Los últimos presos de Mauthausen.
En Heraldo de Aragón el periodista Ramón J. Campo publicó el 23/V/2010 un artículo sobre los últimos supervivientes aragoneses de Mauthausen, llamado «el campo de los españoles«. Me gustó tanto el tratamiento y el tono del artículo que decidí incluirlo en el Blog DHistoria de 2º de Bachillerato.
Recordamos que este campo, junto a Gusen I, estaba clasificado de Grado III: el de máxima dureza; hubo más de 120.000 víctimas (para algunas fuentes más de 300.000), 5.000 de ellas eran españoles. Era un campo de exterminio.
Los españoles venían de la Francia ocupada; eran republicanos que huían de la guerra y que los franceses despectivamente les llevan al frente o les encierran en campos de concentración; otros eran antifascistas que luchaban en la resistencia contra los nazis.
Se conservan sus nombres y lugares de origen los puedes ver publicados…en diversos estudios de investigadores. Foros, blogs, archivos…están a disposición de familiares, investigadores y curiosos.
El español Francisco Boix fué testigo y protagonista; fotografió los horrores del campo. Gracias a su testimonio en el juicio de Nuremberg algunos nazis que negaban su participación en los crímenes fueron descubiertos y condenados.
Cuando las tropas americanas entraron al campo las banderas republicanas habían sustituido a las nazis y en la puerta colgaba una gran pancarta que decía «los españoles antifascistas saludan a las tropas libertadoras«
Reproducimos por su realismo y buen sentido parte del artículo de Ramón Campo:
Mariano Constante. |
Mauthausen fue el campo de concentración de los españoles. Allí murieron 4.761 de los 7.347 que entraron entre 1940 y 1945, durante la Segunda Guerra Mundial. La mayoría de los presos procedían de Cataluña, Andalucía y Aragón. De aquí llegaron 841 personas, de las cuales fallecieron 474, según el investigador José Manuel Calvo, miembro de Amical de Mauthausen.
Mas de una decena de presos aragoneses de Mauthausen, que ahora tienen entre 85 y 90 años, sobreviven entre varias ciudades de Francia (París, Angôuleme, Tournefeuille, Larrazet y Tarbes) y en La Victoria (Venezuela). Entre los pocos que regresaron a España se encuentra el murciano José Egea, quien se asentó en Villamayor (Zaragoza), donde nació hace 15 años su nieta Judith.
El último fallecido de los supervivientes fue Mariano Constante.
Un cumpleaños sin celebrar
José Egea cumplió 20 años el día que entró en el campo de concentración (21 de enero de 1941) y ha dejado de celebrar sus cumpleaños, que ya han sido 89. «Han pasado 60 años elogiando a los que han muerto en la Segunda Guerra Mundial y parece dar miedo decir que éramos republicanos españoles. Nosotros somos los olvidados porque a la historia de España le faltan engranajes y los deportados somos historia», sostiene en su casa de Villamayor, con su nieta Judith escuchándole para rescatar su memoria, que empezó a contar en el libro ‘KL Mauthausen 5894’ con su número de preso.
«Parece que éramos salvajes cuando nos fuimos a Francia, como decía la Iglesia católica. Tuvimos que pasar ese tiempo allí y sufrirlo. Los españoles fuimos más solidarios que los franceses porque luchamos allí.
En vagones como animales
Aquellos republicanos exiliados que cayeron fuera de la Francia libre fueron detenidos por la Gestapo, trasladados como animales en trenes de mercancías hasta el campo de concentración de Mauthausen, en Austria. José Alcubierre reside en Angôuleme, ciudad próxima a Burdeos, donde se lo llevaron con su familia, como a Jesús Tello y Elías González.
Entraron en el conocido Convoy 927, un tren con casi un millar de deportados españoles que partió el 20 de agosto de 1940 y apenas quedan supervivientes de este viaje maldito.
La cámara de gas y la eutanasia
José Alcubierre llegó con su padre, como Jesús Tello, José Egea y Elías González, pero a todos los mataron a palos en el campo de Gusen o en el castillo de Hartheim, donde Hitler aplicó la eutanasia con el programa T4. La pérdida de sus padres marcó la vida de estos jóvenes, que resistieron a base de trabajos forzados. Fueron bautizados como «pochacas» porque los enviaron a una cantera del pueblo de Mauthausen, propiedad del magnate austriaco Poschacher, que tuvo así mano de obra gratis.
«Hace poco me enteré que mi padre murió en el castillo de Hartheim donde hacían pruebas los SS. Les abrían en canal y tenían allí su horno crematorio», lamenta José Egea. «Cuando me contaron que mi padre murió a golpes en Gusen no dejé de llorar», coinciden Jesús Tello y José Alcubierre en sus dramas paralelos. A su edad siguen derramando lágrimas al recordar la muerte sin sentido que los dejó solos en el campo de concentración y en la vida.
«Cogieron a mi padre para ir a Gusen y yo me eché encima de él y mi hermano (Luis, uno de los supervivientes que vendrá a Zaragoza) se quedó en Mauthausen», explica Elías González. «Allí te desnudaban completamente, te rapaban el pelo y te daban el traje de prisionero y el número.
Aragonés, español y francés
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Monumento en Mauthausen a los 7.000 presos españoles. |
«Me siento aragonés, me siento español a pesar de mi naturalización francesa. Nací en Aragón y soy de aquí, pero en Francia somos reconocidos por cómo lo hemos pasado y también nos ayudaron», reconoce Elías González.
La mayoría se quedaron viviendo en Francia y cuando regresaron a su tierra, durante la dictadura, se llevaron un buen susto. Miguel Aznar Sesé nunca ha vuelto a Mauthausen porque revivir la cantera de los 186 escalones (conocida como la cantera de los paracaidistas porque arrojaban a los presos desde arriba), le tuvo mil y una noches sin dormir.
Cómo sobrevivir a los nazis.
Jesús Tello volverá esta semana por primera vez a su pueblo, «Épila de Jalón», aunque tiene varios hermanos entre Zaragoza y Lérida. Su discurso es demoledor. En cada frase salta un golpe y un número o nombre en alemán. «Cuando pasé el tifus, en la barraca 32 de Gusen morían a patadas. A la una de la mañana entraba un camión y nos decían que íbamos al hospital para curarnos. Les metían una inyección de gasolina y morían. Sufrí y rabié mucho, hasta que le dije a un SS que estaba curado para trabajar y salí vivo. Aguanté hasta que me dijo ‘raus’ (fuera)», detalla casi con la misma rabia.
Cada cual buscó un hueco para sobrevivir en ese campo del terror. Paulino Espallargas era «joven, grande y conocido porque sabía boxear», lo que le supuso no morir. «Los soldados alemanes SS eran como yo, chicos jóvenes como yo, y me decían: ‘Paulino, tú ganas; si no ganas, al crematorio», le advertían. A Francisco Bernal, que se había convertido en un ‘Gandhi’ con 48 kilos, le salvó ser zapatero. «Esa profesión me salvó de la cantera. En la zapatería me encontré a un madrileño que fue chófer de Líster. Hacíamos el trabajo para los SS y luego, las chancletas para los presos», cuenta.
Domingo Félez se convirtió en barbero del campo de Gusen, donde lo enviaron enfermo desde Mauthausen. «De octubre a abril nevaba todas las semanas, trabajabas a 30 bajo cero nueve horas al día si estabas en la cantera y lo más normal era morir (de frío o hambre). Pero si tenías un trabajo, solo pasabas frío dos horas», recuerda de su lucha por sobrevivir.
- Sobre presas españolas en campo de Ravensbrüch Mujeres en campos de concentración — El Pais
- EL CONVOY DE LOS 927 : documental sobre el primer tren de civiles españoles enviado a Mauthausen, basado en un libro de M.Armengou y R.Bellis.