SANGRE GUERRERA – Christian Cameron

sangre-guerrera-9788493912635“Mi brazo derecho estaba rojo hasta el hombro con la sangre de hombres menos valiosos, chorreándome por dentro de la armadura, y sentía el olor del cobre en la nariz, como una oferta al dios de los herreros, y seguí matándolos”.

Hacía tiempo que no leía una novela como esta, si es que alguna vez lo he hecho. El libro no es lo que parece; no, no lo es. O al menos no es lo que me parecía a mí, porque es muy probable que otros lectores piensen de otra manera. Aunque por honestidad y por huir de prejuicios siempre procuro no formarme una opinión previa de ningún libro, a veces no lo logro; pero de las veces que no lo he logrado, pocas he quedado tan asombrado de mi error al prejuzgar como con este libro.

Intenta uno no ser quisquilloso, sacar de la mente todo lo que no sean ganas de disfrutar de una buena historia y una buena prosa. Buena o aceptable al menos. La literatura es puro divertimento al fin y al cabo; pero se acaba la novela y tiene uno la sensación de haber recibido dos tazas por no haber querido ninguna. Dejémonos de rodeos: las referencias que había leído eran buenas, muy buenas, y la historia a priori me atraía: las guerras médicas, los griegos contra los persas. Además, el protagonista era un personaje especialmente querido por un servidor: Arimnesto de Esparta (o Arímnestos de Platea, que así se llama aquí). Pues bien: la decepción ha sido mayúscula y colosal. Algo hay salvable en esta novela pero tantas cosas son las que naufragan que dudo mucho que repita con Christian Cameron, el autor de Sangre guerrera. Y lo siento muy sinceramente.

La novela consiste en el relato de la vida de Arímnestos narrado por él mismo a una oyente que no es otra que su hija. Es un patrón típico y no hay nada que objetar salvo quizá la poca originalidad, pero hoy en día ya está todo inventado. Así, la novela transcurre toda ella en primera persona, en la voz de Arímnestos, plateense hijo de un herrero cuyas vicisitudes le llevan hasta Persia en una época en que el imperio de Darío está a punto de convertirse en el gran enemigo del mundo griego. Estamos en los últimos años del siglo VI a.C. y primeros del V, tiempos de la rebelión jonia y de nombres propios como Aristágoras, Artafernes, Arístides o Milcíades. Se trata pues de una novela histórica de aventuras, una novela biográfica al estilo de El asirio de Nicholas Guild, por citar alguna.

Pero tras las primeras páginas se percata el lector de que la comparación con la novela de Guild fue demasiado imprudente. Guild, con todos sus defectos que sin duda tiene, le queda muy grande a Cameron; y es que Cameron es… otra cosa. ¿Es problema de la traducción o es el autor? Esta pregunta surge muy a menudo durante la lectura pero tras una reflexión no demasiado profunda creo que hay que concluir que Cameron es el gran responsable de que la novela haya fracasado conmigo y yo con ella. Y sin embargo la duda respecto a la traducción es legítima: se dice que Arímnestos es “plateo” y no plateense (o incluso platense); al conductor de carros de carreras se le llama “carrista” en lugar de usar una palabra tan idónea como “auriga”; al pequeño lugar de adoración de algún dios o héroe se le llama “ermita” en lugar del más apropiado y nada rebuscado “santuario”… Con todo ello tiene uno la sensación de ser demasiado puntilloso y de querer buscar errores en lugar de tratar de disfrutar de la novela. No es así; el disfrute de la novela no decae por estas minucias sino por lo que viene a continuación, que sin duda es ya completamente achacable a Christian Cameron.

Un servidor está a favor, en las novelas históricas (griega en este caso),  del uso mesurado de términos griegos como elementos de “ambientación”, podríamos decir. Así, en esta novela se habla de aspis, xifos, kopis, en referencia al armamento de un hoplita griego; su aparición es discutible pero también defendible. Ahora bien: ¿qué defensa tiene el hecho de que no se diga “padre” sino pater, ni “madre” sino mater, ni “hija” sino zugater? ¿Por qué se hace esto habiendo una traducción tan clara y precisa? ¿Qué aporta, “ambientalmente” hablando, pater que no aporte “padre”? Mal criterio el de Cameron, para mi gusto. Por otra parte, si lo que se pretende es tratar de recrear al máximo el mundo griego diciendo zugater en lugar de “hija”, no se entiende entonces que no se haya puesto el mismo empeño tratando de evitar los anacronismos e imprecisiones históricas que surgen a cada vuelta de página: se habla de horas (y si fuera solo este el problema no pasaría nada, incluso Mary Renault lo hace); de semanas (“la semana de las tres batallas”, se dice en algún momento, teniendo lugar la última en el séptimo día -en domingo, vaya-); de ir al teatro (en una época en la que aún no se había “inventado” el teatro); se calcula el paso del tiempo por Olimpíadas (algo que no fue habitual hasta el siglo IV a.C.); los hoplitas llevan dos lanzas en las batallas y las usan como armas arrojadizas; se habla de ser kalokagathós cuando las primeras menciones de tal concepto no surgen hasta el siglo V a.C. con Herodoto o Jenofonte; se habla de los libros que escribió Anaxágoras en un tiempo en que el filósofo aún no habría cumplido ni diez años… Y podría uno obviar todo esto, que de hecho es tal vez querer hilar demasiado fino, y tratar de centrarse en la historia y disfrutar de ella. Pero se hace difícil cuando a lo dicho se añade el uso de expresiones como “irse al diablo”, “la comida es el combustible”; o cuando en una batalla de una falange griega contra un ejército persa se habla de que los hoplitas dispararán al enemigo y de que no se expondrán al fuego (a los disparos, vaya); o cuando se habla de cantimploras, o de céntimos, o de tener los músculos como las cuerdas de un violín; o cuando los hoplitas desfilan al son de la expresión “¡De frente! ¡Ar!”… Demasiadas cosas que impiden que el lector, simple, pura y llanamente, pueda leer una novela de griegos sin pensar que está leyendo… otra cosa.

Y sin embargo lo he intentado. Arrinconando toda esa pejiguera, he tratado de disfrutar con el estilo del autor. Pero tampoco: un estilo que se caracteriza por el empleo, prácticamente a cada página (y tiene cerca de seiscientas), de un vocabulario soez, chabacano y barriobajero. Y de nuevo tiene uno la sensación de ser un puntilloso; después de todo, sin duda Cameron ha pretendido buscar la naturalidad del lenguaje de la soldadesca griega (el protagonista es al fin y al cabo un guerrero), que no debía de ser muy diferente de la actual en cuanto a vocabulario. Pero baste decir que con toda probabilidad las palabras más repetidas en la novela son “mierda”, “chaval” y “cabrón”, acompañadas por otras como “carajo”, “pichacorta” y otras expresiones que me ahorro mencionar. Y de nuevo no pasaría nada (o casi nada) si la novela estuviera medianamente bien escrita, pero en mi opinión no lo está. El uso de esa terminología en medio de párrafos bien construidos o de diálogos brillantes no sería tan mortífero, pero las frases son a menudo incoherentes, los párrafos cortos (de una sola frase con frecuencia), los diálogos confusos, las construcciones muy simples y el lenguaje  ramplón. Da la impresión de que se ha pensado poco, que se ha trabajado poco. Y de nuevo la sensación de ser un insufrible lector picajoso aparece.

Tratando de nuevo de soslayar todo esto, he procurado centrarme en la historia, en el argumento. Como he comentado, se trata de la vida del plateense Arímnestos, hijo de un herrero, educado por un individuo que le enseña a ser un “matador de hombres” (el título original de la novela es precisamente Killer of men); Arímnestos va de batalla en batalla, de trifulca en trifulca, y todo ello es relatado (del modo y manera que he indicado en los párrafos anteriores) por el propio Arímnestos a su hija. Argumento típico que pocas sorpresas aporta y que sería más llevadero si la historia estuviera bien contada. Pero, como ya he dicho, no lo está. La ambientación histórica es también bastante pobre: las escenas, las situaciones, la manera de comportarse de todos los personajes, es demasiado moderna (sin ir más lejos: la mater de Arímnestos, pobre campesina de la pobre polis de Platea, resulta que es alcohólica y sabe leer). Por momentos da la sensación de estar leyendo la novelización de alguna serie del estilo Spartacus, donde lo que prima es el combate por el combate y la sangre por la sangre. Y es que cuando al temible Arímnestos le posee su daimon se convierte en una máquina de matar que acaba con la vida de todo el que se le pone por delante. Los mejores amigos del protagonista son Arquílogos (llamado continuamente Arqui) y Heráclides (“deja las formalidades y llámame Herc”); el filósofo Heráclito tiene un papel importante como mentor de Arímnestos, dejando ir de cuando en cuando algún aforismo y alguna absurda parrafada pseudofilosófica sobre el logos, la guerra y el fuego; la amante de Arímnestos es una mujer cuasi emancipada que le habla a su padre y a cualquiera como si estuviera en pleno siglo XX…

En fin, concluyo esta reseña triste y decepcionado por lo escrito, pues sinceramente deseaba haber sido algo más benévolo; pero también es verdad que esperaba que la novela hubiera sido otra cosa. Y sin embargo es probable que la culpa sea de un servidor, pues los seguidores de Christian Cameron son muchos; no en vano esta Sangre guerrera es la primera parte de una trilogía, y existe ya otra saga del mismo autor sobre la época de Alejandro Magno llamada Tirano. No dudo de que muchos lectores disfrutarán con la historia y el estilo de Cameron, así que gustoso les cedo la palabra.

 

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