CARTAS – Jane Austen

cartas-9788493897253Hay comienzos de novela que, por su rotunda sonoridad —como el inolvidable Llamadme Ismael, de  bíblicas resonancias—, perduran en la memoria del lector;  otros —como La heroica ciudad dormía la siesta— suscitan sonrisas con su irónica bienvenida; y hay algunos, tan aparentemente simples y, a la vez, tan brillantes que constituyen no sólo un testimonio de belleza literaria, sino toda una declaración de principios. Hace pocos días se conmemoraba, precisamente, el segundo centenario de la publicación de un manuscrito que comenzaba así: Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa.   

El 28 de enero de 1813 veía la luz Orgullo y prejuicio, una «novelita» anónima, tras la que se escondía el ingenio de Jane Austen, una de las más célebres escritoras en lengua inglesa y patrimonio de la literatura universal. Quien haya leído alguna de sus obras reconocerá fácilmente su prosa ágil y depurada; sus diálogos irónicos, humorísticos, brillantes y algo maliciosos; su minucioso retrato de las relaciones familiares en el marco rural patriarcal decimonónico; sus aceradas pero sutiles críticas a la hipocresía social, el egoísmo, la frivolidad o la arrogancia; y, cómo no, sus  acertadas descripciones de las costumbres del momento, de  los bailes, juegos de sociedad, reuniones y meriendas, de los delicados modales y del recato femeninos,  del ritual de las visitas de cortesía y del requiebro amoroso.

retrato AustenJane Austen (1775-1817), hija del rector de Steventon y miembro de la pequeña y baja nobleza rural inglesa —o pseudo-gentry—, nació en el seno de una familia de ocho hermanos. A diferencia de sus heroínas, Jane permaneció soltera, y dedicó su vida a la escritura y al cuidado de sus seres queridos. Ella misma escribió en sus cartas que cualquier cosa es preferible y más tolerable que casarse sin amor y siempre repitió ese consejo sentimental a sus sobrinas, pese a que también fue plenamente consciente de que las mujeres solteras tienen una terrible propensión a ser pobres, lo cual supone un argumento muy firme a favor del matrimonio. Posiblemente la educación liberal recibida y la pequeña independencia económica que consiguió con la publicación de sus novelas resultaron fundamentales para no hipotecar su vida en una boda por conveniencia, a pesar de que no le faltaron proposiciones. Su única hermana, su queridísima Cassandra, fue siempre su más íntima amiga, su fiel confidente, su mayor consejera, su crítica más sincera y su más firme apoyo. A ella precisamente (aunque también, en menor medida, a sus hermanos, sobrinas, amigas, editores e incluso al bibliotecario del Príncipe Regente, Jorge IV) van dirigidas la mayoría de las 161 cartas que se han conservado —de las casi dos mil que escribiera—, y que ahora reúne en su integridad, en una esmerada edición y por primera vez en castellano, la editorial dÉpoca.

carta2En este acervo epistolar se han perdido y destruido las cartas escritas antes de cumplir los veinte años, y  muchas de las que envió durante su decepcionante estancia en Bath y durante años posteriores, hasta 1810. A partir de 1811 y hasta su muerte en 1817, en la época más fructífera de creación literaria y de mayor madurez personal, la correspondencia vuelve a ser abundante, al tiempo que se muestra más íntima, reflexiva, sensible y tierna.

El volumen que ahora se publica se divide en  cinco secciones cronológicas —Steventon, Bath, Southampton, Chawton y Winchester— precedidas cada una de ellas por una introducción que sitúa adecuadamente al lector ante las principales circunstancias biográficas de la novelista y que lo ubica en su contexto familiar y social. Es esta, además, una edición profusamente anotada y acompañada de varios apéndices, entre los que se incluyen el árbol genealógico de los Austen, una cronología de la vida de la escritora, un índice de obras literarias citadas en sus cartas y un interesante puñado de ilustraciones, entre las que destaca una colección de retratos de familia.

Las cartas encierran en su interior el germen de las  novelas de Austen y la inspiración para sus personajes —los auténticos Gardiner, Wickham, Willoughby o Marianne— y revelan al curioso y entrometido lector del siglo XXI su opinión sobre los asuntos más diversos y, a la vez, más en consonancia con la limitada vida de provincias. No encontrará ese lector reflexiones filosóficas ni opiniones políticas, impropias del carácter íntimo y doméstico de una joven de su tiempo, cuyo horizonte se reducía al pequeño círculo de amistades y a las pocas actividades gratificantes permitidas por el decoro: la excitación ante un baile –tan omnipresentes en sus novelas-; la turbación del primer amor; la afición a las sedas, muselinas y lazos; el placer de una buena conversación entre amigas; los conciertos de pianoforte; la vida castrense de sus hermanos marinos —que inspiraría obras como Persuasión—, el cultivo de las rosas; los acontecimientos familiares como nacimientos, bautizos y bodas; los duelos; las habladurías de la Corte; el comportamiento de los criados; la cocina y la hora del té o los buenos modales.

No cabe pensar, sin embargo, que las cartas de Jane Austen sean, simplemente, una crónica impersonal y aséptica de costumbres y minucias cotidianas de los primeros años del siglo XIX inglés; por el contrario, el desparpajo impregna sus cartas, que rebosan desenfado, ingenio y socarronería, repletas de dobles sentidos y juegos de palabras, y, que ofrecen en ocasiones incluso un humor negro que hubiese merecido, sin duda, la reprobatoria mirada materna en una reunión social: La señora Hall, de Sherbourn, dio a luz ayer a un bebé muerto unas semanas antes de lo que se esperaba, a causa de un susto. Supongo que miró a su marido sin darse cuenta.

ilustracion orgullo y prejuicioDescubrirá el lector en sus escritos, eso sí, abundantes referencias intertextuales a obras y autores –Sterne, Boswell, Fielding, Byron, Defoe, Pope, Shakespeare o Mme. De Staël entre otros-, porque, gracias a la biblioteca paterna y al gusto por la lectura que siempre fomentaron los Austen en todos sus hijos, Jane sería, además de escritora, una mujer de gran cultura literaria y una lectora voraz e inquieta. Y aunque nunca frecuentó los círculos literarios del momento (pese a su pertenencia a la «Chawton Book Society», un club de lectura con biblioteca circulante) cultivó siempre un espíritu crítico y analizó con su acerada pluma las novelas de su tiempo. Una mujer inteligente, culta y de gran talento literario que, sin embargo, hizo siempre gala de una gran humildad, incluso cuando su nombre comenzaba a difundirse y recibía la admiración del propio Príncipe Regente, a quien tuvo que dedicar —servidumbres de la fama, pese a sus vanos intentos para eludir tal honor— la novela Emma. Sincera humildad que no estuvo reñida con la decepción que sintiera cuando Walter Scott olvidó mencionar Mansfield Park en una reseña sobre su obra. Y es que… todo escritor tiene al menos su pizca de vanidad.

Las Cartas de Austen constituyen un fiel reflejo de sus estados de ánimo, muy influidos por los continuos cambios de residencia. Y así, por ejemplo, nos muestran su decepción tras el  traslado a Bath, una ciudad a la que nunca se acostumbraría (pero cuyo ambiente inspiró  el de sus novelas), y en la que la escritora  no descubría más que  fiestas estúpidas e intolerables, y  casas  putrefactas. El entusiasmo e ingenuidad juveniles darán paso, con los años, a un tono más reposado, tierno y melancólico que también dejará huella en sus cartas, especialmente tras la muerte de algunos de sus seres más queridos y la aparición de los primeros trastornos de salud. Es, precisamente, en las cartas en las que Jane comunica la muerte de su padre —La pérdida de un padre como el nuestro debe ser muy sentida, o de lo contrario seríamos bestias, escribe a su hermano Frank—; en aquellas otras que remite a sus sobrinas, colmadas de consejos sentimentales y literarios; y en las que escribe pocos meses antes de su muerte, consciente ya de su frágil salud, donde  aparece la escritora más madura, serena y agradecida, aunque sin perder su característica ironía y su sentido del humor.

La novelista, que se resistía a verse a sí misma como una inválida ante los demás —redactó, de hecho, sus Últimas Voluntades sin conocimiento de su familia—, nunca perdió las ganas de vivir, rara vez cayó en el desánimo, jamás dejó de entregar su vida al cuidado de los suyos, mantuvo hasta el último momento las normas de urbanidad y decoro, y siguió con su rutina epistolar aunque le supusiera un terrible esfuerzo físico y un gran desgaste mental. Y así, días antes de morir, manifestaría su gratitud ante Dios, por haberle concedido una familia como la suya: ¡Cómo hacer justicia a la amabilidad de toda mi familia durante esta enfermedad, está totalmente fuera de mi alcance! ¡Todos mis queridos hermanos tan afectuosos y afanosos! ¡Y en cuanto a mi hermana!… Me faltan las palabras cuando intento describir cómo me ha cuidado. […] En resumen, si llego a vieja, desearé haber muerto ahora, bendecida por la ternura de una familia como la mía, antes que sobrevivir a cada uno de ellos o a su afecto.

Tras la muerte de Jane en brazos de Cassandra (a quien había designado como heredera universal tras compartir con ella tantos años de profunda complicidad, cercanía y devoción mutua) y al leer las emotivas y tiernas palabras que ésta dedicara a su hermana, el lector llegará a paladear esa honda tristeza que suscita la conclusión de toda una vida contada por su protagonista, y alcanzará a compartir con Cassandra —y con el resto del mundo— ese sentimiento de inconsolable horfandad que impregna sus palabras:

 

He perdido un tesoro, una hermana como ella, una amiga que jamás podrá ser igualada. Era la luz de mi vida, volvía preciosa hasta la más insignificante alegría, aliviaba cualquier pena, jamás le he ocultado ni uno solo de mis pensamientos, y me siento como si hubiera perdido una parte de mí misma.
(Cassandra, a su sobrina Fanny Knight, dos días después de la muerte de Jane Austen.)

 

Datos técnicos
Jane Austen, Cartas.
Editorial dÉpoca, 2012. 1ª edición.
745 pp.

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