AUSCHWITZ: LOS NAZIS Y LA SOLUCIÓN FINAL – Laurence Rees
Laurence Rees es un conocido periodista, escritor y documentalista británico, especialista en la II Guerra Mundial y el Holocausto, precisamente el tema de este libro, publicado en 2005 tras el documental homónimo. Todo comienza en 1940, con la llegada a la zona de Auschwitz, situada a unos 43 kilómetros al oeste de Cracovia, del futuro comandante del campo, el teniente coronel de las SS Rudolf Höss, con la misión de habilitar un antiguo terreno para doma de caballos perteneciente al ejército polaco como campo transitorio para albergar a la población sometida tras la ocupación de Polonia. En un principio se pensó en Auschwitz como lugar de concentración de criminales y presos políticos, cosa que comenzaría a cambiar a finales de año con la decisión de Himmler y Höss de poner en marcha proyectos de explotación agraria e investigación. Esto supuso la necesidad de una ampliación, la primera de una serie de ellas que daría lugar a la enorme instalación que hoy conocemos. Realmente, Auschwitz era un conjunto de campos que podría dividirse en tres grandes fases:
- Auschwitz I, centro administrativo de todo el complejo y campo de concentración original.
- Auschwitz II-Birkenau, el campo tradicionalmente conocido como Auschwitz, donde se llevaron a cabo la mayor parte de las matanzas de prisioneros judíos y otros grupos, como gitanos, prisioneros soviéticos y polacos, etc.
- Auschwitz III (Monowitz), campo de trabajo anexo en pro de la industria alemana, sobre todo militar, minera y metalúrgica. Aquí existía una importante planta de la empresa IG Farben (que se nutría de trabajadores esclavos del campo), realmente un conglomerado de empresas químicas (BASF, Bayer, AGFA, entre otras) y que produjo también el gas Zyklon B, inicialmente concebido para la eliminación de pulgas y luego utilizado masivamente en las cámaras de gas.
Rees nos relata cómo, poco a poco, a causa del incremento imparable de las deportaciones, las instalaciones de Auschwitz se fueron remodelando y adaptando a las necesidades impuestas a partir de la Conferencia de Wannsee en la primavera de 1942 y que darían origen a la Solución Final. Es entonces cuando se construyen los crematorios y las cámaras de gas, con capacidad para eliminar hasta 2500 personas por vez. A medida que Auschwitz crecía en tamaño también lo hacía en importancia, convirtiéndose en 1944, gracias a la invasión de Hungría, en el primer centro de exterminio del imperio nazi, por encima incluso de Treblinka. En este año, más de 430 000 judíos húngaros fueron deportados a Auschwitz, muriendo casi todos ellos allí, al igual que la mayoría de los gitanos internos. En esos meses había días en que los crematorios no daban abasto y los cadáveres debían ser apilados y quemados en hogueras al aire libre, tareas que llevaban a cabo los llamadossonderkommandos, grupos especiales de prisioneros judíos.
El 7 de octubre de 1944, el sonderkommando número 12 se amotinó ante la noticia filtrada de que muchos miembros del mismo iban a ser eliminados, como era habitual una vez cumplida su misión. Lograron destruir el crematorio IV y matar a algunos miembros de las SS, pero fueron detenidos e inmediatamente asesinados, unos 250 de ellos en total. En noviembre de 1944, ante la cercanía del ejército soviético, las SS desmantelaron los crematorios y cámaras de gas y evacuaron el campo, dejando atrás a los enfermos e incapacitados. Auschwitz fue liberado el 27 de enero de 1945. Curiosamente, nos cuenta Rees, a pesar de la magnitud de los crímenes allí cometidos, el descubrimiento de Auschwitz no fue debidamente ponderado en su momento, debido probablemente a las disensiones que comenzaba a haber entre los soviéticos y el resto de los aliados. Fueron las imágenes de la liberación de Bergen-Belsen por los británicos las que en un primer momento impactaron al mundo. Realmente no ha sido hasta fechas recientes que se ha podido evaluar en alrededor de 1 300 000 el número de personas enviadas al campo, de las que 1 100 000 fallecieron, y de éstos un millón eran judíos.
Fuera de las terribles estadísticas, ya conocidas, uno de los puntos de interés del relato de Rees radica en poner de manifiesto la evolución del pensamiento nazi en lo tocante a la cuestión judía y cómo, mediante una cadena de causas, se llegó a la Solución Final, es decir, al asesinato sistemático de millones de personas en los campos de exterminio. Antes de eso, en la mente de Hitler y el resto de jerarcas nazis se planteó la expulsión de los judíos de todos los territorios germanos, seguido por el reasentamiento en los territorios conquistados del este, lo que a su vez provocaba el desalojo de quienes vivían en aquellos lugares anteriormente y su hacinamiento en los guetos, originando una especie de “pescadilla que se muerde la cola” poblacional que era necesario solucionar. El exterminio industrializado fue la respuesta que Himmler, principalmente, Heydrich, Eichmann y otros dieron a este problema. Hubo muchos ensayos para llevarlo a cabo, incluyendo fusilamientos, que resultaron a la postre perjudiciales para la moral de las tropas; eutanasia de los enfermos mentales y discapacitados utilizando el monóxido de carbono en las cabinas cerradas de camiones, explosivos, etc. Sin duda, la utilización del Zyklon B en las cámaras de gas y el uso de grandes hornos crematorios para deshacerse de los cadáveres supuso la solución ideal: se podía matar a muchos a la vez de manera rápida y eficiente.
Otro de los aciertos del libro es la exposición del punto de vista de quienes pasaron por Auschwitz y otros campos de exterminio como Sobibór, Majdanek o Mauthausen, no sólo supervivientes sino también antiguos miembros de las SS como el cabo primero Oskar Gröning, asignado a Auschwitz como contable y custodio del dinero y pertenencias de los prisioneros que eran ejecutados. Este antiguo SS cuenta cómo decidió hacer pública su experiencia después de saber que había muchos que cuestionaban el Holocausto, lo que le impulsó, según él, a contar su verdad. Gröning no parece mostrar un especial arrepentimiento, incluso comenta las amistades que hizo en el campo y los buenos ratos que pasaban juntos. Preguntado sobre qué sentía cuando veía a la gente caminar hacia las cámaras de gas, afirma que no sentía nada, limitándose a cumplir órdenes. Sin embargo, al menos ha reconocido su participación en el proceso de exterminio y ha rebatido a los negacionistas (“Quisiera que me crean. Yo vi las cámaras de gas. Vi los crematorios…”). Junto a este testimonio destacado están los de muchos supervivientes, hombres y mujeres judíos, rusos y polacos que lograron sobrevivir y cuentan con sus propias palabras sus experiencias durante y después de su estancia en Auschwitz.
El autor también hace una semblanza de la personalidad de los responsables directos, sobre todo de Himmler y, especialmente, de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz y responsable del famoso letrero Arbeit macht frei (El trabajo os hará libres) a la entrada de Auschwitz. También fue responsable de la sistematización del trabajo, mostrando buenas aptitudes organizativas, si bien permitió que la corrupción y el robo camparan a sus anchas entre los miembros de las SS, sobre todo en la zona de recogida y clasificación de las pertenencias de los prisioneros, conocida como “Canadá”. Otra de sus innovaciones, a instancias de Himmler, promotor de la idea, fue la apertura de un prostíbulo para “premiar” a algunos prisioneros privilegiados y a los kapos o jefes de barracón. Fue sustituido en diciembre de 1943, si bien nunca renunció a volver, puesto que dejó a su familia en la casa que tenían anexa al campo. Regresó en 1944 para llevar a cabo la operación de extermino de los judíos húngaros y, finalmente, fue apresado tras la guerra en el Báltico. Aunque en un primer momento logró evadirse utilizando una falsa identidad, volvió a ser localizado gracias a la confesión bajo presión de su esposa y capturado cerca de Belsen. Fue juzgado en Núremberg y murió ahorcado en Auschwitz el 16 de abril de 1947, dejando unas memorias escritas en prisión en las que queda retratado como un hombre frío y carente de escrúpulos que, de nuevo, se limitaba a cumplir órdenes.
Otro de los personajes destacados por Rees es Josef Mengele, el famoso “ángel de la muerte”. Médico y antropólogo, acabó en Auschwitz tras ser declarado no apto para el servicio activo tras ser herido en el frente. Allí pudo llevar a cabo, junto con Eduard Wirths, el jefe médico, sus experimentos sobre la herencia genética con gemelos, destinados a demostrar la superioridad de la raza aria, así como con mujeres embarazadas, personas con deformidades, etc. También se encargaba del proceso de selección junto con otros médicos en la rampa de llegada a Birkenau, a fin de encontrar sujetos para sus experimentos. Descrito por algunos supervivientes como un hombre frío a quien no importaba nada el sufrimiento de sus pacientes, consiguió evadirse varias veces de los aliados tras la guerra y finalmente huir a Argentina en 1949. Posteriormente escapó a Paraguay y finalmente a Brasil, donde murió por un infarto cerebral en 1976, sin llegar nunca a ser juzgado.
La conclusión que ofrece el autor no invita al optimismo, precisamente. Calcula que aproximadamente el 85 por ciento de los miembros de las SS que pertenecieron a Auschwitz y sobrevivieron a la guerra nunca fueron juzgados ni se arrepintieron de sus actos, amparándose en la excusa de que ellos obedecían órdenes y no tenían ni los medios ni la capacidad de desobedecer. Pese a ello, y al regusto amargo que pueda dejar en el lector, es de destacar el estilo de Rees, atrayente desde la primera página y que invita a continuar la lectura, exponiendo sin tapujos el punto de vista de víctimas y verdugos y ofreciendo un retrato inteligente y crítico de lo que fue y significó Auschwitz en la Solución Final. Junto con el documental constituye un relato absolutamente recomendable.
Puesto que ya tiene unos diez años, la edición en tapa dura puede ser difícil de encontrar, aunque posteriormente se ha editado en rústica en la colección “booket” de libros de bolsillo, que es la que yo tengo.
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