PEREGRINO A LA MECA – Domingo Badía “Ali Bey”

badia-domingo-ali-bey-peregrino-a-la-meca-1705-MLU3522032897_122012-O«La santa ciudad de La Meca, capital del Hedjaz o Arabia desierta de los antiguos, centro de la religión musulmana, a causa del templo que Abraham fabricó allí al Ser Supremo, es el objeto del amor de todo fiel creyente».

Este es un viaje sin riesgos, sin aventura. Prueba evidente de la capacidad del autor para disimular su origen y su verdadera nacionalidad a lo largo de una expedición que se prolonga durante meses y numerosas provincias, habitadas en muchos casos por feroces enemigos de todo lo extranjero, como los wahabitas. 

Badía inicia el relato en Tripoli y los termina en Bucarest, recorriendo entre tanto todas las provincias musulmanas del mediterráneo y peregrinando a la Meca. Su viaje parece prácticamente ausente de peligros. Incluso en presencia de los terrible wahabitas no siente temor ni es objeto de ninguna ofensa, lo que le permite dedicarse a construir un relato lleno de información, y carente de tensión o de intriga. Y es que Badía, aún es un hombre ilustrado, del siglo de la razón, para el cual lo importante son sus mediciones geográficas, sus descripciones del comercio y la moneda, de las rutas transitables y de la duración de las jornadas. Es un avanzado de la política y del comercio, no de una sensibilidad romántica por el descubrimiento y lo diferente que no siente, o que al menos, no hace expresa. Su libro tiene la aridez docta del XVIII antes que la pasión aventurera del XIX.

La narración cae por eso en la monotonía. Se aprecia incluso una cierta autocensura, o quizás una discreción de tono moral, cuando no menciona nunca a las mujeres, o si lo hace, como en el caso de las esclavas negras que se le ofrecen en Arabia, “según la costumbre”, es para negarse a adquirir una. Badía es un hombre de una época y una cultura, y es desde ellas desde las que escribe una vez finalizados sus viajes. Pero no cabe duda de que en el ardiente desierto de Arabia, no habría puesto en peligro su bien construido personaje permitiéndose escrúpulos que ni siquiera tenían lugar en el propio París.

Su descripción de los países musulmanes, como admiradores de lo occidental y bien dispuestos hacia los extranjeros, casa mal con el comportamiento de los reinos piratas como Trípoli, o con el amargo recuerdo que aún debía permanecer a consecuencia de la invasión francesa en Egipto (no en vano Badía se encuentra con algunos mamelucos de origen francés, prisioneros nunca liberados del ejército repúblicano), pero incluso aunque consideremos que Badía escribe para animar el comercio con estos pueblos, no es menos cierto que muy pronto, bajo Mohamed Alí, Egipto se llenará de occidentales llamados por el propio gobierno.

En suma, es un libro lleno de datos interesantes, de descripciones muy pormenorizadas (con especial interés en lo relativo a los rituales de la peregrinación a la Meca y la disposición de la Ciudad Santa), pero sin la magia y el espíritu que guiará a los aventureros en las décadas que entonces estaban por venir.

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