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HANNS Y RUDOLF – Thomas Harding

Sobre Hanns y Rudolf_def_fin.inddDos vidas en paralelo, aunque no exactamente coetáneas. Alemanes ambos, uno procedente de Baden-Baden, en la reposada Alemania meridional, el otro berlinés y de prosapia hebrea. Rudolf Höss el uno, nacido en 1901; Hanns Alexander el otro, nacido en 1917. Dos individuos de nacionalidad común, inmersos por ende en uno de los contextos más dramáticos registrados por la historia. Individuos que en el marco de este contexto consumaron trayectorias existenciales en extremo divergentes, las que solo convergieron en el año crucial de 1945 y en situaciones tan dispares como las que deparaban las circunstancias: el uno como asesino en masa y como tránsfuga, el otro como perseguidor. El nombre de Rudolf Höss es uno de los más icónicos en la historia de los horrores perpetrados por el Tercer Reich; como comandante fundador y más prolongado del complejo de Auschwitz-Birkenau, Höss representa como pocos al bando de los victimarios nazis. Hanns Alexander, por su parte, es apenas un figurante, en realidad un perfecto desconocido al que sentaba bien el anonimato; una víctima potencial del Holocausto que se salvó por los pelos, y al que el sórdido devenir tornó en enemigo de su patria natal, investido de atributos pesquisidores. Hanns Alexander se enlistó en el ejército británico, en el que llegó a tener el grado de capitán, y fue uno de los miembros iniciales del Equipo de Investigación de Crímenes de Guerra No. 1; ejerció como un activo aunque efímero cazanazis y en cuanto tal alcanzó la cima de su carrera al capturar a Höss, el 11 de marzo de 1946. Un sobrino nieto de Alexander, Thomas Harding, delinea en su libro Hanns y Rudolf una estampa de estas dos vidas paralelas y finalmente convergentes, ilustrativas de un período traumático. 

Harding (1968, Londres) es un periodista y documentalista de nacionalidad anglo-estadounidense. La suya es una próspera familia judía de clase media, arraigada en el Reino Unido tras la huida del grueso de la familia Alexander-Picard de la Alemania nazi en el curso de los años 30. Dos de los que integraron el éxodo familiar fueron los hermanos gemelos Hanns y Paul Alexander, llegados a la que sería su patria adoptiva en 1936. Los gemelos, tíos abuelos del autor, fallecieron con escasa diferencia de años en la primera década del presente siglo. El funeral de Hanns, quien adoptó la ciudadanía británica con el nombre de Howard Harvey Alexander, deparó una sorpresa a la mayoría de los asistentes, incluyendo los miembros jóvenes de la familia: su panegírico –pronunciado por dos sobrinos- informó que el fallecido había sido el apresador de Rudolf Höss, el deplorablemente célebre “Kommandant de Auschwitz”, procesado y ejecutado por los polacos un tiempo después de su captura. La sorpresa dio paso a la curiosidad, que en el caso del periodista Harding fue estímulo suficiente para embarcarse en una investigación acerca de las actividades de su pariente en la Segunda Guerra Mundial -y también las de Höss. Consulta de archivos, correspondencia privada y otras fuentes documentales desperdigadas por buena parte del mundo, además de una serie de entrevistas con familiares y descendientes de Höss y con varios supervivientes de la época, incluido uno de los fiscales estadounidenses de los Juicios de Nuremberg: gracias a estos recursos, Harding pudo reconstruir la biografía de Hanns Alexander y la de Rudolf Höss, plasmándola luego en el papel. Hanns y Rudolf se compone de capítulos alternos que trenzan una doble biografía, o biografías paralelas, desde el nacimiento de cada uno de los protagonistas hasta el momento en que ambas vidas colisionan, con el abrupto final de Höss y el retorno de su captor a Londres a modo de coda. Hanns y Rudolf: la vida de un criminal nazi y la del judío expatriado que le siguió la pista hasta descubrirlo oculto en una granja próxima a la frontera germano-danesa.

El hecho de titular el libro con los nombres de pila de los biografiados obedece a un propósito específico. Thomas Harding quiere abordar el flanco humano de la cuestión, el aspecto íntimo de dos mundos que los azares de la historia pusieron en franca oposición: un judío berlinés de familia acomodada y profundamente integrada en la sociedad alemana, de un lado, y un alemán meridional en cierto modo prototípico, suboficial precoz en la Gran Guerra y nazi de la primera hora, del otro. En cuanto a este último, Harding se esfuerza en ver a un ser humano moralmente extraviado más que a un monstruo o una bestia demoníaca, ejemplo como tal de una maldad sin fisuras y ajeno por tanto a los parámetros normales de comprensión. (Imposible no percibir en esto un eco lejano de las ideas de Hannah Arendt en torno al Holocausto.) Nada de simpatía por el sujeto, solo un afán de aproximarse a su complejidad es lo que mueve al autor a llamarlo casi siempre por su nombre de pila. Por otra parte, Harding rehúsa subordinar su relato al esquema simplificador del bueno contra el malo. El opuesto del criminal Höss, su captor y por tanto héroe de esta historia, es también un ser humano, y por añadidura uno muy corriente. La motivación de Hanns Alexander dista mucho de lo modélico, su desempeño es también poco edificante. Perseguir nazis era un asunto feo aunque necesario y no eran ciertamente unos fríos burócratas quienes se dedicaban a ello; difícilmente iba a quedar impasible Alexander ante aquellos que lo convirtieron a él y a los suyos no ya en apátridas, sin más, sino en objeto de exterminio, mucho menos después de descubrir los escenarios del martirio. Así pues, Harding no esconde que la actuación de su tío abuelo como cazanazis tuvo un lado sombrío. Lejos en todo caso de un intento de establecer una -por demás insostenible- equivalencia moral entre Höss y su captor, lo de Thomas Harding es una opción honesta y esclarecedora.

Fuera de las peculiaridades sicológicas en juego, el contraste entre Rudolf Höss y Hans Alexander refleja los dramáticos acontecimientos de la Alemania de entonces. Höss, un caso de relación paterno-filial problemática (la muerte temprana de su padre le reportó más alivio que pesar), hizo la trayectoria de un “nazi perfecto”. Combatiente en la Primera Guerra Mundial a los 15 años de edad, miembro de los Freikorps en la posguerra, militante del partido nazi desde 1922, criminal convicto poco después. La guerra fue su escuela y en los días de la República de Weimar prosiguió una vida de violencia y brutalidad. Imbuido de convicciones antirrepublicanas y antidemocráticas, en 1923 estuvo implicado en un asesinato de motivación ideológica por el que fue condenado a diez años de prisión, de los que solo cumplió cuatro. Trabó temprano conocimiento con dos que se contarían entre los gerifaltes del Tercer Reich: Heinrich Himmler y Martin Bormann. Gracias a estos contactos y a su incorporación en la SS, en los años 30, Höss hizo una meteórica carrera en el sistema de campos de concentración y exterminio, ascendiendo de simple guardia en Dachau a comandante de la más emblemática de las estaciones del Holocausto. Himmler le encomendó la construcción de un campo en la localidad polaca de Oświęcim, y él cumplió con creces, haciendo del complejo una máquina eficiente de explotación y exterminio. Auschwitz fue la culminación de su trayectoria y la razón de que su nombre esté indisolublemente asociado a la infamia.

El padre de Hanns Alexander, Alfred, era un médico prestigioso, muy requerido por personalidades de la ciencia, las artes y el espectáculo, quienes además solían ser sus comensales en el domicilio particular del doctor (en Berlín). Los gemelos Alexander pudieron ver a su padre departiendo con celebridades como Albert Einstein, Marlene Dietrich y Richard Strauss. La singularidad étnica de los Alexander se limitaba a una participación muy relajada en las formalidades del calendario religioso judío; cabalmente asimilados, eran tan alemanes como sus compatriotas de confesión protestante o católica. El cabeza de familia ejerció como médico militar durante la Primera Guerra Mundial, y obtuvo por su desempeño un merecido reconocimiento. El ascenso del partido nazi tuvo el efecto de devolver a Hanns a sus raíces, tal como sucedió a multitud de judíos hasta entonces perfectamente integrados. «Hanns –escribe Harding- se veía arrastrado, como muchos otros, al mundo de los judíos, no tanto por razones políticas como por encontrarle una explicación al antisemitismo que estaba experimentando en su vida». Habituados a las cíclicas oleadas de judeofobia, muchos judíos alemanes creyeron que la de los nazis acabaría reemitiendo como tantas otras en el pasado; ¿cómo podían anticipar que sus compatriotas, que sus amigos, colegas y vecinos iban a ceder masivamente a la locura homicida orquestada por una banda de extremistas? No en vano se ha escrito que la historia del nazismo es la de su constante menosprecio.

Como se puede esperar, la suerte dispar de ambos protagonistas en los días de la Segunda Guerra Mundial y en la inmediata posguerra abarca una parte considerable del libro, de hecho la más extensa. En ella, vemos a Höss ejerciendo como oficial y funcionario SS y en su papel de padre y marido –por demás no siempre fiel-. En paralelo, a Hanns Alexander incorporándose al Cuerpo Militar Auxiliar de Zapadores, creado por las autoridades británicas a fin de acoger a refugiados extranjeros que manifestaban su voluntad de luchar contra Hitler; y, naturalmente, Hanns desempeñándose como cazanazis, oficio que antes del premio mayor -la captura de Höss- tuvo un buen anticipo en el apresamiento de Gustav Simon, antiguo Gauleiter (líder regional) de Luxemburgo.

En suma, una interesante obra, retrato a su modo de una época terrible.

– Thomas Harding, Hanns y Rudolf. El judío alemán y la caza del Kommandant de Auschwitz. Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2014. 369 pp.

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