LA REINVENCIÓN DE HOMERO – Andrew Dalby
“Un auténtico poema épico oral es tan efímero como una actuación de jazz o una historia contada a un niño. Desaparece en el momento de la actuación; sólo puede ser recordado en la memoria del público presente”.
Libro arriesgado que difícilmente dejará indiferentes a los interesados en la histórica controversia conocida como “cuestión homérica”, que no es otra que la cuestión acerca de quién, cómo, cuándo y dónde creó los poemas épicos bautizados por la posteridad como Ilíada y Odisea. Tradicionalmente se concede la autoría a Homero, pero ¿quién es Homero? Este libro está lleno de respuestas al respecto, las cuales pueden llegar a provocar en el lector reacciones dispares dependiendo de la lectura que haga de la obra. Por poner un par de ejemplos:
Lectura con el látigo en la mano
Andrew Dalby, historiador y lingüista inglés, autor de libros sobre temas variopintos y articulista asiduo de la Wikipedia, lanza en esta obra unas cuantas teorías que atentan contra lo que tradicionalmente se ha venido pensando acerca de los poemas y su autoría. Con una prosa directa y sin rodeos, el autor expone sus ideas desde la convicción de estar en lo cierto, aunque está por ver si dicha convicción es suficiente para contagiar al lector.
Quizá la más impactante de las ideas que expone Dalby sea la que aparece ya en la primera página:
La Ilíada y la Odisea fueron escritas por uno de los más grandes representantes de la tradición épica oral de la Antigua Grecia, y es probable, muy probable, que se tratara de una mujer.
Tras tal afirmación uno espera que esa alta probabilidad de que Homero fuera una mujer quede demostrada de alguna manera en el libro; y sin embargo, este discurre a lo largo de unas 250 páginas y al final se tiene la sensación de que la demostración no ha llegado. En cambio lo que se afirma es:
Por el momento nos basta con haber demostrado que no hay ninguna prueba directa sobre la identidad del poeta y por tanto nada que justifique la tradicional suposición de que los dos poemas fueron compuestos por un hombre.
No es lo mismo. Ni de lejos. Una cosa es afirmar la posibilidad de algo y otra afirmar su probabilidad. Lo que hace Dalby es afirmar la posibilidad negando la imposibilidad, es decir, negando (convincentemente o no) el supuesto tácito de que Homero fuera hombre, y dándole así al poeta un 50% de posibilidades de que fuera mujer. Pero no es lo mismo “posible” que “probable”, y probar (o no) lo uno no implica probar lo otro. En otras palabras: si se le pregunta a Dalby “¿por qué afirma usted que el autor pudo ser una mujer, qué pruebas tiene?” Dalby responde “pruebas ninguna, pero ¿por qué no?”. Efectivamente, “por qué no”, pero si se plantea una hipótesis lo lógico es intentar demostrar “por qué sí”.
Otra propuesta de Dalby (no solo de él, ciertamente) es la de acercar la fecha de creación de los poemas. Si habitualmente se suele pensar que fueron compuestos en torno al primer tercio o primera mitad del siglo VIII a.C. (800-750 a.C.), Dalby los hace avanzar hasta el 650 a.C. ¿Qué implica esto? Pues ni más ni menos que la contemporaneidad del autor de los poemas con Hesíodo, Arquíloco, Alcmán, es decir, con los primeros poetas líricos corales griegos. Apoya Dalby tal argumento localizando rastros de poesía lírica coral en los poemas épicos. De hecho, dice el autor que Hesíodo compuso Los trabajos y los días en el 700 a.C. y la Teogonía en el 690 a.C., con lo cual Ilíada y Odisea serían posteriores, muy posteriores a ellos. Esto le lleva a contradicciones que él mismo detecta, pues por otro lado también afirma que Hesíodo pretende imitar el estilo dialectal “épico” de Homero, lo cual implicaría que Hesíodo es posterior al autor de la Ilíada. Es decir, que las pruebas lingüísticas hacen a Homero mayor que Hesíodo mientras que las históricas hacen lo contrario.
Si la composición de la Ilíada queda situada en el 650 a.C. (piénsese: la escritura ya ha sido introducida en Grecia, los poetas líricos ya la utilizan para plasmar sus poemas; y de repente surge la necesidad de poner por escrito también la poesía épica), la Odisea aún tardará al menos 20 años en ver la luz. Además, su creador será el mismo que el de la Ilíada, 20 años más maduro, más seguro de su estilo y con más bagaje cultural y literario. Así como suena:
El mismo poeta que compuso la Ilíada recibió el encargo, unos veinte años más tarde, de realizar otro poema similar, y el resultado fue la Odisea.
Un “patrocinador”, quizá un tirano de alguna polis griega, probablemente de Quíos, ante el fenómeno de la puesta por escrito de los poemas líricos, pensó en contratar a un rapsoda (sí, un rapsoda, no un aedo; más adelante se aclarará) para que cantara algún poema épico que fuera popular, que estuviera en auge por entonces, y a un escriba para que lo pusiera por escrito. Las pruebas demuestran que en aquella época el ciclo troyano gozaba ya de mucha fama en toda Grecia, de modo que ese fue el tema escogido. En ese preciso momento, y no antes, nació la Ilíada, y el poeta que lo cantó en ese justo momento, fue su autor.
Un rapsoda y no un aedo, porque Dalby no piensa, como se ha hecho tradicionalmente, que el aedo sea un cantor que canta lo que él compone oralmente, mientras que el rapsoda canta lo que otros han compuesto. Para Dalby, todo cantor de poemas es un aedo; y de entre los aedos, los que cantan versos hexámetros (narrativa épica) son rapsodas; y de entre estos, los que se consideran “sucesores” o “descendientes” de Homero son los llamados Homéridas.
En fin, estas y otras cosas son las que plantea el libro de Andrew Dalby. El autor parece querer romper con la tradición ofreciendo una nueva visión a la cuestión pero sin aportar pruebas convincentes; teorías lanzadas al viento que, a falta de que nuevos datos les permitan afianzarse, parecen destinadas a caer al mar y desaparecer.
Lectura aromatizada con incienso
La reinvención de Homero es un libro que hace de la oralidad de los poemas épicos su eje central. La idea clave es la de que un poema oral es único e irrepetible, nace y muere en cada actuación, nunca se repite exactamente con las mismas palabras, ni siquiera en boca del mismo hombre. En una cultura oral este hecho es evidente, o al menos lo es desde los estudios que en el primer tercio del siglo XX llevó a cabo Milman Parry. Este carácter oral “lima” las incoherencias que apreciamos en el texto escrito de los poemas. Por poner un ejemplo: si un personaje del poema muere y mucho más adelante vuelve a aparecer vivo (como efectivamente sucede en la Ilíada), en el acto oral del recitado esta incongruencia carece de importancia, se desvanece, quizá ni se aprecie, y solo es destacable en la fijación del poema por escrito. La oralidad nace y muere en el mismo acto de recitar; su finalidad no es la congruencia sino la producción de placer y deleite en el oyente. Y para lograr tal objetivo no es preciso que el poema sea puesto por escrito (de hecho es connatural a la oralidad que no lo sea).
Pero es evidente que en algún momento esos poemas épicos fueron puestos por escrito. Hacia el 700 a.C. la escritura había empezado a utilizarse para recoger los poemas líricos griegos, y aún tardaría al menos 50 años en aplicarse a la épica: en el momento en que se hizo, y tal como fueron recitados entonces, nacieron la Ilíada y la Odisea. La tradición oral probablemente siguió por su propio camino hasta que se extinguió, y los textos escritos iniciaron el suyo. Ilíada y Odisea, por tanto, fueron compuestos para ser puestos por escrito, de modo que el acto de composición y el de escritura se produjeron simultáneamente. Es lógico pensar que el poeta que los dictó seguía pensando como un poeta oral, de modo que el origen, la esencia, del texto resultante escrito es eminentemente la oralidad. Es por ello lógico que fueran nuevamente cantadas aquellas posibles incoherencias orales, y que quedaran registradas por escrito.
¿Por qué sucedió que la tradición épica oral se extinguió? Porque el peso de la cultura escrita fue cada vez mayor, hasta que acabó aplastando a la oral: un poeta oral no puede seguir ejerciendo su profesión igual de bien después de aprender a leer y escribir, y una tradición oral muere cuando esa capacidad se extiende entre la población.
En cuanto a la historicidad de la guerra de Troya, el libro comenta los temas habituales: hititas, Wilusa, el catálogo de las naves… Dalby no aborda a fondo el asunto aunque sí se posiciona:
En cuanto a la guerra de Troya y a la cuestión de si los aqueos fueron los agresores, no tenemos ni una sola prueba fuera de la Ilíada misma.
No sabemos qué lengua se hablaba realmente en la ciudad de Troya y sus inmediaciones.
Dalby plantea que el autor de los poemas bien pudo ser una mujer: para apoyar esa idea hace un recorrido histórico y geográfico por todo el planeta, destacando el papel que las mujeres han tenido en las tradiciones líricas y épicas de diferentes culturas. Valora Dalby, de forma arriesgada, la tradición que hizo nacer a Homero del siguiente modo: según esta, la figura de “Homero” surgió como respuesta a la ausencia de anonimato de las obras líricas: se conocía quiénes eran Hesíodo, Alcmán, Arquíloco, pero no se conocía al autor de la Ilíada y la Odisea. Surgió entonces en el siglo VI a.C. el nombre de Homero, un rapsoda provisto de rhabdos (un bastón, el skeptron de los poemas) que la tradición hizo nacer en Quíos (Simónides) y desprovisto de vista (himno a Apolo). Y sucedió que:
Sólo sesenta años después de que el nombre de Homero aparezca mencionado por primera vez en los textos antiguos y ciento sesenta años después de la primera alusión externa a la Ilíada, las creencias relativas a ambos elementos se han fusionado hasta el punto de que Herodoto da por supuesto que la Ilíada es sin duda obra de Homero y que todos los demás textos atribuidos a él deben verificarse por comparación con ella.
Dalby no está conforme con esta explicación y plantea un razonamiento más sencillo: Homero fue un famoso cantor que vivió mucho antes del uso de la escritura. Los poemas tal y como los conocemos actualmente no son, por tanto, su obra, sino la de algún otro cantor posterior, perteneciente a la misma tradición, que compuso la Ilíada y la Odisea y las vio poner por escrito. De este poeta, el auténtico autor de los poemas, desconocemos su nombre.
En fin, estas y otras cosas son las que plantea el libro de Andrew Dalby, ensayo interesantísimo que hace reflexionar y replantearse el paso traumático de una cultura oral a otra escrita. Es en ese paso, en ese trance, en el que debemos buscar el origen de los poemas homéricos, y allí encontraremos también, seguramente, la clave de su autoría.
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