Presentación de CIRCO MÁXIMO
Ya en Julio me llegó la nota circular acreditativa de nuestro medio, que como saben Arauxo dicta cada mañana a Javi_LR a las seis, antes de irse a correr. Ambos. Las cortinas, y acostarse güanmortaim. Y allí estaba yo en la piscina con un cerco blanco de no darme el sol en el pecho con la forma de la acreditación de Planeta para la presentación en septiembre del último bestséller de nuestro admiradísimo Santiago Posteguillo. Circo Maximo, la no película, lo sentimos; es un novelón. Tochaco de forgescientas páginas. Buenas, eh, de papel que ha talado un bosque, que replantarán, si no lo han replantado ya, digo yo, que para el 2090 disfrutarán un reducto de pigmeos sefardíes que habitan en la franja de cañas y barro que hay justo cuando se entreveran el Nilo Azul con el Negro y se pone aquello de un marrón asqueroso. Pues ahí. Agosto, la acreditación en el pecho: «¿Niño, te vas a duchar, o se te va a mojar la acreditación?». Septiembre en Sevilla, te voy a explicar, es como quince agostos en Soria, todos juntos. Pues el tío que no se quitaba la acreditación. ¿Y llegó la fecha? Yo que sé, en las circulares Arauxo habla de mantener criogenizada la cabeza del Comandante camarada Chávez, pero en cuanto a las fechas y eso es muy críptico. Y _LR hermético.
Iluminada la mente de algún listo. «¿En Sevilla, en Septiembre? Seguro que no pasan calor. Además aquello (Itálica) estará preparao para que la gente no pasen calor, ¿no?».
Pues no, so listo; NO. Que le pregunten a Saporo.
Total, que resulta que a mi padre le dio un triple infarto en Agosto. Y he andado últimamente con él mucho, por tenerlo al poresillo entretenio más que ná. No solo con esa peculiaridad recibí la llamada de nadie (por cierto), sino que además hablamos del septiembre malo, ese en el que aún tiene uno la custodia legal de sus hijos. ¡¡¡Todo el Día!!! A ver, a ver… Dos niños, el abuelo ameba, la llamada de nadie, acreditación enerpesho. Llega un correo de _LR: «07/09/2013 23:57: Oye, acuérdate de que en septiembre era lo de Posteguillo. Estate atento que ya te llamarán».
Ocho horas y media después. Recibo una llamada de teléfono de Laura. Jo. De Planeta. Laura ya es guapísima por teléfono. Me la imagino ahí, en un futuro: «Ahí tiene usted, Lanta, su contrato millonario con nuestro Grupo. Es usted una estrella, fírmelo y pídame matrimonio…». Pero… ¿cómo? Y seguiría, ya en diálogo made in Nausícaa, tal cual:
―Sí, le repito, soy Laura, del Grupo Planeta, yo y otros cincuenta y tres periodistas de Madrid le estamos esperando en la puerta del autobús. ¿Qué si va venir o no?
—Jodeeeer. ¡¿Qué, un autobús, periodistas madrileños?! ¡¿Ein?!
―Eeeeeh, disculpa, Laura, ¿a qué hora es la presentación? Es en Itálica, ¿no?
―¡¿Cómo?! ¿Que no sabes la hora?
Jo, anda que si le digo que no sabía ni la fecha…
―Sí… sí… sí… sí… sí…, voy para allá. No tardo ni cinco minutos…
A ver, sigamos repasando; la no versión de bolsillo del libro, niños, que durante el barullo telefónico han dado con una brecha en el tarro de la leche condensada y ya parecen veinte, abuelo ameba, y acreditación in pectore…
Nos vamos para Itálica, cogedse los tupper y luego nos turnamos en el almuerzo del gratis para comer todos. Llevad ropa holgada para hartarnos hasta la merienda.
Que fácil fue decirlo, pero… ¿cómo vamos? No tememos coche. Lo está usando Violeta. Pues en autobús, podemos ir en autobús. Sí, claro, habrá que ir en autobús, hay que hacer trescientas quince conexiones entre líneas, pero podemos. Podemos. PODEMOS.
Uf qué rápido corría el reloj y qué lento el tráfico. En el móvil no paran de llegarme mensajes de Laura cada vez que Posteguillo cambia de sito para charlar y tal. Que si ahora de Epistocrates en esta acequia, que si luego de Trajano en aquel umbral… ¿Pero dónde ve este señor algo de eso? Si allí solo hay pieras. Qué tardeeee… Trato de seguir el hilo mientras mis setecientos hijos y mi padre ameba se apoderan del autocar.
―Mira, Lanta, estamos en el anfiteatro, trata de no tardar o luego ni te comes el solomillo ni nada. Que no se vale venir solo a jalar, hombre ya.
Uuuuf, ya llegamos. Dejo a la familia aparcada en el muslillo con cuatro cascotes que hay a la entrada del recinto, y van los niños y se ponen a reconstruir columnas, una detrás de otra, con el consiguiente enfado monumental del bedeleo presente, facturante, funcionarial que tiene que trabajar. Me meto en Google imágenes para ver quien es S.P. (no vayamos a meter la pata más, ya que solo sé de su aspecto imponente por lo explícito de Urogallo y Germánico en sus explicaciones, pues son sus más vehementes admiradores, pero en realidad no le pongo cara), luego entro en el foro de Hislibris para dar oportunidad a los hislibreños de preguntar en directo lo que quisieran a Santiago P. Y me contesta Farsalia, que era el único que a las diez cuarenta y nueve se dignó a hacerlo (¿está la cosa mala, eh, gatín?, a mí qué me vas a decir). Mientras lo leo voy corriendo, llego tarde. Móvil en la mano, vista en la pantalla, piernas cuesta arriba del anfiteatro. Al fin diviso al grupo de periodistas que rodea a la estrella mientras bracea señalando al graderío desde la arena. Son la flor y nata del periodismo cultural patrio. Defensores de las letras y de este país, maldita sea.
He subido a lo más alto y ellos están abajo. ¡¡Y se van!! Pero no se vayáis ahora…
―¡¡Santiago!! ¡¡Santiago!! ―grité, justo cuando mi tobillo se tropezó con una de las grietas de la piedra, dura roca que es aquel coliseo hoy día. Tan alto estaba, y tan mal cuerpo tuve, que me caí desde lo más elevado, dando absurdamente con cada saliente de roca o pico filoso que me encontraba tras mi estruendoso paso, al más puro estilo Homer Simpson.
Jo qué escandalera, qué de sangre, qué de heridas abiertas, qué de huesos rotos, qué poca sesera. En ese momento Santiago Posterguillo improvisó una camilla con las correas de las cámaras de los reporteros gráficos. Empezó, al parecer, una exhaustiva reanimación de mi cuerpo moribundo y se quitó la camisa de cuadros, típica de leñador, con la que se tocaba. De modo que así nos dejó contemplar un firme torso, que confesó a posteriori haber sido trabajado durante un verano remando, cuando preparó su libro de galeras. Con esta sacra prenda hizo un ovillo y lo colocó con delicadeza bajo mi nuca, y me dijo:
―Dime, hijo, ¿quieres algo?
—QUE ALGUIEN LLAME A UNA AMBULANCIA.
―Sí, sí.
Miré de nuevo la pantalla de mi móvil para ver qué quería Farsalia que le preguntara al maestro y le dije.
―¿De verdad son necesarias mil y pico paginas, pichita mía?
Y perdí el conocimiento, muchas hemorragias.
Me desperté en el hospital, me busqué inconscientemente en el pecho y allí estaba, la acreditación. Me repaso: pierna izquierda enyesada hasta la ingle, cabestrillo brazo izquierdo, oído perforado y, además, todavía son las tres. Me da tiempo.
Al deshacerme de gotero de suero me rasguño el brazo. Tapono la herida y pillo un taxi.
―Al Escándalo, por favor.
Cuando llego al sitio me para el portero. Le enseño mi acreditación y se ríe de mí.
―Pero oiga. Aquí pone una comida en el Escándalo de doce a cuatro.
El portero, un gorila de dos metros, me dice.
―Tendrá usted que leerla mejor, que parece periodista. Ni aquí pone «Escándalo», ni «comida», ni ná. TENDRÁ USTED QUE EMPEZAR A LEER MEJOR.
Eso sí: Hislibris Esuvo Allí.
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