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SOLDADOS DE LA EDAD MODERNA – Àlex Claramunt, Francisco J. Ronco, Tomás San Clemente

soldemodernaA pie o a caballo, pero siempre entre el humo asfixiante de la pólvora negra, este volumen nos presenta una serie de combatientes peculiares, incluso exclusivos, del periodo de conflictos que podríamos llamar la edad de la pica y el arcabuz: Los años de fuego que se extienden entre la introducción masiva de la pólvora en las armas portátiles a principios del XVI hasta el último brillo de gloria de los piqueros con el final de la guerra de los 30 años. Entre Mohacz y Rocroi, entre la Liga de Esmalcalda y la paz de los Pirineos. El siglo de los Tercios. Una edad que iba a ser de oro y que terminó siendo de plomo. 

¿Qué soldados definieron esta época? Por un lado, los que mejor representaron un modo concreto de combatir. Unos, en la línea de frente, víctimas del fuego y los cirujanos, ejemplificados en Julian Romero. Otros como comandantes, dirigiendo las tormentas de plomo de sus espesas formaciones contra su enemigo, representados por Ieyasu Tokugawa. Es un tiempo nuevo, con nuevas formas de combatir, como las que representan los herreruelos y los caballos coraza, que renuncian a la lanza por la pistola. Por otro, combatientes tradicionales como los samurai, los jenízaros y los irregulares croatas, que se adaptan de inmediato a un nuevo tipo de escenario tecnológico. Ningún grupo de soldados integrará de un modo tan estrecho las armas de fuego como los jenízaros, quizás precisamente por su profesionalidad o por los amplios recursos de su amo el sultán. De hecho, llevarán su compromiso con la pólvora hasta el punto de desechar siempre las picas, armas aparatosas que les repelen.

Así, en mayor o menor medida, nos encontramos con campos de batalla donde la espada y la lanza no desaparecen, pero se someten al predominio de la pólvora, el arma ofensiva por excelencia. Quedan las picas como armas defensivas y los aceros al cinto como mero elemento de último recurso. Quizás por eso empieza a nacer en esta época toda una mística del espadachín, con la esgrima convertida en símbolo y referente de la caballería, la virilidad y la profesión militar. Es la banda roja y la tizona colgando del hombro lo que define al veterano. Esta imagen se ha perpetuado, y en una época donde los ejércitos se arcabuceaban a distancia durante las batallas, nuestro imaginario colectivo tiene una imagen diferente de los combatientes, ejemplificada en Alatriste y los tres mosqueteros, siempre destacados espadachines, por más que su oficio en el campo de batalla sea el de manejar armas de fuego.

En cualquier caso, el libro presenta una visión que, geográficamente, se extiende desde Escocia hasta Japón, y desde Suecia hasta Egipto. América queda aparte (Posiblemente para un volumen independiente dedicado a la conquista) Tenemos un estudio sobre la desaparición de la caballería pesada en favor de jinetes equipados con pistolas y arcabuces, y otro sobre la caballería irrregular croata. Aparecen los Tercios, ejemplificados en la vida singular de Julian Romero, y también los Jenízaros, con sus propios representantes. Japón, con una descripción del combatiente samurai de la época y de su empleo en campaña por el gran unificador de Japón, el primer Shogun.

Ha llegado la edad de la pólvora.

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