor intrínseco de las escenas, se diría que su mirada y su prosa las dignifican, enalteciéndolas por encima de lo vulgar. Invariablemente plasmadas con mimo, cada una de ellas surte el efecto de ensanchar los corazones. Es difícil hallar una página fallida, una miniatura defectuosa; siempre es prerrogativa del lector escoger su momento favorito. En lo personal, confieso sentir debilidad por el momento de Dostoievski, el que precipitará la redención del escritor –y sus mejores, maravillosas novelas-. La parodia de fusilamiento alcanza su clímax; un oficial comunica la conmutación de la sentencia por gracia del zar, los soldados apartan a Fiódor Mijáilovich del poste de ejecución: “Su mirada,/extraña, está del todo hundida hacia dentro./Y de sus labios contraídos pende/ la amarilla carcajada de los Karamázov.”

Libro entrañable donde los haya.

– Stefan Zweig, Momentos estelares de la humanidad. Acantilado, Barcelona, 2012. 306 pp.

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