LA BATALLA DE SEKIGAHARA1600. ARMAS DE FUEGO Y APOGEO DE LOS SAMURAIS – Enrique F. Sicilia Cardona
Sekigaraha es la gran batalla de la historia de Japón. Aseguró casi 300 años de paz y desarrollo cultural, poniendo fin a una historia marcada por la violencia. 300 años en los que se trató de olvidar la esencia de lo que ocurrió entonces, que el arma que dominó el campo de batalla no había sido la sacralizada katana, sino el plebeyo y extranjero arcabuz. Los japoneses tuvieron tanto éxito en este cometido que aún hoy nuestra idea del guerrero nipón es un samurái solitario armado de una espada. No el campesino, organizado en una formación masiva, que sostiene su tosca arma de fuego junto a sus compañeros.
En poco más de 50 años, los japoneses no solo adoptaron un arma extranjera, sino que modificaron y adaptaron toda su organización militar para integrar tal arma. Su revolución militar empezó y terminó en la introducción del arcabuz, ya que Japón ya era un estado extraordinariamente organizado y capaz de desplegar enormes fuerzas sobre el campo de batalla y no necesitó crear una nueva burocracia ni un sistema tributario nuevo. En la propia batalla de Sekigahara combaten más de 160.000 hombres. Una cifra prodigiosa para una guerra civil. En los combates terrestres europeos que se libran por la misma época entre poderosas naciones, las cifras se derrumban: Pavia, 60.000 hombres. Muhlberg, 40.000 hombres. San Quintín: 50.000 hombres.
El autor plantea la cuestión que considera fundamental: la introducción, difusión e integración del arcabuz. Y lo hace de modo extenso y muy documentado, señalando cómo el antiguo guerrero samurái se enfrenta a su decadencia en manos de tropas campesinas que desafían su status y anulan su eficacia militar. Al contrario que en otros lugares de Asia, la tecnología extranjera se reconoció de inmediato como un elemento capaz de desestabilizar por completo el equilibrio de fuerzas, o de convertir en irrelevante al comandante que no la tuviese en su arsenal en el mayor número posible. La enorme capacidad de los herreros y comerciantes japoneses también permitió disponer rápidamente de grandes cantidades de las nuevas armas. De hecho, de cantidades tan grandes que terminaron por exportarlas a los occidentales que las habían inventado e introducido en Japón.
Asentada esta cuestión, pasa a estudiar la campaña que marca el ascenso al poder como Shogun de Ieyasu Tokugawa, donde ambas fuerzas buscan anularse mutuamente, provocando un choque armado final, en el que las fuerzas de Tokugawa confían tanto en sus propias armas como en las alianzas ocultas que han forzado. Sekigahara es una batalla sangrienta, pero en la que los movimientos están condicionados por las traiciones y cambios de bando que se producen durante la misma, por lo que la victoria de Tokugawa es sobre todo la victoria de su capacidad diplomática superior, más que la de su capacidad como líder militar.
Los dos grandes ejércitos se acercan al campo de batalla a través de una ruta marcada por asedios y pequeños choques, el camino natural de todo ejército que busca concentrarse desde diferentes direcciones en una zona que permita un enfrentamiento de gran importancia. Pero una vez situados, en dispositivos muy complejos determinados por la gran cantidad de aliados que componen cada bando enfrentado, lo que prima no es el valor ni la superioridad de la estrategia. Lo que prima es el modo en que se han asegurado fidelidades y se han minado las del contrario. Aún más, el despliegue y los movimientos sobre el terreno condicionarán las decisiones de los potenciales traidores, que esperan a ver el combate decidido antes de intervenir o de mantenerse al margen.
Un libro que destaca por la erudición y la exposición detenida de la conversión de los grandes ejércitos “medievales” japoneses en estructuras “modernas” señaladas por el empleo masivo de las armas de fuego portátiles.